El escritor y periodista argentino Rodolfo Rabanal (1940) acaba de publicar "La vida privada", su décima novela. El autor de "El apartado" y "Cita en Marruecos", la resume como una novela "compuesta de intenciones y percepciones. Los hechos son mínimos: hace calor, es febrero, se produce un asesinato, aparece una mujer hermosa y extranjera. Todo ocurre en una suerte de presente continuo". El protagonista, un personaje sin nombre -simplemente "el que percibe"-, tiene alrededor de cincuenta años, nació en el barrio de Nueva Pompeya, vive en un viejo departamento en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires y lo que cuenta
sucede alrededor del año 2000. "Yo en realidad estaba en contra del personaje -manifiesta Rabanal-, de los personajes y de todo, harto de la novela tal como la conocemos siempre, tal como la disfrutamos y la padecemos. Estaba con ganas de hacer una fragmentación total del mundo narrativo. De ahí que el personaje fuera nada más que una percepción, ni siquiera una entidad absolutamente física. Ni nombre me atreví a ponerle. Es una especie de intelectual, y desde la terraza absurda de su departamento ve el mundo. Una especie de malquistado con la realidad". Así, desfilan por las páginas de la novela cartoneros y mendigos, una ex amante que administra un café, un desclasado que es acogido por una amiga de ella, un cura que se hace cortar las uñas de los pies por una pupila, dos camareras de un restaurante chino y una vecina francesa que sostiene que el sexo es lo que más le interesa en esta vida. Radicado desde hace varios años en Uruguay, viajó a Buenos Aires para la presentación del libro. En esa oportunidad fue entrevistado por varios medios para adelantar algunos detalles del mismo. Lo que sigue a continuación es la primera parte de una compilación editada de las entrevistas realizadas por Mauro Libertella (Revista "Ñ" nº 391 del 24 de marzo), Angel Berlanga (diario "Página/12" del 27 de marzo) y Fernanda Sandez (revista "Noticias" nº 1788 del 1 de abril de 2011).
"La vida privada" narra ciertas zonas de Buenos Aires; una cartografía privada y caprichosa. ¿Caminó por esas zonas para meterse en tema?
Hice un reconocimiento interesado y afectivo de la zona, que tiene que ver con un pasado determinado. Me gustó como escena. Recordé un viejo filme de Torre Nilsson, del que recuerdo imágenes. Estaba filmado en la Avenida de Mayo. Es ese mundo, de algún modo irrescatable. En la Argentina se pierden cosas todo el tiempo, así que me propuse únicamente rescatar percepciones. Por eso el protagonista no tiene nombre: preferí que sea una especie de conciencia, un receptáculo.
De hecho, al personaje central se lo nombra como "el que percibe". ¿Qué le interesó de la percepción como concepto?
Me interesa cuántos niveles tiene la percepción, qué es. ¿Hasta dónde llega el compromiso de lo que percibo? No estoy viendo con una cámara fotográfica sin cerebro lo que pasa: estoy siendo afectado. La idea de que soy cambiado por lo que veo, que es una cosa obvia, adquiere una dinámica dramática en la novela. Es el modo en el que se despliega el tiempo, también. Si bien hay un pasado que él recupera, es siempre presente. El que narra no tiene memoria: todo ocurre.
¿Y qué hilvana todo eso?
Si vos querés, uno de los centros es la escritura. El tipo está escribiendo y está siendo escrito. Todo lo que percibe, todo lo que ve, tiene que estar en un libro, en un papel. Si no, no sirve. En este libro hay cada vez menos respeto por la novela como ortodoxia. Me interesa cada vez menos la novela como forma dura. Aun la novela revolucionada y aceptada como innovadora de viejas vanguardias ya no tienen sentido. Eso sería volver a la novela tipo Mario Vargas Llosa, algo que no tendría sentido. ¿Escribe bien? Sí, qué sé yo, pero me aburre.
¿Y la prosa? Porque se suele ponderar lo estilizado de su escritura. ¿Ve alguna alteración en esta novela?
En la escritura hay una incorporación de términos, de cosas más callejeras, que otras veces no usé, y que acá había que marcarlas como mayor perentoriedad. No hay coloquialismos folclóricos, pero sí términos que incorporan la cotidianidad argentina. Por lo demás, la prosa se mueve junto a la historia, si no no sirve. La apuesta mía siempre fue doble en ese sentido, nunca escindida. Pero yo no soy un apostador fervoroso de la historia. Creo que la historia es el qué de siempre. En este libro apareció una variante en cuanto a mi modo de contar. Desde hace años vengo pensando que tenemos un idioma argentino, y no el que inventó Borges, sino otro. Un idioma que empezó a popularizarse con mi generación, el grupo que empezó a publicar alrededor de los '70. Piglia, Fogwill, gente de esa edad, algo más, algo menos. Tenemos un idioma culto, preciso, pero a la vez es más polvoriento, un coloquialismo mucho más atorrante que el de Borges. Más parecido a Arlt, salvo que él pertenece a los '20. Ese "turrito" de Arlt es auténtico, es la expresión total de nuestra habla. Creo que nosotros retomamos eso y mantuvimos a la vez lo culto en el sentido de saber y tratar de expresarse en una manera impoluta. Y creo que yo, acá, es la primera vez que dejo fluir esa voz, porque el tipo habla como habla el argentino. Nunca dice hacer el amor: dice coger. Dice pija, cuando hay que decirlo. Y sale naturalmente.
