Atahualpa
Yupanqui (1908-1992) nació en Campo de la Cruz, cerca del pueblo Juan de la
Peña, partido de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Hijo de un obrero del ferrocarril,
los primeros años de su infancia transcurrieron en Roca, localidad en la que
hizo sus primeros estudios musicales con el cura del pueblo, y en Junín, donde
comenzó a estudiar guitarra con el concertista Bautista Almirón (1879-1932).
Siendo chico aún, su familia se radicó en Tucumán ("el reino de las zambas
más lindas de la tierra", como él mismo la definiría), una provincia a la
que volvería repetidas veces a lo largo de su vida y que lo marcaría
profundamente y a la cual le dedicaría muchas de sus canciones. Luego, a partir
de los dieciocho años, comenzaría un constante peregrinaje que lo llevaría a
recorrer muchas provincias y, a veces, a quedarse varios años en alguna de ellas,
siempre acompañado de su inseparable guitarra. Tras su prohibición en Argentina
y su largo periplo por Europa, Yupanqui regresó al país y volvió a grabar en
forma sostenida, a la vez que retomó, también, sus actuaciones en Buenos Aires
y en el interior del país. A renglón seguido, la segunda parte de "Una larga
conversación", la charla que mantuvo Yupanqui con el periodista José Tcherkaski
en París.
¿Cuándo empezó a cantar, cuándo comienza su
obra, que a mi entender es una obra áspera, como la pampa? ¿Cómo siente ese
mundo que todavía sigue siendo desconocido para los hombres de la ciudad?
El porteño
es un tipo muy interesante, le diré... El porteño se llama así porque vive en
una ciudad de puerto, Buenos Aires. Pero el habitante de esa ciudad es un
hombre que tiene mucho campo en su horizonte, en su vida. Es el hombre que se arrimó a trabajar, a estudiar, que anda por ahí... Buenos Aires está
poblada por infinidad de gente del sur, pampeanos, y también de todas las
provincias de nuestro país. De cada rincón de las provincias hay un hombre en Buenos
Aires. Cuando
usted oye en radio o en televisión esos nombres prestigiosos, o por lo menos
muy conocidos, de cantores, comentadores, gente del verso, del canto y de la
copla con fuertes acentos provincianos, de Salta, de Jujuy, de Catamarca o de
La Rioja, escucha y dice: "¡Qué grato es!". Pero si le mira los documentos a
más de uno, como yo lo he hecho, ve que casi todos son nacidos en Buenos Aires,
o por ahí cerca; pero fundamentalmente en Buenos Aires. Muchos, muchos, son de viejas
familias provincianas que por una u otra circunstancia han tenido su
descendencia en Buenos Aires. Después se han vuelto allá. Y tienen los dos
documentos: el de la nacencia y el de la profunda convicción y creencia. Buenos
Aires es eso, un mosaico. Yo conocí Buenos Aires, por primera vez, a los diecinueve
años... y recién a los veintidós conocí el mar. No conocía Mar del Plata ni
soñando. Arroyos sí, conocí varios. Pero ni siquiera había visto grandes ríos.
Al Paraná y al Uruguay los conocí después, mucho después. Yo andaba entonces
como los lobos; persiguiéndome, mordiéndome los talones. Era hombre; tenía,
como todos los hombres, esperanzas y desdichas, a veces mezcladas y a veces
diferenciadas. Pero vivía una vida muy pura en la pampa, en la llanura... en mi
llanura.
¿Cómo se define, como un cantor o como un
guitarrero?
