Atahualpa
Yupanqui era un hombre solitario. Buen lector de Herman Hesse (1877-1962), de
Jorge L. Borges (1899-1986), de Pablo Neruda (1904-1973) y de Julio Cortázar
(1914-1984), además le gustaba escribir. En 1946 publicó una novela corta: "Cerro
bayo". "No soy un escritor", informaba con humildad en el
prólogo. Narró allí de las leyendas que recorren los pueblos andinos "y
que guardan la clave del misterio cósmico", estableciendo vinculaciones entre
sol y tierra, entre hombre, pájaro, vicuña y árbol. "Dicen que cuando
estos elementos vuelvan a entenderse como antes, a penetrar su lenguaje, a
igualar sus destinos y su sentido de eternidad, entonces la felicidad se
extenderá por el mundo". Años más tarde publicó canciones y poemas.
"No soy poeta -aclaraba también con modestia-, yo escribo y
canto las cosas que me dicta el silencio". A su juicio había dos clases de
obras que le estremecían, las del hombre cuando roza el arte y las de la
naturaleza: "Me conmueven las grandes manifestaciones de la cultura, pero
no más que los desiertos. Ese silencio me estremece, ese silencio que nunca
pude agregar a la música que toco". Cantaba "sin saber cantar", como
él mismo decía, y lo hizo con Edith Piaf (1915-1963) en el París de la posguerra.
La cantante, que estaba en el apogeo de su carrera, le había sido presentada
por el poeta Paul Éluard (1985-1952), con quien Yupanqui había trabado amistad
en 1949. Aquello significaría el comienzo de su carrera internacional. Cuentan
quienes lo conocieron bien, que el guitarrista no era una persona fácil de
tratar. Terco y gruñón, durante los años '70 muchas veces dejó sus compromisos
en Europa para intentar tocar en Argentina, y cuando llevaba varias semanas en
el país sin conseguir un contrato, solía caer en profundas depresiones. Desde
París mandaba entonces cartas a sus amigos de Argentina, muchas veces
contradictorias. "Perón es, ha sido y será siempre un fascista, cobarde y
ambicioso. Cuenta con mucho pueblo porque la inmadurez de nuestros criollos es
evidente", escribió en 1974. "Es muy confusa la situación de mi país y yo
lamento ese estado de guerra entre civiles, con o sin brazaletes, pero que
demuestra odio, pasión, fanatismo, y casi resumiendo, error en la concepción de
la vida, puesto que no se respeta lo fundamental del hombre: su libertad, su
vida, su decisión de hacer o decir cosas a favor o en contra de la situación de
mando". Sin embargo, dos años después, escribió otra en la que decía: "En buena
hora llegan los hombres del Ejército. Tengo esperanza de que, sin hacer de
magos, puedan arreglar algo de ese derrumbe económico y moral de mi tierra.
Será tarea lenta, pero si hay mano firme, que la hay, los criollos volveremos a
respirar el aire antiguo y sagrado de sentirnos en paz, trabajando, y las
familias con niños en las escuelas y tranquilidad en el corazón", ignorando que
si hubo quienes no respetaron la libertad y la vida fueron justamente las
fuerzas armadas que habían tomado el poder. Y algo de eso habrá pensado poco
después cuando, en otra carta, expresó: "Se debe publicar el nombre de las
personas detenidas, y la razón exacta del motivo de tales detenciones. Si se
sostiene el misterio de algunas desapariciones o no se aclaran ciertos
dolorosos acontecimientos, es muy difícil atajar la creciente ola de rumores o
de sospechas que nunca serán del todo injustificadas". En fin, como ocurre con
muchos artistas, parece ser recomendable disfrutar de su obra dejando de lado
otros aspectos de su vida. Para terminar, la cuarta y última parte de "Una
larga conversación", la charla en la que Yupanqui se explaya sobre su vida y las
innumerables anécdotas de su infancia que le fueron dando forma.
Cuénteme de los ciegos y los mendigos...
¡Los
limosneros ciegos de la pampa! ¿Sabe usted cómo los ponían? Les daban un
caballo, un caballo aquerenciado, y se iban al pueblo con una campanita en el
cogote del caballo. Un cencerrito muy liviano, muy chico, entonces ya se sabía que el señor que iba en ese caballo era ciego. "¿L' almacén?", preguntaba. "Arrímese
acá, a la derecha", y le agarraban la rienda. "Apéese", y lo hacían pasar.
El hombre buscaba tabaco, yerba, se tomaba una ginebra, y después pegaba la
vuelta y el caballo se iba solo para la querencia: 3, 4 leguas al paso. Él le
dejaba la rienda sola no más, y el caballito lo llevaba. Había estado en el
pueblo, había conversado, y a veces hasta había jugado al truco con alcahuete.
¿Usted sabe jugar al truco?
Sí, sí...
Bueno;
como el ciego no ve las cartas, jugaba con alcahuete...
Uno atrás, que le decía...
