16 de noviembre de 2024

Alice Munro: “Busco que mis historias conmuevan a la gente, que todo lo que narro conmueva al lector de tal manera que sienta que es una persona diferente cuando sale de ellas”.

El pasado 13 de mayo, tras padecer durante más de diez años un deterioro grave de su capacidad mental, falleció en una residencia de ancianos en Ontario la gran escritora canadiense Alice Munro (1931-2024). Considerada como una de las más grandes autoras de cuentos de la literatura contemporánea en lengua inglesa, nació en Wingham, una pequeña comunidad al sur de Canadá, hija de un padre criador de zorros y aves de corral y una madre maestra de escuela. Allí vivó hasta los veinte años y luego se radicó en Ontario, donde estudió Periodismo y Filología Inglesa en la University of Western Ontario al tiempo que trabajaba sucesivamente como camarera, recolectora de tabaco y empleada de una biblioteca. Hacia 1950, en su escaso tiempo libre, comenzó a escribir cuentos, pero recién en 1968 la editorial Ryerson Press le publicó “Dance of the happy shades” (Danza de las sombras), su primera colección de cuentos con la que fue galardonada con el Governor General's Award (Premio del Gobernador General), el premio literario más prestigioso de su país natal.
A partir de allí se sucederían con el correr de los años los volúmenes de cuentos “Something I've been meaning to tell you” (Algo que quería contarte), “Who do you think you are?” (¿Quién te crees que eres?), “Too much happiness” (Demasiada felicidad), “Dear life” (Mi vida querida), “Lives of girls and women” (La vida de las mujeres), “The view from Castle Rock” (La vista desde Castle Rock), “Runaway” (Escapada), “Hateship, friendship, courtship, loveship, marriage” (Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio), “The love of a good woman” (El amor de una mujer generosa), “The progress of love” (El progreso del amor), “Open secrets” (Secretos a voces), “Friend of my youth” (Amistad de juventud) y “The moons of Jupiter” (Las lunas de Júpiter).
Gracias a varias de estas obras fue honrada con prestigiosos galardones literarios como el National Book Critics Circle Award (Premio del Círculo Nacional de Críticos), el Rea Award for the Short Story (Premio Rea de Relato Corto), el Booker Prize (Premio Booker) e incluso el Nobelpriset i Litteratur (Premio Nobel de Literatura) de 2013, convirtiéndose en la única escritora canadiense en obtener tal distinción. Sólo dos escritoras americanas lo habían recibido con anterioridad: la chilena Gabriela Mistral (1889-1957) en 1945 y la estadounidense Toni Morrison (1931-2019) en 1993. Posteriormente, en 2020, lo recibió la estadounidense Louise Glück (1943-2023).
Alice Munro se caracterizó por el desarrollo de la narrativa gótica, un género literario originado en Inglaterra a fines del siglo XVIII que fue empleado por algunas de las autoras más reconocidas de la literatura británica como Ann Radcliffe (1764-1823), Mary Shelley (1797-1851), Charlotte Brontë (1816-1855), Emily Brontë (1818-1848) y Daphne du Maurier (1907-1989), autoras respectivamente de obras emblemáticas como “The romance of the forest” (El idilio del bosque), “Frankenstein or the modern Prometheus” (Frankenstein o el moderno Prometeo), “Jane Eyre”, “Wuthering heights” (Cumbres borrascosas) y “Rebecca” (Rebeca).
Conocida principalmente por su maestría en el relato corto y su visión personal de la condición humana, Alice Munro ambientó habitualmente sus historias en pequeñas ciudades rurales de Canadá abordando temas como la identidad, el amor, la traición, el paso del tiempo, los secretos familiares y los conflictos morales. Se declaró admiradora de escritoras como Katherine Anne Porter (1890-1980), Eudora Welty (1909-2001), Carson McCullers (1917-1967) y Flannery O’Connor (1925-1964), con las que, según sus propias palabras, adquirió la sensación de que “las mujeres pueden escribir sobre lo extraño, lo marginal”.