Como un
estudiante de tradiciones. Alguien de mi familia, cuando yo ya tenía treinta y
cinco años, me hizo la mejor definición. Y la tengo escrita, grabada en una
medalla... Yo no soy otra cosa. Estudiante de tradiciones. Cuando me digo: "cómo
cantaban los trovadores, voy a ver si le pongo música a esto", porque no sé qué
música pudiera tener; voy a ver si lo puedo arreglar, y si no lo dejo como está,
lo digo, lo converso... estoy estudiando tradiciones. Porque la gente que dice
coplas, que dice refranes, es porque sabe oír a un pájaro cantar. Como le
ocurrió una vuelta a don Justino Contreras. Era amigo mío, carnicero de
campo... Un día levanta la vista y no lo ve al pajarito pero le oye el canto,
en un paraíso. El estaba sentado a una mesa, bajo los árboles, tomando vino con
dos amigos. Oye al pajarito que canta, levanta la vista y dice: "Vos te quejas
teniendo alas, ¿qué seré yo aquí en la tierra?". ¿Qué tal...? Yo estaba a la
par de él, a un metro de don Justino, y fui a Justo Martínez, el dueño del
comercio, y le pedí: "Présteme una hoja de papel", y anoté eso. Por eso lo
recuerdo. Yo soy un buscador de esas cosas. Don Justino había sabido escuchar.
Por eso reaccionó frente al canto del pájaro: "Vos te quejas teniendo alas, qué
seré yo aquí en la tierra". Eso es él, todo de él. Yo alguna vez lo comenté. Por
eso en mi casa alguien me dijo: "Tú eres un cantor de artes olvidadas". Y
siempre me he considerado eso. Ni más... ni menos. Hace ya casi cincuenta años
que se me dijo eso. Y aquí me tiene, mi amigo; siempre presente, sin olvidarme
que mi corral tiene una puerta... y hasta esa frontera llego. Soy, como le
digo, un cantor de artes olvidadas. Yo no las quiero olvidar; aspiro, además, a
que mucha gente no las olvide. No a mis canciones, sino a todo eso que tiene
color de pueblo, color de gracia y de pena; el dolor, la alegría y la esperanza
de la gleba humana. Si es posible, argentina también, de mi tierra, que es lo
que comprendo, lo que amo, lo que me duele y me alegra. Mi tierra, con todos
sus errores, con todas sus bellísimas tradiciones, y con la gran esperanza que
nos alienta a todos a ser más hermanos. A mirarnos a la cara con los ojos bien
abiertos, para que se nos refleje lo que llevamos en el corazón.
Se me ocurre que, a lo largo de su vida, la
copla ha tenido una gran importancia...
Mucha,
mucha...
¿Qué es la copla?
Pienso que
las coplas son como golondrinas sin pasaporte. Yo he estudiado, he leído como
todos. He asomado mis curiosidades, o mi avidez o mi ansiedad, a los frutos de
la literatura y especialmente de la poesía culta y popular. Nuestra tierra está
poblada de hermosos poetas; ha dado también, a lo largo de doscientos años,
muchos poetas anónimos. Los anónimos son, para mí, gente un poco sagrada. Son
los que aciertan con el meollo, con el caracú de las honduras populares en
cuanto a sentimientos, en cuanto a manejar elementos tan sencillos y
universales como el amor, el dolor, la vida, la muerte, la esperanza, el
llanto, la sonrisa... Los poetas anónimos son los que aciertan con las
actitudes frente a la vida que tiene cada ser humano. Son los que alcanzan a
conocer todo eso y a traducirlo; no en gaucho ni en paisano, ni en indio, ni en
quichua, ni en guaraní, ni en pampa o en araucano... sino en el sencillo discurso
que se hace entender. Por eso, el que se hace entender con el lenguaje profundo
del pueblo se gana mi respeto y mi solidaridad. Yo lo amo; tengo necesidad de
amar esa literatura. Y se me hace que la copla es la mejor, una de las más
bellas expresiones, y de las más difíciles, porque tiene que condensar en
cuatro líneas, en cuatro versos, todo un pensamiento que tal vez para ser
desarrollado necesita otro tipo de discurso, otra elaboración: el alejandrino o
el soneto... Mi abuelo decía: "Cada cual se tapa hasta donde el poncho le
alcance". Y como nuestro pueblo tenía un poncho siempre corto y con poco fleco,
no podía escribir sonetos ni alejandrinos. ¿Qué escribía, entonces? Coplas,
coplillas... Muchas le llegaron con el velero español, desde el Siglo de Oro,
ese Siglo de Oro que se desparramó por toda América. Esta señora dueña de casa,
por ejemplo, usted la encuentra en México, en Colombia, en Brasil, en Bolivia,
en Chile, en La Rioja o en La Pampa; también en Córdoba, en San Nicolás... Y la
escucha como serenata, como refalosa... es decir: con el género y el ritmo que
cada país o cada región elige para sus asuntos. Pero la otra copla, la que hace
pensar... Esa copla con sentencia, o como decía un tío mío, "esa copla con
ruido adentro"... Esas coplas con ruido adentro, ¡pucha que me gustan, paisano!
