Siciliano de nacimiento, el filósofo Giuseppe Prestipino (1922) se incorporó al Partido Comunista Italiano en 1944 y, tres años más tarde, se enconraba en Libia ejerciendo la docencia como profesor de una escuela secundaria. En aquel periodo posbélico, la mayor parte del país africano había quedado bajo la administración británica, y su actividad como dirigente de la Unión Sindical Libia y su pertenencia a una organización comunista ilegal le valieron la expulsión. De regreso en su tierra natal, Prestipino participó en el movimiento de los campesinos sicilianos por la tierra y fue electo diputado de la Asamblea Regional de la isla. Pronto comenzó a profundizar el estudio de los escritos de Antonio Gramsci (1891-1937) porque "en él existen geniales anticipaciones de algunos caracteres de nuestro presente, pero también otros enunciados obsoletos y, sin embargo, capaces de incitarnos a corregir la mira a la luz -o en las sombras-, precisamente, de nuestro tiempo". Esas lecturas se convirtieron en una constante en la labor intelectual de Prestipino. A Gramsci, precisamente, le ha dedicado numerosos estudios, plasmados en otros tantos artículos, ensayos y libros, como también lo haría sucesivamente con Karl Marx (1818-1883), Friedrich Engels (1820-1895), Georg Lukács (1885-1971) y Ernst Bloch (1885-1977). A mediados de la década del '60 fue
designado redactor en jefe de la revista "Critica Marxista", en la que publicó infinidad de artículos, lo mismo que haría más adelante en "Alternative" e "Il Contributo" o en los periódicos "Liberazione", "Il manifesto" y "L'Unità". Entre 1968 y 1971 fue titular de la cátedra de Estética en la Universidad de Lecce y luego de la cátedra de Filosofía de la Historia en la Universidad de Siena, actividad que desarrolló hasta su retiro como docente universitario. Como filósofo político, los ensayos de Prestipino atienden a cuestiones polémicas sobre problemáticas tanto locales como globales; como humanista, sus estudios atraviesan todo el ámbito de la cultura, entendida ésta en su sentido más amplio, algo que se revela no sólo en sus libros y ensayos, sino en su participación activa en innumerables encuentros, jornadas, conferencias y congresos, dentro y fuera de Italia, como, por ejemplo, la que lleva adelante en la actualidad -a sus ochentiocho años de edad- peleando activamente contra la discriminación de los inmigrantes. Tributario de Giambattista Vico (1668-1744) y Georg W.F Hegel (1770-1831), "la impronta marxiana y el sesgo fuertemente gramsciano, le impiden caer en una concepción teleológica de la historia. Su dialéctica no es entonces una receta, sino que forma parte de un modelo en que las oposiciones no contienen en sí una sola resolución. Su dialéctica mantiene la tensión del modelo lógico y la consistencia ontológica" afirma Edgardo Logiudice (1936), estudioso y traductor de Prestipino en la Argentina, quien lo entrevistó para el nº 44 de la revista "Herramienta", aparecida en junio de 2010. Lo que sigue a continuación es la primera parte de dicha entrevista.
Dada su larga trayectoria en la tradición marxista, como militante político y como pensador (si es que ambos aspectos se pueden distinguir), ¿puede hacernos un sintético "balance" de la misma?
