El próximo domingo 26 de octubre
se celebran en todo el país las elecciones legislativas nacionales 2025, en las
que se renovará la mitad del Congreso de la Nación. Ese día se elegirán veinticuatro
senadores nacionales y ciento veintisiete diputados que ocuparán sus bancas en
el Parlamento. Dada la proximidad de este evento, ya pueden verse y escucharse
en los medios periodísticos numerosas propuestas de parte de los candidatos.
Están los que prometen promover la eficiencia, la transparencia, la meritocracia,
el esfuerzo personal, el respeto por las normas y la honestidad en la
administración de los recursos públicos; los que dicen que van a impulsar
proyectos para alcanzar una sociedad pujante y moderna que marque el camino de
crecimiento que lleve a los argentinos a sentirse orgullosos de pertenecer a
una potencia mundial; los que aseguran que van a impulsar el fortalecimiento de
la democracia y el sistema republicano, la consolidación de las instituciones,
el respeto a la división de poderes, el desarrollo económico, la independencia
de la justicia, la calidad de la educación, la solidaridad social y la
felicidad personal de los habitantes de la Argentina; los que manifiestan que
van devolverle a la gente un horizonte de esperanza ya que, para los argentinos,
la tarea más importante es la capacidad de realización; los que declaran que
van a usar trapo y lavandina para terminar con la mugre de la corrupción; los
que afirman que buscan el progreso y el desarrollo como realización humana y
material en una sociedad donde la ley sea justa para todos; los que garantizan
que, con sus leyes, van a lograr una comunidad en donde reine la armonía, la
sana convivencia y la seguridad para que la vida y la libertad sean valores
supremos…
También están los que, desde las coaliciones de izquierda, hacen propuestas más reformistas y populares, prometiendo romper con el FMI, el Banco Mundial y los demás organismos financieros internacionales; estatizar bajo el control de los trabajadores y usuarios a los laboratorios, droguerías y servicios estratégicos para terminar con los negociados; apoyar a los pequeños productores y chacareros y hacer que los grandes estancieros y las agroexportadoras paguen más retenciones; elevar las jubilaciones y los salarios mínimos hasta cubrir el costo de la canasta familiar; equiparar los salarios de los funcionarios públicos con los de un o una docente; recuperar el petróleo, el gas, la minería y los demás recursos naturales mediante su nacionalización; anular los tarifazos en los servicios públicos; embargar los bienes personales de los culpables de delitos de corrupción; terminar con la burocracia sindical que no defiende a los trabajadores, etc. etc. Proyectos todos ellos que suenan mucho más atractivos que los anteriores, pero que, a simple vista y repasando un poco la historia, tras la irrupción del peronismo como movimiento que representa a los sectores populares, sus ofertas tienen muy poco arraigo en el electorado argentino. Y, además, al igual que los otros candidatos, tampoco dicen como conseguirán implementar todas sus propuestas, las que, a fin de cuentas, no son más que fantasías. Tal vez son como las que Jorge L. Borges (1899-1986) llamaba “fantasías puras” en “Otras inquisiciones”, diciendo que eran “las mejores” porque no buscaban “justificación o moralidad”. En fin, promesas y más promesas.
También están los que, desde las coaliciones de izquierda, hacen propuestas más reformistas y populares, prometiendo romper con el FMI, el Banco Mundial y los demás organismos financieros internacionales; estatizar bajo el control de los trabajadores y usuarios a los laboratorios, droguerías y servicios estratégicos para terminar con los negociados; apoyar a los pequeños productores y chacareros y hacer que los grandes estancieros y las agroexportadoras paguen más retenciones; elevar las jubilaciones y los salarios mínimos hasta cubrir el costo de la canasta familiar; equiparar los salarios de los funcionarios públicos con los de un o una docente; recuperar el petróleo, el gas, la minería y los demás recursos naturales mediante su nacionalización; anular los tarifazos en los servicios públicos; embargar los bienes personales de los culpables de delitos de corrupción; terminar con la burocracia sindical que no defiende a los trabajadores, etc. etc. Proyectos todos ellos que suenan mucho más atractivos que los anteriores, pero que, a simple vista y repasando un poco la historia, tras la irrupción del peronismo como movimiento que representa a los sectores populares, sus ofertas tienen muy poco arraigo en el electorado argentino. Y, además, al igual que los otros candidatos, tampoco dicen como conseguirán implementar todas sus propuestas, las que, a fin de cuentas, no son más que fantasías. Tal vez son como las que Jorge L. Borges (1899-1986) llamaba “fantasías puras” en “Otras inquisiciones”, diciendo que eran “las mejores” porque no buscaban “justificación o moralidad”. En fin, promesas y más promesas.
El acercamiento de China a América Latina y el Caribe es algo que inquieta desde hace más de diez años a la Casa Blanca, la que ha tomado medidas de diverso tono en los países de la región para tratar de frenar la creciente influencia de Beijing. Porque lo que Estados Unidos está buscando es recuperar esta región como su patio trasero y poder explotar sus riquezas naturales en su propio beneficio. Sin embargo, las políticas del presidente Trump hacia el sur del río Grande, en ocasiones está generando el efecto contrario y no hace más que abrirle nuevas oportunidades al gigante asiático. Por eso las tácticas del presidente neofascista-imperialista se centran en la injerencia en las elecciones regionales para tratar de instalar gobiernos afines, por un lado, y por otro lado ejercer cada vez más una presión económica mediante la aplicación de sanciones, bloqueos financieros y operaciones de desestabilización política en alianza con algunas burguesías locales. ¿Alguno de los candidatos dice en sus propuestas cómo afrontar esta problemática? ¿Alguno dice cómo defender la soberanía e independencia del país? Porque se trata de un combate por la dignidad, por un futuro en el que los argentinos decidan su destino sin imposiciones externas, sin chantajes financieros. Porque es más que evidente que, amparados por los personalismos y los sectarismos de la gran mayoría de la dirigencia política, hoy muchísimos argentinos sufren en su vida diaria las consecuencias del fracaso de la globalización neoliberal y de los cantos de sirena del presidente anarco-capitalista, quien está convirtiendo al país en una nación cada vez más plebeya al imponer una derecha cavernaria sustentada sobre las debilidades tanto de las coaliciones opositoras como las de los ciudadanos.