Me gustan mucho...
¿Y cuál fue su primera copla con ruido adentro?
Cuál puede
ser...
La primera, la primera...
La primera
me la enseñaron los peones, allá, los que trabajan en las estibas del ferrocarril
cuando yo era niño. Ellos decían las coplas... pero tenían malas palabras. En aquel
tiempo yo las aprendí porque era una inocente criatura receptiva.
¿Y cómo eran?
"Un gringo
se subió a un globo creyendo llegar al cielo. Y el globo se desinfló y ¡a la
mierda, el gringo al suelo!". Esta es la primera que aprendí. Después, cuando
ya tenía quince años, escuché a un señor... ¡Qué cosas más lindas que decía! Ese
hombre hablaba de las revueltas, de las montoneras del siglo pasado. De antes
de Rosas y después de Caseros. De Urquiza, Rosas... la organización nacional.
Todo eso. Era un señor García, que andaba por ahí; uno de los tantos García,
medio payador, medio tocador, medio verseador... improvisador sobre todo. Aquella
copla, esa de "Así se escribe la historia" se la escuché teniendo yo diecisiete
años. Hace más de medio siglo... Y no era de él; ya era antigua para él. No sé
si ese señor lo explicaba al público; yo no era entonces ni público. Era uno
que estaba cerca de la puerta, escuchando sin pagar las payadas de ese señor.
Era en una cancha de pelota. Ese era el club donde se tocaba, era el bar del
frontón.
¿Dónde aprende usted a tocar la guitarra, y cómo aprende? ¿Es una cosa intuitiva?
Yo aprendí
la guitarra desde muy niño; tendría cinco, seis años. Ponía la guitarra pero no
la podía manejar. Era una guitarra grande que pertenecía a mi padre. Yo la
ponía sobre el poncho; el poncho en el suelo, y la guitarra como si fuera el koto
de los japoneses, esa arpa extendida y baja. Y me tiraba sobre el poncho, y
tocaba una cuerda. Y según la cuerda, yo entonaba... ¿Qué entonaba? Una
vidalita, un airecito... no me acuerdo qué. Algo tarareaba. Y lo primero que
recibí fue: "¡Deje esa guitarra!", y entonces volvía a ponerla otra vez donde
estaba, y al otro día... otra vez. Era una cosa que me atraía. Una vez...
¿Quiere que le cuente mi primera guitarra? Mi primera guitarra fue el
resultado de una travesura; y fue motivo de una linda "chirliada"... me dejaron
la cola colorada. En aquel tiempo se compraba para la quincena. Yo montaba a
caballo, en un petiso que se llamaba Azúcar, porque se le ofrecía un terroncito
de azúcar, se le hacía chc, chc... imitando al maíz en la palangana, y se venía
de 50 metros. Yo tenía ocho años ya... y un día me mandaron a comprar algo:
aceite, conservas... y lo subo al caballito y lo traigo del almacén. Con 5
pesos, 4 tal vez... entonces me traje una guitarra. Esas que están colgadas en
los boliches. Que hay dos, una o dos. Cuando abren la puerta se empiezan a
mecer por el airecito... Para traerme esa guitarra a mi casa me escondí en un
maizal; un maizalito, una plantación de maíz muy pequeña... y fingí haber
perdido el vuelto. "¿Y el vuelto?", me preguntaron. "No sé...". No podía
justificarlo... Y un tío mío se apareció después, con la guitarra. "Acá está lo
que tal vez faltaba", dijo.
