5 de abril de 2022

Liberalismo económico. Una historia de ambiciones, clasismos, guerras, revoluciones y otros percances

XVII. La globalización económica y su impacto en América Latina - El mito de su ingreso al Primer Mundo

La incorporación de medidas neoliberales en las economías latinoamericanas tuvo limitados efectos positivos: logró incrementar el crecimiento económico de la región a principios de los años ‘90. No obstante, ello no se tradujo en la disminución de la pobreza ya que la misma, desde 1990 hasta 1999, presentó una tendencia ascendente. A ello favoreció, en parte, las características que las políticas sociales adquirieron en el modelo implementado. Sabido es que las principales variables de la corriente neoliberal centran su atención sobre una concepción individualista del ser humano y sobre el papel privilegiado del mercado sobre la sociedad. En cuanto a los temas sociales, como la problemática de la pobreza, el neoliberalismo preveía cierta participación del Estado. Sin embargo, el predominio del sentimiento de responsabilidad individual en los valores del neoliberalismo basados en darle a la pobreza una importancia marginal y considerarla inherente al sistema económico, dio inicio a un proceso de continuo crecimiento de la pobreza en la región, la que alcanzó en esa década índices sin precedentes.
Concretamente, la década de los años ‘90 tuvo una característica sobresaliente en América Latina: la aplicación de las teorías neoliberales y el éxito de su discurso. De la mano de presidentes como Augusto Pinochet (1915-2006) en Chile, Carlos Saúl Menem (1930-2021) en Argentina, Fernando Collor de Mello (1949) en Brasil, Carlos Salinas de Gortari (1948) en México, Alberto Fujimori (1938) en Perú y Carlos Andrés Pérez (1922-2010) en Venezuela, la ola del pensamiento neoliberal se expandió a lo largo y ancho de América Latina. Por entonces el economista liberal francés Guy Sorman (1944) recorría Latinoamérica pregonando las privatizaciones como una “utopía de cambio que, creada por filósofos y economistas liberales, se impuso en todo el mundo como una necesidad indiscutible”, y asegurando que “el liberalismo favorecerá especialmente a las clases más pobres, por lo tanto hay que movilizarlas en torno a este proyecto antes de que sean recuperadas por alguna corriente de izquierda”.
Por otro lado, un grupo importante de economistas conocidos como los “Chicago Boys”, apoyados por los principales organismos económicos internacionales y sostenidos monetariamente por empresas multinacionales, crearon fundaciones, institutos, centros de investigación y lograron una real inserción en los principales medios de comunicación que les permitió imponer la idea generalizada de que todo lo público era “ineficiente”, que el Estado era intrínsecamente perverso, que la única manera para que las empresas de servicios funcionaran era privatizándolas, que era necesario bajar el gasto público, abrir los mercados, incrementar la producción de artículos destinados a la exportación, flexibilizar y “modernizar” los mercados laborales y reducir los gastos sociales, entre tantos otros postulados. La aplicación de todas estas medidas llevaría a un modelo de crecimiento donde la riqueza se “derramaría” hacia todos los estratos de la sociedad. De manera provocativa lo presentaron como el único camino de crecimiento y desarrollo. Su no implementación implicaría el retroceso a las penumbras de la historia para nunca más salir de ellas.


