3 de junio de 2009

Del cuento fantástico y sus precursores (2)

Ana María Barrenechea (1913), filóloga, lingüista y crítica literaria argentina, se pregunta en "La literatura fantástica en Argentina", su ensayo de 1957: "¿Dónde está lo fantástico? -y responde-: lo fantástico es un modo de presentar los hechos. Un texto se vuelve fantástico cuando en él las contradicciones entre el mundo imaginario y el mundo real salen a la super­ficie y se vuelven conflictivas. Lo fantástico nace del choque entre lo posible y lo impo­sible. Este imposible lo es porque no responde a una causa que se pueda explicar con la lógica de nuestro razona­miento cotidiano ni con creencias religiosas, ni con prin­cipios científicos. Por estar estructurado sobre la contradicción, lo fantás­tico dice lo que no se puede decir e introduce lo que no puede ser en un mundo natural".
El mundo fantástico es el mundo de lo imposible que se vuelve posible; de lo informe que toma forma; de lo invisible que se ve; de lo indecible que se dice; de lo desconocido que se vuelve conocido; de lo irreal que se vuelve real o viceversa en todos los casos. En ese mundo, el del relato fantástico, el rol del narrador es pertur­bador y contribuye a reforzar la incertidumbre porque en general hace que no se pueda confiar en lo que se dice ni en lo que se ve dentro del relato. Su visión -o la de los personajes- aparece distorsionada por lentes deformantes (espejos y también cristales, vidrios o aperturas que funcionan como medio de transporte a un mundo que no es éste). En ese contexto, el espacio y el tiempo también juegan un rol importante: el espacio suma otra dimensión donde los contrarios pueden coexistir y el tiempo cronológico pierde su secuencia de pasado, presente y futuro, y tiende a la suspensión en un presen­te eterno.
El escritor Italo Calvino (1923-1985) nacido en Cuba de padres italianos emigrantes, se inició como narra­dor dentro del neorrealismo entonces impe­rante en Italia. Su expe­riencia de militante antifascista quedó plasmada en sus primeras experiencias narrativas. Combinando su actividad literaria con la periodística, trabajó en "L'Unitá", "Il Politecnico" y "Rinascita", y fue director de la revista "Il menabo di letteratura". Su incursión en el realismo fantástico a tra­vés de la trilogía denominada "I nostri antenati" (Nuestros antepasados) compuesta por "Il visconte dimezzato" (El vizconde demediado), "Il barone rampante" (El barón rampante) e "Il cavalieri inesistente" (El caballero inexistente), escrita entre 1952 y 1959, consolidó su fama universal.
La original mezcla de fantasía, curiosidad científica y especulación metafísica presente en la obra de Calvino es producto de su búsqueda de una escritura objetiva con la que definir la condición del hombre contemporáneo sumergido en un mundo complejo y cada vez más difícil de entender. De allí su interés por la narración fantástica, que pueda ser leída en diferentes niveles interpretativos, y la publicación en 1965 de "Le cosmicomiche" (Las cosmicómicas), un libro que reúne doce narraciones breves que, mezclando lo fantástico con las pasiones terrenales, se remontan a una era anterior, en la que se vive en un ambiente en donde lo inverosímil es aceptado como algo natural que podría sucederle a cualquiera.
Extendiendo su predilección por el género, en 1983 Calvino compiló bajo el título "Racconti fantastici dell'Ottocento" (Cuentos fantásticos del siglo XIX)- los relatos de veintiséis maestros del género fantástico. La obra se presentó en dos tomos: la primera parte de la antología, "Fantastico visionario" (Lo fantástico visionario), reúne cuentos de Honoré de Balzac, Victor Philaréte Chasles, Joseph von Eichendorff, Théophile Gautier, Nikolai Gógol, Nathaniel Hawthorne, Ernst T.A. Hoffmann, Sheridan Le Fanu, Prosper Mérimée, Gérard de Nerval, Jan Potocki y Walter Scott. En la segunda, titulada "Fantastico quotidiano" (Lo fantástico cotidiano), congregó a los escritores Hans Christian Andersen, Ambrose Bierce, Charles Dickens, Villiers de l'Isle Adam, Henry James, Rudyard Kipling,Vernon Lee, Nikolái Leskov, Jean Lorrain, Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, Robert Louis Stevenson, Ivan Turguéniev y H.G. Wells.


