3 de diciembre de 2023

Cuentos selectos (XXXI). Kate Chopin: “El ciego”

De ascendencia paterna irlandesa y materna francesa, la escritora estadounidense Kate Chopin (1850-1904) nació en Saint Louis y allí se educó en las escuelas católicas “Academy of the Sacred Heart” (Academia del Sagrado Corazón) y “Visitation Academy” (Academia de la Visitación). Ferviente lectora de cuentos, poemas y novelas desde muy joven, entre sus autores predilectos estaban los franceses Victor Hugo (1802-1885) y Gustave Flaubert (1821-1880), los británicos Walter Scott (1771-1832) y Charles Dickens (1812-1870), y las escritoras -también británicas- Jane Austen (1775-1817), Charlotte Brontë (1816-1855) y Emily Brontë (1818-1848).
En 1888, fundó el primer salón literario de Saint Louis, un lugar que cobró reputación por reunir a los artistas e intelectuales más reconocidos de la época. Por entonces tradujo cuentos de Guy de Maupassant (1850-1893) y en 1890 editó con su propio dinero su primera novela, “At fault” (La culpa), en la que abordó temas como el divorcio y el alcoholismo en la mujer. La novela no llamó la atención del público. Luego escribió decenas de cuentos, relatos todos ellos que suscitaron controversias por sus temas y su enfoque, y fueron condenados como inmorales por algunos críticos y por la “American Press Association” (Asociación de Prensa Americana). Durante esos años se había centrado en cuestionar la autoridad de la Iglesia Católica, especialmente en temas relacionados con cuestiones de género ya que consideraba que ésta dominaba a las mujeres. Algo similar ocurrió en 1899 cuando publicó “The awakening” (El despertar), su segunda novela, a la que los críticos calificaron de morbosa, vulgar y desagradable, por lo que estuvo muchos años fuera de circulación. La protagonista de esta novela era la esposa de un adinerado hombre de negocios y madre de dos hijos que, a punto de cumplir treinta años, se ve cautivada por un deseo de libertad e independencia, tanto en el plano personal como en el romántico y sexual que la lleva a ser infiel a su marido. Abandona a su familia y se dedica a pintar como forma de descubrirse a sí misma, pero finalmente termina quitándose la vida al darse cuenta de que no podía ser realmente una madre tradicional ni tener un sentido de sí misma como individuo al mismo tiempo.
Después, tras la  cascada de críticas negativas que mostraban los condicionantes y prejuicios morales de los críticos norteamericanos de esa época, profundamente desilusionada pero no vencida, a lo largo de la última década del siglo XIX publicó relatos cortos en periódicos y revistas literarias como “Atlantic Monthly”, “Criterion”, “Harper's Young People”, “The Saint Louis Dispatch”, “Saturday Evening Post”, “New York Times”, “Vogue”, “Youth's Companion” y “Harper's Young People”. Entre ellos pueden mencionarse  “A pair of silk stockings” (Un par de medias de seda), “A night in Acadie” (Una noche en Acadie), “A respectable woman” (Una mujer respetable), “The story of an hour” (La historia de una hora), “The gentleman from New Orleans” (El caballero de Nuena Orleans), “The storm” (La tormenta), “Emancipation. A life fable” (Emancipación. Una fábula de vida), “Désirée's baby” (El hijo de Désirée), “Madame Célestin's divorce” (El divorcio de la señora Célestin), “The unexpected” (Lo inesperado), “The kiss” (El beso) y “An egyptian cigarette” (Un cigarrillo egipcio) entre muchos otros.
Si bien estas publicaciones tuvieron bastante éxito, se le criticó el color local de sus historias y se dejaron de lado sus cualidades literarias, lo que no impidió que se convirtiera en la autora regionalista más destacada de su tiempo gracias al uso de los dialectos locales para dar a sus personajes un aire más auténtico y cercano. A través de estos relatos, recopilados mucho después en varias antologías, analizó y expresó sus ideas sobre la sociedad sureña estadounidense de su época marcada por los movimientos abolicionistas anteriores a la Guerra Civil, los subsiguientes derechos de los libertos, la aparición del feminismo y una inusual representación, por entonces, de las mujeres como personas con deseos y necesidades independientes, algo esto último que prefiguró los temas literarios feministas posteriores.
Las novelas de Kate Chopin cayeron en el olvido tras su muerte. Recién a partir de la década de 1950 varios filólogos y críticos literarios la valorizaron. En ese sentido fueron fundamentales los ensayos del profesor de Literatura en la Universitetet i Oslo y crítico literario noruego Per Seyersted (1921-2005) autor de “Kate Chopin. A critical biography” (Kate Chopin. Una biografía crítica) y “Kate Chopin. American literary realism” (Kate Chopin. Realismo literario americano), obras que se convirtieron en una referencia importante para el surgimiento de la crítica literaria feminista en los años 1970 y 1980, y fueron cruciales para el redescubrimiento de la escritora por parte de los lectores, quienes comenzaron a apreciar realmente su obra como literatura feminista y sureña esencial del siglo XIX.
En la primera de ellas Seyersted escribió: “Kate Chopin abrió un nuevo camino en la literatura americana. Fue la primera escritora de su país que aceptó la pasión como tema legítimo para una ficción seria y franca. Revolviéndose contra la tradición y la autoridad, con una audacia que difícilmente podemos comprender hoy en día, con una honestidad sin concesiones y sin rastro de sensacionalismo, se comprometió a ofrecer la verdad sin concesiones sobre la vida sumergida de la mujer. Fue una especie de pionera en el tratamiento amoral de la sexualidad, del divorcio y de la necesidad de autenticidad existencial de la mujer. En muchos aspectos es una escritora moderna, sobre todo por su conciencia de las complejidades de la verdad y las complicaciones de la libertad”. Seyersted también fue responsable de la edición de las obras completas de Kate Chopin, las cuales fueron traducidas a más de veinte idiomas con lo que se dio a conocer en todo el mundo.