La apertura indiscriminada de las importaciones en aquellos años provocó el cierre de grandes industrias nacionales, pero también permitió la entrada de objetos de consumo a precios bastante accesibles. Gracias a ello se produjo en la práctica una alianza entre los grupos más acaudalados, que favorecían un discurso basado en los números positivos del crecimiento económico, y los sectores más postergados, que lograron acceder a bienes de consumo antes inaccesibles. Por este conjunto de factores las propuestas neoliberales en los años ‘90 lograron consolidarse en el poder por medio del voto. Pero la tan mentada prosperidad fue restringiéndose. El hecho de que un segmento de la población pudiera tener los mismos patrones de consumo que los países más desarrollados, no necesariamente implicó que el país en cuestión hubiese ingresado al “Primer Mundo”. Ciertamente los patrones de consumo, que no son masivos, no deberían ser el criterio principal para evaluar la realidad social de un país, de la misma manera que la tasa de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) “per cápita” tampoco refleja al complejo conjunto del entramado social.
Lo cierto es que, durante la década de los ’90, se construyó un mito en base a la estabilidad monetaria lograda luego de detener altos procesos inflacionarios vividos en la década anterior, la que fue conocida como la “década perdida”. El mito de las reformas neoliberales se basó en la repetición ritual de que esas reformas sacarían a América Latina del atraso en el que la habían sumido el populismo y el estatismo. El balance, después de diez años de neoliberalismo, demostró claramente que los resultados de tales políticas habían favorecido principalmente a una pequeña franja de la población en cada país, en mayor o menor grado según el caso. Eran las minorías que vivían detrás de muros electrificados como en Brasil o Perú, o en barrios privados como en Argentina, México o Venezuela custodiados por servicios de seguridad, algo que no impidió que el Banco Mundial emitiera un informe en el cual sostuvo que “la pobreza no bajó con los ajustes de los ‘90 y la desigualdad creció, pero la experiencia fue exitosa: América Latina subió el ingreso ‘per cápita’ 1,5% anual; en los ‘80, bajó el 2%”.
Al respecto, el periodista y sociólogo argentino Pedro Brieger (1955) escribió “De la década perdida a la década del mito neoliberal”, un capítulo de la antología publicada por la editorial del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales bajo el título “La globalización económico financiera. Su impacto en América Latina”. En dicho artículo explicó: “El mito ofrece bajo la forma de un relato mágico-religioso la explicación de un fenómeno a través de la utilización de símbolos, y de esta manera unifica el pasado con el futuro. El mito está íntimamente ligado al mundo real, por eso tiene la función de tranquilizar los ánimos al afirmar la pertenencia a una realidad continua que de esta manera se legitima, porque proporciona una explicación coherente de la realidad aunque tenga una connotación religiosa dogmática. Es justamente esta connotación la que provoca que los mitos puedan resultar verdaderos para aquel que cree en ellos, aunque sean inverosímiles. Y como los mitos tienen una estructura clara de principio, nudo, desenlace y final, se adaptan a la concepción neoliberal simplificadora de que partiendo de una ruptura con el populismo y el estatismo se llevarían adelante las privatizaciones y la reforma del Estado para lograr el bienestar prometido y arribar al Primer Mundo. Como los mitos tienen un carácter ritual y simbólico para que la sociedad crea en ellos, es necesaria su repetición ritual, la fácil asociación de ideas que inculca un sentido de rectitud, así como de inevitabilidad”.


