Puede ser. En su breve nota introductoria a la edición de
1991 de "La balada del Mar Salado", Hugo Pratt dice que su interés
por los mares del sur se origina en "La laguna azul" de Henry De
Vere Stacpoole -la memoria se retrotrae a la película homónima que se
desarrolla en las Fiji, pero que de por sí no nos llevaría a pensar en el Corto
Maltés-. Puede pasar, sin embargo, y Thomas Merton decía que se había
hecho católico leyendo la historia de la apostasía de Joyce en "Retrato
del artista adolescente". Pero no me fío de los autores, que suelen
mentir. Sólo me fío de los textos. Ahora bien, los personajes de "La
balada..." leen otros libros. En un momento Pandora aparece apoyada en las
obras completas de Melville, y Caín lee a Coleridge, autor de otra balada, la
del Viejo Marino. Lee también una traducción al italiano, y la encuentra, como
también a Melville, a bordo de un submarino alemán (junto con Rilke y Shelley,
forma parte de la biblioteca de Slutter, que tras su muerte permanecerá en la
isla Escondida; como cierre, sin embargo, Caín cita a Eurípides). Si se calcula que Cráneo llevó a cabo una práctica legal con
un abogado indio de Viti Levu y habla de mitología maorí y sociopolítica
melanesia con la seguridad de Margaret Mead, hay que admitir que los personajes
de Pratt son mucho más cultos que él. ¿En qué medida estos registros de las
lecturas de nuestros héroes son casuales? Además de Cráneo, que era un muchacho
solícito, también lee un maleante como Rasputín, y lo hace en francés. Ya desde
el comienzo de la obra lo vemos consultar a Bougainville en su "Viaje
alrededor del mundo de la fragata del rey La Boudeuse y la nave
l'Etoile". Puedo asegurar que no se trata de la primera edición de
1771 que, a diferencia del ejemplar de Rasputín, es anónima y, por lo tanto, no
podría tener el nombre del autor en la tapa. Dado que se trata de un volumen en
cuarto, podría tratarse de un original encuadernado con posterioridad,
pero sería un pecado que semejante antigüedad se arruinara como consecuencia de
la humedad y la sal. En el sexto cuadro, la página está compuesta a tres
columnas y podría por lo tanto, tratarse de una edición popular del siglo XIX.
El libro está abierto aproximadamente por la mitad y en ese punto, cualquiera
sea la composición tipográfica, comienza el capítulo V: "Navegación a
partir de las Grandes Cícladas, descubrimiento del Golfo de la Luisiada. Escala
en Nueva Bretaña".
Rasputín no se permite divagaciones literarias sino que
consulta, recaba información sobre el punto en el que estima hallarse, dado que
navega hacia una base alemana de Nueva Pomerania, que es precisamente la Nueva
Bretaña de Bougainville. Sin embargo, además de que en ese capítulo
Bougainville encuentra piraguas y salvajes que parecen salidos de las páginas
de "La balada..." (aunque tal vez sería prudente invertir la
perspectiva), si observamos la hermosa y larga carta que precede al
"Discurso preliminar", surgen algunos interrogantes inquietantes. La
carta de Bougainville no coincide por completo con la carta que Pratt dibuja en
la primera página. En este caso Pratt no sabe más que su personaje, pero éste
no lee "La balada..." sino que lee a Bougainville. Si Rasputín se
refiere a la carta de Bougainville y presume que está cerca de Nueva Pomerania,
entonces no puede pensar que está en el mar de las Salomón, ya que Bougainville
ubicaba las Salomón mucho más al este (más o menos en el lugar de las Fiji, lo
que supone un error de unos 20 grados de longitud y 10 de latitud). En
otras palabras, si Rasputín, por intuición o mediante algún instrumento que en
el año 1913 no le habría faltado a ningún navegante, sabe lo que Pratt sabe y
nos dice, que había recogido a Caín y a Pandora en el meridiano 155 (este,
diría yo) y el paralelo 6 sur, según Bougainville debería encontrarse seguramente
cerca de la bahía de Choiseul, a poca distancia de las Luisiadas de las que
lee, pero muy lejos de las Salomón (donde sin embargo está, pero sin saberlo). Me dirán que el asunto es irrelevante desde el punto de
vista narrativo, pero no es así: cuando, poco después, el mercante holandés
encuentra el catamarán de Rasputín, lo primero que observan los oficiales y el
marino fijiano es que, tratándose de una embarcación fijiana, la nave parece
bastante fuera de rumbo, ya que los fijianos habitualmente navegan hacia el
este y el sur. Y, como veremos después, es eso lo que habría debido hacer, ya
que es al sudeste (mucho, pero mucho más al sudeste) donde se encuentra la isla
del Monje. Podrá decirse que no es ahí donde Rasputín quiere ir, sino hacia la
Kaiserine de los alemanes, pero es cierto que llega ahí sin entender bien dónde
se encuentra o, si antes lo sabía ahora tiene todo el derecho de perder la
cabeza teniendo en cuenta su inestabilidad emotiva. Es evidente que el mismo
Bougainville, al ubicar las Salomón en el lugar errado, manifestaba grandes
vacilaciones. En efecto, en la carta escribía: "Islas Salomón, cuya
existencia y ubicación son dudosas". Bougainville, sin embargo, tenía
sus justificaciones. En las legendarias islas Salomón se esperaba hallar el oro
del rey homónimo, y en su búsqueda ya había estado en 1528 Alvaro de Saavedra
que navegó, en cambio, entre las Marshall y las islas del Almirantazgo. En 1568
logra llegar Mendana, las bautiza, y después de él nadie vuelve a encontrarlas,
ni siquiera él mismo cuando vuelve a buscarlas con Queirós casi treinta años
después y fracasa por muy poco, ya que va hacia el sudeste y llega a la isla de
Santa Cruz.
