26 de febrero de 2022

Liberalismo económico. Una historia de ambiciones, clasismos, guerras, revoluciones y otros percances

IV. Conflictos en Rusia y México / Estallido de la Primera Guerra Mundial

Mientras tanto, otros hechos relevantes para la historia socioeconómica de la humanidad ocurrían en distintas partes del mundo. Uno de los más influyentes ocurrió en Rusia, país que vivía bajo el régimen de la autocracia zarista encabezada por Nikolái Románov (1868-1918). El territorio ruso, predominantemente agrícola, poseía una gran riqueza de recursos como el hierro, el carbón y el petróleo, bienes todos ellos que, desde aproximadamente 1870, aceleraron el proceso de su industrialización. Paulatinamente se fue mejorando la tecnología de los talleres artesanales para convertirlos en pequeñas fábricas y se crearon industrias metalúrgicas y textiles. Fue la intervención del Estado la que proporcionó el capital -obtenido de las severas cargas impositivas impuestas al campesinado- para lograr ese desarrollo, sobre todo en el sector de bienes productivos. A ella se sumó un flujo considerable de capitales extranjeros atraídos por los altos beneficios que los derechos arancelarios y las demandas estatales les aseguraban. Desde luego, a medida que se extendían las inversiones capitalistas, los campesinos, los mineros, los obreros, se vieron cada vez más sujetos a un proceso de diferenciación social.
Hacia 1898 la situación agrícola empeoró, las malas cosechas incidieron en una población que desde el comienzo del proceso industrializador se había visto crecientemente empobrecida por las exigencias estatales. La situación de los obreros en las fábricas distaba también de ser buena por lo que pronto se fueron extendiendo en todo el país los reclamos de la clase obrera y del campesinado. El punto culminante de estas demandas reivindicativas se dio el 9 de enero de 1905, fecha que pasaría a ser conocida como “Domingo sangriento”. Ese día, familias enteras de trabajadores rurales y fabriles -unas 140 mil personas en total- realizaron en San Petersburgo una marcha pacífica hacia el Palacio de Invierno, la residencia oficial del zar.
Encabezada por un sacerdote ortodoxo, el clérigo Gueorgui Gapón (1870-1906), y sin consigna política alguna -al punto que numerosos trabajadores llevaban íconos religiosos y cruces, no armas-, el objetivo de la marcha era entregar al zar una petición de mejoras laborales. Pero, al llegar a las cercanías de la Plaza del Palacio, la plaza central de San Petersburgo, la manifestación fue salvajemente reprimida por soldados de infantería y tropas cosacas, quienes dispararon sucesivas descargas de fusilería contra la multitud desarmada y luego persiguieron por las calles y avenidas a los sobrevivientes, disparando durante horas, asesinando al menos a unas 2 mil personas entre hombres, mujeres y niños, y dejando un número impreciso de heridos.


Rosa Luxemburgo (1871-1919), teórica del socialismo alemán, publicó al año siguiente en Hamburgo el ensayo “Massenstreik, partei und gewerkschaften
(Huelga de masas, partidos y sindicatos). Analizando los sucesos de Rusia, escribió: “En las fábricas más grandes de todos los centros industriales importantes se establecía como cosa natural, el comité obrero, el único que negocia con el patrón y el que decide en todos los conflictos”. Resaltó la característica de que en Rusia las huelgas no eran caóticas ni desorganizadas, que tendían a la organización y que como consecuencia de ello surgieron los primeros sindicatos. Y no sólo eso, también se generaron los “soviets”, unas asambleas formadas por obreros, campesinos y soldados que se oponían al zarismo.
La ola revolucionaria desatada por estos acontecimientos se extendió rápidamente por toda Rusia y llevó al paroxismo las múltiples contradicciones que existían en su interior. También fue impulsora de un ascenso en el movimiento obrero internacional tanto en los países imperialistas europeos como en las colonias. En muchos casos, como respuesta a estas luchas, las burguesías imperialistas se vieron obligadas a otorgar importantes concesiones democráticas. En Estados Unidos, por ejemplo, la radicalización de sectores del movimiento obrero dio lugar ese mismo año a la organización del sindicalismo combativo con la fundación del sindicato I.W.W. (Industrial Workers of the World - Trabajadores Industriales del Mundo).
En este sentido cabe destacar el carácter heterogéneo de las distintas corrientes políticas y sociales que venían desarrollándose por entonces en la Rusia zarista. En ese país, cada vez con mayor intensidad se sucedían los intentos de organización de la oposición a la autocracia. Es el caso del liberalismo vinculado principalmente a los “zemstvos”, esto es, las asambleas rurales a nivel distrital y provincial creadas en 1864. Estas instituciones eran órganos de autogobierno locales que si bien se encontraban bastante limitadas en sus competencias, reunían en torno suyo no sólo a elementos de la nobleza local sino también a grandes terratenientes, intelectuales, estadistas, ingenieros, médicos, etc. Los “zemstvos”, entre otras cosas, desarrollaron importantes iniciativas en la construcción de carreteras, en la sanidad y en la educación. Muchos miembros de la oposición al zarismo ejercieron de médicos o como profesores en estas instituciones.


