29 de marzo de 2021

Marie Monique Robin: “El mejor antídoto contra la próxima pandemia es preservar la biodiversidad”

“Todos los alimentos producidos de manera industrial hoy llegan a nuestros platos cargados de veneno y pesticidas. Las empresas dicen que no se pueden hacer de otra manera, que si no, no podríamos alimentar a todo el mundo. Hoy existen mil millones de personas que sufren hambre en el mundo, así que estamos hablando de un gran fracaso. Tanto dinero invertido en este modelo para que después de cuarenta años de locura química, una de cada siete personas muera de hambre”. Quien así se expresa es la periodista, documentalista y escritora francesa Marie Monique Robin (1960), quien estudió ciencias políticas en la Universität des Saarlandes de Alemania, y se diplomó en periodismo el Centro Universitario de Estudios en Periodismo de la Université de Strasbourg de Francia. Robin posee una destacada trayectoria en el campo del periodismo de investigación y es autora de alrededor de cien documentales y numerosos libros, en los cuales investigó y denunció los males y abusos del mundo globalizado, sobre todo en lo concerniente al urticante tema de la producción de semillas transgénicas que contaminan la cadena alimentaria. En su último libro, “La fabrique des pandémies” (La fábrica de pandemias), a partir de copiosas investigaciones y entrevistas a un gran número de investigadores de todo el mundo, proporciona una visión general sobre las actividades humanas que, basadas en la destrucción de los ecosistemas por la deforestación, la agricultura industrial y la globalización económica, precipitan el colapso de la biodiversidad y amenazan la salud planetaria, creando así las condiciones para una “epidemia de pandemias”. Desde el Ébola hasta el Covid-19, forman parte de las “nuevas enfermedades emergentes” que van en aumento por mecanismos que ella explica en este ensayo. En él también augura otras pandemias incluso peores si no se elimina la influencia mortífera del modelo económico dominante sobre los ecosistemas y asegura que, más allá de la carrera por las vacunas o el encierro crónico de la población, el único antídoto es la preservación de la biodiversidad. A continuación se reproduce la entrevista que concedió a la cadena de televisión “France 3” en febrero del corriente año.


Una epidemia de pandemias amenaza al planeta, eso es lo que se desprende de la lectura de su libro. ¿Los científicos con los que ha conversado lo tienen claro?

Los sesenta y dos científicos de los cinco continentes con los que he hablado trabajan en disciplinas muy diversas. Algunos son infectólogos, otros, epidemiólogos, médicos, parasitólogos o veterinarios, pero todos tienen la misma convicción: el mejor antídoto contra la próxima pandemia es preservar la biodiversidad. En este punto son categóricos. De hecho, han descubierto una serie de mecanismos que muestran cómo la destrucción de la biodiversidad -la deforestación o la destrucción de bosque tropical primario en África, Sudamérica o Asia- está en el origen de las zoonosis. Las zoonosis son enfermedades provocadas por patógenos que se transmiten de la fauna silvestre al ser humano y, muy a menudo, a través de los animales domésticos.

Y sobre esto se ha determinado claramente la responsabilidad del ser humano, ¿no?

Totalmente, y fue muy sorprendente para mí. No se trata sólo de decir “es una pena, las aves y los pandas están desapareciendo”. Hay, por ejemplo, mecanismos que muestran realmente cómo en una selva tropical equilibrada que no ha sido fragmentada, los agentes patógenos que albergan los animales que la habitan están presentes de forma latente. Cuando rompemos ese equilibrio eliminando a los grandes mamíferos, los depredadores desaparecen también. El problema es que esos depredadores se alimentan de roedores, que son el principal reservorio de agentes patógenos, antes incluso que los primates o los murciélagos. Si preservamos la integridad de los bosques, todo se mantiene en un estado latente; si la desequilibramos, estamos ante una verdadera bomba biológica. El mejor ejemplo de este “efecto de dilución” es la enfermedad de Lyme.

¿Cómo funciona este “efecto de dilución”?