Sus cuentos han aparecido en numerosas oportunidades en revistas como las canadienses “The Canadian Forum”, “Chatelaine”, “Montrealer”, “Queen’s Quarterly”, “Saturday Night”, “Toronto Life” y “Tamarack Review”; las estadounidenses “The New Yorker” y “Atlantic Monthly Redbook”; la británica “Mayfair” y la francesa “The Paris Review”, por citar algunas, y han sido traducidos a trece idiomas. El 10 de octubre de 2013 la Nobelstiftelsen (Fundación Nobel) le otorgó el Premio Nobel considerándola la “maestra del relato corto contemporáneo”. “Es algo maravilloso para mí y algo maravilloso para el cuento" declaró en esa oportunidad luego de que se le otorgara el premio. “El cuento suele minimizarse como algo que la gente hace antes de escribir una novela. Me gustaría que pasara a un primer plano sin ningún tipo de ataduras”. La siguiente entrevista fue realizada por la propia Academia sueca pocos días antes de la entrega del famoso galardón internacional.
 
¿Cómo fueron sus experiencias de escritura en la infancia?
 
Me interesé en leer desde muy temprano porque me leyeron un cuento, de Hans Christian Andersen, que era “La sirenita”. No sé si lo recuerdas, pero es terriblemente triste. La sirenita se enamora de este príncipe, pero no puede casarse con él porque es una sirena. Y es tan triste que no puedo contarte los detalles. Pero bueno, apenas terminé este cuento salí y di vueltas y vueltas por la casa donde vivíamos, en la casa de ladrillo, y me inventé un cuento con final feliz, y pensé que se lo debía a la pequeña sirena. Sentí que había hecho lo mejor que pude, y de ahora en adelante la pequeña sirena se casaría con el príncipe y viviría feliz para siempre, lo que sin duda era merecido, porque había hecho cosas terribles para ganarse el poder y la tranquilidad del príncipe. Había tenido que cambiar sus extremidades. Había tenido que conseguir las extremidades que tiene la gente común y caminar, pero cada paso que daba, ¡un dolor agonizante! Esto es por lo que estaba dispuesta a pasar para conseguir al príncipe. Entonces pensé que merecía algo más que morir en el agua. Y no me preocupé por el hecho de que tal vez el resto del mundo no conociera la nueva historia, porque sentí que había sido publicada una vez que pensé en ello. Así que ahí estás. Ese fue un comienzo temprano en la escritura.
 
¿Nos puede comentar cómo aprendió a contar y a escribir una historia?
 
Inventaba historias todo el tiempo: tenía que hacer un largo camino a pie hasta la escuela y durante ese trayecto generalmente inventaba historias. A medida que crecía, las historias giraban cada vez más en torno a mi persona, como heroína en una u otra situación, y no me importaba que los relatos no aparecieran inmediatamente por el mundo, y ni siquiera sé si pensaba en que otras personas las conocieran o leyeran. Se trataba de la historia en sí misma, en general una historia muy verosímil desde mi punto de vista, con la idea general de la valentía de la sirenita, acerca de su inteligencia, y que era capaz de hacer un mundo mejor, porque saltaba del mar y tenía poderes mágicos y cosas de ese tipo.
 
Cuando empieza una historia, ¿siempre la tiene trazada?
 
Lo hago, pero a menudo cambia. Empiezo con una trama, trabajo en ella, y luego veo que va por otro lado y pasan cosas a medida que escribo la historia, pero al menos tengo que empezar con una idea bastante clara acera de lo que quiero contar.
 
¿Alguna vez dudó, alguna vez pensó que no era lo suficientemente buena?
 
¡Todo el tiempo, todo el tiempo! Tiré más cosas de las que envié o terminé, y eso continuó durante mis veintitantos años. Pero todavía estaba aprendiendo a escribir como quería escribir. No, no fue algo fácil.
 
¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?
 
Nunca creí que eso fuera importante, porque nunca pensé en mí misma como algo distinto a una mujer, y porque había muchas buenas historias sobre niñas y mujeres. Después de la adolescencia se trataba más de ayudar al hombre a satisfacer sus necesidades, etcétera, pero cuando era una niña no tenía ningún sentimiento de inferioridad por el hecho de ser mujer. Y es posible que esto se debiera a que vivía en una región de Ontario en donde las mujeres se encargaban de la mayoría de las lecturas, de contar la mayoría de las tradiciones, ya que los hombres andaban afuera haciendo cosas importantes; no andaban buscando contar historias. Así que me sentía como en casa.
 
