Hacia fines del siglo XVI y comienzos del XVII, Francia es recorrida por una indignada voz de alarma. Autoridades civiles y eclesiásticas alertan sobre la presencia en la corte de París de librepensadores escépticos y libertinos que cuestionan el universo religioso, político y ético -sustancialmente cristiano- que determina el normal transcurrir de los acontecimientos. Es el surgimiento de un nuevo movimiento filosófico que somete a su imperio todos los dominios del pensamiento, especialmente la teología, la moral y la filosofía recibidas, y que rechaza toda regla exterior y todo principio de autoridad, propugnando una libertad filosófica sin trabas de ningún tipo, especialmente de tipo religioso. Es el nacimiento de la Era de la Razón, una razón crítica que se materializará en un tenaz esfuerzo por construir una ética autónoma, sin hipotecas teológicas o dogmáticas, y por analizar rigurosamente la esfera de lo sagrado, cuestionando su papel fundamentador en los campos de la filosofía, la política y los modos de vida de los hombres. Es, en definitiva, la semilla de la que brotará el pensamiento ilustrado francés del siglo XVIII.
Suele considerarse a Pierre Charron (1541-1603) como uno de los más destacados escépticos de esa época. Sin embargo -dice José Ferrater Mora (1912-1991) en su "Diccionario de Filosofía"-, el citado adjetivo no es suficiente para caracterizar su pensamiento. Por un lado hay una evolución en el modo de pensar de Charron entre el tratado "Les trois vérités" (Las tres verdades), su obra de 1593 contra los ateos, los herejes y los no cristianos, y sus obras posteriores. Por otro lado, el escepticismo de Charron se halla muy matizado no solamente por consideraciones teóricas de índole consoladora, sino también por un temple de ánimo que considera el escepticismo o, mejor, la oposición al fanatismo y al dogmatismo como una defensa contra los sinsabores de la existencia y como un modo de conseguir la paz del ánimo. En la obra citada, Charron proponía cinco pruebas en favor de la existencia de Dios y de la religión verdadera. En las obras posteriores -"Discours chrétiens" (Discursos cristianos) de 1600 y, especialmente, en "De la sagesse" (De la sabiduría) de 1601- el abogado y clérigo francés desconfía, en cambio, de las afirmaciones dogmáticas, incluyendo las teológicas. Esto suscitó una violenta oposición a sus ideas, hasta el punto de que en un resumen posterior las expresó en forma más moderada. Para Charron la verdadera sabiduría se halla en el desapego de lo exterior, entendiendo por sabiduría la consecución de una uniformidad alegre y libre de la existencia que permita vivir sin sentirse aterrado ni por las desgracias del mundo exterior ni por las amenazas del infierno tras la muerte.
En el tratado "De la sabiduría", mamotreto con el que obtuvo un gran éxito editorial y que durante años fue objeto de continuas reediciones y fue considerado el gran manifiesto del librepensamiento francés, Charron somete la fe a la razón y niega la espiritualidad del alma con el fin de lograr una moral humanista, terrenal y racional. Sostiene que ninguna de las formas de la religión es inherente al hombre por naturaleza, sino que es un fruto de la educación y del medio. "La ciencia verdadera y el estudio verdadero del hombre, es el hombre -dice-. Es decir, su origen, razón de ser y propósito final está en él y solamente en él; no hay un Dios que lo creó con un propósito específico. Los hombres se hacen por la aventura y el azar". Charron divide a los hombres en septentrionales, medios y meridionales, asignándoles a cada habitante de esos estratos sus respectivas propiedades según su cuerpo, su espíritu, su religión y sus costumbres.
Suele considerarse a Pierre Charron (1541-1603) como uno de los más destacados escépticos de esa época. Sin embargo -dice José Ferrater Mora (1912-1991) en su "Diccionario de Filosofía"-, el citado adjetivo no es suficiente para caracterizar su pensamiento. Por un lado hay una evolución en el modo de pensar de Charron entre el tratado "Les trois vérités" (Las tres verdades), su obra de 1593 contra los ateos, los herejes y los no cristianos, y sus obras posteriores. Por otro lado, el escepticismo de Charron se halla muy matizado no solamente por consideraciones teóricas de índole consoladora, sino también por un temple de ánimo que considera el escepticismo o, mejor, la oposición al fanatismo y al dogmatismo como una defensa contra los sinsabores de la existencia y como un modo de conseguir la paz del ánimo. En la obra citada, Charron proponía cinco pruebas en favor de la existencia de Dios y de la religión verdadera. En las obras posteriores -"Discours chrétiens" (Discursos cristianos) de 1600 y, especialmente, en "De la sagesse" (De la sabiduría) de 1601- el abogado y clérigo francés desconfía, en cambio, de las afirmaciones dogmáticas, incluyendo las teológicas. Esto suscitó una violenta oposición a sus ideas, hasta el punto de que en un resumen posterior las expresó en forma más moderada. Para Charron la verdadera sabiduría se halla en el desapego de lo exterior, entendiendo por sabiduría la consecución de una uniformidad alegre y libre de la existencia que permita vivir sin sentirse aterrado ni por las desgracias del mundo exterior ni por las amenazas del infierno tras la muerte.