En estos últimos tiempos mi trabajo teórico-político es fragmentario y conjuga intereses heterogéneos. "Dejadme entonces poner juntas cada cosa como vienen. El orden se hará después... La cosecha debe al menos ser segada, para recogerla en gavillas no dejarán de llegar días propicios". Así escribía Goethe en su "Italienische reise" (Viaje a Italia). A mí me faltarán los "días propicios", ya es demasiado tarde. ¿Es posible "poner juntas" dos cosas en apariencia incompatibles: una teoría trascendental "supra-histórica" del pasado humano y la contingencia de una "sub-crónica" de nuestro presente cultural-político y económico-social? En mis últimos escritos se encuentra esa tentativa, acentuando ora el lado teórico, ora el debate interesado por el presente político. En otros trabajos precedentes he interpretado, libremente, la filosofía de Gramsci con una particular atención dirigida a la versión gramsciana de la dialéctica, versión en la cual la derivación hegeliana del método-sistema dialéctico y su "inversión" en el pensamiento de Marx arriban a desarrollos originales, porque un módulo que se presentaba como unívoco y, en su univocidad, recurrente, deviene en cambio poliédrico y variable en función de los tiempos históricos, de las relaciones entre opuestos o entre distintos y de los cotejos entre los diversos caracteres nacionales. Pero la dialéctica como lógica filosófica en Gramsci tiene el objetivo de comprender, sobre todo, el presente, y de descubrir las estrategias idóneas para su posible transformación. Estudiar el pasado es, para él, interrogarse sobre el presente. En mis trabajos busco definir también los tiempos pasados en sus itinerarios conclusos y dar un nombre a las "grandes épocas" en las que pensaba Marx en algunas de sus anotaciones al margen de "Das kapital" (El capital). Pensar filosóficamente los tiempos históricos con la ayuda de Gramsci para mí significa, ahora, llamar "dominio" al primado de la economía en la época primitiva y al de la cultura en la época moderna; llamar "hegemonía" al primado de lo económico social premoderno o al primado "intelectual y moral" en el futuro transmoderno. Y significa dialectizar la relación histórica entre cuatro "ciudades" que, haciendo eco libremente a las sucesiones históricas propuestas por Sorel (un autor que influyó sobre el joven Gramsci) podría denominar la ciudad económica, la ciudad social, la ciudad sabia y la ciudad moral.
Sus trabajos han mostrado siempre una fuerte impronta gramsciana. ¿Cuál es la vigencia actual del pensamiento de Gramsci o en que forma el mismo puede ser revalorizado?
Entiendo que es necesario estudiar a Gramsci para orientarse en la comprensión de nuestro presente y para comenzar a entender como es posible cambiarlo. Visto desde nuestro observatorio -desde el tiempo en que vivimos- él nos entrega una original y aguda diagnosis de la sociedad occidental de su tiempo como sociedad compleja, aún que distinta de la mayor complejidad globalizada de nuestro tiempo; y una elaboración de categorías fundamentales que, concebidas por Gramsci para poder penetrar en la lógica de su tiempo, son válidas también para definir la o las sociedades de nuestro tiempo, la economía, las culturas y la política de nuestros días. Son válidas, con la advertencia de que, tanto por el prevaleciente contenido histórico de los "Quaderni del carcere" (Cuadernos de la cárcel) como por su carácter de provisionalidad y, por tanto, su escritura fragmentaria, hay en Gramsci un entrelazamiento y una compenetración recíproca entre los diversos conceptos-categorías, que por ello no pueden dar lugar, en nosotros como intérpretes o incluso continuadores de aquel pensamiento, a un tratamiento escolásticamente separado de ésta o aquélla abstracta categoría de su ámbito histórico-temático, de su aplicación a las situaciones concretas.
¿Cuáles serían y cómo se expresan hoy esas categorías?
