Ya en 1948, en su ensayo "L'avenir de la science" (El porvenir de la ciencia) -que recién se publicaría en 1890-, Renan exponía que la religión podía perfectamente ser reemplazada por la ciencia. Consideraba que sólo la ciencia podía resolver los problemas humanos en tanto mantuviese su escepticismo y la dialéctica comparativa, llegando a la conclusión de que "la ciencia positiva" era "la única fuente de verdad". Aunque este "espíritu positivo" lo aplicó luego a sus estudios históricos, tenía sus raíces en los estudios de ciencia natural a los que Renan se inclinó en algunos momentos de su vida por considerarlos fundamentales: "la química por un lado, la astronomía por el otro, y sobre todo la fisiología general, nos permiten poseer verdaderamente el secreto del ser, del mundo, de Dios, o como quiera llamársele". La inclinación de Renan hacia lo positivo lo alejó del espiritualismo y lo acercó al idealismo. "Romántico en protesta contra el romanticismo, atraído por la filosofía del devenir, Renan -dice José Ferrater Mora (1912-1991) en su 'Diccionario de Filosofía', unió a una convicción positivista en el método e inclusive en los fundamentos, cierto idealismo utópico que se manifestó, en primer lugar, en su fe en la ciencia como sustituto de la religión, y, en segundo término, en la idea de un progreso de la Humanidad por medio de la asimilación del contenido moral de la religión y particularmente de la religión cristiana, sin necesidad de admitir su estructura dogmática".
La crítica de los orígenes del cristianismo -crítica que tendía en su aspecto meramente científico a considerar dicha religión como un elemento de la historia, sometido a las mismas leyes y condiciones de todo proceso histórico- condujo a Renan a una plena afirmación de su valor espiritual, con independencia de su verdad o falsedad. Pero, por otro lado, explica Ferrater Mora, "el positivismo en el método histórico no significaba para Renan un dogma; justamente la aplicación consecuente de un método positivista demuestra, a su entender, que la historia no es el producto de una serie de determinaciones constantes sino más bien el producto de la libre actuación de los individuos superiores en un medio dado y la consiguiente modificación de éste. Esta influencia es, por lo demás, indispensable si se pretende que el progreso de la humanidad sea incesante; los individuos superiores deben inclusive, cuando es necesario, dominar por la fuerza a las masas, imponerles las formas espirituales cuyo contenido es dado por el progreso de la ciencia y por las verdades morales de la religión".
La noción de raza es oscura y resbaladiza, una abstracción difícil de concretar. Igual que la lengua, procede de troncos comunes y las combinaciones y mezclas son muchas. Darwin sostenía que cada clasificador tenía su propia clasificación de raza. En "Qu'est-ce qu'une Nation?" (¿Qué es una Nación?), una conferencia que dictó en la Sorbonne de París el 11 de Marzo de 1882, Renan manifestaba que "tanto la consideración exclusiva de la lengua como la atención excesiva concedida a la raza tiene sus peligros e inconvenientes. Cuando se cae en la exageración respecto de ellas, uno se encierra en una cultura determinada, reputada por nacional; uno se limita, se enclaustra. Se abandona el aire libre que se respira en el vasto campo de la humanidad para encerrarse en los conventículos de los compatriotas. Nada peor para el espíritu, nada más perjudicial para la civilización. No debe abandonarse el principio fundamental de que el hombre es un ser racional y moral antes de ser encerrado en tal o cual lengua, antes de ser un miembro de esta o aquella raza, un adherente de tal o cual cultura. Antes que la cultura francesa, la cultura alemana, la cultura italiana, está la cultura humana".
Entre las principales obras de carácter filosófico escritas por Renan pueden mencionarse "Questions contemporaines" (Cuestiones contemporáneas), "Essais de morale et de critique" (Ensayos de moral y de crítica), "Examen de conscience philosophique" (Examen de conciencia filosófico), "Dialogues et fragments philosophiques" (Diálogos y fragmentos filosóficos), "Drames philosophiques" (Dramas filosóficos) y "Discours et conférences" (Discursos y conferencias), obra esta última publicada en 1887 en la que analizó detenidamente el tema de la raza.
En la época de
La verdad es que no hay una raza pura, y que hacer reposar la política sobre el análisis etnográfico es asentarla sobre una quimera. Los más nobles países -Inglaterra, Francia, Italia- son aquellos donde la sangre está más mezclada. ¿Representa Alemania respecto de esto una excepción? ¿Es un país germánico puro? ¡Qué ilusión! Todo el sur ha sido galo. Todo el este, a partir del Elba, es eslavo. Y las partes que pretenden ser realmente puras, ¿lo son en efecto? Tocamos aquí uno de los problemas sobre los cuales importa más hacerse ideas claras y evitar equívocos.
Las discusiones sobre las razas son interminables porque los historiadores filólogos y los antropólogos fisiólogos han tomado la palabra raza en dos sentidos enteramente diferentes. Para los antropólogos la raza tiene el mismo sentido que en zoología; indica una descendencia real, un parentesco por la sangre. Ahora bien, el estudio de las lenguas y de la historia no conduce a las mismas divisiones que la fisiología.
Los términos braquicéfalo y dolicocéfalo no tienen cabida ni en historia ni en filología. En el grupo humano que creó las lenguas y la disciplina arias había ya braquicéfalos y dolicocéfalos. Lo mismo puede decirse del grupo primitivo que creó las lenguas y las instituciones llamadas semíticas. En otros términos: los orígenes zoológicos de la humanidad son enormemente anteriores a los orígenes de la cultura, de la civilización y del lenguaje. Los grupos ario primitivo, semita primitivo y turanio primitivo no tenían ninguna unidad fisiológica. Estas agrupaciones son hechos históricos que tuvieron lugar en cierta época, posiblemente hace quince o veinte mil años, mientras que el origen zoológico de la humanidad se pierde en tinieblas incalculables.
La raza, tal como la entendemos los historiadores, es, por consiguiente, algo que se hace y se deshace. El estudio de la raza es capital para el sabio que se ocupa de la historia de la humanidad. No tiene aplicación en política. La conciencia instintiva que ha presidido la confección del mapa de Europa no ha tenido en cuenta para nada la raza, y las primeras naciones de Europa son de sangre esencialmente mezclada.
El hecho de la raza, capital en su origen, va, por lo tanto, perdiendo cada día más su importancia. La historia humana difiere esencialmente de la zoología. La raza no lo es todo, como en los roedores o en los felinos, y no hay derecho a ir por el mundo manoseando el cráneo de las gentes y a tomarlas luego por el cuello diciendo: "¡Tú eres de mi sangre, tú eres de los nuestros!". Fuera de los caracteres antropológicos existen la razón, la justicia, lo verdadero y lo bello, que son lo mismo para todo el mundo.