3 de abril de 2022

Liberalismo económico. Una historia de ambiciones, clasismos, guerras, revoluciones y otros percances

XV. Caída de la Unión Soviética / Consolidación del neoliberalismo

En tanto, al otro lado del Atlántico también ocurrían hechos trascendentales. El más importante de todos ellos fue el final de la Guerra Fría tras la caída en 1989 del Muro de Berlín, el que había sido construido en 1961 en medio de la conflagración entre los bloques del Este y el Oeste que mantenían dividida a Alemania. Su demolición fue el detonante de la reunificación de Alemania al año siguiente y el final de la Unión Soviética en 1991. También implicó la abolición del papel dirigente del Partido Comunista en muchos de los países de Europa Oriental. Este cambio tan radical impulsó decisivas reformas en el rumbo ideológico, político y económico de esos países y generó la disminución de la tensión militar de la zona. En el plano económico, la complicada situación de Alemania tras su reunificación originó un freno en la economía de Europa que se extendió durante unos años. Hasta 1993 se atravesó un período de desaceleración económica y, tras tres años de transición, se logró retornar a una senda de crecimiento sostenido en 1997.
Tras la disolución de la Unión Soviética, las repúblicas de Europa oriental que formaban parte de ella se independizaron. Mientras Checoslovaquia se dividió pacíficamente en República Checa y Eslovaquia, en Yugoslavia se produjeron cruentos enfrentamientos armados en lo que se conoció como Guerra de los Balcanes. Tras quince años de una encarnizada conflagración, la antigua república quedó dividida en siete Estados: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia. Además, durante este período de la historia se produjeron guerras civiles en América (El Salvador, República Dominicana y Surinam), en Asia (Camboya, El Líbano y Sri Lanka) y principalmente en África (Liberia, Mozambique, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Ruanda y Uganda). Los motivos que las impulsaron fueron en algunos casos religiosos, en otros étnicos, pero en su gran mayoría tuvieron que ver con el control y el acceso a los recursos naturales por parte de las grandes potencias, sobre todo Estados Unidos, China y Gran Bretaña.


Los años finales de la década del ’70 y los primeros de la siguiente marcaron un punto de inflexión revolucionario en la historia social y económica del mundo. Dos de los países más grandes del mundo, no sólo en cuanto a su extensión territorial sino también en cuanto a su influencia política (China y la Unión Soviética), vivieron por entonces grandes transformaciones. En 1978 Deng Xiaoping (1904-1997) asumió el poder en China y dio los primeros pasos decisivos hacia la liberalización de la economía pasando de la planificación central a un socialismo de mercado. La audaz política de reformas -que incluyó las áreas agrícola, industrial, científico-técnica y de defensa- abrió espacios para la iniciativa privada y para la inversión extranjera. Todo ello aceleró el crecimiento económico, mejoró el nivel de vida e hizo aparecer una nueva clase empresarial. El camino trazado por Deng transformó a China de un área cerrada y atrasada del mundo en un centro abierto al dinamismo capitalista.
Más complejo fue el proceso de cambios en la Unión Soviética. Luego de la muerte de Stalin en 1953, tras un breve interregno de Gueorgui Malenkov (1902-1988), asumió Nikita Kruschev (1894-1971), quien entre sus primeras acciones denunció los excesos de su predecesor pero dejó incólume la omnipotente burocracia que lo acompañó. En 1957 hace una reforma económica centrada principalmente en el aspecto agrario. Se les dio un mayor apoyo a las cooperativas campesinas estimulando la cría particular de ganado y otorgándoles cierta autonomía para la adquisición de maquinarias, disminuyendo la carga impositiva sobre esas actividades. Sin embargo, el rompimiento de Kruschev con el estalinismo no tuvo la profundidad que se requería tanto para promover nuevos y mejores dirigentes a las instancias superiores como para democratizar el partido y la sociedad lo más posible.
Fue así que, en 1964, se dieron las condiciones para que fuese removido del cargo y reemplazado por Leonid Brézhnev (1906-1982), quien nombró a Alekséi Kosyguin (1904-1980) como presidente del primordial Consejo de Ministros. Fue éste quien impulsó en 1965 algunas reformas económicas que consistieron, entre otras cosas, en darle mayor poder a las repúblicas para decidir sobre sus planes económicos y en darles mayor participación a las empresas comerciales en las decisiones vinculadas a su desarrollo, lo que incluía la asociación con empresas occidentales. A pesar de la resistencia de la burocracia obtuvo buenos resultados a finales de los años ’60 pero, a mediados de los ’70 la economía perdió su ritmo de crecimiento. Decayó la agricultura, en algunos ámbitos se rezagó la tecnología y la Unión Soviética se convirtió en exportador de materias primas y se vio obligada a tomar préstamos internacionales.