¿Qué puede haber de interesante al tratar de narrar la vida de una pequeña ciudad canadiense?
 
Sólo tienes que estar allí. Pienso que cualquier vida puede ser interesante, cualquier entorno puede ser de relevancia; no creo que hubiera podido ser tan valiente de haber vivido en una ciudad y compitiendo con gente a la que por lo general suelen llamarla de un nivel cultural superior. No tuve que enfrentarme a eso. Era la única persona que conocía que escribía historias, aunque no se las contaba a nadie, y, por lo que yo sabía, era la única persona que, al menos durante un tiempo, podía hacerlo en el mundo.
 
¿Cómo le inspiró ese ambiente?
 
No creo que necesitara ninguna inspiración. Pensé que las historias eran muy importantes en el mundo, y quería inventar algunas de estas historias, quería seguir haciendo esto, y no tenía que ver con otras personas, no necesitaba decírselo a nadie. No fue hasta mucho más tarde que me di cuenta de que sería interesante si uno las llevara a una audiencia más amplia.
 
¿Qué es importante para usted cuando cuenta una historia?
 
Obviamente, en aquellos primeros tiempos, lo importante era el final feliz; no toleraba finales infelices, al menos para mis heroínas. Después, comencé a leer cosas como Cumbres borrascosas con finales muy, muy infelices, así que cambié mis ideas por completo y me decanté por lo trágico.
 
Cuando comienza una historia, ¿siempre la tiene estructurada?
 
Lo hago, pero luego suele cambiar. Inicio con una trama, trabajo en ella y después noto que va por otro camino y ocurren cosas que modifican la historia mientras la escribo; pero, en todo caso, tengo que comenzar con una idea bastante clara acerca de lo que trata el relato.
 
¿Qué es lo más difícil cuando se quiere relatar una historia?
 
Creo que probablemente esa parte en la que repasas la historia y te das cuenta de lo mala que es. Ya sabes, la primera parte resulta emocionante, y la segunda también es bastante buena, pero una mañana lo lees todo y piensas “qué tontería”, y es entonces cuando realmente tienes que ponerte a trabajar en ella. Y a mí esta idea siempre me pareció la correcta: si la historia camina mal es por culpa mía, no de la historia.
 
Pero, ¿cómo darle la vuelta si no está satisfecha?
 
Trabajando duro. Aunque intento pensar en una mejor forma de explicárselo: tienes personajes a los que nunca les has dado una oportunidad y estás obligada a considerar hacer algo muy distinto con ellos. En mis primeros años tenía inclinación por una prosa muy florida, y poco a poco aprendí a eliminar gran parte de ella. Así que vas reflexionando y descubriendo cada vez más de qué va la historia que creías haber entendido al principio, aunque en realidad te faltaba comprender muchas cosas sobre ella.
 
¿Cree que ha sido importante para otras escritoras ser amas de casa, el hecho de poder alternar las tareas domésticas con la escritura?
 
Actualmente no podría hablar sobre ello, pero espero que haya sido así. Creo que acudí a otras escritoras cuando era joven y eso me animó mucho, pero no sé si yo he sido importante para otras autoras. No diría que las mujeres lo tienen mucho más fácil, pero ahora es mejor visto que las mujeres hagan algo importante, que no se limiten a hacer el tonto con un jueguito mientras los demás están trabajando, sino que se toman realmente en serio lo de escribir, como lo haría un hombre.
 
¿Qué impacto cree que tiene en alguien que lee sus historias, especialmente en las mujeres?
 
Bueno, busco que mis historias conmuevan a la gente, no me importa si son hombres, mujeres o niños. No sólo quiero que mis historias sean algo sobre la vida que haga que la gente diga: “oh, sí, esto es verdad”, sino que sienta algún tipo de recompensa por lo escrito, y eso no significa que tenga que ser un final feliz ni nada por el estilo, sino simplemente que todo lo que narra la historia conmueva al lector de tal manera que sienta que es una persona diferente cuando sale de ella.
 
