En su "Dictionnaire du surréalisme" (Diccionario del surrealismo), el ensayista francés Jean Paul Clébert (1926) explica que el comienzo del siglo XX "significó en la literatura europea y, particularmente, en la francesa, el predominio del simbolismo como expresión continuadora de los viejos temas y formulas del romanticismo. Pero paralela a esta conducta espiritual que se mueve según el impulso emocional del pasado, el positivismo y la filosofía del progreso implican una radical corroboración de las potencias intelectuales del hombre. El artista contemporáneo vacila entre ambas corrientes y del predominio de una de ellas surge la nota distintiva de su obra". Para el padre de la sociología formalista alemana Leopold von Wiese (1876-1969) en su obra "Soziologie. Geschichte und hauptprobleme" (Sociología. Historia y problemática), frente al proceso social "el individuo opta por dos comportamientos opuestos. O se integra al proceso colectivo, a sus particulares modos de vida, a sus instituciones consagradas, y opera de ese modo un proceso sociológico de asociación o, por el contrario, se desintegra de la comunidad, se segrega de su estilo vital, rechaza la legitimidad de sus instituciones tradicionales y opera, entonces, un proceso sociológico de disociación. Entre ambos procesos, sin embargo, media un tercero que participa de los dos anteriores; por una parte, el individuo asume la responsabilidad que surge de su condición de actor social, acepta y ratifica el orden comunitario, impulsa los aspectos a los que adhiere y, por otra parte, advierte sus errores y desajustes y, en ese sentido, niega su colaboración, declina su responsabilidad y adopta una actitud crítica y combativa". Este tercer proceso de la sociología definido por von Wiese es el que caracteriza y define claramente el comportamiento del escritor surrealista frente a la sociedad de su tiempo, y fue, justamente, el adoptado por Guillaume Apollinaire y los otros escritores surrealistas.
"Casi sin excepción -dice Clébert- los protagonistas del movimiento surrealista se rebelan y rechazan la sociedad de su tiempo porque la saben inconmovible o, así al menos, lo creen. Su actitud comporta la realización de un acto gratuito, una pura libertad del espíritu sin consecuencias para el orden social que niega. Y el movimiento surrealista ha tenido plena conciencia de ello. En el fondo, se trata de una situación de clase social que permite la rebeldía sin menoscabo del destino personal de cada escritor. De antemano sabe que su negación y condenación carecerán de eficacia. El abandono de sus principales protagonistas de las corrientes políticas de izquierda a las que en un primer momento prestaron su adhesión, es una prueba clara y terminante de la inconsecuencia del movimiento. El surrealismo presume -sociológicamente- una irresponsabilidad. Aunque su subversión haya sido bella y provechosa para la literatura de nuestro tiempo".
Según su biógrafo norteamericano, Francis Steegmuller (1906-1994) en "Apollinaire. Poet among the painters" (Apollinaire. Un poeta entre pintores), este conflicto está presente en la poesía de Apollinaire: "Su abandono parcial de los ritmos clásicos, de la rima perfecta; la ausencia total de puntuación, la libertad de su temática, el uso y el abuso del lenguaje, son libertades que no exceden totalmente las normas literarias. La absoluta libertad creadora sólo está en germen en la obra de Apollinaire. En él, su capacidad de lirismo, su afán de modernidad, su ancha avidez sensual, su otoñal melancolía, le prefiguran como la síntesis cabal de una época y de una sociedad cuyo conflicto ha expresado en una obra poética de prolongada perdurabilidad".
Como quiera que sea, la aventura emprendida por Apollinaire fue determinante. El y su círculo de amigos, los pintores Henri Rousseau (1844-1910), Marc Chagall (1887-1985), Marcel Duchamp (1887-1968); el compositor Erik Satie (1866-1925); los escritores Alfred Jarry (1873-1907), Max Jacob (1876-1944) y Gertrude Stein (1874-1946) marcaron una época irrepetible.