En Estados Unidos, los investigadores han demostrado que el reservorio de la bacteria que transmite la enfermedad de Lyme (a través de las garrapatas) es el ratón de patas blancas. Si queremos evitar que las garrapatas se alimenten de la sangre de estos ratones, hay que lograr que haya muchos mamíferos en los bosques, por ejemplo, zarigüeyas, que no portan la bacteria. En cambio, si reducimos la biodiversidad eliminando a las zarigüeyas y a las ardillas (que han acabado huyendo por falta de espacio), sólo quedará un tipo de roedor. Los “especialistas”, que sólo se alimentan de determinados alimentos, van a desaparecer; no así los “generalistas” que se alimentan de cualquier cosa. Y los roedores generalistas son los principales reservorios de agentes patógenos como la bacteria que causa la enfermedad de Lyme. De ahí la importancia de preservar el equilibrio.

Eso es también lo que pasó en Malasia con el virus Nipah, ¿no?

Es otro buen ejemplo. En 1997, se quemó de forma intencionada la selva de Borneo para introducir plantaciones de palma aceitera. Los murciélagos que vivían en esos bosques tropicales se vieron obligados a huir. Hay que decir que son animales extraordinarios: son los únicos mamíferos capaces de volar y, por ello, han desarrollado un sistema inmunitario que les permite estar llenos de agentes patógenos y aun así no enfermar, una verdadera proeza. Sin embargo, cuando destruimos su hábitat, estos murciélagos excretan todos los patógenos que albergan como reservorios que son debido al estrés. Los científicos han llegado a calibrar esas hormonas del estrés en animales huidos. En 1997, los murciélagos que se vieron obligados a huir se refugiaron en los árboles frutales plantados en la costa de Malasia. Se comieron los mangos, defecaron en los cerdos de las granjas intensivas que se encontraban justo debajo y les contagiaron este nuevo virus denominado “Nipah” por el nombre de la localidad malasia donde se produjo el contagio, el que, a su vez, infectó a los humanos. Los cerdos son el mejor huésped intermedio entre los agentes patógenos de la fauna silvestre y el ser humano. Compartimos con este animal el 95% de nuestros genes y en términos de intercambio de agentes patógenos es el mejor amigo del hombre. Se ve bien la conexión: la deforestación, la industrialización y, al final, la globalización, porque esos cerdos iban destinados al mercado chino. Tenemos todos los ingredientes necesarios. Y ese modelo lo observamos en muchas otras enfermedades zoonóticas.

¿Como el Ébola?

Sí. Es la primera gran enfermedad zoonótica. Apareció en África en 1976 y fue transmitida por primates expulsados de su hábitat a causa de la deforestación. Había tráfico de primates para comer su carne y a partir de ahí, es fácil imaginar cómo se encadenó todo. Y lo mismo con el Sida.

Leyendo su libro uno se da cuenta de que finalmente la barrera de las especies ha desaparecido, ¿no?

Completamente. Es lo que dice Jean François Guégan, investigador del Instituto Nacional Investigación para la Agricultura, la Alimentación y el Medioambiente, y del Instituto de Investigación para el Desarrollo. Guégan dice que eso que nos enseñaron cuando éramos estudiantes de que existe una barrera entre las especies, que nos protege y que permite que los patógenos no puedan pasar…, todo eso es falso, es completamente falso. Lo que sabemos también es que la humanidad se encuentra en una situación totalmente inédita: nuestra actividad antrópica, la actividad humana, ha modificado considerablemente el entorno hasta tal punto que si seguimos deforestando como hasta ahora -por hablar de los bosques tropicales-, pronto no quedara ni uno. Y esto está ocurriendo muy rápidamente. Al modificar los paisajes, estamos generando cambios muy profundos: obligamos a las poblaciones de animales a desplazarse o a desaparecer y alteramos el clima. Los investigadores nos dicen que las causas que están en el origen de las nuevas enfermedades son las mismas que están provocando el cambio climático. Esto significa que cuando se es responsable político, si se quiere evitar la próxima pandemia, hay que tomar medidas a nivel internacional. Por ejemplo, hay que dejar de importar soja transgénica para alimentar al ganado europeo. Porque cuando importamos soja de Argentina o de Brasil, antes de eso ha habido una deforestación que hará enfermar no sólo a los pueblos que viven en esos países, sino también a nosotros. También hay que dejar de importar aceite de palma para usarlo como combustible para nuestros vehículos. Todo está ligado, todo está interconectado. Y estas medidas que adoptemos para preservar la biodiversidad también serán positivas para el clima. Serán buenas para el clima, buenas para la salud y buenas para la biodiversidad.

