30 de mayo de 2012

La noción de raza a través de la historia (12). 1894: Gustave Le Bon

Hacia fines del siglo XIX, en ciertos ámbitos de la medicina comienza a gestarse la "teoría de la degeneración", una teoría que presentaba una imagen pesimista de la civilización moderna y sacudía profundamente la confianza del liberalismo europeo. Varios biólogos y antropólogos consideraron que los avances económicos y sociales parecían conspirar contra el progreso humano en vez de favorecerlo. A esta degeneración se la definía como el desvío morboso respecto de un tipo original, sosteniéndose que -como había dicho Gobineau- "cuando un organismo se debilita bajo toda suerte de influencias nocivas, sus sucesores no semejan el tipo saludable y normal sino que forman una nueva subespecie", que con creciente frecuencia lega sus peculiaridades a su prole. Así, el pensamiento racista se fue estructurando poco a poco en doctrinas que preconizaban la eugenesia, es decir, la aplicación de las leyes biológicas de la herencia para el perfeccionamiento de la especie humana; esto es, intervenir en los rasgos hereditarios para lograr el nacimiento de personas más sanas y con mayor inteligencia. En otras palabras, sustituir la selección natural darwiniana por una selección artificial.
Uno de sus promotores fue el médico francés Gustave Le Bon (1841-1931), quien estudió medicina en la Universidad de París pero no pudo superar la prueba de la lectura de la tesis doctoral. Se dedicó primero a la problemática de la higiene y ejerció como médico militar durante la guerra franco-prusiana. Luego emprendió numerosos viajes por Europa, Africa y Asia, experiencia que volcó en "L'homme et les sociétés. Leurs origines et leur histoire" (El hombre y las sociedades. Sus orígenes y su historia) antes de orientarse hacia el campo de la sociología y la antropología en general y al de la psicología en particular. Inicialmente realizó investigaciones fisiológicas sobre el tamaño del cráneo y del cerebro, estableciendo que en la sociedad de su época, el cerebro de los hombres tendía a ser más grande -indicio de una creciente capacidad intelectual- mientras que el de las mujeres se encogía. Consagró luego su atención a la conducta en la sociedad industrial, sobre todo la de las multitudes, el fenómeno de las masas y el comportamiento de los individuos cuando se mueven en fenómenos colectivos. El resultado fue "Psychologie des foules" (Psicología de las masas), un libro que de alguna manera encierra ciertos embriones ideológicos del fascismo y el nacionalsocialismo: "A su manera atávica, la multitud busca un líder, vale decir, una figura poderosa que encauce sus energías irracionales hacia fines constructivos". Según Le Bon, el líder natural de la multitud, irradiaba el mismo aura que distinguía al reyezuelo o médico brujo de una tribu primitiva.
Para Le Bon, la interacción entre individuo y masa producía una conducta masiva retrógrada. Cuando los individuos se encontraban reunidos en la calle o en un mitin político, se activaba un retroceso masivo a un estado primitivo: "Por el mero hecho de formar parte de una multitud organizada, un hombre desciende varios peldaños en la escalera de la civilización. Si bien por sí mismo puede ser un individuo cultivado, en una multitud, es un bárbaro y se vuelve capaz de los actos brutales e irracionales que caracterizan un disturbio callejero. Los instintos de ferocidad destructora propios de las muchedumbres, y que se plasman en sus actos criminales, no son sino residuos de edades primitivas que duermen en el fondo de cada uno de nosotros". "Entre los caracteres especiales de las muchedumbres -escribió- hay muchos que se observan igualmente en los seres que pertenecen a formas inferiores de evolución, tales como la mujer, el salvaje y el niño. Las muchedumbres son femeninas, a veces; pero las más femeninas de todas, son las muchedumbres latinas". En un contexto histórico donde imperaba una masiva vida urbana moderna y dominaba la política democrática, se creaban muchas oportunidades para esta clase de conducta "retrógrada", razón por la que, para Le Bon, enormes peligros se cernían sobre la sociedad industrial europea: "El advenimiento de las masas al poder marca una de las últimas etapas de la civilización occidental. Ahora su civilización carece de estabilidad. El populacho es soberano y crece la marea de barbarie".
Le Bon empleaba con frecuencia el término "raza": "raza anglosajona", "raza mongólica", "raza negra" y hasta "raza francesa". También "raza latina", lo que llevó al eminente neurólogo y antropólogo francés Paul Broca (1824-1880) a decir: "La raza latina no existe por la misma razón por la que tampoco existe un diccionario braquicéfalo". Desde una postura de simple observador cínico, concedía importancia a las religiones como los verdaderos ejes de las culturas. Opinaba que todo ser poseía un alma invisible -el alma de las razas- que se expresaba en su vida personal, en las artes y en las instituciones, y consideraba que el verdadero progreso era siempre y en última instancia fruto de la obra de las minorías operantes y las elites intelectuales. Por sus frecuentes alusiones al inconsciente, para algunos historiadores la obra de Le Bon fue precursora de "Studien über hysterie" (Estudios sobre la histeria) de Sigmund Freud (1856-1939), e inclusive le asignan ser el precedente de "Der untergang des Abendlandes" (La decadencia de Occidente) de Oswald Spengler (1880-1936) por la idea de que todas las civilizaciones tenían la propiedad de pasar por determinados estadios, cumpliendo ciclos sorprendentemente semejantes.
Además de sus obras "Psychologie des foules" (Psicología de las masas), "L'evolution de la matière" (La evolución de la materia), "Psychologie politique" (Psicología política) y "Bases scientifiques d'une philosophie de l'histoire" Bases científicas de una filosofía de la historia", Le Bon publicó el  ensayo "Lois psychologiques de l'évolution des peuples (Leyes psicológicas de la evolución de los pueblos). En esta obra desarrolló la tesis que la Historia es, en una medida sustancial, el producto del carácter racial o nacional de un pueblo, siendo la fuerza motriz de la evolución social más la emoción que la razón. En ella postuló también la evolución inalterable de los grupos raciales y la preeminencia de los rasgos físicos y psicológicos sobre las influencias sociales e institucionales, sosteniendo que los "extraños alteran el alma de los pueblos".