En los "Cuadernos" es utilizado con mucha frecuencia el concepto de "grupos subalternos" porque recoge un fenómeno típico de aquel tiempo y aún más del nuestro. Dejando de lado la idea marxiana de una indiferenciada proletarización –que haría precipitar en la condición obrera a sectores medios y hasta una parte de la clase capitalista-, recoge en cambio la complejidad del trabajo, del no trabajo, de la precariedad, de la marginación mundial, urbana o rural, ya en la época fordista y más aun en este universo nuestro “post-fordista”, “post-colonial” (o neo-colonial), “post-imperialista” (o neo-imperialista), “post-ideológico (o neo-ideológico). De la subalternidad en el significado gramsciano, tratan hoy, en efecto, los nuevos estudios del orientalismo y de lo post-colonial. Se comprende bien, entonces, porqué la “hegemonía” no puede restringirse, como en Lenin, a la relación entre clase obrera y campesinos pobres (para no hablar de la presunta función hegemónico-pedagógica atribuida, por Lenin, a la elite intelectual de extracción burguesa, en los enfrentamientos de la misma clase obrera). Y se comprende también como la “revolución pasiva” de los capitales asociados ya no se limita, hoy, a incorporar-distorsionar-enervar algunas aspiraciones del movimiento obrero, sino que realiza la misma operación sobre un más vasto tejido de sectores subalternos, con políticas populistas orientadas a enmascarar regimenes, no ya ostentosa o ferozmente fascistas o militaristas, sino democrático-totalitarios, personalistas-autoritarios y portadores-difusores de un nuevo racismo, precisamente, popular. Y como también algunas religiones contribuyen a la barbarización política. Incluso encontramos en Gramsci un señalamiento de "la siempre creciente inestabilidad de los gobiernos", que tendría "su origen inmediato en la multiplicación de los partidos parlamentarios y en las crisis internas -permanentes- de cada uno de estos partidos", con consecuentes fenómenos de corrupción y disolución moral: cada grupito interno de partido cree tener la receta para frenar el debilitamiento de todo el partido y recurre a todos los medios para ganar su dirección o al menos para participar en la dirección, así como en el parlamento el partido cree ser el único que debe formar el gobierno para salvar al país; de ahí los convenios cavilosos y minuciosos que no pueden menos que ser personalistas y que hacen que "los dirigentes se alejan cada vez más de las masas". La figura del jefe carismático "coincide siempre con una fase primitiva de los partidos de masas" (nosotros diremos: primitiva o involutiva) cuando se forma no sobre la base de una concepción del mundo unitaria y rica de posibilidades porque es expresión de una clase históricamente esencial y progresista, sino sobre la base de ideologías incoherentes y embrolladas, que se nutren de sentimientos y emociones. Escribe también en los "Cuadernos" que no se equivoca quien ve el origen de la dictadura de partido en el sistema electoral sin segundo escrutinio y especialmente sin proporcionalidad; esto hace difíciles los compromisos y las opiniones intermedias o al menos obliga a los partidos a un oportunismo interno peor que el compromiso parlamentario. En el mismo gobierno, hay un grupo restringido que domina a todo el gabinete y además existe una personalidad que ejerce una función bonapartista. ¿Quizá pueda intentarse una comparación aproximativa con el bonapartismo de Luis Napoleón según es visto por Marx en su "Der achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte" (El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte)? Pero el bonapartismo muta caracteres e instrumentos. Al respecto dice Gramsci en sus "Cuadernos": "En el mundo moderno el mecanismo del fenómeno cesarista es muy distinto de lo que fue hasta Napoleón III. En el período hasta Napoleón III las fuerzas militares regulares o de línea eran un elemento decisivo para el advenimiento del cesarismo, que tenía lugar con golpes de Estado bien precisos, con acciones militares, etcétera. En el mundo moderno, las fuerzas sindicales y políticas, con los medios financieros incalculables de los que pueden disponer pequeños grupos de ciudadanos, complican el problema. Los funcionarios de los partidos y de los sindicatos económicos pueden ser corrompidos o aterrorizados, sin necesidad de acciones militares de gran porte estilo, tipo César o 18 de brumario del año VIII". Con medios financieros y, decimos nosotros, también mediáticos. El camino es largo porque