¿Qué aspecto de Buenos Aires le pesa?
Buenos Aires es una ciudad enorme y además, latina. Es intrusiva, muy ruidosa, muy llena de litigios y de charla. Es una ciudad invasiva de la privacidad. Cosa que me molesta sobre todo en verano, cuando sube mucho el calor. Pero, por otro lado, me gusta Buenos Aires. Sobre todo sus cafés. Un gran amigo mío decía que las grandes ciudades son "las que tienen planta baja". Esto es, vida a nivel de calle. Y Buenos Aires, como Madrid, París, Nueva York o Londres, tiene "planta baja". Planta baja y fantasmas.
Se parece bastante a su libro, que también está lleno de fantasmas, de seres que se disuelven…
Sí, los personajes son fantasmáticos y viven en un lugar que también lo es: avenida de Mayo y Tacuarí. Una esquina tremenda. De noche es muy lindo, pero es una belleza sombría. Y es la clase de lugares de Buenos Aires que me gusta, porque tiene historia. El protagonista vive en uno de estos lugares caídos, feliz de la vida. No hace nada, se la pasa percibiendo el mundo por un balcón. El está dispuesto a vivir el presente sin ningún tipo de compromiso a futuro, y hasta el pasado es una fantasía. Porque, ¿cómo hago para recuperar lo que fui? Sin embargo, el pasado nos construye. Y el pasado, al mismo tiempo, se destruye todo el tiempo. Es como un holograma: si enchufo el aparato está, y si lo desenchufo, desaparece.
Es nuestra noción del pasado lo que se está alterando. Desde la llegada de internet, sobre todo, el pasado no "pasa". Y ahí están todos los ex compañeros del secundario para probarlo...
Es que ahí está el gran enigma: ¿qué pasa si yo puedo modificar el pasado, aunque sea sólo en apariencia? Porque convengamos que lo que yo puedo destruir es una percepción, no el pasado real. Puedo encontrarme con una foto mía a los diecisiete años pero, ese de la foto, ¿dónde está? La sola idea es angustiante. Es como si fuera otra dimensión perdida.
"La vida privada", ¿es una novela?
Sí, porque normalmente se llama novela a ese texto en el que algo, una cierta historia, transcurre en el tiempo y en el espacio. Pero yo últimamente estoy en desacuerdo con la novela. Como género, me cansó. Y a la novela clásica ya no la soporto. Las que se escriben hoy ni las leo, porque me aburro. Son todas: "se vistió, vino, bajó…". Esas cosas ya me cansaron. ¡Dejame de jorobar! Yo quiero hablar de otras cosas. De los golpes de la percepción. Golpes. Percepciones. Eso.
"El que percibe" lo remite, de algún modo, al protagonista de su primera novela, "El apartado", publicada en 1975.
No por el tratamiento, porque acá hay un referencialismo más deliberadamente tosco, pero sí por el espíritu. Naturalmente, yo era muy joven y lo que se avecinaba era el horror, años de aplastamiento: aquel personaje veía venir eso. Y acá no, acá eso pasó, y quedan los cartoneros, tipos sueltos que no tienen laburo y viven en los rincones, desclasados, digo ahí, y es como que no pasara más nada. Acá la preocupación del tipo no es señalar lo que se viene como ominoso: no, ya está, y se hace lo que se puede. Es casi un resignado, entendió que el mundo es ése. En eso se diferencian, pero tienen en común esta característica de anti o contra personaje. El de "El apartado" tampoco tenía nombre, se lo cambiaba según la necesidad. Y también había un mundo de mujeres, que siempre son tres: me encanta la idea de las tres gracias.
El tema del amor, de la relación con las mujeres, es uno de los temas de su obra.
Yo creo que está en todas las novelas, en todos los trabajos. Y pasa eso, siempre hay tres mujeres rondando, como si no se pudiera amar a una sin que hubiera otras dos haciendo una luz de sesgo. Un disparate típicamente psicoanalítico, quizás.
¿Y qué pensó sobre esta presencia en su narrativa a lo largo del tiempo?