Cuando se examinan, en un libro de historia natural, las bases de la clasificación de las especies, se comprueba en seguida que los caracteres irreductibles y, por consiguiente fundamentales, que permiten determinar cada especie son muy poco numerosos. Su enumeración cabe siempre en algunas líneas. Es que el naturalista, en efecto, no se ocupa sino de los caracteres invariables, sin tener en cuenta los caracteres transitorios. Estos caracteres fundamentales arrastran fatalmente, por lo demás, toda una serie de otros caracteres. Lo mismo sucede con los caracteres psicológicos de las razas. Si observamos los detalles, comprobamos divergencias numerosísimas y sutiles de un pueblo a otro, de un individuo a otro; pero si sólo nos interesan los caracteres fundamentales, reconocemos que para cada pueblo esos caracteres son poco numerosos. Y no es sino con ejemplos -pronto suministraremos algunos- como se puede mostrar claramente la influencia de ese pequeño número de caracteres fundamentales en la vida de los pueblos.
No pudiendo ser expuestas las bases de una clasificación psicológica de las razas sino estudiando en sus detalles la psicología de diversos pueblos, tarea que exigiría ella sola muchos volúmenes, nos limitaremos a indicarlas en sus líneas generales. Si sólo se consideran sus caracteres psicológicos generales, las razas humanas pueden dividirse en cuatro grupos: 1º, las razas primitivas; 2º, las razas inferiores; 3º, las razas medias; 4º, las razas superiores.
Las razas primitivas son aquellas en las cuales no se halla ningún rastro de cultura, y que han permanecido en ese período vecino de la animalidad atravesado por nuestros antepasados de la edad de la piedra labrada; tales son hoy los fueguinos y los australianos.
Por encima de las razas primitivas se encuentran las razas inferiores, representadas sobre todo por los negros. Estas son capaces de rudimentos de civilización, pero sólo de rudimentos. No han podido jamás rebasar formas de civilización completamente bárbaras, aun cuando el azar les ha hecho heredar, como en Santo Domingo, civilizaciones superiores.
Clasificaremos en las razas medias a los chinos, los mongoles y los pueblos semitas. Con los asirios, los mongoles, los chinos y los árabes han creado tipos de civilizaciones elevadas que sólo los pueblos europeos han podido sobrepujar.
Entre las razas superiores, hay que mencionar sobre todo a los pueblos indoeuropeos. Lo mismo en la antigüedad -en la época de los griegos y los romanos- que en los tiempos modernos, son los únicos que han sido capaces de grandes invenciones en las artes, las ciencias y la industria. Sólo a ellos es debido el nivel elevado que la civilización alcanza hoy. El vapor y la electricidad han salido de sus manos. Las menos desarrolladas de esas razas superiores, los indios especialmente, se han elevado en las artes, las letras y la filosofía a un nivel que los mongoles, los chinos y los semitas no han podido alcanzar jamás.
Entre las cuatro grandes divisiones que acabamos de enumerar, ninguna confusión es posible: el abismo mental que las separa es evidente. Sólo cuando se quiere subdividir esos grupos comienzan las dificultades. Un inglés, un español, un ruso, forman parte de la división de los pueblos superiores, pero sabemos perfectamente, sin embargo, que las diferencias entre ellos son muy grandes.