Tras su muerte fue sucedido por Yuri Andrópov (1914-1984) primero y Konstantín Chernenko (1911-1985) después, quienes gobernaron hasta sus respectivos fallecimientos. Sus breves mandatos estuvieron orientados en un sentido reformista, tratando de aligerar el peso de la burocracia y la corrupción, y de revitalizar la economía y la administración del país. En esas condiciones fue que se produjo un proceso desestabilizador dentro del Partido que propició la llegada de Mijaíl Gorbachov (1931) al poder. Éste lanzó una serie de reformas que fueron llamadas “perestroika” (reconstrucción) en su primera fase y “glasnost” (transparencia) en la segunda, las cuales hablaban de la conveniencia de utilizar mecanismos de mercado. En 1987 se tomaron las primeras medidas económicas cuyo efecto muy pronto se hicieron sentir sobre toda la economía nacional. Una de ellas fue la ley que propició la combinación de la dirección centralizada con la independencia de las empresas, permitiendo que éstas celebrasen sus contratos de producción de forma independiente, marchando así  hacia el fin de la planificación económica en manos del Estado.
También se promulgó una ley que propició que saliesen a la luz muchos trabajos que prestaban los individuos pero que carecían de legalidad, sobre todo en materia de servicios. La economía ilegal era un enorme problema en el país. Buena parte de la economía subterránea se beneficiaba de las falencias del socialismo soviético y atesoraba a costa de los recursos de las empresas oficiales. Había redes sociales muy fuertes a partir de las diversas nacionalidades; existía una élite burocrática con intereses propios; había un importante nivel de corrupción; se carecía de suficientes instancias de control adecuadamente dotadas y formadas, y el contrabando de mercancías era algo casi normal.
Otra medida de gran impacto fue el fin del monopolio estatal del comercio exterior. Las empresas y centros de investigación tuvieron la opción de contar con sus propias organizaciones de comercio internacional, y podían tratar directamente con los mercados extranjeros. La privatización de las empresas (por el gobierno llamada desmonopolización), dejó el camino expedito para el mercado libre. La entrega del comercio exterior y de las finanzas al interés privado acrecentó fortunas de los empresarios y empeoró a niveles catastróficos las condiciones de vida de la gran mayoría de la población. Creció la deuda externa, hubo una disminución ostensiblemente las reservas de oro, decayeron las importaciones de tecnología de punta, aumentó la inflación y disminuyó el poder adquisitivo de los salarios.
“En verdad no es fácil entender -escribió el sociólogo español Manuel Castells (1942) en su ensayo “La era de la información. Fin de milenio”- el proceder de la dirigencia socialista, pues había suficiente de donde echar mano para mejorar las cosas. La URSS incluso en ámbitos débiles como el agropecuario, ocupaba varios primeros lugares en cantidad producida a nivel mundial; igualmente ocupaba el primer puesto en producción de acero, aluminio y otros minerales, y los primeros puestos en la fabricación de productos manufacturados como: maquinaria agrícola, utillaje industrial, material eléctrico y ferroviario, herramientas, productos químicos, en construcciones navales o aeronáuticas. La flota pesquera era también una de las mayores, tanto en unidades como en producción; agregando que la mayoría de sus barcos eran factorías; poseía la mayor flota aérea; su capacidad hidroeléctrica también era la mayor, etc.”.


Finalmente, cuando el 9 de noviembre de 1989 se produjo la caída del Muro de Berlín que había dividido la ciudad durante veintiocho  años, se inició el fin de la Unión Soviética. Pronto comenzaron revueltas contra el dominio soviético en diferentes países y, en septiembre de 1991, se reconoció la independencia de Estonia, Letonia y Lituania. Las proclamaciones de independencia de otras repúblicas se fueron sucediendo y, junto al colapso económico, Gorbachov fue perdiendo autoridad. Hubo un fallido intento de golpe de Estado impulsado por los sectores más conservadores del Partido Comunista, hasta que el 8 de diciembre de ese año Gorbachov anunció la disolución de la Unión Soviética y la independencia de todas las repúblicas que la conformaban. El 25 de diciembre Boris Yeltsin (1931-2007) asumiría la presidencia de la Federación de Rusia y abandonaría definitivamente el sistema de planificación central para pasar a una economía de mercado.
Un análisis de lo ocurrido de allí en adelante lo hizo el economista estadounidense Joseph Stiglitz (1943) conocido por su visión crítica de la globalización y de los economistas de libre mercado. En su obra “Globalization and its discontents” (El malestar en la globalización) escribió: “Rusia se ha quedado muy corta con respecto a lo que los partidarios de la economía de mercado habían prometido o esperado. Para la mayoría de los que viven en la antigua Unión Soviética, la vida económica bajo el capitalismo ha sido incluso peor que lo advertido por los viejos líderes comunistas. La clase media ha sido arrasada, se ha creado un capitalismo de amiguetes y mafias. La alta inflación inicial que liquidó los ahorros de la mayoría de los rusos hizo que no hubiera suficiente gente en el país con dinero para adquirir las empresas privatizadas. (…) En 1995 el gobierno, en vez de recurrir al Banco Central por los fondos que necesitaba, acudió a los bancos privados. Numerosos de esos bancos privados pertenecían a amigos del gobierno. Como condición del préstamo, el gobierno ofreció acciones de sus propias empresas en garantía. Entonces el gobierno no pagó los créditos, los bancos se quedaron con las compañías y unos pocos oligarcas se convirtieron en millonarios en un instante. (…) La devastación -en términos de pérdida del PIB- fue mayor que la sufrida por Rusia durante la II Guerra Mundial. En 1989 apenas el 2 % de los rusos estaban en la pobreza. A fines de 1998 ese porcentaje había trepado hasta el 23.8 %. Rusia logró el peor de los mundos posibles: una enorme caída de la actividad y una enorme alza en la desigualdad”.
Pero volviendo a los finales de la década del ’70 y comienzos de la del ’80, puede decirse que fue en esos años en que se produjo la espectacular consolidación del neoliberalismo como una nueva ortodoxia económica en el mundo del capitalismo avanzado. En mayo de 1979 Margaret Thatcher (1925-2013) fue elegida Primera Ministra de Gran Bretaña con el compromiso de reducir el poder de los sindicatos y acabar con el estancamiento inflacionario en el que había permanecido sumido el país durante la década anterior. Y el 4 de noviembre de 1980, Ronald Reagan (1911-2004) era elegido presidente de Estados Unidos, poniendo en práctica durante su mandato una mayor desregulación de la economía al abrir nuevas zonas de libertad de mercado sin trabas a fuertes intereses corporativos, y además ejecutó una rebaja de los impuestos, recortes presupuestarios y un ataque contra el poder de los sindicatos en momentos en que el país vivía una fuerte recesión y la consiguiente alza de los niveles de desempleo. Estas políticas se convirtieron en el referente para los ideólogos del neoliberalismo y sus principios fueron aplicados progresivamente por todos los países que aspiraban a la modernización económica.


