En el seno
de una familia de origen judío, hace ciento cincuenta años nacía en Zamosc, una
pequeña ciudad ubicada en el suroeste de Polonia -por entonces bajo el dominio
del imperio zarista ruso- una de las mujeres más trascendentes de la historia,
tanto por sus aportaciones teóricas como por su incansable lucha por los
derechos de la mujer: Rosa Luxemburgo (1871-1919). Hija de un comerciante
maderero y víctima de la discriminación que las autoridades zaristas imponían
en Polonia contra los judíos, tras finalizar sus estudios en un liceo femenino de
Varsovia, con tan sólo dieciocho años de edad y debido a su temprana militancia
en la organización clandestina socialista Proletariat, debió refugiarse en
Suiza. Allí asistió a la Universität Zürich -la única de toda Europa que por
entonces aceptaba mujeres- donde se matriculó en Zoología, aunque pronto abandonaría
las Ciencias Naturales y comenzaría a cursar clases de Economía, Filosofía y
Derecho.
En esa universidad conoció al intelectual ucraniano Anatoli Lunacharski (1875-1933), futuro Comisario de Instrucción Pública de la Unión Soviética, al revolucionario socialista lituano Leo Jogiches (1867-1919) y al activista polaco Julian Marchlewski (1866-1925). Con estos últimos dos fundaría en 1893 el periódico “Sprawa Robotnicza” (La Causa de los Trabajadores) y poco después el Socjaldemokracja Królestwa Polskiego (Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia), en el cual se hizo cargo de la agitación entre los trabajadores y mineros de la Alta Silesia. Por entonces publicó “Die industrielle entwickelung Polens” (El desarrollo industrial en Polonia), una versión revisada de su tesis doctoral en Ciencias Políticas. En 1898 contrajo matrimonio con el anarquista alemán Gustav Lübeck (1873-1945), lo que le permitió obtener la ciudadanía alemana. Ese mismo año se mudó a Berlín, ciudad en la conoció a los principales referentes del Sozialdemokratische Partei Deutschland (Partido Socialdemócrata de Alemania), entre ellos Wilhelm Liebknecht (1826-1900), August Bebel (1840-1913), Paul Singer (1844-1911), Karl Kautsky (1854-1938) y Clara Zetkin (1857-1933). Con ésta, una incansable luchadora por los derechos de la mujer, entablaría una gran amistad y un compañerismo que duraría toda la vida.
Luego vendrían una gran actividad política, numerosas intervenciones en congresos y debates, varias encarcelaciones, su tenaz oposición a la participación de los socialdemócratas en la Primera Guerra Mundial, y sus polémicas con el líder de la Revolución Rusa Vladimir Lenin (1870-1924). También, durante esos años, publicó numerosos artículos y varios ensayos, entre ellos “Massenstreik, partei und gewerkschaften” (Huelga de masas, partido y sindicatos), “Sozialreform oder revolution” (Reforma o revolución), “Die akkumulation des kapitals” (La acumulación del capital), “Die krise der sozialdemokratie” (La crisis de la socialdemocracia) y “Die proletarischen frauen” (La mujer proletaria). El distanciamiento ideológico con la mayoría de los miembros del partido a medida que éstos se inclinaban hacia los métodos parlamentarios la llevó a fundar en 1916 la Spartakusbund (Liga Espartaquista), germen del Kommunistische Partei Deutschlands (Partido Comunista Alemán). Lo hizo junto a la citada Clara Zetkin, Franz Mehring (1846-1919) y Karl Liebknecht (1871-1919).
En 1918 el disgusto de las masas alemanas sobre la guerra llevó en un levantamiento popular hoy conocido como la Revolución de Noviembre, la cual logró la destitución del emperador Wilhelm II de Hohenzollern (1859-1941) y la proclamación de la República de Weimar bajo las severas condiciones impuestas por el Tratado de Versalles al término de la Gran Guerra. Pero dentro del movimiento revolucionario había una división interna. Por un lado, los socialdemócratas liderados Friedrich Ebert (1871-1925) -convertido en el presidente de la nueva república- que optaron por la instalación de una democracia liberal-burguesa. Por otro lado, los espartaquistas que proponían la creación de un estado socialista en el cual los trabajadores tomaran el control de las instituciones burguesas y las suplantaran con sus propios órganos representativos. Este enfrentamiento llevó en los primeros días de 1919 a una insurgencia conocida como Levantamiento Espartaquista, el cual fue brutalmente reprimido. Grupos paramilitares encabezados por el capitán Waldemar Pabst (1880-1970) -con el visto bueno presidencial- el 15 de enero detuvieron, torturaron y asesinaron a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. El cuerpo de Liebknecht, el único parlamentario que en el año 1914 había votado en el Reichstag (Parlamento) en contra de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, fue abandonado en el parque berlinés Tiergarten, mientras que el de la Luexemburgo fue arrojado a las aguas del Landwehr Canal y recién fue encontrado el 31 de marzo bajo el puente Freiarchenbrücke. Fue este el primer crimen político de la República de Weimar.
