No puedo saber cuál será la reacción a la versión castellana de mi tratado, porque mi bola de cristal está turbia. Pero sospecho que no será entusiasta, ya que, desde la reacción anticientífica de 1930, los filósofos deben presentar el certificado de defunción para que sus colegas argentinos les lleven el apunte.
El primer tomo se ocupa de semántica: al estilo aristotélico, donde lo primero que se busca frente a la investigación es el análisis semántico, la clarificación del significado de la cuestión que se discute. La propedéutica filosófica no cambió desde el siglo IV a.C. ¿O sí?
Es verdad que mi semántica, expuesta en el primer tomo de mi "Tratado", huele un poco a Aristóteles (gentes tan diferentes como Karl Popper y el padre Bochenski me dijeron que yo era aristotélico). Esto se debe a que, siguiendo al estagirita, empiezo por exigir que se diga claramente de qué trata el discurso (o sea, su referencia), y procuro desentrañar el sentido de las ideas. Esto me coloca automáticamente antes del posmodernismo. Dicho sea de paso, creo que este movimiento anti ilustrado no empezó hace un par de décadas, sino con Hegel: el primero en rechazar de plano toda la modernidad, en particular la ciencia moderna (Vico y Rousseau habían rechazado la ciencia, pero escribían con claridad, y Bergson declaró que la claridad es la cortesía del filósofo).
¿Cuál es la importancia que tienen, en su vida, los libros menos técnicos como "Elogio de la curiosidad"? ¿Cómo proyecta la escritura de este tipo de libros y qué vínculo tienen con su obra filosófica más técnica?
Creo que los intelectuales deberían escribir y hablar no sólo para sus colegas sino también para el gran público, siempre que tengan algo que decir y sepan decirlo claramente y con amenidad. Desgraciadamente, la universidad no aprecia ni favorece la divulgación. Esto contrasta con los filósofos de la Ilustración, así como con algunos grandes científicos posteriores, de Michael Faraday y Ernst Mach a Einstein y Stephen Jay Gould.
La filosofía como rama del saber se volvió en gran medida una disciplina técnica de altísimo nivel de especialización. Dos colegas disertando en un congreso sobre temas apenas distintos, aun de la misma área, apenas se entenderían ni podrían mantener un diálogo al respecto. ¿Qué lugar queda hoy para el diálogo en la filosofía?
Es verdad que en la filosofía, al igual que las demás disciplinas, los detalles sólo están al alcance de especialistas. Pero hay que distinguir los tecnicismos que requieren la precisión, de la oscuridad que se requiere para hacer pasar el disparate y el vacío por profundidad, como ocurre con Edmund Husserl y Martin Heidegger. Los tecnicismos se pueden aprender porque están sujetos a reglas explícitas, tales como las lógicas y las matemáticas. En cambio, el macaneo seudofilosófico no es comunicable porque cualquiera puede interpretarlo a su antojo. Por ejemplo, ¿cómo se entiende la afirmación de Heidegger, de que "El ser es ello mismo"?
En los últimos meses hubo en la Argentina un debate con el titular del flamante Ministerio de Ciencia Lino Barañao, quien, por defender un modelo de investigador ligado a la tecnología industrial, afirmó que quienes se dedican a humanidades "hacen teología". ¿Qué opinión le merece esta visión de la investigación en filosofía?
Admiro al nuevo ministro de Ciencia por haber declarado que humanistas y científicos sociales hacen teología. No cualquiera tiene tanta competencia y autoridad intelectual como para hacer una declaración tan contundente. Me gustaría conocer sus argumentos, para cambiar de profesión a tiempo. Nunca es tarde para aprender que Aristóteles, Descartes, Spinoza, Voltaire, Russell y sus secuaces fueron macaneadores.
Siguiendo con la "teología": puesto que usted piensa que la religión debería ser asunto privado pero reconoce su incumbencia política (recordaba ideas de Maquiavelo: "es bueno que una comunidad política sienta que Dios está con ella"). ¿Qué vínculo debería mantener la filosofía con la religión?
Es claro que es preciso estudiar seriamente la religión, y de hecho eso se hace científicamente desde Emile Durkheim y Max Weber. Hay ciencias (la historia, la sociología y la psicología) de las religiones. Pero no puede haber una religión de las ciencias, ya que las religiones tienen misterios y exigen fe y rito, no experimentación, cálculo ni libre examen.
¿En qué medida el estudio de la religión aportaría algo, por ejemplo, a la conflictiva relación de Occidente con el Islam?
Las guerras de religión no son sino conflictos políticos y económicos disfrazados. Los Estados Unidos atacan a Irak, que hasta hace poco era un estado secular, pero no a Arabia Saudita, que es un estado islámico. ¿Por qué esta diferencia? Porque la dictadura saudí hace negocios petroleros con la clase gobernante norteamericana, mientras que la dictadura de Hussein no los hacía. ¡Benditos sean los países que no tienen petróleo ni diamantes!
En España usted criticó a Joseph Ratzinger, al parecer un Papa bastante más belicista que su antecesor, Juan Pablo II. ¿Qué opina de la encendida defensa que hace Joseph Ratzinger -tomando conceptos forjados por el filósofo liberal John Rawls- de la "racionalidad comunitaria" del cristianismo?
No sé qué opina el Papa actual sobre la sociedad. Sólo sé que, contrariamente a Juan Pablo II, es belicista, no critica al neoliberalismo, y hace unos años declaró que Galileo se había equivocado. Esto sugiere que llegó algunos siglos tarde, en todo caso antes de Juan XXIII. Va derecho a la Edad Media.
En su visión de las ciencias sociales, éstas siempre son métodos capaces de motorizar cambios. Pero la primera consecuencia de la hiper especialización es el alejamiento de los académicos de los problemas sociales para refugiarse en la corporación académica. ¿Cómo lograr que la ciencia motorice u oriente los cambios?
No acuse a los científicos de refugiarse en las corporaciones. Los científicos se proponen estudiar el mundo, no cambiarlo. Quienes pueden cambiar la sociedad son los empresarios y los políticos. Y los técnicos, sean ingenieros, expertos en "management" o juristas, diseñan planes para mantener o cambiar la sociedad. El que los políticos y empresarios usen esos planes queda a su arbitrio. No confundamos la ciencia básica con la técnica, ni a ésta con la acción política o económica. Se trata de tres esferas muy distintas, aunque relacionadas entre sí. El señalar estas diferencias y relaciones es una de las tareas del filósofo. Desde luego que el filósofo también tiene el deber de denunciar a los intelectuales que ponen su saber o su prestigio al servicio de malas causas. Pero para cumplir con este deber moral no hace falta saber filosofía. Por ejemplo, basta enterarse por los periódicos de que Milton Friedman y Frederick Hayek aconsejaron y alabaron a Pinochet en nombre de la libertad de empresa y de su seudociencia económica.
¿Aprueba la actitud de refugiarse en la torre de marfil?
Desaconsejo esta actitud salvo en los casos de timidez patológica. Creo que todos tenemos el deber de enseñar algo de lo que creemos saber, y esto no sólo dentro de la universidad sino también fuera de ella: en las escuelas primarias y secundarias, las sociedades populares de educación y medios de difusión. No sólo debemos difundir conocimientos, sino también orientar y despertar vocaciones, así como promover el debate racional, indispensable para aprender a vivir en democracia. Dicho sea de paso, todos los vertebrados aprenden, pero al parecer sólo los seres humanos también enseñamos.