Un tío charlatán...
Sí. Tío
delator. Que no sé si fue ese tío el que le dio vuelta las cuerdas a la
guitarra para que yo tocara con la mano izquierda, porque yo soy zurdo para
tocar. No toco con la derecha, en la posición de los demás guitarristas.
¿Usted escribe con la derecha?
Escribo
con la derecha porque así eran los punterazos de la maestra para que lo hiciera.
Cuando yo tomaba la tiza o el lápiz con la mano izquierda, me decía: "¡Quieta
esa mano, la mano en el bolsillo!". Entonces yo ponía la izquierda en el bolsillo del guardapolvo y con la derecha seguía haciendo palotes. Pero cuando
pasaba al pizarrón era más rápido para los números con la mano izquierda.
Aunque en aquel tiempo eso estaba prohibido. Yo era un niño, y aprendí como
pude con la mano derecha. Solamente
soy zurdo para mis manejos generales. Por ejemplo, en el campo aprendí
naturalmente, y con gran facilidad, a tirar el lazo... También las diversiones
de muchacho de campo: tirar la taba de vuelta y media, de dos vueltas y media,
de media vuelta. Y aprendí a jugar al billar cuando estudiante. Por eso para el
billar soy izquierdo. Para tirar una piedra, soy izquierdo; para un puñetazo
rápido, soy izquierdo también. La derecha, para mí, es un timón que no alcanzo a
manejar. Es un poco... una barca ingobernable; no la alcanzo a manejar. Cuando
toco la guitarra, la derecha va al diapasón...
¿Y cómo es que su tío le dio vuelta las cuerdas?
Yo había
empezado estudiando violín... A los siete años estudié con un sacerdote, el
padre Rosales. Estudié dos años... tal vez un poco más. Después él se fue del
pueblo. El pueblo eran veinticinco casas y para mí se acabó el violín. Anduve
así un tiempo, y entonces mis padres me confiaron al maestro Almirón, un
profesor de la ciudad de Junín, que tenía varios hijos y tocaba muy bien la
guitarra. Además de profesor era concertista... Ahí conocí por primera vez algo que no fuera el malambo, los
estilos, la cifra, la vidalita, el vals o la mazurca. Ahí me di cuenta de que
había otro mundo, otro horizonte: un universo que descubrió para mí el maestro
Almirón. A lo largo de muchas tardes me presentó así a Granados, a Albéniz, a
Bach. Y empecé a conocer las canciones populares catalanas, el adagio de la "Sonata
14" de Beethoven, el "Claro de luna"; y a Gaspar Sanz, a Bizet... empecé a
conocer la guitarra. El maestro
Almirón me enseñó a colocar las manos sobre el instrumento. Yo antes tocaba con
un solo dedo, el pulgar: el matapulgas, que le llamaban los paisanos en mi
tiempo. "¡Cómo hace andar el matapulgas!", me decían. Yo hacía andar el
matapulgas porque así lo había aprendido de ellos; después aprendí que había
otros dedos y otro orden, otro sistema para tocar. Así fui descubriendo ese
infinito pozo de soledades que la gente llama guitarra... que llamamos
guitarra.
Para usted, entonces, la guitarra es un infinito
pozo de soledades...
Sí; nunca
se alcanza a entenderla totalmente. Siempre se aprende algo nuevo, siempre se
olvida uno de algo. Yo no soy un hombre de disciplina; nunca fui muy
disciplinadopara la guitarra. Siempre fui un "sentidor", sin disciplina ni grandes condiciones técnicas. No las tuve nunca. Pero buscaba el sonido; buscaba que la guitarra cantara, no
simplemente que tradujera un texto, sino que además lo cantara, como un
cantante. Yo siempre hablé con la música; la música me dijo muchas cosas
siempre...