¿Usted fue feminista desde muy joven?
 
Nunca conocí la palabra “feminismo”, pero por supuesto que era feminista, porque de hecho crecí en una región de Canadá donde las mujeres podían escribir más libremente que los hombres. Los escritores importantes eran hombres, pero saber que una mujer escribía relatos probablemente la desacreditaba menos que si lo hacía un hombre. Porque no era una ocupación de hombres. Bueno, eso ocurría mucho en mi juventud, no sé si ahora también sea de este mismo modo.
 
¿Ha sido difícil contar una historia verosímil desde la perspectiva de una mujer?
 
No, en absoluto, porque así es mi forma de pensar como mujer y nunca me preocupé por ello. Si alguien leía, eran las mujeres; si alguien tenía una educación, siempre eran las mujeres; pudieron ser maestras de escuela o algo por el estilo y, lejos de estar cerrado para ellas, el mundo de la lectura y la escritura estaba mucho más abierto para las mujeres que para los hombres, ya que los hombres eran granjeros o hacían diferentes tipos de trabajo.
 
¿Por qué sus relatos son tan admirados?
 
Tal vez escribo historias con las que la gente se identifica; tal vez sea por la complejidad y las vidas que presento. Espero que sean una buena lectura. Espero que movilicen a la gente. Cuando me gusta un relato es porque tiene un efecto, porque es un golpe directo al pecho.
 
¿Aún lamenta no haber escrito una novela?
 
Sí, me apena no haber escrito muchas cosas, pero me alegra haber escrito todo lo escribí, ya que cuando era más joven hubo un momento en que existieron muchas probabilidades de que nunca escribiera nada. Estaba demasiado asustada.
 
¿Le gusta la idea de que las jóvenes se inspiren en sus libros y se animen a escribir?
 
No me interesa mucho lo que concluyan mientras disfruten leyendo el libro. Tampoco quiero que la gente encuentre inspiración sino un gran placer. Eso es lo que busco; quiero que la gente disfrute con mis libros, que piense que están relacionados de alguna manera con sus propias vidas. Pero eso de inspirar no me parece lo más importante. Lo que intento decir es que no soy ni pretendo ser una persona política.
 
¿Alguna vez se ha encontrado con períodos en los que no ha podido escribir?
 
Sí. Dejé de escribir, tal vez hace un año, pero eso fue una decisión que fue no querer escribir y no poder, una decisión porque quería comportarme como el resto del mundo. Porque cuando escribes estás haciendo algo que otras personas no saben que estás haciendo, y realmente no puedes hablar de ello. Siempre estás encontrando tu camino en este mundo secreto, y luego estás haciendo otra cosa en el mundo normal. Y ya me estoy cansando de eso, lo he hecho toda mi vida, absolutamente toda mi vida. Cuando me encontraba con escritores que eran, en cierto modo, más académicos, me ponía un poco nerviosa, porque sabía que no podía escribir de esa manera, que no tenía ese don.

12 de noviembre de 2024

La desgarradora situación actual de la Argentina (2/2)