Tiene que ver con la naturaleza, está en la vida, ¿no? Somos mirados y definidos por la mirada del otro, tanto como nosotros definimos al otro al mirarlo. La mirada de la mujer tal vez defina un aspecto de alguien como hombre, digamos, que signifique para su vida A o B, mucho o poco: no sabemos, dependerá de cómo lo vean las mujeres. Pero uno es también una construcción para las mujeres, ¿no es cierto? Después, en tanto persona, pueden verte de una misma manera tanto un hombre como una mujer. Probarse, también, con el amor y con las mujeres es atravesar otro terreno, otro misterio. Y está la idea de ese mundo tan especial de las mujeres a partir de la madre misma. Es decir, me resulta muy interesante como presencia, para el bien como para el mal, para irritarme, para complacerme, para encontrar un lugar en el mundo y también para escapar de ese lugar. Es un lugar de conflicto tanto como de acogimiento.
¿Y cómo juega este asunto de las tres gracias?
Me gusta mucho seguir ese tema. La figura viene del remoto pasado, de las ideas helénicas de la antigüedad, pero adquiere fama en el Renacimiento: ahí es donde aparecen las tres mujeres en la relación distributiva y retributiva. Las tres gracias van a dar alegría, consuelo y esperanza. Y hay un café en Roma, el Canova, en la Piazza del Poppolo, un lugar precioso para no hacer nada, mirar y oler y qué sé yo, cuyas servilletas tienen como emblema a las tres gracias. Y entonces yo me lo agarré, lo guardé y en el libro "El roce de Dante", hablo de esto. Tengo la atención puesta en ese detalle. Hay algo más, muy importante: las mujeres son bellas.
Hay otros puntos de contacto con su primer libro: el interés por el principio, por ejemplo.
"El apartado" empieza con la pregunta: ¿cómo empezar? De qué manera. Hasta parece una pregunta técnica, de carácter formal. En algún momento todo empieza. Todo: la vida de uno, las cosas, las decisiones, las relaciones, y siempre hubo algo antes. ¿Qué voluntad había, qué fuerzas, qué mundo que yo ignoraba? ¿Qué fue lo que determinó el íncipit? Eso, además, es un tributo y un homenaje a los clásicos, Dante y todo eso, un mundo que me fascina bastante, tal vez porque está lejos y no me contamina.
En "El apartado" aparecían también descripciones del barrio de Pompeya, donde nació y se crió.
Pero acá es la primera vez que nombro al barrio taxativamente. Mejor no verlo ahora: está muy feo, muy abandonado. Mi abuelo llegó ahí siendo muy joven y puso un almacén de ramos generales, era campo eso. Ahí empezó. Tenía relaciones con el Tigre Millán, un pistolero de Alsina, que cruzaba el puente y le cuidaba el negocio y la familia cuando salía con el sulky a proveerse en el Centro. Y él le regalaba algunas balas, comida, le pagaba con eso. Una época que no conocimos, ninguno, porque te estoy hablando de 1890, más o menos. Pompeya y más allá la inundación, como dice "Sur". Esto resurgió porque el año pasado fui a una milonga, ahí en el sur, con Jorge Mara y Edgardo Cozarinsky, y me acordé de la milonga de aquellos años, que era distinta. Más natural, más inmanente era ir ahí, la gente iba; hoy, en cambio, implica una actitud. Aquellos grandes milongueros eran los que hacían punta y tenían más éxito, aunque fueran dos ratas como estos hermanitos Zappa, que eran ridículos pero bailaban tan bien que las mujeres estaban chochas con ellos. Y hay otra cosa ahí, en el libro, que no sé cómo decirte. Una descripción de un Carnaval, con el Chico Pálido que mira todo debajo de la mesa: eso sí es muy referido, me pasó a mí. Veía las piernas de las mujeres desde ahí, ese juego de tendones, de fuerza y de abandono, la transpiración, los olores. Eso fue algo vivido y, recuerdo, me quedó una idea de mundo ajeno. Le tomé odio al tango en ese momento, antipatía. Después lo recuperé, claro. Mi generación fue antitanguera: fuimos jóvenes en los '60 y éramos más bien de los Beatles, esas cosas. Hoy me parece ridículo.
Cuando usted empezó a escribir, estas cuestiones estaban en el centro de la discusión. ¿Recuerda esa época como un momento de tensiones estéticas?
En los '70, cuando empezamos a escribir todos los de mi generación, se producen estéticas opuestas. Escribir contra algo. Osvaldo Lamborghini jugó un papel muy importante en ese contexto de estéticas disruptivas. Yo ahí empecé a escribir la novela "El apartado", que llamó la atención porque era una jugarreta en el interior de ese mundo que vivíamos. Después me empecé a desviar de los estrechamientos y los amigos empezaron a jorobarme con que yo era el apartado, el apartado de todo. Era cierto.
¿Cómo recuerda las tertulias de aquellos años?
Las recuerdo con mucho humor y diversión. Había un clima de joda muy particular. Aunque hacíamos las cosas en serio, no nos dábamos un lugar emblemático. Yo percibía consistencias grupales, pero en mi caso iba pasando. Estaba un poco con los lacanianos, o con Osvaldo Lamborghini, con el que te peleabas siempre, pero de quien se aprendía mucho. Yo no siento que tuviera una pertenencia clara, aunque todos estábamos en contra del sistema y de la opresión militar.