Durante la década de 1960, el tema de las mujeres que se aventuraban a salir de las limitaciones impuestas por la sociedad resultó atrayente para las mujeres estadounidenses que participaban en el activismo feminista y la revolución sexual. Fue la época en la que muchos académicos comenzaron a situar a Kate Chopin en las mismas categorías feministas de las escritoras estadounidenses Susan Warner
(1819-1885), Emily Dickinson (1830-1886) y Louisa May Alcott (1832-1888), autoras que habían escrito sobre mujeres que se habían apartado de sus roles tradicionales al soñar o luchar por su independencia y sus libertades individuales, algo que, en última instancia, era una lucha condenada al fracaso porque las dominantes convenciones patriarcales de la época restringían su libertad. Kate Chopin, reconocida por algunos como pionera del primer movimiento feminista, hoy en día es ampliamente aceptada como una de las autoras esenciales de Estados Unidos.
Allá por 1894 había comentado que era esencial, en materia literaria, describir la existencia humana en su significado sutil, complejo y verdadero, despojada del velo con que la cubrían las normas éticas y convencionales. Por eso, además de narrar la vida de mujeres que buscaban su autoconocimiento como camino hacia su libertad, también dedicó buena parte de sus cuentos a ficcionalizar sobre acontecimientos en los que la verdad está presente, sobre las condiciones de vida de las personas marginadas, sobre los diversos matices que simbolizaban la injusticia y la ironía de la sociedad de su época. Es lo que se hace presente en “The blind man” (El ciego), el cuento que sigue a continuación que fue publicado originalmente en la revista “Vogue” el 13 de mayo de 1897 y en marzo de 1899 formando parte de “Complete novels and stories” (Novelas y cuentos completos) publicado en Louisiana. En él, la autora narra un episodio en la vida de un hombre que, a pesar de vivir oscurecido por su ceguera, a través de la perseverancia encuentra la luz para asegurar su supervivencia.