En medio de la disminución sin signos de repunte del crecimiento del Producto Bruto Interno mundial, según el informe publicado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) a principios del corriente año, para la cual la economía mundial está “volando a velocidad de estancamiento” y los bancos centrales “dan prioridad a la estabilidad monetaria a corto plazo frente a la sostenibilidad financiera a largo plazo” -lo que implica una “continua desatención al aumento de la desigualdad”-, el presidente argentino con la ignominiosa complicidad de muchos senadores y diputados de la “oposición” más la sempiterna inoperancia de los jueces de la Corte Suprema de Justicia, prioriza el achicamiento del Estado y favorece la expoliación de los recursos naturales, la logística del transporte y la actividad industrial por parte de las grandes corporaciones multinacionales. Cerca de una veintena de ellas duplicaron su rentabilidad en un año mientras quebraron más de diez mil pequeñas y medianas industrias y se perdieron más de doscientos mil puestos de trabajo registrados en unidades productivas.
Hace poco más de tres siglos y medio atrás se publicaba póstumamente “Pensées” (Pensamientos), una recopilación de las numerosas notas que el filósofo y matemático francés Blaise Pascal (1623-1662) había escrito a durante su corta vida. Entre ellas podían leerse reflexiones como “no es necesario que el pueblo perciba la verdad de la usurpación. Introducida en otro tiempo sin razón, se ha vuelto razonable y conviene mostrarla como auténtica, eterna, y ocultar su comienzo si no se quiere que llegue rápidamente a su fin”. Y sobre los seres humanos pensaba que el egoísmo, el orgullo, la vanidad, la aversión a la verdad, la cobardía, el miedo eran muchas de sus condiciones. Tantos años después, estos adjetivos podrían aplicarse taxativamente a buena parte de la población argentina cuyas preferencias electorales oscilan entre el nacionalismo, el populismo o el liberalismo -todos, en mayor o menor medida, cleptócratas- mientras busca la manera de sobrevivir del modo que sea, cueste lo que cueste. Esto nos remite al personaje central de la novela “El farmer” del escritor argentino Andrés Rivera (1928-2016): “Demoré una vida en reconocer la más simple y pura de las verdades patrióticas: quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos”.
Mientras un discurso plagado de insultos, embustes e hipocresías busca ocultar que la Argentina tiene una de las inflaciones más altas del mundo, que más de la mitad de sus habitantes son pobres, que cada día un millón de niños y niñas se van a dormir sin cenar, que esa cifra se eleva a un millón y medio si se incluyen a aquellos que se saltean alguna de las comidas durante el día, que el empleo informal asciende al 50% y que el país está más que nunca esclavizado financiera y económicamente por una monstruosa deuda externa, el fenómeno de la corrupción es cada día más desmesurado, una aberración que además de enriquecer a los burócratas en lo individual tiene un efecto social profundamente perverso. Pero esto no parece ser tenido en cuenta por los argentinos, quienes lo toman como algo “natural” ya existen antecedentes desde la época de la colonización española y no son pocos los mandatarios que fueron denunciados en su momento por actos de corrupción.
Tenía razón el dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616) cuando allá por 1611 ponía en boca de Ariel, uno de los personajes de su tragicomedia “The tempest” (La tempestad): “El Infierno no existe. Todos los demonios están aquí”. Si el autor de obras inmortales como “Romeo and Juliet” (Romeo y Julieta), “The merchant of Venice” (El mercader de Venecia) o “A midsummer night's dream” (El sueño de una noche de verano) viviese hoy en Argentina, ante las frecuentes preguntas que suelen hacerse muchos analistas políticos, periodistas e incluso mucha gente común y corriente en cuanto a si el mandatario actual es un genio o un demente, un ecuánime o un mitómano, un reflexivo o un desenfrenado, un mesías o un diablo, seguramente elegiría como respuesta las segundas opciones de cada pregunta. Cuando el presidente, un vulgar predicador mesiánico, promete volver a convertir a la Argentina en una potencia mundial con sus medidas, vale la pena recordar al filósofo alemán Georg Lichtemberg (1742-1799), quien en una de sus sentencias que fueron publicadas mucho tiempo después de su fallecimiento bajo el título “Aphorismen” (Aforismos), manifestó: “Daría cualquier cosa por saber verdaderamente en provecho de quién se han realizado los actos que se proclama haber hecho por la patria”.