Obviamente
el desarrollo teórico de Rosa Luxemburgo estuvo fuertemente situado en la
Alemania de comienzos del siglo XX, una nación asediada por la Primera Guerra
Mundial. Sus reflexiones no sólo fueron teórico metodológicas sino que
abarcaron también las propias contradicciones de la vida política y la
frecuente incoherencia de los dirigentes que proponían llevar adelante un
cambio revolucionario. Hoy, cuando la pauperización de los derechos de la clase
trabajadora, los procesos de precarización y control de la vida cotidiana, la
burocratización de las instituciones, la ineficacia de los sindicatos, la
disociación entre el discurso y la práctica de los partidos políticos, el
avance de los conservadurismos y el resurgimiento de los nacionalismos son
moneda corriente a lo largo y ancho del mundo, sus reflexiones, críticas y
propuestas para interpretar la realidad tienen, con los lógicos matices que
impone el paso del tiempo, una enorme vigencia. Así lo entendió la socióloga y
filósofa alemana Frigga Haug (1937) quien, en el año 2007, publicó “Rosa
Luxemburg und die kunst der politik” (Rosa Luxemburgo y el arte de la
política), obra que fue publicada en la Argentina en 2019 al cumplirse el
centenario del asesinato de aquella que luchaba “por un mundo donde seamos
socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Frigga Haug nació en Mülheim y estudió sociología y filosofía en la Freie Universität Berlin, donde se graduaría en Sociología en 1971 y obtendría un doctorado en Sociología y Psicología Social cinco años más tarde. Investigadora del Institut für Kritische Theorie, entre su numerosa obra ensayística pueden citarse “Kritik der rollentheorie und ihrer anwendung in der bürgerlichen deutschen soziologie” (Crítica de la teoría de roles y su aplicación en la sociología burguesa alemana), “Historisch kritisches wörterbuch des feminismus (Diccionario histórico crítico del feminismo) y “Nachrichten aus dem patriarchat” (Noticias sobre el patriarcado). En su libro sobre el “águila de la revolución” (tal como la llamaba el líder soviético Lenin), trata no sólo sus cuestiones biográficas sino también sus análisis teóricos e intervenciones políticas en artículos periodísticos, discursos en conferencias del partido y congresos sindicales, su estudio sobre los acontecimientos mundiales y, según palabras de la autora, “cómo informaba sobre ellos y qué método seguía para descomponer los sucesos, cómo unía las doctrinas con los pensamientos habituales entre la población y así los animaba a pensar críticamente por sí mismos”.
Lo que
sigue es la entrevista que le realizara Sigrun Matthiesen aparecida el 6 de
noviembre de 2020 en el suplemento “Las 12” del diario “Página/12”. En ella, la
socióloga y filósofa alemana reconoce haber esquivado a la Luxemburgo en su
formación inicial pero luego haberse volcado con devoción a la autora de la
frase “Para la mujer burguesa, su casa es el mundo; para la proletaria, el
mundo es su casa”, y ofrece una revisión del pensamiento de la pensadora polaca
más trascendente de la historia y una actualización permanente de sus ideas.
¿En qué radica la actualidad de Rosa Luxemburgo?
