2 de abril de 2022

Liberalismo económico. Una historia de ambiciones, clasismos, guerras, revoluciones y otros percances

XIV. La Guerra Fría / Revoluciones y Golpes de Estado

Así, cuando ocurrió la recesión de 1949 que había generado grandes conflictos y huelgas en la industria automotor, en la del acero, en ferrocarriles, etc., la Guerra de Corea le sirvió a Estados Unidos para mejorar su economía. En 1950, al comienzo de la guerra había invertido 13 mil millones de dólares y, en 1953, cuando finalizó ya había invertido casi 49 mil millones. Esa tendencia proseguirá año tras año, escalonándose en cada conflicto. De este modo se había creado un sistema social autónomo, mezcla de empresarios, políticos y militares que con el tiempo se lo denominaría Complejo Militar Industrial. De ese modo, la crisis fue menguada con la reconversión de la fabricación de artículos de consumo  hacia la industria armamentística, lo que permitió que el empleo se mantuviese alto.
Así como en 1918 se había creado la Sociedad de las Naciones, una liga de países encabezados por Gran Bretaña y Francia que se ocupó del reparto del mundo luego de la derrota de los Imperios Alemán y Austro Húngaro, en octubre de 1945 se fundó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), una entidad con sede en Nueva York en la que participaron cincuentaiún países. En este caso, la ONU respondía esencialmente a los intereses de Estados Unidos con la subordinación de los grandes países de Europa Occidental y la propia Unión Soviética la que, bajo el estalinismo, consintió en celebrar pactos de reparto territorial y político. También, con el antecedente del Tratado de Bruselas que en marzo de 1948 habían firmado  Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, Estados Unidos creó en abril de 1949 el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), al cual ingresaron no sólo los integrantes del pacto acordado el año anterior sino también Canadá, Dinamarca, Islandia, Italia, Noruega y Portugal. El Tratado obligaba a sus integrantes a brindar ayuda a cualquiera de los otros que sufrieran un ataque militar del exterior. Este organismo se creó más que nada por el temor a una agresión de la Unión Soviética.
Es significativo recordar que por entonces en la Europa Oriental el Ejército Rojo soviético había ocupado casi todo el Este (Albania, Bulgaria, Hungría, Polonia y Rumania) y dominaba casi la mitad de Alemania. Asimismo, en Asia la Revolución China había triunfado en 1949 de la mano del antes mencionado Mao Tse Tung y en todo el sudeste de ese continente se desarrollaba una revolución anticolonial muy grande. En Medio Oriente la situación era muy inestable sobre todo en Irán, Turquía y los pueblos árabes. África tenía grandes procesos de liberación y en América Latina crecían gobiernos autoproclamados nacionalistas que decían querer lograr la independencia del imperialismo. En ese contexto, mientras la burocracia estalinista de la Unión Soviética deseaba llegar a un acuerdo para extender sus fronteras y propagar su sistema de economía planificada, los objetivos de Estados Unidos eran el desarrollo de sus grandes empresas y monopolios por todo el mundo.


El teórico social británico David Harvey (1935) habla en “A brief history of neoliberalism” (Breve historia del neoliberalismo) del “liberalismo embridado”, un modelo económico en el que los mercados se encuentran cercados por una red de sujeciones sociales y políticas y por un entorno regulador que en ocasiones restringe y en otras señala la estrategia económica e industrial. Dice Harvey: “La reestructuración de las formas estatales y de las relaciones internacionales después de la Segunda Guerra Mundial estaba concebida para prevenir un regreso las catastróficas condiciones que habían amenazado como nunca antes el orden capitalista en la gran depresión de la década de 1930. Al parecer, también iba a evitar la reemergencia de las rivalidades geopolíticas interestatales que habían desatado la guerra. En el plano internacional, un nuevo orden mundial era erigido a través de los acuerdos de Bretton Woods, y se crearon diversas instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, que tenían como finalidad contribuir a la estabilización de las relaciones internacionales. Asimismo, se incentivó el libre comercio de bienes mediante un sistema de tipos de cambio fijo sujeto a la convertibilidad del dólar estadounidense en oro a un precio fijo”.
“Este sistema -continúa Harvey- existió bajo el paraguas protector de la potencia militar de Estados Unidos. Únicamente la Unión Soviética y la Guerra Fría imponían un límite a su alcance global. Después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa emergieron una variedad de Estados socialdemócratas, demócrata-cristianos y dirigistas. Estados Unidos, por su parte, se inclinó hacia una forma estatal demócrata liberal y Japón, bajo la atenta supervisión de Estados Unidos, cimentó un aparato estatal, en teoría democrático pero en la práctica sumamente burocrático, facultado para supervisar la reconstrucción del país. Todas estas formas estatales diversas tenían en común la aceptación de que el Estado debía concentrar su atención en el pleno empleo, en el crecimiento económico y en el bienestar de los ciudadanos, y que el poder estatal debía desplegarse libremente junto a los procesos del mercado y, si fuera necesario, interviniendo en él o incluso sustituyéndole para alcanzar esos objetivos. Las políticas presupuestarias y monetarias generalmente llamadas ‘keynesianas’ fueron ampliamente aplicadas para amortiguar los ciclos económicos y asegurar un práctico pleno de empleo. Por regla general, se defendía un ‘compromiso de clase’ entre el capital y la fuerza de trabajo como garante fundamental de la paz y de la tranquilidad en el ámbito doméstico. Los Estados intervinieron de manera activa en la política industrial y se implicaron en la fijación de fórmulas establecidas de salario social diseñando una variedad de sistemas de protección (asistencia sanitaria y educación, entre otros)”.