Ahora bien, ante la proximidad de las elecciones legislativas, al ver y escuchar las promesas sustentadas en frases trilladas y pomposas de todos los candidatos, resulta ineludible recordar las famosas “Aguafuertes porteñas” que el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) publicara semanalmente hace casi un siglo atrás en el diario “El Mundo”. Por entonces la Argentina vivía una situación social marcada por el colapso económico internacional producto de la caída de la bolsa de valores de Nueva York en octubre de 1929, y la etapa conocida como “década infame” que comenzó en septiembre de 1930 tras el golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen (1852-1933). Fue un período histórico turbulento en el que prevalecieron el fraude electoral, las intervenciones federales a las provincias, la persecución a los opositores, la tortura a los detenidos políticos y la proliferación de los negociados, situaciones todas ellas generadas por la influencia y participación, en los sucesivos gobiernos fraudulentos, de grupos militares de tendencias fascistas que terminaron de asentarse en 1945 de la mano del general Juan D. Perón (1895-1974) en una variante atenuada pero en definitiva fascistoide.
Fue en ese ambiente que nació “Argentina. Periódico de arte y crítica”, una publicación dirigida por Cayetano Córdova Iturburu (1902-1977) en la cual colaboraron, entre muchos otros, Macedonio Fernandez (1874-1952), Ricardo Güiraldes (1886-1927), Raúl González Tuñón (1905-1974), Ulyses Petit de Murat (1907-1983) y el ya mencionado Roberto Arlt. En un artículo aparecido en el primer número, Córdova Iturburu decía sin ambages: “El espíritu burgués -que en realidad no es otra cosa que carencia de espíritu- es el mal de nuestro país. El mundo sufre en estos momentos las convulsiones de una quiebra. Y la culpa de esa quiebra debe adjudicarse, sin titubeos, al burgués. El burgués ha hecho de la política un negocio, del arte un negocio, de la religión un negocio, de la vida un negocio. El burgués ha convertido la organización social y la estructura económica en una forma de satisfacer sus apetitos con impunidad y ha hecho de las armas y de la religión garantías de su impunidad”. La dureza de este discurso originó que sólo apareciesen tres números de la revista durante los dos primeros años de la “década infame”.
En medio de ese ambiente dominado por la oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial, y en el que también participaron activamente algunos sectores del movimiento estudiantil y organizaciones fascistas, el autor de recordadas novelas como “El juguete rabioso”, “Los siete locos” y “Los lanzallamas” publicó la “aguafuerte” titulada “¿Quiere ser usted diputado?”, la que hoy en día, dada la época electoralista que vive la Argentina, tiene una excepcional vigencia. Algunos de los párrafos más sobresalientes de dicha “aguafuerte” decían: “Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes: ‘Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre’. La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos eran ‘honestos’. Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta. Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que ‘el país necesita gente honesta’. No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de ‘honradez’. En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un sólo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias. Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso. Creo que sería de un éxito definitivo”.
El texto del discurso dice así: “Señores: aspiro a ser diputado porque aspiro a robar en grande y a ‘acomodarme’ mejor. Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado. Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores. En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino ‘evolutivamente’. Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de vender el país por un plato de lentejas, créanlo... prefiero ser honrado. Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado. Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar”.
Y agregó: “Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré el Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines... ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ‘ipso facto’ a mi candidatura... Piénsenlo, aunque sea un minuto señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un gran ladrón. Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán qué performance tengo, verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina... Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamento en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia. Señores... con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República”.
Si bien este irónico texto fue escrito en la década del ’30 del siglo pasado, es notoria su vigencia en la actualidad. Es imprescindible para los argentinos no negar la realidad porque hacerlo puede convertirse en el causante de desgracias. Basta con ver lo sucedido en las últimas décadas cuando las políticas que entusiasmaron a muchísimas personas, no se adaptaron a la realidad, provocó desastres y les destruyó la esperanza y las arrastró a la miseria. En fin, volviendo a octubre de 2025, en medio de la eclosión política y financiera del gobierno libertario, se presentan como candidatos a legisladores -representando a partidos que no son más que coaliciones improvisadas-, personajes con funestos antecedentes muchos de los cuales fueron denunciados penalmente por malversación de fondos públicos y defraudación en perjuicio del Estado, por enriquecimiento ilícito y vínculos con el narcotráfico, por la posesión de sociedades en paraísos fiscales y por el enriquecimiento mediante mecanismos poco transparentes de contratación. Esto por citar sólo a algunos de los candidatos en las próximas elecciones legislativas en los veinticuatro distritos del país. Probablemente los haya honestos, pero, a medida que pasa el tiempo, la ciudadanía desconfía cada vez más de ellos, lo que se percibe tanto en las encuestas como en el ausentismo electoral. A lo mejor, si los candidatos se apoyan en la sugerencia de Arlt, les vaya un poco mejor.