La
pregunta por su actualidad es electrizante porque espontáneamente
responderíamos que no es actual. Esa mujer de sombreros enormes y polleras increíbles,
a la que además ya nadie conoce, ¿cómo podría ser actual? Sin embargo, cuando
la leemos y nos introducimos en su obra, comprobamos que es de una actualidad
absoluta, como si viviera en esta época y se enfrentara a nuestros mismos
interrogantes. Voy a dar un ejemplo: ella acuña el concepto de “realpolitik”
revolucionaria (política real revolucionaria). ¿A qué se refiere con eso? Puede
que suene un poco complicado. Y la palabra “revolucionaria”… puede resultar
difícil hacerse cargo de tal palabra. Cuando presenté esta idea por primera
vez, fue inmediatamente traducida y una persona, alguien importante, dijo
“mejor hablemos de política radical de reformas y no de “realpolitik
revolucionaria”. Pero Rosa Luxemburgo se refiere a que la política debe guiarse
por un objetivo distante, que es lo que queremos alcanzar, lo que ansiamos para
nuestra sociedad, identificar la opresión y los caminos para superarla. Eso es
lo revolucionario, pero es un objetivo a largo plazo. Actualmente no se puede
hacer política de esa manera, no se puede ir por las calles -como el movimiento
del ’68- diciendo “aboliremos la policía, aboliremos todo tipo de orden”, sino
que hay que hablar de “realpolitik” e ir a los parlamentos, porque esa es hoy
la forma de lo político; hay que formular demandas que sean factibles aquí y
ahora. Pero, a su vez, Luxemburgo dice que no deben ser “reformistas” en el
sentido de darse por satisfechas con lo primero que consiguen, sino que las
personas llevan en sí la fuerza de seguir luchando hacia el objetivo distante,
y eso es “realpolitik” revolucionaria. Luxemburgo emplea el concepto una única
vez en todos sus escritos, pensábamos que no era así, pero es así, una única
vez, y ella dice que… -cito de memoria-: “Fue recién Marx quien nos permitió
reconocer los medios para ver hacia dónde queremos llegar, a qué sociedad
queremos llegar, es decir, a tener en vista el objetivo último que debe
orientar cada uno de los pasos de nuestra política de reformas”. Es una frase
muy sencilla, pero si la estudiamos y miramos de cerca lo que hizo, cobra una
actualidad absoluta.
Además su tesis del imperialismo es también
decisiva para hoy…
Hoy
reviste enorme actualidad el llamado “Teorema de la apropiación de tierras”.
Aun si se lo discute completamente separado de Luxemburgo, como si hubiera
surgido de otra manera, es ella quien lo desarrolla exhaustivamente en el libro
“La acumulación del capital”, tomo 5 de sus obras completas. Dicho en términos
muy sencillos eso significa que es intrínseca al capitalismo la necesidad
siempre de más, el modelo de crecimiento requiere siempre más de lo que
podemos, no puede existir sin multiplicarse constantemente. Pero esto supone un
modo de producción que no es viable porque la tierra es finita, los trabajadores
son finitos, las fuerzas son finitas, y ahora en plena crisis ecológica,
climática, en medio de tantas crisis se advierte que esto así no funciona. No
es un modelo de administración económica ni sostenible, ni sustentable. Ella
presupone en el capitalismo un entorno no capitalista, y el crecimiento
consiste justamente en ir “comiéndose” todo alrededor, de modo que el entorno no
capitalista se reduce cada vez más. Pero no se puede permitir que los mercados
se expandan cada vez más sin subordinarse ni adecuarse a otros modos de
producción. Esto podemos reconocerlo de inmediato, cualquiera puede entenderlo,
se puede transmitir a las personas, que pueden ponerlo a prueba en sus pequeños
jardines. Y al mismo tiempo esto explica lo terrible, catastrófica que es la
situación y cómo la finitud de los recursos de la tierra pone todo al borde de
una nueva guerra. El momento actual es en cierta manera modélico por la forma
en que deja entrever los diferentes elementos. Y también esto se puede estudiar
en Rosa Luxemburgo.
¿Cómo empezó su vínculo con sus ideas?
Yo no
conocía a Rosa Luxemburgo en la época en que el movimiento estudiantil ya estaba
en marcha, yo venía del movimiento antinuclear, unos diez años anterior, es
decir, ya era madura y estaba politizada pero nunca había leído a Rosa
Luxemburgo porque en el movimiento de trabajadores -aunque éramos estudiantes
nos sentíamos parte del movimiento de trabajadores-, ella no tenía relevancia.
Más bien tenía una imagen negativa porque el juicio generalizado era que no
había hecho ningún aporte teórico, y para peor llevaba esos sombreros “demodé”,
así que yo me venía ahorrando leer esos volúmenes de discursos y textos. Como
no “había que leerla”, no la leía. Todo empezó por casualidad, en realidad.
