9 de agosto de 2012

Hugo Pratt y el Corto Maltés (3). Geografía imperfecta, por Umberto Eco

Umberto Eco (1932) publicó en 1964 el libro de ensayos "Apocalittici e integrati" (Apocalípticos e integrados), un notable estudio sobre la cultura popular y los medios de comunicación. En él, el reconocido semiólogo y escritor italiano dedicó varios capítulos a analizar una de sus pasiones: la historieta. La obra, basada en profundas investigaciones respecto de su historia, inicios y corrientes, logró sentar las bases para el estudio del papel de su lenguaje en el seno de la vida social. Eco, quien en más de una ocasión ha revelado su pasión como coleccionista y su afán académico por analizar productos inusuales para el canon, sostiene que "la historieta es un producto cultural, ordenado desde arriba y que funciona según toda la mecánica de la persuasión oculta, presuponiendo en el receptor una postura de evasión que estimula de inmediato las veleidades paternalistas de los organizadores. Así, los comics, en su mayoría, reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes". La historieta (el noveno arte, la denomina Eco) -que como género nació en Estados Unidos pero fue promovido en calidad cultural en Europa- ha cobrado un sentido mítico y existencial, una importancia formativa y expresiva para el hombre contemporáneo. Señala Eco que "la historieta es una estrategia intertextual para constituir un recorrido semiótico y sociológico de la historia del mundo". En ese sentido, asegura que Pratt fue un gran artista no sólo porque fue un buen pintor, "Pratt ha sido un gran artista sobre todo como narrador en el formato historieta, a pesar de que muchos sigan pensando que éstas sean una categoría menor del arte. Pratt fue un genial narrador verbo-visual". En la edición del 24 de febrero de 2003 del diario "La Repubblica", Eco publicó el artículo titulado "Geografia imperfetta di Corto Maltese" (Geografía imperfecta del Corto Maltés).

Puede ser. En su breve nota introductoria a la edición de 1991 de "La balada del Mar Salado", Hugo Pratt dice que su interés por los mares del sur se origina en "La laguna azul" de Henry De Vere Stacpoole -la memoria se retrotrae a la película homónima que se desarrolla en las Fiji, pero que de por sí no nos llevaría a pensar en el Corto Maltés-. Puede pasar, sin embargo, y Thomas Merton decía que se había hecho católico leyendo la historia de la apostasía de Joyce en "Retrato del artista adolescente". Pero no me fío de los autores, que suelen mentir. Sólo me fío de los textos. Ahora bien, los personajes de "La balada..." leen otros libros. En un momento Pandora aparece apoyada en las obras completas de Melville, y Caín lee a Coleridge, autor de otra balada, la del Viejo Marino. Lee también una traducción al italiano, y la encuentra, como también a Melville, a bordo de un submarino alemán (junto con Rilke y Shelley, forma parte de la biblioteca de Slutter, que tras su muerte permanecerá en la isla Escondida; como cierre, sin embargo, Caín cita a Eurípides). Si se calcula que Cráneo llevó a cabo una práctica legal con un abogado indio de Viti Levu y habla de mitología maorí y sociopolítica melanesia con la seguridad de Margaret Mead, hay que admitir que los personajes de Pratt son mucho más cultos que él. ¿En qué medida estos registros de las lecturas de nuestros héroes son casuales? Además de Cráneo, que era un muchacho solícito, también lee un maleante como Rasputín, y lo hace en francés. Ya desde el comienzo de la obra lo vemos consultar a Bougainville en su "Viaje alrededor del mundo de la fragata del rey La Boudeuse y la nave l'Etoile". Puedo asegurar que no se trata de la primera edición de 1771 que, a diferencia del ejemplar de Rasputín, es anónima y, por lo tanto, no podría tener el nombre del autor en la tapa. Dado que se trata de un volumen en cuarto, podría tratarse de un original encuadernado con posterioridad, pero sería un pecado que semejante antigüedad se arruinara como consecuencia de la humedad y la sal. En el sexto cuadro, la página está compuesta a tres columnas y podría por lo tanto, tratarse de una edición popular del siglo XIX. El libro está abierto aproximadamente por la mitad y en ese punto, cualquiera sea la composición tipográfica, comienza el capítulo V: "Navegación a partir de las Grandes Cícladas, descubrimiento del Golfo de la Luisiada. Escala en Nueva Bretaña".