Indudablemente las expectativas y promesas de entrar al Primer Mundo fueron desmesuradas y ayudaron a construir el mito. Los ministros de Economía que pregonaron la aplicación de las reformas neoliberales, a pesar de todo siguieron afirmando que había menos pobreza porque, en el caso argentino o brasileño, se había acabado con la hiperinflación, “el peor impuesto a los pobres”, como solían repetir. En tanto, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señalaba que en los veintiséis países comprometidos con las reformas neoliberales, y a consecuencia de los “cambios estructurales”, había crecido el desempleo. Por su parte, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimaba que ocho de cada diez puestos de trabajo creados en los años ‘90 correspondían a ocupaciones de baja calidad en el sector informal. Igualmente, en amplios sectores sociales perduró la idea de que se había hecho “lo que había que hacer”, con lo que, a pesar de su fracaso como proyecto económico en América Latina, había logrado un gran triunfo: el ideológico.
Si el citado David Harvey argumentaba, desde un punto de vista ideológico, que la emergencia de este paradigma estaba estrechamente vinculada a la restauración del poder de clase y a la lógica de acumulación del capital, desde un punto de vista político para Jamie Peck (1962) y Adam Tickell (1965) “la ideología neoliberal ha impregnado y se ha afianzado de manera hegemónica en los discursos político-económicos y ha condicionado las arquitecturas de gran parte de las instituciones internacionales y de los gobiernos nacionales”. En su obra “Neoliberalizing space” (La neoliberalización del espacio), los economistas británicos sostienen que “los capitalistas vieron al neoliberalismo como una oportunidad para incrementar sus beneficios al disminuirse la intervención del Estado y, finalmente, el Estado lo vio como una oportunidad para afrontar su crisis fiscal”.
Independientemente de su conceptualización como ideología o modo de gobernanza, el neoliberalismo ha ido evolucionando desde su despliegue en la década del ‘70 hasta convertirse en una ideología hegemónica dentro de las ciencias económicas. Para categorizar esta hegemonía, el economista estadounidense James R. Crotty (1940) en “Structural contradictions of the global neoliberal regime” (Contradicciones estructurales del régimen neoliberal global) denomina “régimen neoliberal global” a la actual fase del capitalismo. “Su hegemonía a nivel discursivo -agrega- determina el ‘qué’ y el ‘cómo’ puede ser debatido. La esfera del debate se reduce a conceptos tecnocráticos y la confrontación ideológica o el disenso son substituidos por la cooptación de los discursos disidentes. El neoliberalismo parece estar presente en todos los sitios y es mostrado como el sentido común de nuestros tiempos. Sin embargo, es importante resaltar que este modo de gobernanza llega a distintos lugares también de manera distinta en función de las coreografías de poder existentes. A su vez, se articula con otros proyectos políticos y cobra distintas formas materiales, a veces contradictorias, que pueden dar lugar a resultados inesperados”.


El siglo XX, indudablemente, fue pletórico en materia de acontecimientos intensos y convulsivos que incidieron de manera trascendental en toda la humanidad. Con todo su infortunio y esplendor, sus paradojas y contrastes, los seres humanos alternaron sus vidas entre la destrucción y la creación ya que, así como se vivieron numerosas crisis políticas y económicas, dos guerras mundiales, trascendentales revoluciones e incontables conflictos armados motivados por múltiples razones, también fue un período de la Historia en el cual se gestaron las mayores innovaciones tecnológicas conocidas hasta entonces. Los progresos científicos, tan relevantes como inimaginables, incidieron profundamente en el pensamiento, las costumbres y el estilo de vida de la gente, conmoviendo a las sociedades hasta sus cimientos y moldeando así una nueva civilización.
Un episodio fundamental fue el del impacto de la ciencia y la tecnología en la sociedad. Así como en el siglo XIX Louis Pasteur (1822-1895) y Robert Koch (1843-1910) habían superado con sus investigaciones las limitaciones que habían empobrecido la ciencia médica durante siglos al establecer la teoría del origen microbiano de las enfermedades infecciosas, el siglo XX contempló grandes revoluciones científicas como, por ejemplo, la de los físicos alemanes Max Planck (1858-1947) y Albert Einstein (1879-1955) quienes sentaron las bases de la teoría cuántica con la que promovieron una gran revolución tecnológica en la segunda mitad del siglo XX. Transistores, computadoras, chips, circuitos integrados, fibras ópticas, hornos de microondas, telefonía móvil, internet y un sinnúmero de artilugios electrónicos que cambiaron literalmente el mundo de las relaciones humanas y el mundo de los negocios, serían impensables sin sus descubrimientos.
De los hallazgos más destacados de la centuria, unos fueron providenciales para mejorar la calidad de vida de los seres humanos y para combatir las enfermedades tales como el descubrimiento de la penicilina, las pruebas de ADN, el mapeo del genoma humano, las imágenes por resonancia magnética, los antibióticos, los anticonceptivos, el trasplante de órganos y el desarrollo de vacunas para curar enfermedades como la poliomielitis, el sarampión, las paperas, la rubéola, la varicela, la neumonía la meningitis y la hepatitis. Otros, también de innegable importancia para la humanidad fueron la fisión nuclear, la energía solar, los vuelos espaciales y la conquista del espacio. El hecho significativo es que todos ellos se originaron a partir de diferentes pasos o métodos para obtenerlos, los que se trasmitieron de generación en generación modificando el conocimiento existente y afectando directa o indirectamente el bienestar económico, social y cultural de las sociedades.
Sin embargo, pareciese que la humanidad crea su orden a partir de las contradicciones, porque el ser humano actual vive un período histórico de decadencia ética y de irresponsabilidad. La degradación del medio ambiente, por ejemplo, fue uno de los fenómenos característicos del siglo XX y se extiende en lo que va del siglo XXI. Durante toda la historia el hombre ha vivido con la idea de que la naturaleza era un bien inagotable, gratuito y eterno. Pero el avance acelerado de la sociedad urbano-industrial provocó daños diversos sobre el ambiente llevándolo a descubrir que es un bien limitado, temporal, destruible y cada vez más difícil y costoso de proteger. La contaminación del aire, del agua y del suelo, la destrucción de bosques, la desertificación, la extinción de especies, el efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono y la formación de lluvia ácida originó efectos nocivos para la salud humana. La exposición directa a estos agentes contaminantes contribuyó a que los seres humanos padezcan múltiples traumatismos y enfermedades, y a poner de manifiesto el riesgo de la extinción de la especie humana.


