La primera clasificación de los grupos humanos según sus caracteres físicos fue realizada por los antiguos egipcios. Sus pinturas y monumentos distinguían cuatro clases de hombres: los "rot" o egipcios, pintados de rojo; los "namu", amarillos con nariz aguileña; los "nashu", negros con cabello crespo; los "tamahu", rubios con ojos azules. Ahora bien, esta clasificación sólo se aplicaba a las poblaciones vecinas de Egipto. El Antiguo Testamento también se ocupó de dividir a los hombres en hijos de Cam, de Sem y de Jafet. También aquí sólo se trataba de pueblos que los judíos conocían y cuyas diferencias físicas eran, sin duda, mínimas. Sin embargo, durante la Edad Media se hizo el esfuerzo de agrupar a todos los hombres, de cuya existencia daban cuenta los viajeros, en esas tres categorías. La llegada de los europeos a América, en particular, levantó vivas polémicas: ¿dónde había que ubicar a los habitantes originarios del Nuevo Mundo? A pesar de la intervención pontificia, las discusiones se prolongaron durante mucho tiempo.
Desde entonces comenzó a enraizarse la idea de la división de la humanidad en cierto número de razas, contribuyendo así a un esquema que sirvió, en gran medida, al fomento de los prejuicios raciales y el racismo. Muchos hombres de ciencia admitieron y fundamentaron la división de la humanidad en distintos tipos de razas, incrementándose profusamente los intentos por ubicar a cada ser humano en un grupo particular a partir de elementos tales como el color de la piel, la forma del cráneo, el tipo de cabello, el color de los ojos, la forma de los labios, las proporciones corporales, etcétera. Comenzó así la elaboración de un catálogo de las variaciones físicas humanas a lo largo y a lo ancho del planeta. Surgieron un sinnúmero de clasificaciones, eminentemente tipológicas, sustentadas en la opinión de que todos los miembros de una raza participan de su esencia y poseen sus características típicas. Estos procedimientos de clasificación racial del hombre no se detuvieron, incluso se extendieron también a las características bioquímicas, inmunológicas, fisiológicas y genéticas, llevando el número de razas hasta alrededor de doscientas.
A éstos le siguieron Horace Desmoulins (1792-1825), que fraccionó la razas basándose en sus caracteres etnográficos hasta llegar a dieciséis; Thomas Huxley (1825-1895), que desarrolló la teoría vertebral del cráneo e hizo de los australianos una de las principales razas de la humanidad; Julien Joseph Virey (1775-1846), que utilizó el perfil de la cara, lo mismo que Etienne Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844), distinguiendo cuatro grandes razas fundamentales: ortognatos, eurignatos, prognatos, y simultáneamente eurignatos y prognatos. Otros autores preferían basarse en la forma del cabello, por ejemplo Ernst Haeckel (1834-1919), quien admitía cuatro grupos primitivos, subdivisibles en doce razas secundarias y definida por los caracteres: cabello lanoso en motas, cabello lanoso común, cabello liso, cabello ondulado. Paul Topinard (1830-1911), por el contrario, tenía en cuenta principalmente la forma de la nariz, y Joseph Deniker (1852-1918) se esforzó en formar grupos naturales combinando los diversos caracteres.
De todas maneras, durante muchísimos años abundaron las teorías sobre la diferencia de las razas, particularmente sobre su división en superiores e inferiores, con ciertos grados intermedios. Todos los autores de esas teorías -en su mayoría pensadores distinguidos- pertenecían a la llamada raza blanca y, modestamente, colocaban a ésta en la cúspide de la superioridad. Si bien no puede negarse que existen hombres de distinto color y que eso establece una distinción entre unos y otros, afirmar que los de un color son superiores a los de otro es traspasar los límites de lo comprobable. El color de la piel, sobre el cual se establecieron las clasificaciones más antiguas y aparece tanto en los añosos libros sánscritos como en las antiguas representaciones egipcias, sólo depende de la presencia de un pigmento -la melanina- en las capas profundas del tegumento. Cuando se encuentran en gran cantidad, la piel es muy oscura; si hay menos, el rojo de la sangre que circula bajo la piel aparece por transparencia, y la mezcla de su color con el del pigmento da matices amarillentos; si el pigmento falta, la piel resulta blanco-rosada. Según la cantidad y densidad de ese pigmento puede haber toda una serie de matices. Estas variaciones de color se extienden al cabello y a los ojos, pero de manera más limitada. Una despigmentación pronunciada genera ojos azules con sus variedades gris o verde; si el fenómeno es poco marcado, se tienen ojos amarillos o pardos claros. En cuanto al cabello, una fuerte despigmentación produce cabello rubio, una despigmentación débil, castaño.