A estos organismos -que serían la base del liberalismo ruso- se les sumarían, luego del cambio de siglo, comerciantes, industriales, abogados y maestros. Fue por entonces que gestaron un principio de acuerdo en torno a la necesidad de limitar el poder de la burocracia imperial, someterla a leyes que protegieran las libertades civiles y formar un órgano de gobierno representativo tras una reforma constitucional. Todo esto llevó tanto al zar como a parte de sus funcionarios a comprender que eran necesarios gestos conciliatorios para apaciguar el malestar social. Por esa razón creó la Duma -el parlamento- y legalizó los partidos políticos, medidas que no supusieron un gran cambio para la vida de los rusos: la aristocracia seguía siendo muy rica y los trabajadores y campesinos muy pobres.
Pero este clima social complicado, como ya se dijo, no se vivía únicamente en Rusia. En América Latina, por ejemplo, los problemas giraban principalmente en torno al mundo del trabajo. Por aquellos tiempos eran pésimas las condiciones laborales y los salarios muy bajos, por lo que las huelgas y las protestas eran frecuentes. Estos movimientos existieron en Perú, en Colombia, en Brasil, en Argentina pero, tal vez el de mayor preponderancia se produjo en México a lo largo de la segunda década del siglo XX. Desde 1876 el país vivía gobernado de manera dictatorial por Porfirio Díaz (1830-1915), un militar de ideología liberal que defendía la democracia y el capitalismo de libre mercado en contra de los conservadores, que preferían una organización social jerárquica más tradicional conducida por un monarca y por la Iglesia Católica.
Con su apoyo, las élites empresarias nacionales y extranjeras -sobre todo estadounidenses, pero también británicas y francesas- ganaron mucho a costa de los campesinos, que practicaban la agricultura de subsistencia, y de los pequeños propietarios, desposeídos de sus modestas parcelas individuales y colectivas. Estos trabajadores eran forzados a trabajar en los campos y en las minas en condiciones deplorables y por muy poco dinero, como jornaleros informales y precarios, mientras los indígenas eran vendidos como esclavos. En 1911, tras la renuncia de Díaz a raíz del descontento popular, en las primeras elecciones democráticas en la historia del país fue elegido Francisco Madero (1873-1913), un liberal de adinerada familia que poseía tierras, minas y fábricas. Incapaz de satisfacer las aspiraciones de cambio social, en 1913 fue derrocado por el general Victoriano Huerta (1850- 1916) mediante un golpe de Estado apoyado por el Imperio Alemán y por Estados Unidos.
Huerta instauró una feroz dictadura buscando suprimir la agitación provocada en favor de la reforma agraria, la que tenía sus mayores focos en el Estado de Morelos, por parte de los seguidores de Emiliano Zapata (1879-1919), y en el Estado de Chihuahua por parte de los seguidores de Francisco “Pancho” Villa (1878-1923), ambos militares que, tras una serie de desavenencias, se unieron con el propósito de recuperar las tierras que pertenecían a las comunidades campesinas desde tiempos inmemoriales, así como el derecho de uso común de los pastos y bosques, del que habían sido total o parcialmente despojados durante la segunda mitad del siglo XIX y, particularmente, durante el prolongado gobierno de Porfirio Díaz.
Zapata y Villa apoyaron la revolución que derrocó a Huerta en julio de 1914 acaudillada por Venustiano Carranza (1859-1920). Éste inició una tímida reforma agraria en la que se reconocían los derechos de los campesinos y trabajadores, pero debido a sus intentos de limitar la propiedad privada extranjera y nacionalizar la titularidad de los depósitos petroleros y las minas, durante su mandato se sucedieron distintos conflictos con inversores extranjeros.