Rasputín no se permite divagaciones literarias sino que consulta, recaba información sobre el punto en el que estima hallarse, dado que navega hacia una base alemana de Nueva Pomerania, que es precisamente la Nueva Bretaña de Bougainville. Sin embargo, además de que en ese capítulo Bougainville encuentra piraguas y salvajes que parecen salidos de las páginas de "La balada..." (aunque tal vez sería prudente invertir la perspectiva), si observamos la hermosa y larga carta que precede al "Discurso preliminar", surgen algunos interrogantes inquietantes. La carta de Bougainville no coincide por completo con la carta que Pratt dibuja en la primera página. En este caso Pratt no sabe más que su personaje, pero éste no lee "La balada..." sino que lee a Bougainville. Si Rasputín se refiere a la carta de Bougainville y presume que está cerca de Nueva Pomerania, entonces no puede pensar que está en el mar de las Salomón, ya que Bougainville ubicaba las Salomón mucho más al este (más o menos en el lugar de las Fiji, lo que supone un error de unos 20 grados de longitud y 10 de latitud). En otras palabras, si Rasputín, por intuición o mediante algún instrumento que en el año 1913 no le habría faltado a ningún navegante, sabe lo que Pratt sabe y nos dice, que había recogido a Caín y a Pandora en el meridiano 155 (este, diría yo) y el paralelo 6 sur, según Bougainville debería encontrarse seguramente cerca de la bahía de Choiseul, a poca distancia de las Luisiadas de las que lee, pero muy lejos de las Salomón (donde sin embargo está, pero sin saberlo). Me dirán que el asunto es irrelevante desde el punto de vista narrativo, pero no es así: cuando, poco después, el mercante holandés encuentra el catamarán de Rasputín, lo primero que observan los oficiales y el marino fijiano es que, tratándose de una embarcación fijiana, la nave parece bastante fuera de rumbo, ya que los fijianos habitualmente navegan hacia el este y el sur. Y, como veremos después, es eso lo que habría debido hacer, ya que es al sudeste (mucho, pero mucho más al sudeste) donde se encuentra la isla del Monje. Podrá decirse que no es ahí donde Rasputín quiere ir, sino hacia la Kaiserine de los alemanes, pero es cierto que llega ahí sin entender bien dónde se encuentra o, si antes lo sabía ahora tiene todo el derecho de perder la cabeza teniendo en cuenta su inestabilidad emotiva. Es evidente que el mismo Bougainville, al ubicar las Salomón en el lugar errado, manifestaba grandes vacilaciones. En efecto, en la carta escribía: "Islas Salomón, cuya existencia y ubicación son dudosas". Bougainville, sin embargo, tenía sus justificaciones. En las legendarias islas Salomón se esperaba hallar el oro del rey homónimo, y en su búsqueda ya había estado en 1528 Alvaro de Saavedra que navegó, en cambio, entre las Marshall y las islas del Almirantazgo. En 1568 logra llegar Mendana, las bautiza, y después de él nadie vuelve a encontrarlas, ni siquiera él mismo cuando vuelve a buscarlas con Queirós casi treinta años después y fracasa por muy poco, ya que va hacia el sudeste y llega a la isla de Santa Cruz.
A partir de ese momento, la historia de la exploración del Pacífico es la historia de gente que siempre descubre la tierra que no buscaba, un insensato recorrido entre islotes, arrecifes de coral y continentes errando siempre la longitud (por lo menos hasta la invención del cronómetro marino de Harrison). El epicentro invisible e imposible de hallar de estas incursiones son siempre las islas del rey Salomón, que se evaporaron. En 1643 Tasman busca las Salomón, llega primero a Tasmania, avista Nueva Zelanda, pasa por las Tonga, toca las Fiji sin desembarcar y ve de éstas sólo unos pocos islotes, y alcanza luego la costa de Nueva Guinea. Rasputín, sin embargo, que bien podía disponer de buenas cartas alemanas contemporáneas, se obstina en documentarse con Bougainville, donde las islas Salomón son todavía un sueño. Por otra parte, su error onírico incide también sobre el comportamiento de los otros. Explíquenme porqué el Corto tiene que encontrar el submarino de Slutter (que cuenta con la excelente carta que dibujó el capitán Galland) bajo el extremo occidental de Nueva Pomerania, es decir mientras navega hacia el oeste, si partió de las Kaiserine, cuando el destino del submarino es la Escondida. ¿Dónde está la Escondida del Monje? Hablando con Pandora, Caín dice que el Monje domina desde las Gilbert a las Sotavento. Dominar desde las Gilbert a las Sotavento es un trabajo arduo; supone un cabotaje por 20 grados de latitud y más de 40 de longitud, y el espacio del Monje se tiñe, más que de geografía, de mitología. Hagamos ahora los cálculos con el texto de Pratt y el Atlas De Agostini. Pratt termina por admitir a regañadientes que Escondida se oculta a 19 grados de latitud sur y 169 grados de longitud oeste, por lo tanto deberá estar entre las Tonga y las Cook. Un oficial de la marina alemana que hallándose rumbo a las Tonga navega hacia Nueva Guinea y dice (como dice) "dentro de poco llegaremos a la Escondida" (y se encuentra a cinco mil kilómetros) es un soñador; se encuentra preso en la red de Rasputín, que confundió los límites del espacio.
El hecho es que Rasputín o Pratt, o ambos, tratan de confundir también los límites del tiempo. Es sólo mediante una lectura atenta que se advertirá que Caín y Pandora fueron capturados por Rasputín el 1º de noviembre de 1913, pero que todos llegan a la Escondida después del 4 de agosto de 1914 (el Monje les informa que en esa fecha estalló la guerra), y es aproximadamente entre septiembre y los últimos días de octubre cuando entran en escena los ingleses.