Una de las grandes demostraciones del libro es que hace ya tiempo que los investigadores habían detectado los riesgos. “Lo sabíamos” es lo que usted escribe...

Todos estos científicos llevan dando la voz de alarma desde hace al menos veinte años, demostrando cómo la biodiversidad protege la salud. Y no se les escucha. Seguimos teniendo una visión muy fragmentada de la ciencia y de la acción política que la acompaña; funcionamos con la lógica de los silos: cuando uno es médico no se ocupa de los animales y cuando es veterinario no se ocupa de los humanos. Es ridículo. Hasta hace dos siglos, ambas disciplinas se enseñaban al mismo tiempo porque no hay nada más cercano a nosotros que los animales. Pensemos por ejemplo en los cerdos, o mejor, en los primates. El 99% de los genes de los chimpancés son similares a los nuestros. Tenemos una visión muy fragmentada y eso hace que ya no tengamos una visión global, pese a estar en la era del Antropoceno. Hemos cambiado de era geológica, ya no estamos en el Holoceno. Estamos alterando el clima y nos encontramos de lleno en la sexta extinción de especies, algo muy grave. La última desaparición de una especie se dio con los dinosaurios hace 65 millones de años. Estamos en la sexta extinción de especies y somos nosotros, los humanos, los que la hemos provocado con nuestra actividad. Vivimos una época muy particular, única: tenemos que revisar nuestra manera de funcionar. Los científicos a los que he entrevistado invocan un nuevo concepto, el “One health”, del que se habla cada vez más. Lo que dice este concepto de “salud planetaria” es que es absolutamente necesario tener una visión global: no podemos disociar la salud de los animales, ya sean domésticos o salvajes, de la de los humanos, es imposible. Cuando los ecosistemas están enfermos, todo el mundo está enfermo. Los científicos dicen que hay indicios que demuestran cuándo el ecosistema está enfermo y que se traducen en diarreas en ciertas poblaciones, enfermedades crónicas, etc. Esto quiere decir también que tenemos que salir de esta lógica tecnicista que hace que hoy día, frente a la pandemia, nuestra única obsesión sea la de encontrar una vacuna y un medicamento.

Si el riesgo de pandemias va a incrementarse según lo previsto, ¿quiere eso decir que la carrera por la vacuna a la que asistimos actualmente es completamente inútil?

Al menos eso es lo que dicen los científicos. Esta carrera es inútil en el sentido de que lo único que hacemos es eso. No es que no haya que buscar una vacuna contra la pandemia en estos momentos, a pesar de todas las dudas que hay sobre su eficacia, ya que es un virus que muta enormemente, más que el de la gripe. Los científicos tienen dudas sobre la capacidad de sacar una vacuna tan rápidamente. El problema es que no estamos haciendo otra cosa. No hacemos lo que los científicos preconizan, que es abordar las causas que provocan que los agentes patógenos que desde siempre se han alojado, por ejemplo, en los murciélagos sin causar daños, de pronto se hayan convertido en un riesgo para los humanos. Eso es lo que tenemos que resolver realmente de forma colectiva, es muy importante. Hay, pese a todo, algunos indicios que demuestran que se empieza a tomar conciencia. El año que viene se celebrará en Marsella el Congreso Mundial de la Naturaleza, aplazado debido a la pandemia, y Francia va a presentar una moción sobre la deforestación importada. Cuando echamos aceite de palma a nuestros motores, estamos contribuyendo a la deforestación en Indonesia y en otros lugares. Cada acto de consumo en Europa tiene un impacto en el medioambiente al otro lado del mundo. Como dice un científico en mi libro, cuando talamos árboles en la Guayana Francesa podemos provocar una enfermedad en la otra punta del mundo y eso mismo se aplica a los aviones de largo recorrido.