Históricamente, los seres humanos han dependido de los recursos naturales para su supervivencia. A lo largo de los años, con los sucesivos incrementos de la población y la aparición de innovadores sistemas de producción, lógicamente el uso de esos recursos se fue modificando. Ya en el siglo XX, bajo el sistema capitalista de producción se convirtieron en materias primas necesarias para el funcionamiento y la expansión de los procesos industriales. Así, con el paso del tiempo, muchas de las esferas de la naturaleza que estaban fuera del mercado fueron incorporadas en las lógicas de acumulación capitalista, principalmente a través del establecimiento de nuevos derechos de propiedad y de lógicas mercantilistas.
La necesidad del sistema neoliberal de expandirse mundialmente llevó al surgimiento de corporaciones transnacionales que monopolizan el mercado mundial en pos de un crecimiento lucrativo sin límites. Esta estrategia transnacional se sustenta en las ventajas operacionales que encuentran principalmente en los países en vías de desarrollo como la disponibilidad de materias primas, los bajos costos salariales, una débil regulación laboral y medioambiental y un trato fiscal especial. La irresponsabilidad ambiental de la mayor parte de estas corporaciones es una de las principales causas del deterioro ambiental que vive el planeta. Los multimillonarios empresarios que las dirigen colocan su insaciable afán de lucro por encima del bienestar colectivo y simplemente denominan “externalidades” a los problemas ambientales, como una manera de justificarlos, minimizar su gravedad y colocarlos fuera de su responsabilidad. De hecho, la reparación de esos daños no es pagada por ellos sino por la sociedad en su conjunto, que los padece a través del acelerado deterioro ambiental ya no sólo observable a escala local sino también a escala mundial.
El geógrafo británico Noel Castree (1968) argumenta en su ensayo “From neoliberalism to neoliberalisation. Consolations, confusions and necessary illusions” (Del neoliberalismo a la neoliberalización. Consuelos, confusiones e ilusiones necesarias) que la relación entre el modelo neoliberal y el medio ambiente es paradójica ya que, “a través de la lógica de acumulación de capital, se busca a la vez proteger y degradar el mundo biofísico, mientras que se producen ‘nuevas’ naturalezas como, por ejemplo, los organismos modificados genéticamente que son incorporados en los circuitos nacionales e internacionales del capital. Todo esto ocurre en un contexto de dominio ideológico de lo que conocemos como neoliberalismo, en el que los distintos modelos capitalistas convergen hacia prácticas y discursos hegemónicos”. Así pues, el neoliberalismo y los procesos de neoliberalización se convirtieron en conceptos básicos para entender las tendencias político-económicas imperantes desde el último cuarto del siglo XX. Castree conceptualiza al neoliberalismo no simplemente como una filosofía económica o una práctica hegemónica, sino como “un modelo de gobernanza exhaustivo que pretende naturalizar el mercado como el medio para evaluar y distribuir las necesidades y los lujos de la vida”.