Corrían los años ‘70 y las estudiantes de la Universidad de Hamburgo lograron a
fuerza de lucha que se creara un seminario de mujeres. Con sus diferencias,
todos los grupos se habían unido y habían logrado que se creara ese seminario
para que fuera reconocido como parte de la carrera universitaria. Pero no
encontraban una profesora que las convenciera o que estuviera dispuesta a
hacerse cargo, de modo que un día me tocaron la puerta. Yo no era profesora de
la Universidad de Hamburgo sino de la Escuela Superior de Economía y Política,
esa que tras la guerra había sido ganada sindicalmente por los trabajadores. Un
día se me aparece en la puerta una estudiante de la Universidad de Hamburgo, y
mientras estira la espalda, me dice: “La verdad es que usted no nos gusta,
sabemos que no es lesbiana, que está casada, tiene un hijo y, como si fuera
poco, es marxista, pero igual queremos que usted asuma el seminario”, y después
me contó a las apuradas de lo que se trataba. Yo sentí que había que hacerlo, y
que yo iba a tener que hacerlo. Así que fui. Era impresionante lo lleno que
estaba, hasta los pasillos estaban colmados y yo me preguntaba “¿qué les doy
para leer?”. Marx no les podía dar, no podía darles a leer un hombre, Clara
Zetkin no me parecía adecuada, entonces me puse a leer a Rosa Luxemburgo. De
pronto encontré “La proletaria”, un artículo muy breve. El lenguaje era
imposible, todo el tiempo hablaba de “lucha de clases”, de “proletariado”, de
“capital”, y yo me preguntaba: “¿qué hago con esto?”. Pero sin embargo la
leímos y fue un aprendizaje increíble también para mí porque contiene algunas
frases maravillosas y contundentes como una que todavía sé de memoria: “Para la
mujer burguesa, su casa es el mundo; para la proletaria, el mundo es su casa”.
Con esas palabras concisas, maravillosas, las mujeres pudieron aprender muy
rápidamente sobre Rosa Luxemburgo, pero también sobre el lenguaje en la
política, a manejar el lenguaje, a no evitar palabras. Me avergoncé mucho de mí
misma por la forma en que había pensado sobre ella.
¿Cuál es la utilidad de Luxemburgo para los
feminismos contemporáneos?
Hay algo
que aprendimos muy tardíamente como feministas, y es que se debe trabajar con
la contradicción; si pensamos las cosas en movimiento, debemos incorporar las
contradicciones y ver adónde conducen, en lugar de confrontar y rechazar todo
de plano. Tomemos un ejemplo: el parlamento. Ese parlamento que ya hemos reconocido
como burgués, como conquista burguesa frente a la monarquía, ¿realmente
queremos estar en el parlamento? Podríamos rechazarlo de plano enfurecidas,
pero Rosa Luxemburgo no lo hace sino que nos enseña que el parlamento es el
lugar donde podemos dirimir nuestras contradicciones, llevarlas al frente. Si
bien estamos en contra del parlamento como tertulia burguesa -como ella dice-
al mismo tiempo es el terreno donde se hace pública la cuestión de fondo. En
cualquier caso se necesita el parlamento como escenario para interpelar al
pueblo. Y con esa palabra estamos ante otro problema, uno de los principales en
el feminismo contemporáneo, la palabra “pueblo”, ¿quién habla todavía de pueblo
hoy en día? ¿Pero acaso hablamos de “masas”? Tampoco. Pero Rosa Luxemburgo es
completamente intransigente, ella les habla a las masas, porque las concibe
como personas en movimiento, esa es la masa, las propias personas que se han
puesto en marcha. ¿Para qué? Para tomar el gobierno. Pero por supuesto no
pueden hacerlo porque nadie les ha enseñado a gobernar. En todos sus textos
habla dirigiéndose al pueblo, a cada una de las personas, como si estuvieran en
el gobierno y debieran medir la magnitud de los problemas como si los tuvieran
que resolver ellas mismas. Y yo no veo que eso sea muy distinto de lo que
hacemos nosotras cuando escribimos artículos o realizamos acciones para
explicar a las personas de qué se trata en el fondo todo esto, qué intereses
están en juego ahora.
¿Y qué necesitamos entender y difundir hoy sobre
los intereses en juego?
