Animado por su padre para que se hiciera pastor protestante, en 1788 Hegel ingresó en el seminario de
Cuando Hegel murió era el filósofo alemán más importante. Sus ideas estaban muy difundidas y gozaban de gran prestigio intelectual, pero no por ello dejaron de suscitar grandes debates que tuvieron como consecuencia la formación de varias tendencias dentro del hegelianismo. A partir de su idea de que la historia se rige por un proceso dialéctico, algunos pensadores posteriores sustituyeron su idealismo por el materialismo; otros evolucionaron hacia el ateísmo y, en el plano político, adoptaron posturas revolucionarias. También hubo quienes adscritos en los primeros tiempos a la ortodoxia hegeliana, se fueron radicalizando paulatinamente inclinándose unos por el panteísmo naturalista y otros por la crítica de los dogmas religiosos. De todas maneras, la influencia de su pensamiento se extendió a otros países. En Francia, por ejemplo, desembocó en el eclecticismo; en Italia derivó hacia el positivismo, y en Inglaterra se asimiló al idealismo y al individualismo romántico. Durante el siglo XX el pensamiento de Hegel se reavivó en países como Estados Unidos, Rusia, Suecia y Holanda; no así en España, donde el hegelianismo ejerció menos influencia.
En su "Enciclopedia de las ciencias filosóficas", Hegel escribe: "La Fisiología diferencia en primer término las razas caucásica, etiópica y mongólica, a las que se agregan aún las razas malaya y americana". Para su caracterización de las razas suscribe al sistema ideado por el antropólogo alemán Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840) -la antropología física- el que recurre a métodos anatómicos de medición del cráneo para su clasificación. A pesar de que incluye razas diferentes como parte de la construcción de lo absoluto, puntualiza que "esta diferencia exterior, como identidad de lo referido, es igualdad; como no identidad es desigualdad". Para Hegel las esencias raciales residen en la mente o el espíritu, y son educables y no invariables. Su concepción es etnocéntrica como la de todos los pensadores europeos de su época, pero admite que no se trata de absorber otras culturas dentro de un universal abstracto, es decir, se compromete con la heterogeneidad y no se centra en la pureza racial. El espíritu del mundo no pertenece a ninguna nación individual.
En lo relativo a las diferencias de las razas humanas, debería, ante todo, declararse que la cuestión puramente histórica de si todas las razas proceden de una sola pareja o de varias, no interesa de ninguna manera a la filosofía. Se ha concedido importancia a esta cuestión porque, haciendo derivar las razas humanas de muchas parejas, se puede explicar la superioridad de una especie sobre otra, y hasta se ha creído poder demostrar también que los hombres, en sus aptitudes espirituales, son desiguales por naturaleza, de tal forma que entre ellos hay, como entre los animales, quienes han nacido sólo para obedecer. Pero la descendencia no podría suministrar ningún argumento para demostrar que los hombres están hechos o no están hechos para la libertad o para el dominio. El hombre es, virtualmente, razonable; y aquí es donde reside la posibilidad de la igualdad de derechos de todos los hombres y donde se demuestra también el absurdo de una división absoluta de las especies humanas en especies que tienen derechos y especies que no los tienen.
La diferencia de las razas es todavía una diferencia natural, una diferencia, queremos decir, que se relaciona al principio con el alma natural. Como tal, ésta está en relación con las diferencias geográficas de la comarca en donde los hombres se reúnen en grandes masas; esas diferencias de comarcas son lo que llamamos partes del mundo. En estas divisiones de la individualidad de la tierra domina una necesidad, cuya explicación más detallada pertenece a la geografía.
Después de haber tratado de señalar que la diferencia de las diversas partes del globo no es accidental sino necesaria, vamos a determinar las diferencias físicas y espirituales de las diversas razas humanas, que se ligan con las primeras. En lo relativo a las diferencias físicas, la Fisiología distingue las razas caucásica, etiópica y mongólica, a las que se unen las razas malásica y americana, que forman más bien un agregado de elementos diversos que una raza. La diferencia física de todas estas razas aparece, sobre todo, en la conformación del cráneo y del rostro. Se determina la forma del cráneo por dos líneas, una horizontal y otra vertical: la primera va de la extremidad exterior de la oreja a la raíz de la nariz y la segunda del frontal a la mandíbula superior. La cabeza del animal se distingue de la del hombre en el ángulo formado por estas dos líneas, pues este ángulo es, en los animales, más agudo. Otra determinación importante para la distinción de las razas y que pertenece a Blumenbach, es la prominencia más o menos acentuada de los huesos maxilares. La curvatura y la amplitud de la frente también desempeñan aquí su papel.
En la raza caucásica el ángulo facial es casi recto, especialmente entre los italianos, los georgianos y los circasianos. En esta raza, la parte superior del cráneo es redonda, la frente ligeramente convexa, los huesos maxilares están como replegados en la parte interior, los dientes incisivos caen como perpendicularmente de la mandíbula, el color principal es el blanco, con las mejillas rosadas, y el cabello es largo y flexible. Los rasgos característicos de la raza mogólica son: la prominencia del hueso maxilar, los ojos poco pro¬fundos y sin redondez, la nariz aplastada, la piel ama¬rillenta y el cabello corto, áspero y negro. Las razas malásica y americana ofrecen caracteres físicos menos distintamente acentuados que las razas descritas anteriormente. Los malasios tienen la piel morena y los americanos la piel cobriza.
En cuanto a la relación espiritual, estas razas se distinguen de la manera siguiente: se debe representar a los negros como una nación de niños que no sale de su estado de simplicidad. Por el contrario, los mongoles se destacan de ese estado de simplicidad infantil; su rasgo característico es una movilidad inquieta que no llega a ningún resultado definitivo, que les impulsa a esparcirse como bandadas de langostas en las otras comarcas, pero les obliga a recaer en seguida en ese estado de indiferencia, vacío de pensamiento y de reposo estúpido que había precedido a la explosión. Por esto nos presentan la oposición de lo sublime y lo gigantesco por una parte y del pedantismo más minucioso por otra. En la raza caucásica es en donde el espíritu se eleva a su unidad absoluta. Aquí es en donde entra en una oposición completa con la naturaleza, donde se toma en su absoluta independencia y se arranca de este estado de oscilación entre dos extremos. Se desenvuelve y se determina a sí mismo, engendrando así la historia del mundo.