A partir de ese momento, la historia de la exploración del
Pacífico es la historia de gente que siempre descubre la tierra que no buscaba,
un insensato recorrido entre islotes, arrecifes de coral y continentes errando
siempre la longitud (por lo menos hasta la invención del cronómetro marino de
Harrison). El epicentro invisible e imposible de hallar de estas incursiones
son siempre las islas del rey Salomón, que se evaporaron. En 1643 Tasman busca
las Salomón, llega primero a Tasmania, avista Nueva Zelanda, pasa por las
Tonga, toca las Fiji sin desembarcar y ve de éstas sólo unos pocos islotes, y
alcanza luego la costa de Nueva Guinea. Rasputín, sin embargo, que bien podía
disponer de buenas cartas alemanas contemporáneas, se obstina en documentarse
con Bougainville, donde las islas Salomón son todavía un sueño. Por otra parte,
su error onírico incide también sobre el comportamiento de los otros. Explíquenme porqué el Corto tiene que encontrar el submarino
de Slutter (que cuenta con la excelente carta que dibujó el capitán Galland)
bajo el extremo occidental de Nueva Pomerania, es decir mientras navega hacia
el oeste, si partió de las Kaiserine, cuando el destino del submarino es la
Escondida. ¿Dónde está la Escondida del Monje? Hablando con Pandora, Caín
dice que el Monje domina desde las Gilbert a las Sotavento. Dominar desde las
Gilbert a las Sotavento es un trabajo arduo; supone un cabotaje por 20 grados
de latitud y más de 40 de longitud, y el espacio del Monje se tiñe, más que de
geografía, de mitología. Hagamos ahora los cálculos con el texto de Pratt
y el Atlas De Agostini. Pratt termina por admitir a regañadientes que Escondida
se oculta a 19 grados de latitud sur y 169 grados de longitud oeste, por lo
tanto deberá estar entre las Tonga y las Cook. Un oficial de la marina alemana
que hallándose rumbo a las Tonga navega hacia Nueva Guinea y dice (como dice)
"dentro de poco llegaremos a la Escondida" (y se encuentra a cinco
mil kilómetros) es un soñador; se encuentra preso en la red de Rasputín, que
confundió los límites del espacio.
El hecho es que Rasputín o Pratt, o ambos, tratan de
confundir también los límites del tiempo. Es sólo mediante una lectura atenta
que se advertirá que Caín y Pandora fueron capturados por Rasputín el 1º de
noviembre de 1913, pero que todos llegan a la Escondida después del 4 de agosto
de 1914 (el Monje les informa que en esa fecha estalló la guerra), y es
aproximadamente entre septiembre y los últimos días de octubre cuando entran en
escena los ingleses.
Entre dos páginas de Coleridge y dos discusiones con Slutter
pasa un año, en el curso del cual el submarino se desplaza por rutas vagas con
una indolencia curiosa, con la sed de deriva de los bucaneros del siglo XVIII,
del Viejo Marino y del capitán Achab. Todos los protagonistas de "La
balada...", incluidos los oficiales de la marina alemana, se trasladan por
el archipiélago de la incertidumbre, como si recorrieran aturdidos las ramas
del árbol genealógico de Groovesnore y no quisieran llegar nunca a su destino.