Debemos
ver qué capitales están ahora asociados con qué parte, con quién; ver quién
está tirando de ahí y dónde todo eso termina en guerra, y ver dónde podemos intervenir.
Y no podemos hacerlo si no estudiamos los diferentes intereses particulares,
las rutas comerciales, qué está pasando con las importaciones y las
exportaciones, quién está del otro lado ahora. Así es como estamos en medio de
eso, sentadas frente a nuestro escritorio teniendo que tomar posición sobre el
conflicto entre China y Estados Unidos, y leemos los periódicos, no solamente
lo que están haciendo los nuestros en nuestras pequeñas revistas, y es
verdaderamente difícil dilucidarlo, no se puede resolver de manera emocional,
no podemos decir simplemente que estamos a favor o en contra de China, o de
Rusia, o si preferimos a Joe Biden. ¿Cómo lo resolvemos? En este sentido, el
pensamiento de Rosa Luxemburgo es de total actualidad porque ella estudiaba
fundamentalmente las rutas comerciales y escribía sobre cuántas toneladas
llevaban esos barcos que iban en tal dirección y con qué volvían. Al principio
se lee como si no tuviera nada que ver con nosotros, pero sí tiene que ver
porque nos enseña a percibir la realidad, a los poderosos y sus actos, y a
percibir en qué puntos podríamos intervenir. Rosa Luxemburgo hace algo que se
ha vuelto “demodé”: ella “en-se-ña”, hace escuela de la política y nos enseña
cómo se hace política, y eso es totalmente actual. No he leído nada de ella que
no sea actual.
Cuando ve que no se avanza como se quisiera en términos
de política concreta, ¿le consuela pensar en Rosa Luxemburgo, en sus
frustraciones y perseverancias?
Mucho.
Tiene una forma de pensar espontáneamente marxista, como si Marx estuviera en
ella pero a ella no la sentimos tan lejana. Al leer a Marx no sentimos que su
teoría nos penetre por los poros de la piel; aprendemos mucho, es cierto, nos
damos cuenta de que estamos aprendiendo, pero con Luxemburgo es más directo,
ella siente el abordaje marxiano en prácticamente cada cosa que ocurre, no como
algo extraño a ella sino propio, y eso me resulta extremadamente conmovedor,
como si él estuviera en ella. Personalmente no me pregunto “cómo pensaría Rosa
Luxemburgo tal cosa” sino que he aprendido a ser muy autocrítica con mis
primeras impresiones e ideas, a dar por sentado que llevo en mí el sentido
común y que puedo equivocarme por lo cual debo mirar una segunda vez, debo
estudiar y eso es laborioso, pero ella lo hizo y yo debo hacerlo, en cada
punto. Por lo tanto también yo siento como si ella estuviera dentro de mí y me
dijera “encáralo con serenidad, este es un nuevo encargo que debes aceptar y
liderar”, como fue el caso de Brecht, que también era seguidor de Luxemburgo, o
Peter Weiss, de quien viene la línea Gramsci-Luxemburgo. Y eso nos permite
avanzar, advertir las cadenas que cercan el pensamiento en medio de la
cotidianidad; leyendo los periódicos, releyendo lo que aprendimos en la
universidad, reflexionamos y advertimos que debemos atravesar el cerco y que
podemos hacerlo, y el coraje de hacerlo lo he aprendido de Rosa Luxemburgo. A
veces podría confundirme y a mucha honra decirme “ahora es Rosa Luxemburgo la
que piensa en ti, de modo que adelante, ve y hazlo”.
En esa universidad conoció al intelectual ucraniano Anatoli Lunacharski (1875-1933), futuro Comisario de Instrucción Pública de la Unión Soviética, al revolucionario socialista lituano Leo Jogiches (1867-1919) y al activista polaco Julian Marchlewski (1866-1925). Con estos últimos dos fundaría en 1893 el periódico “Sprawa Robotnicza” (La Causa de los Trabajadores) y poco después el Socjaldemokracja Królestwa Polskiego (Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia), en el cual se hizo cargo de la agitación entre los trabajadores y mineros de la Alta Silesia. Por entonces publicó “Die industrielle entwickelung Polens” (El desarrollo industrial en Polonia), una versión revisada de su tesis doctoral en Ciencias Políticas. En 1898 contrajo matrimonio con el anarquista alemán Gustav Lübeck (1873-1945), lo que le permitió obtener la ciudadanía alemana. Ese mismo año se mudó a Berlín, ciudad en la conoció a los principales referentes del Sozialdemokratische Partei Deutschland (Partido Socialdemócrata de Alemania), entre ellos Wilhelm Liebknecht (1826-1900), August Bebel (1840-1913), Paul Singer (1844-1911), Karl Kautsky (1854-1938) y Clara Zetkin (1857-1933). Con ésta, una incansable luchadora por los derechos de la mujer, entablaría una gran amistad y un compañerismo que duraría toda la vida.