En el tratado "De la sabiduría", mamotreto con el que obtuvo un gran éxito editorial y que durante años fue objeto de continuas reediciones y fue considerado el gran manifiesto del librepensamiento francés, Charron somete la fe a la razón y niega la espiritualidad del alma con el fin de lograr una moral humanista, terrenal y racional. Sostiene que ninguna de las formas de la religión es inherente al hombre por naturaleza, sino que es un fruto de la educación y del medio. "La ciencia verdadera y el estudio verdadero del hombre, es el hombre -dice-. Es decir, su origen, razón de ser y propósito final está en él y solamente en él; no hay un Dios que lo creó con un propósito específico. Los hombres se hacen por la aventura y el azar". Charron divide a los hombres en septentrionales, medios y meridionales, asignándoles a cada habitante de esos estratos sus respectivas propiedades según su cuerpo, su espíritu, su religión y sus costumbres.
Así como los frutos y animales nacen diversos según las diversas comarcas, así los hombres nacen más o menos belicosos, justos, temperantes, dóciles, religiosos, castos, ingeniosos, buenos, obedientes, hermosos, sanos y fuertes. Por eso, Ciro no quiso conceder a los persas que abandonasen su país, áspero y accidentado, para ir a otro dulce y llano, diciendo que las tierras arcillosas y blandas hacen a los hombres flojos, y las fértiles los espíritus estériles. Según este fundamento, podemos de modo sumario dividir el mundo en tres partes, y a todos los hombres en tres maneras de naturaleza; haremos, pues, tres asientos generales del mundo, que son los dos extremos de Mediodía y Norte, y la región intermedia entre ambos.
Será cada parte y asiento de sesenta grados; la del Mediodía está sobre el Ecuador, treinta grados acá y treinta acullá, es decir, todo lo que está entre los dos trópicos o poco más, donde están las regiones ardientes y las meridionales, Africa y Etiopía entre oriente y occidente; Arabia, Calicut, las Molucas, las Javas, la Trapobana hacia el oriente; el Perú y grandes mares hacia el occidente. La intermedia es de treinta grados hacia fuera de los trópicos, por un lado y por otro hacia los polos, donde se hallan las regiones medias y temperadas; toda Europa con su mar Mediterráneo entre oriente y occidente; toda Asia, menor o mayor, que está hacia oriente, con China y Japón y América occidental. La tercera es la de los treinta grados más cercanos de los dos polos de cada lado, donde están las regiones frías y glaciales, los pueblos septentrionales, Tartaria, Moscovia, Estotilam y la Magallania, la cual aún no está bien descubierta.
Según esta división general del mundo, también son diferentes los naturales de los hombres en todo cuerpo, espíritu, religión, costumbres, como se puede ver en lo que sigue porque los septentrionales son altos y corpulentos, pituitosos, sanguíneos, blancos y rubios, sociables, fuerte la voz, la piel blanda y vellosa, muy comedores y muy bebedores y fuertes. Toscos, pesados, estúpidos, necios, complacientes, ligeros e inconstantes. Poco religiosos y brutos. Guerreros, valientes, indóciles, castos, exentos de celos, crueles e inhumanos. Los medios son mediocres y temperados en todo como neutros, o bien participan un poco de los dos extremos, teniendo más de la región de la cual son más vecinos. Los meridionales son pequeños, melancólicos, fríos y secos, negros, solitarios, cascada la voz, duro el cuero con poco pelo y éste crespo, abstinentes y febles. Ingeniosos, juiciosos, prudentes, finos, obstinados. Supersticios, contemplativos. No guerreros, y cobardes, lujuriosos, celosos, crueles e inhumanos.
Todas esas diferencias se demuestran fácilmente. En cuanto a las del cuerpo, se conocen al mirar; y si hay algunas excepciones, son raras y vienen de la mezcla de los pueblos, o bien de los vientos, de las aguas y de la situación particular de los lugares, en los cuales una montaña será notable diferencia en el mismo grado, hasta en la misma región o la misma ciudad: los habitantes de la ciudad alta de Atenas eran de otro humor que los del puerto del Pireo, dice Plutarco; una montaña en el lado del septentrión convertiría en meridional el valle que cae hacia el Mediodía, y lo contrario del mismo modo.
En lo que toca a las diferencias del espíritu, sabemos que las artes mecánicas y obras de mano son del septentrión, donde son penosas; las ciencias especulativas han venido del sur. César y los antiguos llaman a los egipcios muy ingeniosos y sutiles. Moisés fue instruido en su saber; la filosofía pasó desde allí a Grecia; y la mayoridad comienza en ellos más pronto a causa del espíritu de fineza. Los guardas de los príncipes, incluso de los meridionales, son del septentrión, porque tienen más fuerza, y menos fineza y malicia. Así los meridionales están sujetos a grandes virtudes y grandes vicios, como se dice de Aníbal. Los septentrionales tienen bondad y simplicidad. Las ciencias medias y mixtas, políticas leyes y elocuencia, pertenecen a las naciones medias en las cuales florecieron los grandes imperios y gobiernos.
En cuanto al tercer punto, las religiones han venido del mediodía, Egipto, Arabia, Caldea. Hay más superstición en Africa que en el resto del mundo, como atestiguan los juramentos tan frecuentes, los templos tan magníficos. Los septentrionales, dice César, poco cuidadosos de religión, se ocupan de la guerra y de la caza.