¿Por eso el riesgo de que surja un nuevo virus es mayor en Asia o África?

Exactamente. Los científicos han constatado que los agentes patógenos no se reparten de cualquier forma en el planeta. Mientras más descendemos hacia los trópicos, mayor es la biodiversidad, más mamíferos y aves silvestres hay y, por tanto, más agentes patógenos potenciales. Lo que demuestran los estudios es que cuanto más se destruye el medioambiente en esas zonas, mayor es el riesgo debido al efecto de dilución. Porque, como he dicho antes, es en los bosques tropicales donde se encuentra el mayor número de reservorios de agentes patógenos potenciales. Y una vez más, esos agentes patógenos siempre han existido y hasta hace poco no eran un problema. Ahora mismo sí lo son porque los estamos echando de los bosques. Evidentemente, la solución no está en eliminar a todos los murciélagos o a todos los roedores del mundo; todos desempeñan una función para la ecología. La solución consiste en revisar nuestra relación con el medioambiente y con la fauna silvestre y reconsiderar nuestro lugar en el planeta. Hay científicos que me han dicho que tenemos que dejar de pensar que estamos en la cúspide de la pirámide, porque con esta actitud tan arrogante estamos destruyendo la vida de la que dependemos para vivir y acabaremos destruyéndonos a nosotros mismos.

¿Es el objetivo del libro despertar conciencias? ¿Tenemos tiempo todavía?

Es como con el clima: es urgente, pero aún es posible hacer algo. Hay que parar definitivamente la deforestación, dejar de intervenir en los bosques tropicales, pero eso también significa que hay que alentar a esos países para que encuentren cultivos de sustitución o medios para reducir la pobreza. Hay que tener en cuenta que la presión ejercida sobre los ecosistemas, principalmente sobre los bosques tropicales, se debe también a la explosión demográfica que, en gran parte, está ligada a la pobreza. De hecho, me sorprende mucho escuchar a científicos que me hablan de eso, que me dicen que, para frenar las próximas pandemias, evidentemente hay que dejar de destruir la biodiversidad, pero también hay que resolver el problema de la pobreza, porque está relacionado. En Asia se interviene cada vez más en los bosques tropicales, ya sea por parte de las grandes multinacionales que quieren producir aceite de palma o cualquier otra cosa, o por los pequeños campesinos que sencillamente no tienen tierra para alimentarse. Es necesario instaurar una nueva ética que cuide mejor el medioambiente, pero también a los seres humanos. Es un cambio profundo que incluye a la economía.

¿Qué hacer?

Después de todos estos años haciendo documentales y escribiendo libros, llego siempre a la misma conclusión: tenemos un modelo económico que se basa en beneficios ilimitados de los que sólo disfruta una pequeña minoría. Imagínese, 28 multimillonarios en el mundo poseen tanto como 3.500 millones de personas. ¡Se ve claramente que aquí hay un grave problema! No es posible seguir con este sistema de producción ilimitada sin tener en cuenta en ningún caso los daños causados al medioambiente y que sufren una mayoría de personas que no se benefician de esas actividades económicas. ¡Es muy importante que lo entendamos! Todos los científicos a los que he entrevistado para escribir mi libro estaban confinados en sus casas en Australia, Estados Unidos o Gabón y todos estaban muy deprimidos y muy preocupados por sus hijos y sus nietos. Todos me dijeron que nos dirigimos hacia el desastre y que tenemos que despertar de una vez. En los últimos treinta años se ha acelerado el ritmo de pandemias. Hasta mediados de los años ‘70 aparecía una nueva enfermedad emergente cada quince años. En la actualidad, surgen entre una y cinco al año, y el ritmo se acelera. De momento se ha paralizado la economía por un virus que mata al 1% de la población. Obviamente, es demasiado, pero hay que poner las cosas en su contexto: este virus mata menos que la Malaria o el Ébola, que mata al 50/60% de las personas contagiadas. Imagínese que llega un virus tan letal como el Ébola que se transmite por vía aérea, ¿qué haríamos? Está claro que estamos en una encrucijada y que debemos adoptar una visión a medio y largo plazo y no una visión cortoplacista como la que tenemos en estos momentos.