Luego vendrían una gran actividad política, numerosas intervenciones en congresos y debates, varias encarcelaciones, su tenaz oposición a la participación de los socialdemócratas en la Primera Guerra Mundial, y sus polémicas con el líder de la Revolución Rusa Vladimir Lenin (1870-1924). También, durante esos años, publicó numerosos artículos y varios ensayos, entre ellos “Massenstreik, partei und gewerkschaften” (Huelga de masas, partido y sindicatos), “Sozialreform oder revolution” (Reforma o revolución), “Die akkumulation des kapitals” (La acumulación del capital), “Die krise der sozialdemokratie” (La crisis de la socialdemocracia) y “Die proletarischen frauen” (La mujer proletaria). El distanciamiento ideológico con la mayoría de los miembros del partido a medida que éstos se inclinaban hacia los métodos parlamentarios la llevó a fundar en 1916 la Spartakusbund (Liga Espartaquista), germen del Kommunistische Partei Deutschlands (Partido Comunista Alemán). Lo hizo junto a la citada Clara Zetkin, Franz Mehring (1846-1919) y Karl Liebknecht (1871-1919).
En 1918 el disgusto de las masas alemanas sobre la guerra llevó en un levantamiento popular hoy conocido como la Revolución de Noviembre, la cual logró la destitución del emperador Wilhelm II de Hohenzollern (1859-1941) y la proclamación de la República de Weimar bajo las severas condiciones impuestas por el Tratado de Versalles al término de la Gran Guerra. Pero dentro del movimiento revolucionario había una división interna. Por un lado, los socialdemócratas liderados Friedrich Ebert (1871-1925) -convertido en el presidente de la nueva república- que optaron por la instalación de una democracia liberal-burguesa. Por otro lado, los espartaquistas que proponían la creación de un estado socialista en el cual los trabajadores tomaran el control de las instituciones burguesas y las suplantaran con sus propios órganos representativos. Este enfrentamiento llevó en los primeros días de 1919 a una insurgencia conocida como Levantamiento Espartaquista, el cual fue brutalmente reprimido. Grupos paramilitares encabezados por el capitán Waldemar Pabst (1880-1970) -con el visto bueno presidencial- el 15 de enero detuvieron, torturaron y asesinaron a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. El cuerpo de Liebknecht, el único parlamentario que en el año 1914 había votado en el Reichstag (Parlamento) en contra de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, fue abandonado en el parque berlinés Tiergarten, mientras que el de la Luexemburgo fue arrojado a las aguas del Landwehr Canal y recién fue encontrado el 31 de marzo bajo el puente Freiarchenbrücke. Fue este el primer crimen político de la República de Weimar.
Frigga Haug nació en Mülheim y estudió sociología y filosofía en la Freie Universität Berlin, donde se graduaría en Sociología en 1971 y obtendría un doctorado en Sociología y Psicología Social cinco años más tarde. Investigadora del Institut für Kritische Theorie, entre su numerosa obra ensayística pueden citarse “Kritik der rollentheorie und ihrer anwendung in der bürgerlichen deutschen soziologie” (Crítica de la teoría de roles y su aplicación en la sociología burguesa alemana), “Historisch kritisches wörterbuch des feminismus (Diccionario histórico crítico del feminismo) y “Nachrichten aus dem patriarchat” (Noticias sobre el patriarcado). En su libro sobre el “águila de la revolución” (tal como la llamaba el líder soviético Lenin), trata no sólo sus cuestiones biográficas sino también sus análisis teóricos e intervenciones políticas en artículos periodísticos, discursos en conferencias del partido y congresos sindicales, su estudio sobre los acontecimientos mundiales y, según palabras de la autora, “cómo informaba sobre ellos y qué método seguía para descomponer los sucesos, cómo unía las doctrinas con los pensamientos habituales entre la población y así los animaba a pensar críticamente por sí mismos”.