Lo que sigue es la continuación del magnífico prólogo que Calvino escribió para dicha antología.

Lo común de todos estos autores tan distintos que he nombrado hasta aquí consiste en poner en primer plano una sugestión visual. Y no es casual. Como decía al principio, el verdadero tema del cuento fantástico del siglo XIX es la realidad de lo que se ve: creer o no creer en apariciones fantasmagóricas, vislumbrar detrás de la apariencia cotidiana otro mundo encantado o infernal. Es como si el cuento fantástico, más que cualquier otro género, estuviera destinado a entrar por los ojos, a concretarse en una sucesión de imágenes, a confiar su fuerza de comunicación al poder de crear "figuras". No es tanto la maestría en el tratamiento de la palabra o en perseguir el fulgor del pensamiento abstracto que se narra, como la evidencia de una escena compleja e insólita. El elemento "espectáculo" es esencial en la narración fantástica: no es de extrañar que el cine se haya alimentado tanto de ella.
Pero no podemos generalizar. Si en la mayor parte de los casos la imaginación romántica crea en torno a sí un espacio poblado de apariciones visionarias, existe también el cuento fantástico en el que lo sobrenatural es invisible, más que verse se siente, entra a formar parte de una dimensión interior, como estado de ánimo o como conjetura. Incluso Hoffmann, que tanto se complace en evocar visiones angustiosas y demoníacas, tiene cuentos en los que pone en juego una apretada economía de elementos espectaculares, con predominio de las imágenes de la vida cotidiana. Por ejemplo, en "La casa deshabitada" (Das öde haus) bastan las ventanas cerradas de una casucha ruinosa en medio de los ricos palacios del Unter den Linden, un brazo de mujer y luego un rostro de muchacha que asoman, para crear una expectación llena de misterio: tanto mayor por cuanto estos movimientos no son observados directamente, sino que se reflejan en un espejillo cualquiera que adquiere la función de espejo mágico.
La ejemplificación más clara de estas dos direcciones podemos encontrarla en Poe. Sus cuentos más típicos son aquellos en los que una muerta vestida de blanco y ensangrentada sale del féretro en una casa oscura cuyo fastuoso mobiliario respira un aire de disolución. "La caída de la casa Usher" (The fall of the house of Usher) constituye la más rica elaboración de este tipo. Pero tomemos "El corazón delator" (The tell tale heart): las sugestiones visuales, reducidas al mínimo, se han concentrado en un ojo abierto de par en par en la oscuridad, y toda la tensión se centra en el monólogo del asesino.


Para comparar los aspectos de lo fantástico "visionario" y los de lo fantástico "mental", o "abstracto", o "psicológico", o "cotidiano", había pensado en un primer momento elegir dos cuentos representativos de ambas tendencias por cada autor. Pero rápidamente he advertido que a principios del siglo XIX lo fantástico "visionario", predomina con claridad, así como a finales de siglo predomina lo fantástico "cotidiano", para alcanzar la cima de lo inmaterial e inaprehensible con Henry James. He entendido, en suma, que con un mínimo de renuncias respecto al proyecto primitivo, podía unificar la sucesión cronológica y la clasificación estilística, titulando "Lo fantástico visionario" el primer volumen, que comprende textos de las tres primeras décadas del siglo XIX, y "Lo fantástico cotidiano" el segundo, que llega hasta el alba del siglo XX. Forzar un poco las cosas es inevitable en operaciones como esta, que tienen su punto de partida en definiciones contrapuestas: en todo caso, las etiquetas son intercambiables y cualquier cuento de una serie también podrá ser asignado a la otra; pero lo importante es que quede claro que la dirección general va hacia la paulatina interiorización de lo sobrenatural.
Poe ha sido, después de Hoffmann, el autor que más ha influido sobre el género fantástico europeo. La traducción de Baudelaire debía funcionar como el manifiesto de un nuevo planteamiento del gusto literario; y sucedió que los efectos macabros y "malditos" fueron acogidos más fácilmente que la lucidez de raciocinio que es el más importante rasgo distintivo de este autor. He hablado en primer lugar de su fortuna europea porque en su patria la figura de Poe no resultaba tan emblemática como para identificarla con un género literario concreto. Junto a él, incluso un poco antes que él, hubo otro gran norteamericano que alcanzó en el cuento fantástico una intensidad extraordinaria: Nathaniel Hawthorne.