Y concluye: “A esta organización político-económica se la conoce como liberalismo embridado, el cual generó altas tasas de crecimiento económico en los países del capitalismo avanzado durante las décadas de 1950 y 1960. En cierta medida esto dependió de la dadivosidad de Estados Unidos al estar dispuesto a asumir déficit con el resto del mundo y absorber cualquier producto excedente dentro de sus fronteras. Este sistema reportó beneficios como la expansión de los mercados de exportación (de manera más evidente para Japón pero también de manera desigual al conjunto de América Latina y a algunos otros países del sureste asiático), pero las tentativas de exportar ‘desarrollo’ a gran parte del resto del mundo se vieron en buena medida encalladas. En la mayor parte del Tercer Mundo, particularmente en África, el liberalismo embridado continúo siendo un sueño imposible”.
Como sustento de esta ideología en que se basó el denominado “Estado de bienestar” -modelo que imperó en buena parte de los países occidentales después de la Segunda Guerra Mundial- fue necesario construir una cierta forma de compromiso de clase entre los dueños del capital y la fuerza de trabajo. A esa suerte de pacto se refirieron los sociólogos estadounidenses Robert Dahl (1915-2014) y Charles Lindblom (1917-2018) en su ensayo "Politics, economy and welfare” (Política, economía y bienestar). Para ellos tanto el sistema económico basado en el libre mercado como el de la economía planificada, aplicados paralelamente en Estados Unidos y la Unión Soviética y en sus respectivas zonas de influencia, habían fracasado. El único horizonte por delante era construir una combinación precisa entre el Estado, el mercado y las instituciones democráticas para garantizar la paz, la integración, el bienestar y la estabilidad. “En ningún país democrático existe una economía de mercado sin extensa regulación e intervención estatal dirigida a disminuir sus efectos perjudiciales”.
Pero, si hay algo que el sistema neoliberal se propuso desde sus inicios fue desembridar al capital y eliminar cualquier tipo de constreñimiento tanto social como político que interfiriese en su desarrollo. “Sin embargo -aseveró el economista argentino Raúl E. Cuello (1930-2017) en su ensayo ‘El neoliberalismo, una ideología contraria al equilibrio social’-, sus impulsores y defensores no advirtieron o no quisieron advertir la flagrante contradicción que existe entre la adopción de un régimen político, la Democracia, que es por definición un estilo de vida con igualdad de oportunidad para todos con un sentido profundamente solidario, y el Mercado, en el que el éxito depende ya no de los méritos sino del poder de negociación de quienes concurren al mismo. Lejos de solucionar los problemas del subdesarrollo, la escuela neoliberal los agrava al polarizar en forma creciente a los sectores sociales. Alertar al respecto no implica en modo alguno una crítica al sistema capitalista ni tampoco a la filosofía liberal, pero sí poner de manifiesto que se trata de una corriente de pensamiento de la que sacan ventajas los especuladores, la cual tiene como mérito el hacer creer a los observadores que es la única fórmula viable en el mundo moderno, y que sus principios deben aplicarse ‘urbis et orbis’ independientemente de las características propias de cada país”.