No saben seguir a los tiburones como Tarao (el único que llega donde quiere y
debe, casi en línea recta), y cuando rozan la Verdad Geográfica no lo
advierten. Y sin embargo está ahí, en el nombre de Pandora: hay una Pandora
Basin entre las Fiji y las Nuevas Hébridas, en cuyos confines se extienden las
Yasawa. En las Yasawa se encuentra la Laguna Azul. Pandora es símbolo de una
sabiduría cartográfica que ningún personaje de "La balada..." da
muestras de poseer. Rasputín sólo leyó a Bougainville, Pratt leyó sólo a De
Vere Stacpoole, pero, como de costumbre, el texto sabe más que todos. Todo en "La balada..." sigue el ritmo de las rutas
marinas que narra, incluso la psicología de los personajes, que se aman luego
de dispararse o se matan por amistad, y pierden el control, se reinventan por
medio de una descendencia, una historia clínica. No sabemos quién es en
realidad el Monje (no creo en la reconstrucción de Slutter, que es demasiado
precisa), cómo era su rostro -si tenía un rostro-, ni de dónde procedía
Rasputín, por qué Caín se llamaba así (tal vez una referencia byroniana) y,
sobre todo, es poquísimo lo que sabemos del Corto, del cual los relatos
sucesivos nos dirán luego todo. Su perfil es incierto, y el Corto no tiene
trazos esenciales ni definidos, no digo en los últimos relatos (donde
rejuvenece y se hace más angelical, perdiendo los signos de una vida
intachable), sino en su epopeya más madura, cuando se mueve con desenvoltura
entre la laguna veneciana, Brasil, Irlanda y las rutas terrestres de la
Transiberiana.
El Corto, que actualmente es inconfundible, en la época de
"La balada..." está aún en formación: ignorante de su propia
biografía (de pronto aparece encadenado en medio del mar como el Judas de
"La navegación de San Brendán"), inseguro de su propia
psicología y, en cuanto a su rostro, ni él ni Pratt saben demasiado, por lo que
se va esbozando de cuadro en cuadro, a medida que la historia avanza, mediante
trazos esenciales mínimos y una posterior aparición de arrugas interrogativas.
Tal vez olvidemos muchas historias en las que el Corto Maltés aparece perfecto
en su instantaneidad jeroglífica, pero en "La balada..." vive y
resulta memorable debido a su imperfección tentativa. Es por eso que
"La balada..." permanece en el recuerdo de sus primeros lectores como
un acontecimiento, como el modelo de una nueva forma de hacer literatura a
través de la historieta, y la Escondida ocupa un lugar en el universo de la
narrativa donde Ismael se confunde con Mandeville, el Pacífico se
desvanece en la Tierra del Preste Juan, las cartas geográficas contradicen las
palabras -que ya no precisan sino que corroen los contornos del espacio-, los
paralelos se cruzan, el atlas se reduce a un grupo de planos dudosos, y un
Monje casi medieval puede enarbolar, ennoblecido por los alisios, un emblema
del Consejo de los Diez.
Siempre sostuve que los dibujantes se dibujan en sus
protagonistas, y sobre todo en sus deuteragonistas, y el que conozca
personalmente a Al Capp, a Feiffer, a Schulz o a Jacovitti, lo sabe bien (sólo
Phil Davis dibujó en Mandrake el rostro de Lee Falk, o Lee Falk adaptó su
propio rostro a sugerencia de Phil Davis). No lo sospechaba de Pratt. Un día,
sin embargo, en la presentación de ya no recuerdo qué libro, me encontré con él
en la Terraza Martini de Milán y le presenté a mi hija, que entonces era chica
pero ya le gustaba leer sus historias, y ella me susurró al oído que Pratt era
el Corto Maltés. Sólo un niño puede decir que el rey está desnudo. Pratt
no tiene la estatura del Corto ni su figura estilizada, pero, mirándolo bien,
de perfil, tuve que admitir que en cierto modo era verdad: la línea de la
nariz, la boca, no lo sé... Sin duda Pratt no es el Corto de "La
balada...", pero digamos que el Corto más mágico de las últimas historias,
las que Pratt aún no conocía en ese momento... Pratt se estaba buscando
(fantaseaba con el lápiz, preguntándose cómo querría ser; ahora lo sabe, como
un elfo), y buscándose perseguía sueños errantes. Así se hace errante un texto. Y es en esa bruma que afecta
espacio y tiempo que nacen los mitos, y los personajes se desplazan por otros
textos, se instalan en nuestra memoria como si hubieran existido desde siempre
en la memoria de nuestros padres, jóvenes como Matusalén y milenarios como
Peter Pan, de modo tal que a menudo podemos encontrarlos también donde no se
habla de ellos, y desde luego -por lo menos los niños pueden hacerlo- en la vida.