Otra característica de los humanos que se utilizó para establecer la diferencia de razas es el tamaño de los cráneos, a los que el anatomista sueco Anders Adolf Retzius (1796-1860) clasificó en dolicocéfalos y braquicéfalos, es decir, hombres de cráneo alargado y hombres de cráneo achatado, atribuyéndoles a los primeros una superioridad sobre los segundos y olvidando que algunos grandes pensadores -como Immanuel Kant (1724-1804), por ejemplo-, eran braquicéfalos. O también por la forma de la cara, que puede ser estrecha o ancha, ovalada o cuadrangular, aplastada o abovedada. La variación más notable es el grado de desarrollo de las mandíbulas. En algunos, la mandíbula sale hacia adelante; es lo que se llama prognatismo. Si, por el contrario, el perfil es rectilíneo, se le denomina ortognatismo. También la nariz es susceptible de variaciones muy grandes en los seres humanos, y se los clasificó en leptorrinos, platirrinos y mesorrinos, según su nariz sea delgada y alta, ancha y aplastada o de forma intermedia, respectivamente.
El antropólogo y paleontólogo francés Henri Vallois (1889-1981) publicó en 1944 "Les races humaines" (Las razas humanas), una obra que alcanzó el rango de clásico en los años '60. Allí decía que la humanidad se divide en cierto número de grupos que se distinguen por sus caracteres corporales y a estos grupos los llamó razas. "Corresponden -dice Vallois- aproximadamente a lo que los zoólogos denominan subespecies, mientras que los botánicos hablan más a menudo de variedades. Pueden definirse como agrupaciones naturales de hombres que presentan un conjunto de caracteres físicos hereditarios comunes, cualesquiera sean, además, sus lenguas, sus costumbres o sus nacionalidades". Y definía a las razas de acuerdo al conjunto constituido por cuatro órdenes de hechos: la estructura del cuerpo (caracteres anatómicos), el funcionamiento de sus órganos (caracteres fisiológicos), el mecanismo de su cerebro (caracteres psicológicos) y la manera como el hombre reacciona frente a las enfermedades (caracteres patológicos). Establecía además que las agrupaciones humanas pueden encararse desde puntos de vista muy diferentes. "El nombre de razas se reserva para las que se establecen según un conjunto de caracteres físicos; sólo éstas tienen valor antropológico. Las que constituyen una comunidad política se llaman, como es sabido, Nación o Estado. Finalmente, para las que se basan en caracteres de civilización -en particular una lengua o un grupo de lenguas idénticas- se ha creado un término que tiende a imponerse cada vez más: etnias. Razas, naciones y etnias forman tres entidades diferentes que no hay que confundir".
En 1971, el antropólogo belga Claude Lévi-Strauss (1908-2009) decía en "Race et culture" (Raza y cultura) que los especialistas de la antropología física discuten desde hace dos siglos lo que es o no es una raza, que jamás se han puesto de acuerdo, y que nada indica que estén más cerca de hacerlo respecto a una respuesta sobre la cuestión. Según ciertos antropólogos, dice Lévi-Strauss, "la especie humana debió de dar nacimiento demasiado pronto a las subespecies diferenciadas entre las cuales se produjeron, en el curso de la prehistoria, intercambios y cruces de todas clases: la persistencia de algunos rasgos antiguos y la convergencia de otros recientes se habrían combinado para obtener la diversidad que se observa hoy entre los hombres. Otros estiman, por el contrario, que el aislamiento genético de grupos humanos apareció en una fecha mucho más reciente, que fijan hacia el fin del pleistoceno. En ese caso, las diferencias observables no podrían haber resultado de las separaciones accidentales entre los rasgos desprovistos de valor adaptativo, capaces de mantenerse indefinidamente en las poblaciones aisladas; más bien provendrían de diferencias locales entre los factores de selección. El término de raza, o cualquier otro término con el cual se quisiera sustituirlo, designaría por lo tanto una población o un conjunto de poblaciones diferentes de otras por la mayor o menor frecuencia de ciertos genes".