Entre dos páginas de Coleridge y dos discusiones con Slutter pasa un año, en el curso del cual el submarino se desplaza por rutas vagas con una indolencia curiosa, con la sed de deriva de los bucaneros del siglo XVIII, del Viejo Marino y del capitán Achab. Todos los protagonistas de "La balada...", incluidos los oficiales de la marina alemana, se trasladan por el archipiélago de la incertidumbre, como si recorrieran aturdidos las ramas del árbol genealógico de Groovesnore y no quisieran llegar nunca a su destino. No saben seguir a los tiburones como Tarao (el único que llega donde quiere y debe, casi en línea recta), y cuando rozan la Verdad Geográfica no lo advierten. Y sin embargo está ahí, en el nombre de Pandora: hay una Pandora Basin entre las Fiji y las Nuevas Hébridas, en cuyos confines se extienden las Yasawa. En las Yasawa se encuentra la Laguna Azul. Pandora es símbolo de una sabiduría cartográfica que ningún personaje de "La balada..." da muestras de poseer. Rasputín sólo leyó a Bougainville, Pratt leyó sólo a De Vere Stacpoole, pero, como de costumbre, el texto sabe más que todos. Todo en "La balada..." sigue el ritmo de las rutas marinas que narra, incluso la psicología de los personajes, que se aman luego de dispararse o se matan por amistad, y pierden el control, se reinventan por medio de una descendencia, una historia clínica. No sabemos quién es en realidad el Monje (no creo en la reconstrucción de Slutter, que es demasiado precisa), cómo era su rostro -si tenía un rostro-, ni de dónde procedía Rasputín, por qué Caín se llamaba así (tal vez una referencia byroniana) y, sobre todo, es poquísimo lo que sabemos del Corto, del cual los relatos sucesivos nos dirán luego todo. Su perfil es incierto, y el Corto no tiene trazos esenciales ni definidos, no digo en los últimos relatos (donde rejuvenece y se hace más angelical, perdiendo los signos de una vida intachable), sino en su epopeya más madura, cuando se mueve con desenvoltura entre la laguna veneciana, Brasil, Irlanda y las rutas terrestres de la Transiberiana.


El Corto, que actualmente es inconfundible, en la época de "La balada..." está aún en formación: ignorante de su propia biografía (de pronto aparece encadenado en medio del mar como el Judas de "La navegación de San Brendán"), inseguro de su propia psicología y, en cuanto a su rostro, ni él ni Pratt saben demasiado, por lo que se va esbozando de cuadro en cuadro, a medida que la historia avanza, mediante trazos esenciales mínimos y una posterior aparición de arrugas interrogativas. Tal vez olvidemos muchas historias en las que el Corto Maltés aparece perfecto en su instantaneidad jeroglífica, pero en "La balada..." vive y resulta memorable debido a su imperfección tentativa. Es por eso que "La balada..." permanece en el recuerdo de sus primeros lectores como un acontecimiento, como el modelo de una nueva forma de hacer literatura a través de la historieta, y la Escondida ocupa un lugar en el universo de la narrativa donde Ismael se confunde con Mandeville, el Pacífico se desvanece en la Tierra del Preste Juan, las cartas geográficas contradicen las palabras -que ya no precisan sino que corroen los contornos del espacio-, los paralelos se cruzan, el atlas se reduce a un grupo de planos dudosos, y un Monje casi medieval puede enarbolar, ennoblecido por los alisios, un emblema del Consejo de los Diez.
Siempre sostuve que los dibujantes se dibujan en sus protagonistas, y sobre todo en sus deuteragonistas, y el que conozca personalmente a Al Capp, a Feiffer, a Schulz o a Jacovitti, lo sabe bien (sólo Phil Davis dibujó en Mandrake el rostro de Lee Falk, o Lee Falk adaptó su propio rostro a sugerencia de Phil Davis). No lo sospechaba de Pratt. Un día, sin embargo, en la presentación de ya no recuerdo qué libro, me encontré con él en la Terraza Martini de Milán y le presenté a mi hija, que entonces era chica pero ya le gustaba leer sus historias, y ella me susurró al oído que Pratt era el Corto Maltés. Sólo un niño puede decir que el rey está desnudo. Pratt no tiene la estatura del Corto ni su figura estilizada, pero, mirándolo bien, de perfil, tuve que admitir que en cierto modo era verdad: la línea de la nariz, la boca, no lo sé... Sin duda Pratt no es el Corto de "La balada...", pero digamos que el Corto más mágico de las últimas historias, las que Pratt aún no conocía en ese momento... Pratt se estaba buscando (fantaseaba con el lápiz, preguntándose cómo querría ser; ahora lo sabe, como un elfo), y buscándose perseguía sueños errantes. Así se hace errante un texto. Y es en esa bruma que afecta espacio y tiempo que nacen los mitos, y los personajes se desplazan por otros textos, se instalan en nuestra memoria como si hubieran existido desde siempre en la memoria de nuestros padres, jóvenes como Matusalén y milenarios como Peter Pan, de modo tal que a menudo podemos encontrarlos también donde no se habla de ellos, y desde luego -por lo menos los niños pueden hacerlo- en la vida.