Hawthorne, entre los autores representados en esta antología, es ciertamente el que logra profundizar más en una concepción moral y religiosa, tanto en el drama de la conciencia individual como en la representación sin paliativos de un mundo forjado por una religiosidad exasperada, como el de la sociedad puritana. Muchos de sus cuentos son obras maestras -tanto de lo fantástico visionario, el aquelarre de "El joven amo Brown" (Young goodman Brown), como de lo fantástico introspectivo, "Egotismo o la serpiente en el seno" (Egotism or the bosom serpent)-, pero no todos: cuando se aleja de los escenarios norteamericanos (como en la demasiado famosa "La hija de Rapaccini" (Rappaccini's daughter) su inventiva puede permitirse los efectos más previsibles. Pero en las obras mejores sus alegorías morales, siempre basadas en la presencia indeleble del pecado en el corazón humano, tienen una fuerza para visualizar el drama interior que sólo será igualada en nuestro siglo por Franz Kafka -sin duda existe un antecedente de "El castillo" (Das schloss) kafkiano en uno de los mejores y más angustiosos cuentos de Hawthorne: "Mi pariente, el Mayor Molineaux" (My kinsman, Major Molineux)-.
Habría que decir que antes de Hawthorne y Poe lo fantástico en la literatura de los Estados Unidos tenía ya su tradición y su clásico: Washington Irving. Y no debemos olvidar un cuento emblemático como "Peter Rugg, el hombre ausente" (Peter Rugg, the missing man) de William Austin (1824). Una misteriosa condena divina obliga a un hombre a correr en calesa junto a su hija, sin poder detenerse nunca perseguido por el huracán a través de la inmensa geografía del continente; un cuento que expresa con elemental evidencia los componentes del naciente mito norteamericano: poder de la naturaleza, predestinación individual, intensidad aventurera. Es, en suma, una tradición de lo fantástico ya adulta la que Poe hereda (a diferencia de los románticos de principios del siglo XIX) y transmite a sus seguidores, que a menudo no son más que epígonos y manieristas (algunos de ellos ricos en colores de la época, como Ambrose Bierce). Hasta que con Henry James nos encontramos frente a una nueva directriz.


En Francia, el Poe que a través de Baudelaire se ha hecho francés no tarda en hacer escuela. Y el más interesante de sus continuadores en el ámbito específico del cuento es Villiers de l'Isle Adam, que en "Vera" (Véra) nos ofrece una eficaz puesta en escena del tema del amor que continúa más allá de la tumba, y en "La tortura de la esperanza" (La torture par l'esperance), uno de los ejemplos más perfectos de lo fantástico puramente mental (en sus antologías del género, Roger Callois elige "Vera"; Borges,"La tortura de la esperanza": óptimas elecciones una y, sobre todo, la otra. Si yo propongo un tercer cuento es más que nada por no repetir las elecciones de los otros).
A finales de siglo, sobre todo en Inglaterra, se abren los caminos que serán recorridos por el género fantástico en el siglo XX. Es en Inglaterra donde se perfila un tipo de escritor refinado al que le gusta disfrazarse de escritor popular, y su disfraz tiene éxito porque no lo emplea con condescendencia, sino con desenfado y empeño profesional, y esto es sólo posible cuando se sabe que sin la técnica del oficio no hay sabiduría artística que valga. R.L. Stevenson es el más feliz ejemplo de esta disposición de ánimo; pero junto a él debemos considerar dos casos extraordinarios de genialidad inventiva, así como de dominio del oficio: Kipling y Wells.
Lo fantástico de los cuentos hindúes de Kipling es exótico, pero no en el sentido esteticista y decadente, sino en cuanto que nace del contraste entre el mundo religioso, moral y social de la India y el mundo inglés. Lo sobrenatural a menudo es una presencia invisible, aunque sea terrorífica, como en "La marca de la bestia" (The mark of the beast); a veces el escenario del trabajo cotidiano, como el de "Los constructores del puente" (The bridge builders), se desgarra y, en una aparición visionaria, se revelan las antiguas divinidades de la mitología hindú. Kipling ha escrito también muchos cuentos fantásticos de ambiente inglés donde lo sobrenatural es casi siempre invisible -como en "They" (Ellos)- y domina la angustia de la muerte.