está pavimentado con las piedras ásperas de una alteración cultural y lingüística. Debemos restaurar el significado de la palabra "reforma", trastocado por la revolución pasiva neoliberal. Una revolución pasiva, según Gramsci, deviene sobre todo después de levantamientos populares inmaduros y reprimidos de inmediato; o después de una revolución (como la francesa) victoriosa y portadora de progreso, pero finalmente también derrotada. A la luz de los eventos posteriores a 1989 o a 1973 -1973 es la línea divisoria adoptada por Alfonso Gianni, en su justamente ambicioso "Goodbye liberismo. La resistibile ascesa del neoliberismo e il suo inevitabili crollo" (Adiós liberalismo. La resistible ascensión del neoliberismo y su inevitable derrumbamiento), podemos agregar la tercera variante de una revolución pasiva sobrevenida después de la acumulación de revoluciones victoriosas pero "inmaduras" en Oriente y de las más prudentes reformas keynesianas en Occidente. En la segunda y, sobre todo, en la tercera variante -la del neoliberalismo autoritario- la respuesta conservadora se apropia, en su propio beneficio, de algunos resultados obtenidos por el adversario, pero con la intención calculada de "volver atrás". ¿Algunas reivindicaciones del '68 habían, inconscientemente, preparado el terreno entre las jóvenes generaciones al nuevo curso liberal? Se puede decir, al contrario, que la revolución pasiva neoliberal copia palabras sesentiochescas para invertirles el contenido. El neoliberalismo de apropia en efecto también de nuestras palabras, declarando "libres" a los individuos aprobados, llamando "reforma" a su contrarreforma (por ejemplo, las privatizaciones o la precarización del trabajo, etcétera) y "progreso" a su regresión, como ya ocurriera en la Restauración del siglo XIX, a la que sarcásticamente Giacomo Leopardi lanzaba su acusación en "La ginestra" (La retama): "... volti indietro i passi;/del ritornar ti vanti,/e procedere il chiami" (vuelves atrás los pasos;/ te jactas de ese retorno/ y lo llamas progreso). Invertir el significado de las palabras es hacer ideología en el significado marxiano del término. O sea, en presencia de una cosa, hacer aparecer lo contrario de ella. Hoy en día hay en el mundo político una realidad que se conforma según el espectáculo de las nuevas apariencias fuertes (en especial, de la televisión monopolizada por el poder), una realidad que, en consecuencia, cada vez se hace más deforme de las apariencias tradicionales, ahora debilitadas. En efecto, pueden repetirse hoy manifestaciones masivas o multitudinarias, casi como en el pasado, de movimientos o de partidos que, no obstante, al poco tiempo logran un magro resultado electoral, porque esas manifestaciones han ocultado la realidad, mientras que las narraciones televisivas del poder las han, más que develado, utilizado y modelado. Para su tiempo, incluso en las sociedades occidentales, Gramsci no excluye la lucha armada, aunque como fase terminal de la "guerra de posiciones" y no ya como "guerra permanente". Y no la excluye, con más razón aún, cuando el conflicto de clase se combina con la lucha de las naciones oprimidas contra un Estado enemigo opresor. En tal caso, la lucha armada puede ser inevitable, como sabemos, aun en nuestro tiempo. Leemos, en una nota de Gramsci, que hay una "relación de fuerza" ligada a la estructura, una "relación de las fuerzas políticas" y una "relación de las fuerzas militares", que es más precisamente una relación "político-militar". Aquí, "político" puede significar hegemónico (en cuanto obtenga consenso) y "militar" puede referirse a la coerción (al uso de la fuerza). Tanto en el mundo antiguo feudal como en el moderno, el dominio está primero y es condición necesaria para una posible hegemonía. La novedad del movimiento histórico que quiere superar el capitalismo, está en la inversión del orden sustancial, y también cronológico, entre dominio y hegemonía. La "antítesis vigorosa" que preliminarmente es afirmación de sí, o "espíritu de escisión", se ubica para Gramsci como primera tarea en la "guerra de posiciones", la de la hegemonía sin dominio todavía. Alcanza la "hegemonía acorazada de coerción" cuando puede operar una ruptura en el conjunto de las relaciones de fuerza. Y "hegemonía acorazada de coerción" significa por primera vez hegemonía como elemento "vital", como "corazón" latente, y coerción como "coraza" o sea como elemento accesorio y, para Gramsci, cada vez menos necesario, si la "ruptura" se revelara definitiva.