En Gran Bretaña, Thatcher decidió que el keynesianismo debía ser abandonado y que una política monetarista, esto es, el incremento o la disminución  del dinero circulante para influir ya sea directa o indirectamente en los costos, los precios, la producción, el empleo, etc., era esencial para remediar el estancamiento económico, la persistente alza de los precios y el aumento del desempleo. Estas medidas supusieron una revolución en las políticas fiscales y sociales que desmantelaron los compromisos del Estado de Bienestar que se había consolidado en Gran Bretaña después de 1945. Se privatizaron las empresas públicas, se redujeron los impuestos, se incentivó la iniciativa empresarial y se creó un clima favorable a los negocios para inducir una gran afluencia de inversiones extranjeras. Todas las formas de solidaridad social fueron disueltas en favor del individualismo, la propiedad privada y la responsabilidad personal. Por aquellos días, en una declaración a la prensa Thatcher afirmó: “¿Qué es la sociedad? ¡No existe tal cosa! Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias. El gobierno no puede hacer nada sino es a través de la gente y la gente se ocupa primero de sí misma. La sociedad no existe”.
Por su parte, en Estados Unidos Reagan también dirigió sus políticas hacia la desregulación de la economía limitando el poder sindical y realizando recortes presupuestarios con el objetivo de expandir en la mayor medida posible la libertad de mercado. En un país donde casi no existía un Estado de Bienestar del tipo europeo, la prioridad neoliberal se concentró más en la competencia militar con la Unión Soviética, concebida como una estrategia para quebrar la economía soviética. Pero, con esa intención, no respetó la disciplina presupuestaria; por el contrario, se lanzó a una carrera armamentista sin precedentes, comprometiendo gastos militares enormes que crearon un déficit público mucho mayor que cualquier otro presidente de la historia norteamericana. Sólo Estados Unidos, a causa de su peso en la economía mundial, pudo darse el lujo de tener un déficit en la balanza de pagos como resultado de tal política.
De cualquier manera, con la llegada al poder de Thatcher en Gran Bretaña y de
Reagan en Estados Unidos, los ingresos más altos se despegaron del resto del cuerpo social y acapararon una parte creciente de la riqueza colectiva, lo que generó un aumento muy pronunciado de la desigualdad social. Se impulsó el individualismo, una ideología egoísta y alejada de los problemas que afectan al conjunto de personas que pertenecen a diferentes grupos sociales que encontró su expresión más franca en la filósofa rusa nacionalizada estadounidense Ayn Rand (1905-1982). En su libro “The virtue of selfishness” (La virtud del egoísmo) -que fue “best-seller” tras su aparición en Estados Unidos en 1964- afirmó que “el hombre debe vivir para su propio interés, sin sacrificarse ni él mismo por los otros ni los otros por él. Vivir para su propio interés significa que la realización de su propia felicidad es el más alto objetivo moral del hombre”. Esta aseveración se puede relacionar con el principio que Adam Smith había planteado a fines del siglo XVIII: “Cada individuo se esfuerza continuamente por encontrar el uso más ventajoso para todo el capital del que pueda disponer”, con la diferencia de que Smith reservaba este axioma a la esfera económica y desarrollaba además una filosofía del “sentimiento moral”, algo que olvidarían sus sucesores.