Es evidente que existía un hartazgo creciente con la política en una gran cantidad de argentinos que, sumidos en una sensación de fracaso colectivo, optaron por ensayar un salto al vacío en las últimas elecciones. Ante la continuidad de los privilegios de las elites gobernantes, algo que generó cada vez más irritación, buena parte de la sociedad votó por un personaje autoritario que, acompañado por funcionarios con funestos antecedentes, ni bien tomó el poder llevó adelante un recorte de los servicios públicos, una reducción de los subsidios a la energía y el transporte, la minimización de los planes sociales, la suspensión de las obras públicas, la cancelación del envío de alimentos a los comedores y merenderos comunitarios, un recorte a las políticas de género y derechos humanos, el desfinanciamiento y cierre de instituciones culturales, una política de manos libres para las fuerzas de seguridad, etc. etc. Y mientras prometía en sus discursos “sacar a patadas en el culo” a la “casta política”, a esos “ladrones que nos están arruinando la vida”, contrató a decenas de tuiteros y familiares de funcionarios, muchos de ellos sin experiencia ni estudios que respaldasen sus contrataciones, y a algunos miembros asociados al portal “La Derecha Diario”, a los que el Estado les paga suculentos salarios.
Y a todo esto, ¿qué hacen los partidos políticos de izquierda? ¿Están promoviendo una lucha vanguardista contra el sistema? No, de ninguna manera, ahí están, integrado al corrupto sistema político jugando con soltura el juego parlamentario. ¿Y los sindicatos?, ahí están también, siempre en manos de burócratas que, ocultándose tras discursos altisonantes, solapadamente promueven una política conciliatoria con el régimen con el fin de proteger sus privilegios. ¿No están ni los unos ni los otros buscando conformar una fuerza social con capacidad de establecer los gérmenes de un nuevo poder político en la sociedad, un poder alternativo al poder prevaleciente? Pues no, es más que evidente que las fuerzas de la izquierda tradicional y los sindicatos son claramente incapaces de organizar una oposición sólida contra el poder de las elites dominantes.
Habría que preguntarles a todos estos dirigentes si es muy utópico pretender una sociedad más justa en la que el diálogo y no el soliloquio actúe como fuente de comprensión, en la que los ciudadanos encuentren la felicidad en la humildad y la modestia, en la que se deje de despreciar los pobres o a quienes tienen otro color de piel, en la que se abandone la idea de la meritocracia como fundamento para la distribución de bienes y beneficios basada en el talento y el esfuerzo individual, en la que las personas dejen de estar regidas por el condicionamiento psicológico que imponen las redes sociales, en la que la solidaridad, la equidad y la justicia sustenten las relaciones sociales, tanto en el ámbito privado como en el público, en fin… ¿O todo esto no es más que una quimera dentro de lo efímero y fugaz de la vida? El escritor e historiador argentino Osvaldo Bayer (1927-2018) escribió en 1997 “Nuestra responsabilidad ante la utopía”, uno de los artículos que forman parte de “En camino al paraíso”. En él afirmó: “Así de sencillo es la utopía: sentarnos a discutir todo aquello que se nos impuso en nombre de la autoridad y la propiedad, que nos ha llevado a guerras, torturas, regímenes de esclavitud y a la absoluta obscenidad de las fortunas multimillonarias y su correlato de millones de hambrientos que mueren todos los años. Terminar con aquello pérfido de que ‘la política es el arte de lo posible’, sino que el único futuro está en la lucha por lo que se cree imposible. Eso es la utopía. Si logramos dar diez pasos de aproximación a ella, ya justificaremos nuestro viaje por la vida”.
Pero, dejando de lado estas divagaciones y volviendo a la realidad, resulta más que evidente que la política predominante en la Argentina está actuando a favor del sector financiero y vulnera la esfera productiva y la generación de empleo. Los resultados están a la vista de todos: se desplomó la venta y el consumo de alimentos y medicamentos, aumentó enormemente la cantidad de personas que viven a la intemperie en situación de calle, los contenedores con desperdicios de hortalizas y frutas del Mercado Central se convirtieron en una fuente de comida para muchas familias, se incrementó considerablemente el número de robos y hurtos, se intensificó de manera palpable a simple vista el mal humor social, se agravó el panorama para las economías regionales, se produjo una destrucción impactante del sector de la construcción, los salarios registrados cayeron en términos reales, la recesión es mucho más abrupta de lo que esperaba el dichoso mercado, la principal fuerza de la oposición sigue a la deriva sin aparecer, en fin, la crisis es profunda. Más si se tiene en cuenta que el presidente, según sus propias palabras, está librando una “batalla cultural” con el fin de presentar su visión de la política y la economía como algo natural, inevitable y beneficiosa para todos.