Precisamente esta última dedicó un capítulo de sus memorias tituladas "The autobiography of Alice B. Toklas" (Autobiografía de Alice B. Toklas) que publicara en 1933 a la figura de Apollinaire:
Picasso parecía entonces un matador seguido por su cuadrilla, o mejor Napoleón seguido por cuatro fornidos granaderos. Derain y Braque eran hombres fuertes y de muy buena estatura, Guillaume Apollinaire también y de Salmon no se podía realmente afirmar que fuera débil. Picasso se comportaba verdaderamente como el líder, el jefe de todos ellos. En aquellos días, Apollinaire y Salmon vivían en Montmartre. Salmon era un hombre de carácter alegre y muy vital: un tipo interesante. Aún cuando sentíamos simpatía hacia él, quien nos fascinaba y nos maravillaba era Apollinaire.En la época que lo conocimos, Guillaume había desconcertado a todo París al retar a duelo a otro escritor. Pablo lo contó entre explosiones de risa y con tanto argot de Montmartre que siempre quedó en nuestro recuerdo de forma vaga, casi de sueño. Lo importante es que Apollinaire desafió al otro y que Max Jacob fue designado su padrino. Guillaume y su adversario se quedaron cada cual en el café que solía frecuentar, mientras los padrinos corrían por París por gestiones y entrevistas...El final de la historia también está vigorosamente archivado en nuestra memoria, pero lo cierto es que no hubo duelo. Lo divertido fueron las notas que los padrinos enviaron a sus patrocinados. En cada una de estas cartas se dejaba constancia que los padrinos durante las conversaciones que mantuvieron por detalles del duelo, en tal o cual bar, habían tomado café. Se suscitó la cuestión de saber en qué circunstancias estaban los padrinos obligados, ineludiblemente obligados, a tomarse un cognac con el café. Y también cuántos cafés habían tomado, durante aquel tiempo, en el caso de que no hubieran actuado como testigos. Eso provocó muchas polémicas y muchas más consumiciones. El asunto duró muchos días, quizá semanas y meses y se ignora quién pagó o si hubo alguien que pagara. Era público y notorio que Apollinaire se resistía siempre a pagar, incluso las más ínfimas cantidades. La historia de ese duelo fue verdaderamente apasionante.Apollinaire era un hombre muy atractivo. Tenía cabeza de emperador romano de los últimos tiempos del Imperio. Su hermano, de quien oíamos hablar siempre, trabajaba en un banco, por lo que vestía con cierta corrección. Cuando algunos de los bohemios habitantes de Montmartre, tenía que ir a algún lugar en que por fuerza se debían respetar las convenciones sociales acerca de la ropa, ya para un trámite oficial, o para una reunión de alto nivel, todos sabían que el habitante de Montmartre en cuestión llevaba la ropa del hermano de Apollinaire.
El era brillante, extraordinariamente brillante, sea cual fuere el tema que abordara, a poco que supiera de él, y hasta sin saber nada de él, comprendía inmediatamente el núcleo del asunto y lo desarrollaba con ingenio y fantasía, llegando a conclusiones mucho más avanzadas que aquellas a las que pudiera llegar los eruditos en la materia, y lo asombroso era que sus conclusiones resultaban impecables. En una ocasión, bastantes años más tarde, en que cenábamos con los Picasso, logré derrotar a Guillaume en una discusión, lo que me dejó muy satisfecha. Pero jamás hubiera logrado mi triunfo si Apollinaire no hubiera estado terriblemente borracho. Sólo en ese estado se lo podía derrotar en el campo de la dialéctica...
¡Pobre Guillaume! Lo vimos por última vez cuando regresó a París desde el frente de guerra. Tenía una herida en la cabeza, a consecuencia de la cual tuvieron que quitarle un hueso del cráneo. Estaba magnífico con su uniforme azul horizonte y la cabeza vendada. Almorzó con nosotros y charlamos largamente. Parecía cansado y movía constantemente la cabeza. Estuvo todo el tiempo muy serio y solemne... casi solemne. No lo volvimos a ver. Poco después, Olga Picasso nos dijo que Guillaume Apollinaire había muerto la noche del Armisticio, que estuvieron con él toda la tarde, que hacía calor y las ventanas estaban abiertas y que la multitud que pasaba por la calle gritaba: "¡Abajo Guillaume!" refiriéndose a Guillermo, el Emperador de Alemania, y como todo el mundo llamaba Guillaume a Apollinaire, esta gritería amargó mucho su agonía.Apollinaire se había comportado como un héroe. Por ser extranjero, hijo de padre probablemente italiano y de madre polaca, no tenía obligación de incorporarse voluntariamente a las filas. Era hombre para las lides de la literatura y gozador de la buena mesa y pese a todo fue voluntariamente a la guerra. Primeramente lo enrolaron en artillería. Entonces se consideraba que la artillería no era tan peligrosa, ni comportaba una vida tan dura como la infantería. Pero él consideró que se aburría mucho en los cuadros de artillería y que no era todo lo expuesto que él quería y solicitó el traslado a infantería. Allí fue herido durante un asalto.
Pasó una larga temporada en hospital, luego mejoró un poco de la lesión, fue entonces cuando lo vimos. Después murió, el día del Armisticio. La muerte de Apollinaire, precisamente en ese día, tuvo gran importancia para todos sus amigos, además de la que comportaba el dolor de su pérdida. Fue entonces, después de la guerra, cuando las cosas comenzaron a cambiar, y se produjo la desunión de muchos grupos. Guillaume hubiera sido un vínculo unificador, ya que tenía la virtud de mantener unida a la gente, pero al morir cada cual se fue por su lado.Apollinaire, con sus textos libertinos, fue uno de los grandes provocadores de un tiempo en el que la burguesía aún se escandalizaba. Su corta vida no le impidió participar en todas las polémicas artísticas de la época y dejar escrita una bibliografía de referencia obligada tanto para el estudio de las vanguardias como para el de las letras francesas.