Y remata de manera tajante: “Nadie puede realizar la función del mercado con más eficiencia, ni nadie puede realizar lo que compete al Estado en su rol de orientador, regulador y árbitro de los intereses sectoriales. Estar en oposición al neoliberalismo es estar en contra de una concepción exclusivamente individualista y no social. Es estar a favor de la equidad distributiva, que sólo puede resolverse aplicando criterios políticos. Es estar a favor del tejido social, que da el carácter distintivo a cada país porque hace a su propia cultura”. Una sentencia con la cual coincidió en “Critique of economic reason” (Crítica de la razón económica) el filósofo francés André Gorz (1923-2007), obra en la que expresó: “¿Qué tipo de sociedad se construye bajo la hegemonía ideológica del neoliberalismo? Una sociedad heterogénea y fragmentada, surcada por profundas desigualdades de todo tipo clase, etnia, género, región, etc. Una sociedad de ‘los dos tercios’, o una sociedad ‘a dos velocidades’, como suele ser denominada en Europa, porque hay un amplio sector social, un tercio excluido y fatalmente condenado a la marginación y que no puede ser ‘reconvertido’ laboralmente ni insertarse en los mercados de trabajo formales de los capitalismos desarrollados”.
Sea como sea, el neoliberalismo lanzó un verdadero asalto al Estado progresista que había comenzado a establecerse desde el “New Deal” en Estados Unidos y que se consolidó, principalmente en Europa, luego de la Segunda Guerra Mundial. Centrado en un individualismo cada vez más acrecentado, atravesado por una irrefrenable tendencia consumista, la despreocupación por los asuntos sociales y una ética del triunfo personal, no hizo más que generar un aumento vertiginoso de la desigualdad, desequilibrios regionales en todo el planeta, inseguridad laboral, destrucción del medioambiente, deterioro de los servicios públicos, repetidas crisis financieras, caída del poder adquisitivo de los salarios, aumento del desempleo y un crecimiento de la economía muy irregular e inestable. Mientras que el liberalismo había sido durante los siglos XVIII y XIX la ideología de una clase media burguesa que luchaba contra los Estados autocráticos, el neoliberalismo se convirtió en una ideología reaccionaria contra los Estados democráticos.
Pero mientras tanto, muchas, muchísimas otras cosas sucedieron durante la segunda mitad del siglo XX, tanto en el aspecto político y económico como en lo social y cultural. Guerras, revoluciones, golpes de Estado, declaraciones de independencia, financiarización de la economía, fuga de capitales, aumento exponencial de la deuda externa de muchos países, proliferación de paraísos fiscales, altos índices de corrupción, aumento de la pobreza, contaminación ambiental, calentamiento global, migraciones masivas, etc., pero también abundantes novedades en las distintas ramas del arte y, sobre todo, un extraordinario desarrollo de la ciencia y la tecnología. Probablemente el acontecimiento de mayor incidencia en todos los aspectos fue el de la globalización, un fenómeno basado en el aumento continuo de la interconexión entre las diferentes naciones del mundo en el plano económico, político, social y tecnológico. Un proceso en el cual se creó una interdependencia económica donde las empresas y los mercados sobrepasaron las fronteras nacionales y alcanzaron una dimensión mundial gracias al desarrollo de las tecnologías de información y comunicaciones, generando así la homogeneización de los modelos de desarrollo económico.


En lo referente específicamente a los conflictos bélicos, no fueron pocos los que hubo en ese período histórico, varios de ellos relacionados con los procesos independentistas que se vivían por entonces en África como es el caso de Angola, Argelia, Eritrea, Kenia, Marruecos, Mozambique, Nigeria y Rhodesia. Pero, sin dudas, la más notoria fue la guerra de Vietnam, una antigua colonia francesa que, tras la llamada Guerra de Indochina -que culminó con la derrota y expulsión de las tropas galas en 1954- había quedado dividida en dos: el Norte en manos del Viet Cong liderado por Ho Chi Minh (1890-1969), unas fuerzas armadas compuestas por un ejército regular, guerrilleros y campesinos de ideas socialistas, y el Sur, una región de mayor desarrollo económico que, tras la derrota de los franceses, se convirtió en un Estado títere de Estados Unidos, por lo que su supervivencia dependió en gran medida de la ayuda militar y económica que éstos le enviaron durante casi veinte años. La guerra finalizó en 1975 con la victoria del Norte y al año siguiente el país se unificó bajo un régimen de orientación socialista. Esta contienda, fue la primera en que Estados Unidos fue derrotado militarmente.
En plena escalada de la guerra de Vietnam se desató en Medio Oriente un conflicto bélico que enfrentó a Israel con una coalición árabe formada por Egipto, Irak, Jordania y Siria entre el 5 y el 10 de junio de 1967. La llamada Guerra de los Seis Días transformó el tablero geopolítico de la región ya que Israel, que había vencido en la guerra, inició una política de expansión sobre los territorios ocupados, en los que desplegó sus fuerzas militares e incentivó la construcción de asentamientos para desplazar a sus civiles a las nuevas colonias. Estados Unidos no intervino directamente, pero siguió de cerca los avatares de una guerra que puso en peligro sus intereses en los recursos energéticos de la región. Nació entonces la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada por Yasser Arafat (1929-2004) y desde entonces se sucedieron numerosos conflictos bélicos entre los que se destacan la Guerra de Yom Kipur en 1973, la Guerra del Líbano en 1982 y la Guerra del Golfo en 1991, eslabones todos ellos de la cadena de enfrentamientos milenarios entre judíos y musulmanes.
En cuanto a las revoluciones ocurridas en ese período, sin dudas la más relevante fue la producida en Cuba, una rebelión encabeza por Fidel Castro (1926-2016) desde fines de 1956 y que culminaría el 1 de enero de 1959 con la entrada triunfal a La Habana de las tropas del Movimiento 26 de Julio, poniendo así fin a la dictadura pro-estadounidense del coronel Fulgencio Batista (1901-1973) e instalando un régimen pro-soviético. La influencia de esta revolución fue muy importante en el resto de América Latina. Con el correr de los años se formaron en varios países movimientos guerrilleros que pretendían instaurar el socialismo y también movimientos sociales que intentaban modificar el régimen económico reinante. La respuesta fue mortífera. Con el apoyo logístico de la estadounidense Agencia Central de Inteligencia (CIA) se produjeron sangrientos golpes de Estado en Guatemala y Honduras en 1963, en Bolivia y Brasil en 1964, en Nicaragua en 1967, en Perú en 1968, en Ecuador en 1972, en Chile y Uruguay en 1973 y en Argentina en 1976.