EL CIEGO

Con una pequeña caja roja en una mano, un hombre caminaba lentamente por la calle. Su viejo sombrero de paja y su ropa descolorida daban la impresión de que la lluvia los había batido muchas veces, y las mismas veces el sol los había secado encima de él. No era mayor, pero parecía débil; y caminaba bajo el sol, por el pavimento asfaltado que abrasaba. Al otro lado de la calle había unos árboles que proyectaban una sombra espesa y agradable: toda la gente andaba por aquel lado. Pero el hombre no lo sabía, porque era ciego, y además era tonto.
En la caja roja había uno lápices que intentaba vender. No llevaba bastón, y se guiaba arrastrando los pies por los bordillos de piedra, o la mano por las verjas de hierro. En cuanto llegase a las escaleras de una casa, las subiría. A veces, una vez alcanzada la puerta con mucha dificultad, no lograría encontrar el botón eléctrico, con lo cual bajaría pacientemente y seguiría su camino. Algunas de las puertas de hierro estaban cerradas con llave, ya que los dueños estaban fuera durante el verano, y gastaría mucho tiempo esforzándose por abrirlas, pero daba igual, porque tenía todo el tiempo que había a su disposición.
A veces conseguía encontrar el botón eléctrico: pero el hombre o la criada que contestaba al timbre no necesitaba lápices, o bien no se les podía persuadir de molestar a la ama de la casa para tan poca cosa.
El hombre llevaba mucho tiempo fuera y había caminado mucho, pero sin vender nada. Esa mañana, alguien que se había cansado de tenerlo dando vueltas le regaló esa caja de lápices, y lo envió a ganarse la vida. El hambre, con sus colmillos afilados, roía su estómago y una sed implacable resecaba su boca y lo torturaba. El sol achicharraba. Llevaba demasiada ropa: una chaqueta y un abrigo encima de su camisa. Tendría que habérselos quitado y llevado en el brazo, o haberlos tirado, pero no se le ocurrió. Una buena mujer que lo vio desde su ventana sintió lástima por él, y deseó que cruzase la calle para ponerse a la sombra.
El hombre giró en una calle lateral, en la que un grupo de niños ruidosos y alborotados estaban jugando. El color de la caja que llevaba los atrajo y quisieron saber qué había en ella. Uno de ellos intentó quitársela. Con el instinto de proteger su pertenencia y único sustento, resistió, gritó a los niños y los insultó. Un policía que pasaba la esquina y vio que él era la causa del disturbio, lo sacudió brutalmente agarrándolo del cuello; pero, al percatarse de que era ciego, moderó bastante sus ganas de aporrearlo y lo mandó a seguir su ruta.
Siguió caminando bajo el sol.
Durante su vagabundeo sin rumbo, giró en una calle en la que había monstruosos vehículos eléctricos tronando de acá para allá, haciendo sonar campanas salvajes y literalmente temblar el suelo bajo sus pies en su tremendo impulso.
Empezó a cruzar la calle.
Entonces ocurrió algo, algo horrible que hizo que las mujeres se desmayaran y que los más fuertes de los hombres que lo presenciaron se pusieron enfermos y se marearon. Los labios del conductor de la locomotora se pusieron tan grises como su cara, o sea de un gris ceniciento, y se puso a temblar y a tambalear del esfuerzo sobrehumano que había tenido que hacer para parar su vehículo.
¿De dónde salió la multitud tan de repente, como si fuera por arte de magia? Chicos corriendo, hombre y mujeres arrancándose de sus vehículos para ver este espeluznante espectáculo: médicos apresurándose en calesas como guiados por la Providencia.
Y el horror creció cuando la multitud reconoció en la figura muerta y aplastada a uno de los hombres más ricos, más valiosos y más influyentes de la ciudad, un hombre conocido por su prudencia y previsión. ¿Cómo había podido ser alcanzado por una fatalidad tan terrible? Tenía prisa, después de haber salido con retraso de su trabajo para reunirse con su familia, que, una hora o dos más tarde, iba a viajar a su casa de verano en la costa atlántica. Con la prisa, no se dio cuenta de que otro coche venía en sentido contrario, y la común y terrible escena se repitió.
El ciego no supo la razón del alboroto. Había cruzado la calle, y ahí estaba, avanzando y dando traspiés bajo el sol, arrastrando sus pies a lo largo del bordillo.