Y hablando de la lucha por la prevalencia de ciertos valores y normas en una sociedad, la llamada “batalla cultural”, no fue casual que el funesto jerarca que pretende desmantelar el Estado aceptase gustoso la invitación que le hiciera el líder del partido político español de ultraderecha Vox, Santiago Abascal (1976), a concurrir al acto “Europa Viva 24” que se realizó en el Palacio de Vistalegre de Madrid en mayo de este año con el propósito de lanzar la campaña a las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarían el mes siguiente. Ante la asistencia, tanto presencial como digital, de dirigentes de la ultraderecha europea e internacional como el primer ministro de Hungría Viktor Orbán (1963), el presidente de la American Conservative Union de Estadios Unidos Matt Schlapp (1967), la líder del partido francés Rassemblement National Marine Le Pen (1968), la dirigente del partido italiano Fratelli d'Italia Giorgia Meloni (1977) y el presidente de Chega!, el partido político portugués de extrema derecha, André Ventura (1983), entre otros, muy suelto de cuerpo el adalid libertario expresó: “En algún momento de la primera mitad del siglo XIX, la dirigencia política se enamoró del Estado, abandonó las ideas de la libertad y las reemplazó por la doctrina de la justicia social, que atenta directamente contra la libertad y la propiedad del individuo. Ahí comenzó el siglo de humillación argentina, cien años de decadencia en los que se rompieron, una y otra vez, todas las reglas básicas de la economía para sostener el afán de los políticos de gastar lo que no tenemos. Bajo el delirante pretexto de donde hay una necesidad nace un derecho, Argentina vivió permanentemente con déficit fiscal, con permanente crecimiento del gasto público”.
Y con total desvergüenza y oscurantismo concluyó su exposición: “Mientras el socialismo destruía la Argentina, el capitalismo del libre mercado, literalmente, salvaba al mundo. ¿Qué quiere decir esto? Que cuanto más avanzó el capitalismo, la riqueza se incrementó cada vez a mayor velocidad. Parece que no entienden que la justicia social siempre es injusta, porque implica un robo, porque implica un trato desigual frente a la ley. En todo caso, ahora que soy presidente, mi responsabilidad por librar la batalla cultural es, aún, mucho mayor, porque lo que hago y digo tiene un efecto más grande. Y dar la batalla cultural no es sólo moralmente correcto, sino que, además, es necesario para el éxito de cualquier programa de gobierno liberal o libertario, para que las políticas que implementen sean duraderas y para que en el futuro sean los propios ciudadanos lo que defiendan su libertad y no se dejen pisotear nuevamente por los socialistas”.
Más allá de que la Argentina a lo largo de sus más de doscientos años de historia nunca fue conducida por un gobierno socialista (los “zurdos de mierda”, como los califica el presidente libertario), semejantes conceptos se relacionan con el sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), quien afirmaba en sus “Quaderni del carcere” (Cuadernos de la cárcel) que la hegemonía cultural no debía percibirse como inevitable sino como una construcción artificial e instrumento de dominación de clase; o con el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002), quien en “La reproduction. Éléments pour une théorie du système d’enseignement” (La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza) llamó “violencia simbólica” al método utilizado por la clase dominante para que la dominación social fuese aceptada como válida y universal. Y claramente, ni Gramsci ni Bourdieu eran liberales o anarcocapitalistas, ni tampoco proponían conseguir esa preponderancia con violencia, tal como hace el presidente mandando a reprimir manifestaciones pacíficas con palazos, gas pimienta y balas de goma.
Ante estas circunstancias vale la pena recordar al escritor y filósofo francés Albert Camus (1913-1960) quien en su ensayo “Le mythe de Sisyphe” (El mito de Sísifo) hablaba sobre el carácter absurdo de la existencia en el mar de incongruencias en el que habitaban las personas, y consideraba que no había castigo más terrible que vivir en un mundo inútil y sin esperanza; o al psicólogo austríaco Sigmund Freud (1856-1939) cuando en su ensayo “Totem und tabu. Einige überinstimmungen im seelenleben der wilden und der neurotiker” (Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos) hablaba sobre la fragilidad humana para admitir la realidad, algo que en muchos argentinos parece ser una condición innata. Por algo hace casi un siglo atrás el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) en su novela “Los lanzallamas” enfatizaba: “En realidad, uno no sabe que pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches. Es evidente que en ambos casos ya es hora de cambiar: que los honestos reaccionen para que los corruptos dejen de gobernar”.