Si bien Carranza promovió la reactivación de la economía, lo hizo en una dirección claramente conservadora, reprimió las manifestaciones obreras y acabó paralizando la reforma agraria. Los caudillos revolucionarios Zapata y Villa declararon que la revolución seguiría su curso mientras la reforma agraria no fuera cumplida ni aliviadas las cargas de la pobreza. Al frente de sus ejércitos de campesinos, intentaron a través de la lucha armada derrocar al presidente. La guerra por parte del gobierno -con la ayuda de tropas estadounidenses- tomó perfiles despiadados. Después de cruentos enfrentamientos, Emiliano Zapata fue asesinado en 1919 y Pancho Villa en 1923. Había terminado lo que se conoció como Revolución Mexicana.
En medio de estos sucesos, a unos 10 mil kilómetros de allí, el 28 de julio de 1914, daría comienzo uno de los acontecimientos que el historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012) calificó en “The age of total war” (La época de la guerra total) como el “inicio de una era de catástrofes”: la Primera Guerra Mundial. “Para los que vivieron y participaron en las guerras mundiales, ésta fue el episodio más terrible y traumático de sus vidas”, agregó. Hasta ese momento, nunca en la historia se había librado una guerra de magnitudes mundiales, en ésta intervinieron todos los países europeos con excepción de Dinamarca, España, Holanda, Noruega, Suecia y Suiza.
El propio filósofo alemán de ideología liberal Hans Hermann Hoppe (1949) reconoció en su colección de ensayos “Democracy: the God that failed” (Democracia: el Dios que fracasó) que “las naciones más liberales tienden a ser más belicosas, pues la generación de riqueza privada ofrece incentivos al parasitismo estatal. La I Guerra Mundial fue el inicio de una terrible involución histórica; el punto final de la época monárquica, cuyos efectos más tenebrosos fueron la dominación fascista y comunista de medio mundo. El conflicto bélico trocó de una disputa territorial a un conflicto ideológico tras la intervención de los Estados Unidos en lo que era inicialmente una disputa territorial. De esta forma, Estados Unidos logró ser una potencia mundial llevando a cabo políticas exteriores agresivas”.
La expansión imperialista que, durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, protagonizaron las potencias industriales contribuyó a afirmar la idea de que la humanidad marchaba por un camino de progreso indefinido. Sin embargo, a partir de 1914, las sociedades capitalistas de Europa y América del Norte sufrieron crisis muy profundas. Los algo más de cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial, pusieron en evidencia que la competencia entre las potencias imperialistas no podía resolverse de manera pacífica. Los grandes imperios querían mantener su poder y sus dominios, principalmente en las colonias africanas y asiáticas de las cuales explotaban tanto sus recursos naturales como la mano de obra barata. Pero la guerra causó la desaparición de los imperios alemán, ruso, austrohúngaro y otomano, y la conformación de nuevos Estados independientes, lo que modificó la demografía de Europa central. De esa manera, la monarquía retrocedió en Europa y ganó terreno la forma republicana de gobierno.
Además de las víctimas mortales y las ciudades arrasadas, la Gran Guerra -así se la llamó- provocó la escasez de alimentos y perjudicó la economía de varios países. El enfrentamiento armado entre la Triple Entente formada por Gran Bretaña, Francia y Rusia, y la Triple Alianza formada por Alemania, el Imperio Austrohúngaro e Italia, coaliciones a las que luego se les unieron otros países, dejó una gran devastación demográfica y social, así como una fuerte crisis económica. Las pequeñas burguesías salieron empobrecidas del conflicto, en tanto que surgieron nuevas fortunas relacionadas con la producción de armas y la especulación con la provisión de víveres. Las masas obreras sufrieron una importante pérdida del poder adquisitivo de sus salarios a causa de la inflación y fueron protagonistas de una intensa agitación laboral, concretada en una oleada de protestas e inconformismo, lo cual auspiciaría por un lado la revolución bolchevique rusa y, por otro lado, el paulatino ascenso del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia. Mientras tanto, Estados Unidos -que había comenzado a participar en el conflicto apenas un año y medio antes de su finalización- desplazó a Gran Bretaña como primera potencia militar y económica de Occidente, y rápidamente incrementó su política imperialista en México y en distintos países de Centroamérica y el Caribe.


En lo referente a Rusia, las sucesivas derrotas militares del ejército, el desabastecimiento de bienes de primera necesidad, el caos económico en general y el creciente autoritarismo zarista, agravaron las condiciones de miseria de la mayoría y provocaron el aumento de protestas de amplios sectores sociales, incluso de la nobleza, la burguesía y también en algunos miembros de la Duma. El aumento de las protestas, a las que se sumaron militares que hasta ese momento respondían al zar, motivó que éste se viera obligado a abdicar el 2 de marzo de 1917 dejando el poder en manos de un gobierno provisional conformado principalmente por liberales  y demócratas. Dicho gobierno fue primero encabezado por Gueorgui Lvov (1861-1925), no reconocido por los trabajadores del poderoso sóviet de Petrogrado y, tras su renuncia al no aceptar de sus ministros un programa de reformas políticas, el 20 de julio asumió Aleksándr Kérenski (1881-1970), miembro del Partido Laborista, quien con arrogancia mantuvo los intereses de la burguesía y, como medidas paliativas, acordó una alianza entre la Duma y el Sóviet de Petrogrado para hacer algunas concesiones en cuanto a las libertades de expresión, de prensa, de religión, de asociación y de igualdad de derechos para las mujeres, así como la preparación de una asamblea constituyente a ser elegida por sufragio universal.
Aun así, la inestabilidad política y social siguió creciendo. Los malos resultados en la guerra debido a la deficiente preparación de su ejército, mal armado, instruido y organizado, fue causante de tempranas y severas derrotas que condujeron a fuertes pérdidas territoriales, materiales y humanas. Todo esto, sumado a la hambruna que sufrían tanto los ciudadanos como los soldados, hizo que creciera la tensión social.
Las manifestaciones obreras y campesinas en demanda de mejores condiciones laborales y el reparto de tierras, respectivamente, no cesaban. A ellas se les sumaron miles de soldados desertores de la guerra, por lo que la situación social se agravó enormemente. Fue en ese contexto que los bolcheviques, un grupo político radicalizado dentro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, dirigidos por Vladímir Lenin (1870-1924) decidieron, tras la realización de su 6º Congreso, derrocar al gobierno de Kérenski.