"En la primera hipótesis -continúa Lévi-Strauss-, el carácter de raza se pierde en tiempos tan antiguos que es imposible conocer nada sobre ella. No se trata de una hipótesis científica, es decir, verificable aún indirectamente por sus consecuencias lejanas, sino de una afirmación categórica con valor de axioma que podría considerarse absoluto porque sin ella se estima imposible evaluar las diferencias actuales. En la segunda hipótesis se plantean otros problemas. Por lo pronto, todas las dosificaciones genéticas variables a las cuales se hace referencia comúnmente cuando se habla de razas corresponden a caracteres bien visibles: talla, color de la piel, forma del cráneo, tipo de cabellera, etc. Suponiendo que esas variaciones fueran concordantes entre sí -lo que está lejos de ser cierto-, nada prueba que concuerden también con otras variaciones, comprendiendo caracteres no inmediatamente perceptibles por medio de los sentidos. Sin embargo, unos no son menos reales que los otros, y es perfectamente concebible que los segundos tengan una o más distribuciones geográficas totalmente diferentes de los precedentes y diferentes entre sí o que recuperasen las fronteras ya inciertas que se les asigna. En segundo lugar, ya que en todos los casos se trata de dosificaciones, los límites que se les fijan son arbitrarios. En efecto, estas dosificaciones aumentan o disminuyen por gradaciones insensibles, y el umbral que se instituye aquí o allá depende de los tipos de fenómenos que el encuestador elige retener para clasificarlos. En un caso, en consecuencia, la noción de raza se torna tan abstracta que se aparta de la experiencia y deviene una forma de suposición lógica que permite seguir una línea segura de razonamiento. En el otro caso, se adhiere hasta tal punto a la experiencia que se disuelve, ya no se sabe de qué se habla. No es nada sorprendente que gran número de antropólogos renuncien pura y simplemente a utilizar esta noción".
Si bien durante mucho tiempo el concepto de raza biológica fue el eje central de la antropología, en la actualidad ya no goza de tal aceptación. Hoy la terminología racial y los sistemas de clasificación raciales están desapareciendo gradualmente de la literatura científica y de los programas de investigación en antropología biológica. Existe una tendencia creciente a considerar las múltiples variaciones morfológicas presentes en la humanidad -evidentes al contrastar personas nativas de diferentes continentes- como el producto de un proceso de adaptación evolutiva de poblaciones geográficamente diversificadas y no como la prueba de la existencia de razas en la especie humana. La antropología ha conocido en los últimos años, un prodigioso desarrollo, gracias sobre todo a los avances en la genética. Todos los descubrimientos de esta disciplina muestran que la clasificación racial es definitivamente imposible.
Rita Levi Montalcini (1909), neurobióloga italiana y Premio Nobel de Medicina en 1986, es categórica al respecto: "Las razas humanas no existen. La existencia de las razas humanas es una abstracción que se deriva de una falsa interpretación de pequeñas diferencias físicas que nuestros sentidos perciben, erróneamente asociadas a diferencias psicológicas e interpretadas sobre la base de prejuicios seculares. Estas abstractas subdivisiones, fundadas en la idea de que los humanos constituyen grupos biológica y hereditariamente muy distintos son puras invenciones que siempre se han utilizado para clasificar arbitrariamente hombres y mujeres en 'mejores' y 'peores' y, de esta manera, discriminar a los últimos (siempre los más débiles), después de haberles achacado que son la clave de todos los males en todos los momentos de crisis. La humanidad no está formada por grandes y pequeñas razas. Es una red de personas vinculadas que se forman, se transforman, se mezclan, se fragmentan y se disuelven con una rapidez incompatible con los tiempos exigidos por los procesos de selección genética".
El concepto de raza no tiene significado biológico en la especie humana. El análisis de los DNA humanos ha demostrado que la variabilidad genética en nuestra especie -menores que las de los chimpancés, gorilas y orangutanes- está representado sobre todo por diferencias entre personas de la misma población, mientras que son menores las diferencias entre poblaciones y continentes diversos. Los genes de dos individuos de la misma población son, como promedio, ligeramente más similares entre ellos que las de aquellas personas que viven en continentes diversos. El escritor andaluz Antonio García Birlán (1891-1984) lo expresó muy bien en el prólogo de "Pueblos y razas": "Todos los hombres tienen cualidades comparables con las más altas de otros hombres. Lo que a unos falta, brilla en otros. Nadie puede preciarse de ser superior, en todo, a nadie. Que un cualquiera se juzgue superior a no importa quién, hace sonreír. No son inferiores unos a otros: son diferentes. Cuando esto se vea, y está ahí para ser visto, no tendrá importancia alguna aquello en que son diferentes, en realidad sólo el color, que no dice nada. O, desde otro punto de vista, lo del cráneo alargado o achatado, que tampoco dice nada. Por otra parte, nunca pudo establecerse con rigor científico qué es una raza y, si algún día se lograse hacerlo, no se habrá establecido cosa que importe mucho".