Justamente.
Le decía: "Tenés un seis, una sota y un tres de espadas". Y le colocaba las
barajas, según los dedos... Y había chistes... Contaban, por ejemplo, de un
ciego lleno de deudas que para olvidar se va al boliche, se toma tres o cuatro
ginebras y se pone a jugar al truco con alcahuete. Era un truco de cuatro, y
por ahí su compañero, después de tirar una cartita que no vale nada para abrir
el juego, le pregunta: "¿Qué tiene para el primero?". "Dos vencimientos que no
sé cómo los voy a arreglar", contesta el ciego. Son chistes de campo,
folclóricos, que no tienen autor ni nada... Como ese ciego jugaba con alcahuete
sabía que tenía un tres, una sota y un seis. "Y... estoy como soy", le dice en
seguida a su compañero. Estoy como soy, es decir, ciego; le decía que no tenía
nada para el envido. Pero como sabía que tenía un tres, ya había hecho su seña
despacito. "¿Pongo algo o sigo cantando?". Y ponía su tres, y la gente decía: "¡Ve,
este hombre ve!". Pero era lo que jugaba con el alcahuete detrás. Así se
entretenían esos paisanos... Otra vez había carreras en Bragado, en el Bragado
antiguo de hace cincuenta años. Era en los boliches fuera de la ciudad, en un
camino lindo, bien arreglado... y había un ciego. Era primavera; la gente estaba afuera, en unos bancos y en unos
troncos de árboles, y en una silla estaba el ciego. Llega un señor a caballo,
se queda a tres metros del ciego, y alguien le dice: "Buenos días, señor, ¡ta'
lindo su caballo!". Y el ciego agrega entonces: "Está lindo y está gordo". El
hombre, después de atar su caballo, se acerca al ciego y le dice: "¿Cómo está,
señor? Pero usted no anda tan mal de la vista; estará enfermo pero alcanza a
ver... ¿De dónde supo que el caballo está gordo?". "Yo entiendo que pa' que un caballo sea lindo tiene que estar un
poco gordo", le contesta el ciego. ¡Son esas cosas! Es la escuela de la
ruralía... De esas ceremonias rurales se aprende mucho; esas cosas se
incorporan al discurso general de la gente que vive a campo abierto.
¿Gente del norte o del sur?
Vea, yo
creo...
¿O del centro?
O de todas
partes. En todas partes la sabiduría popular es muy rica. Donde se empieza a
empobrecer un poco es en la Patagonia.
Claro...
Está menos
poblado, hay menos gente. Pero la Patagonia hereda mucho de la pampa, lo que se
llama el Sur. Cuando digo la pampa me refiero sobre todo a la provincia de
Buenos Aires, la pampa húmeda, la que produce más... El paisano de la provincia de Buenos Aires era un hombre que, dentro de sus modestas
condiciones, vivía en una agradable prosperidad o estabilidad campesina. Vale
decir: no era raro, hace cien años y menos, que en cada casa importante, y
hasta en cada rancho, hubiera una
guitarra. No era nada raro... absolutamente. Estaban los libros, claro, de Hilario Ascasubi, de Ambrosio Ríos,
de Nazareno Ríos; toda esa gente que escribía los compuestos, que se llamaban.
Pero además ocurría una inundación muy grande y la gente hacía la crónica, y
esa crónica circulaba, se pasaba. Eso es el folclore... A veces, esas cosas se
escribían sin poner el nombre del autor, o se ponía un seudónimo cualquiera.
Ponían, por ejemplo, "El bragadense" para no poner "Fulano de tal"… por pudor,
para que no se burlaran, para que no los cargaran. Ocurría un hecho de sangre;
por ejemplo "Cuando mataron a Fulano de tal". Me acuerdo que a cinco centavos
comprábamos los versos. Y era la crónica de alguno de esos hechos ocurridos en
esos pueblitos o esos campos... Así
se fue formando lo que llamamos el cancionero del folclore; después vino, con
los años, ya en esta época, el ordenamiento y la comercialización. Llegó así el
tiempo en que la gente industrializa sus tradiciones y sus sentimientos. Se
encuentra que se le puede sacar jugo a tal asunto, a tal idea... y en cierto
modo empieza a perder fuerza aquel viento puro que venía de lejos. Usted me pregunta cuál es la provincia
más próspera del folclore. Yo le diría que todas... Donde está más empobrecido
el cancionero del país, como le dije, es en la Patagonia. Esto no quiere decir
que no exista; pero no está recopilado, no tenemos noticia. Tenemos, sí, alguna cosa del poeta Miguel Camino, del Neuquén. Era
muy buen periodista; en 1930 publicó su libro "Chacayaleras", muy interesante.
Camino, siendo un hombre de tierra adentro, abre su libro con un poema que
termina así: "Y como un caracol
puesto al oído, el mudo resonando dentro mío". Me pareció una cosa muy bella. Cuando alguna vez, años después, me
puse un caracol al oído, sentí eso mismo que decía Miguel Camino.