Con Wells se inaugura la ciencia ficción, un nuevo horizonte de la imaginación que conocerá un gran desarrollo en la segunda mitad de nuestro siglo. Pero el genio de Wells no reside sólo en formular hipótesis maravillosas y terrores futuros desvelando visiones apocalípticas; sus cuentos extraordinarios se basan siempre en un hallazgo de la inteligencia que puede ser muy simple. "El caso del difunto señor Evelsham" (The late Mr. Elvesham) trata de un joven que es nombrado heredero universal por un viejo desconocido a condición de que acepte tomar su nombre. He aquí que se despierta en casa del viejo; se mira las manos: están arrugadas; se mira al espejo: él es el viejo; entonces se da cuenta de que el viejo ha tomado su identidad y su persona y está viviendo su juventud. Exteriormente todo es idéntico a la normal apariencia de antes; pero la realidad es de un horror sin límites.
Quien con más facilidad conjuga el refinamiento del literato de calidad y el brío del narrador popular (entre sus autores favoritos siempre citaba a Dumas) es R.L. Stevenson. En su corta vida de enfermo llegó a hacer muchas obras perfectas, de las novelas de aventuras al Doctor Jekyll, y numerosas narraciones fantásticas muy breves: "Olalla", historia de vampiresas en la España napoleónica (el mismo ambiente de Potocki, a quien no sé si él llegó a leer); "Thrawn Janet" (Janet la torcida), historia escocesa de brujería; los "Cuentos de los mares del sur" (Island nights' entertainments), donde con pluma ligera muestra lo mágico del exotismo (y también exporta motivos escoceses adaptándolos a los ambientes de la Polinesia); "Markheim", que sigue el camino de lo fantástico interiorizado, como "El corazón delator" de Poe, con una presencia más marcada de la conciencia puritana.


Uno de los más firmes seguidores de Stevenson es precisamente un escritor que no tiene nada de popular: Henry James. Con este escritor, que no sabemos si llamar norteamericano, inglés o europeo, el género fantástico del siglo XIX tiene su última encarnación o, mejor dicho, desencarnación; ya que se hace más invisible e impalpable que nunca: una emanación o vibración psicológica. Es necesario considerar el ambiente intelectual del que nace la obra de Henry James, y particularmente las teorías de su hermano, el filósofo William James, sobre la realidad psíquica de la experiencia: podemos decir que a finales de siglo el cuento fantástico vuelve a ser cuento filosófico como a principios de siglo.Los fantasmas de los cuentos de fantasmas de Henry James son muy evasivos: pueden ser encarnaciones del mal sin rostro o sin forma, como los diabólicos servidores de "Otra vuelta de tuerca" (The turn of the screw), o apariciones bien visibles que dan forma sensible a un pensamiento dominante, como "Sir Edmund Orme", o mixtificaciones que desencadenan la verdadera presencia de lo sobrenatural, como en "El alquiler del fantasma" (The ghostly rental). En uno de los cuentos más sugestivos y emocionantes, "The jolly corner" (La esquina alegre), el fantasma apenas entrevisto por el protagonista es el mismo que él habría sido si su vida hubiese tomado otro camino; en "La vida privada" (The private life) hay un hombre que sólo existe cuando otros lo miran, en caso contrario se disipa, y otro que, sin embargo, existe dos veces, porque tiene un doble que escribe los libros que él no sabría escribir.


Con James, autor que pertenece al siglo XIX por la cronología, pero a nuestro siglo por el gusto literario, se cierra esta reseña. He dejado a un lado a los autores italianos porque no me agradaba hacerlos figurar sólo por obligación: lo fantástico representa en la literatura italiana del siglo XIX algo "menor". Antologías especiales -"Poemas y cuentos" (Poesie e racconti) de Arrigo Boito, y "Cuentos negros de la bohemia" (Racconti neri della scapigliatura)-, así como algunos textos de escritores más conocidos por otros aspectos de su obra, de De Marchi a Capuana, pueden ofrecer preciosos hallazgos y una interesante documentación sobre el gusto de la época. Entre las demás literaturas que he omitido, la española tiene un autor de cuentos fantásticos muy conocido, Gustavo Adolfo Bécquer. Pero esta antología no pretende ser exhaustiva. Lo que he querido ofrecer es un panorama centrado en algunos ejemplos y, sobre todo, un libro fácil de leer.