Si no me equivoco, usted es del '10
aproximadamente, ¿no?
Un poco
antes: del ‘8 también...
¿No me diga?
Sí. 1908.
Dentro de unos días, el 31 de enero, cumplo un año más. Ya son años, ¿no?
Creo.
Creo yo
también.
Le preguntaba... en tantos años usted ha visto
mucho; ha
estado...
...en
todas partes del mundo estuve; di cuatro veces la vuelta al mundo.
Le hablo de su país.
¡Ah! ¿Mi
país? Cuarenta veces di la vuelta. Y en todas direcciones.
Estábamos hablando del sur; la parte más rica
del folclore, me decía usted...
Sí, la
provincia de Buenos Aires es lujosa. Lujosa en cancionero popular, en el
refranero, en historias y fantasías... Es lujosa. Después, las demás provincias
son muy nutridas también. Mendoza, por ejemplo.
Usted vivió varias cosas en la Argentina. Vivió
la época anterior a Yrigoyen; la época posterior...
Yo he
vivido con Yrigoyen y sin Yrigoyen; no son los hombres los que determinan mi
vida.
Le hablo por tiempo...
Puede ser.
¿Cuál fue para usted, dentro del país político,
la época más rica para el folclore?
El
folclore se empobrece en la medida en que la libertad falta. Hay gente que
utiliza el folclore en su favor; eso lo hacía un tal Perón. ¡Qué triste
memoria! Qué triste memoria para mí y para muchos argentinos; para otros no,
allá ellos. Yo le hablo en mi condición de antiperonista... En aquel tiempo se utilizaba mucho el canto; era la época del 50%
de música argentina. Se usaba mucho eso de "vengan a cantar a la Quinta, vengan
a almorzar". Para cada cantor que iba para allá, es decir para cada genuflexo,
había un autito, un lindo coche. Y cuando eran varios hermanos... una gran
camioneta, cosa que estaba de moda, para salir a hacer giras. Siempre regalada
por el hombre que amaba el folclore... En esos cuentos, en esas trampas, yo no
entré nunca. Así me fue. Y me alegro de no haber entrado... En "El payador
perseguido", justamente, digo por ahí "que yo no dentro a jugar, donde hay
baraja marcada". Me acuerdo siempre de la frase tan hermosa del oriental
Gervasio Artigas: "Con libertad ni ofendo ni temo". Eso me gusta mucho. Me
hubiera gustado también que fuera la ley de muchos, de todos en realidad;
pero... en fin. Yo creo que nombrar muy seguido al folclore, capitalizarlo en
ese sentido, es un flaco honor que se le hace a la Nación. Debieran establecerse, más bien, las condiciones para que la gente
de por sí cante. Para que se reúna porque sí, porque le gusta, no porque se
haya dado la condición de "Fulano es muy criollo, y parece que va a reunir a
los muchachos". Así no jugamos... En nuestro tiempo, en el tiempo de los que
nosotros cuando éramos chicos llamábamos los "conservadores", también se reunía
la gente pa' la empanada y el vaso de vino en los comités. Cuando yo era chico
veía esas cosas en los pueblos; no siempre, pero una vez al año, o cada dos
años. Era una serie de acontecimientos que mi conciencia ignoraba... Nosotros,
cuando pequeños, andábamos con la honda en el cogote y el bolsillo lleno de
bolitas, o corriendo carreras en algún petiso con rebenque de varilla de
mimbre. Pero los hombres no favorecen estas cosas, estas ceremonias de la tradición
rural. Se podría ayudar mucho, favoreciendo a la escuela primaria enseñando
música gratis a todos los niños del país, enseñándoles lo que ellos prefieren;
y fundamentalmente música, buenas maneras, buena dicción. Que a los niños no les
ocurra como ahora… Yo los veo a veces en la televisión argentina, ¡pobrecitos,
no tienen la culpa! Cuando le preguntan a un niño: "¿Estás contento?". Y
responde con un monosílabo: "Sí". "¿Vas a la escuela? ¿En qué grado estás?". Y
otra vez el monosílabo: "Tercero". Y tienen una cara bien linda, inteligente,
viva; y están alerta y están contentos de ser conversados, de ser apalabrados
por la gente que maneja esos asuntos. Pero el "sí", el "no", el "no sé" y nada
más que eso, a mí me hace un daño bárbaro adentro. Eso quiere decir que hemos
perdido mucho tiempo para no haber logrado que ese niño de ocho o nueve años se
manifieste de otra manera frente a una persona mayor que le habla. Estos chicos
de ahora se expresan con monosílabos porque otra cosa no saben. Hasta que los
dejan solos, entonces se conocen todos los eslóganes de la televisión.
Entre tantas cosas olvidadas, ¿le queda mucho
por contar todavía?
Me queda
mucho por contar, sí; pero no tanto de lo pasado como de lo más actual, de lo
de ahora.