22 de octubre de 2025

Acerca de Borges y Cortázar (1/3)

Opiniones y veredictos

Jorge Luis Borges (1899-1986) y Julio Cortázar (1914-1984) son -no hace falta decirlo- dos de los más grandes escritores argentinos de todas las épocas. Contemporáneos, ambos compartieron el gusto por la literatura fantástica -si es que el término es suficiente para abarcar la amplitud de este género- abordando la realidad desde otra realidad: la creada por ellos mismos. Dentro del archivo literario hispanoparlante, ambos fueron importantes escritores que sobresalieron por sus notables cualidades en el arte de escribir ficciones. Fueron dos autores considerados clásicos de las letras argentinas que aportaron considerables innovaciones a la literatura del siglo XX, transgrediendo los límites formales de la narrativa haciendo uso de una gran imaginación. Borges lo hizo, por ejemplo, en cuentos como “El Aleph”, “Funes el memorioso” o “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Y Cortázar lo hizo, por ejemplo, en cuentos como “Carta a una señorita en París”, “La noche boca arriba” o “Casa tomada”. La mejor definición del género fantástico es atribuida al crítico y teórico literario búlgaro nacionalizado francés Tzvetan Todorov (1939-2017), quien en “Introduction à la littérature fantastique” (Introducción a la literatura fantástica) afirmó que “lo fantástico se encuentra en una latente incertidumbre entre lo maravilloso y lo extraño”, y que ese género se basa en “la vacilación del lector en torno a los fenómenos narrados” y en “una forma de leer dichos fenómenos que no sea ni poética ni alegórica”, algo que ocurre al leer los cuentos de estos escritores.
Para el autor de “Historia universal de la infamia”, según expresó en una conferencia dada en 1967 en la escuela bonaerense Camilo y Adriano Olivetti, “el encanto de los cuentos fantásticos reside en el hecho de que no son invenciones arbitrarias; reside en el hecho de que, siendo fantásticos, son símbolos de nosotros, de nuestra vida, del universo, de lo inestable y misterioso de nuestra vida y todo esto nos lleva de la literatura a la filosofía. Pensemos en las hipótesis de la filosofía, harto más extrañas que la literatura fantástica; llegaremos así a la terrible pregunta, a la pregunta que no es meramente literaria, pero que todos alguna vez hemos sentido o sentiremos. ¿El universo, nuestra vida, pertenece al género real o al género fantástico?”. Por su parte, el autor de “Todos los fuegos el fuego” manifestó en una conferencia dictada en 1982 en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, Venezuela, que “lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de una manera primaria y rudimentaria. Ahora bien, si de ahí, ya en una forma un poco más concreta, nos pasamos a la literatura, el cuento, como género literario, es un poco la casa, la habitación de lo fantástico. Hay novelas con elementos fantásticos, pero son siempre un tanto subsidiarios, el cuento en cambio, como un fenómeno bastante inexplicable le ofrece una casa a lo fantástico; lo fantástico encuentra la posibilidad de instalarse en un cuento”.


Naturalmente, no son pocos los estudios y los análisis que se realizaron sobre las obras de estos escritores considerados maestros del género fantástico. El argentino nacionalizado estadounidense Jaime Alazraki (1934-2014), crítico literario y profesor de Literatura Latinoamericana en la Columbia University de Nueva York, en su ensayo “Hacia Cortázar: aproximaciones a su obra” expresó: “Las narraciones de estos dos autores, a pesar de algunas semejanzas de superficie son marcadamente diferentes en cosmovisión, en estilo, en tratamiento narrativo, hasta cuando escriben sobre un mismo tema. Si las fantasías de Borges son oblicuas alusiones a la situación del hombre inmerso en un mundo impenetrable, en un orden creado por él como sustituto al orden de los dioses, los relatos de Cortázar intentan trascender las construcciones de la cultura y buscan, precisamente, tocar ese fondo que Borges considera demasiado abstruso para ser comprendido por el hombre”. Y agregó: “Para Borges, lo fantástico es un recurso con el que poder explicar la realidad y no un simple ejercicio de ficción. Para Cortázar, la realidad tampoco es algo fácil de definir y, de hecho, no cree posible separarla de lo fantástico”. Y Julio Rodriguez Luis (1937), ensayista y exprofesor de Literatura Hispánica” en la University of Wisconsin de Milwaukee, Estados Unidos, contrapuso en “The contemporary praxis of the fantastic. Borges and Cortázar” (La praxis contemporánea de lo fantástico. Borges and Cortázar) la “tendencia alegórica de lo fantástico” en los cuentos de Borges a la “mayor carga psicológica y existencial” en los relatos de Cortázar. En el mismo sentido opinó el poeta y crítico literario argentino Saúl Yurkievich (1931-2005) en “Borges/Cortázar: mundos y modos de la ficción fantástica”, un artículo publicado en la “Revista Iberoamericana” nº 110-111 en el que consideró a Borges un representante de lo “fantástico ecuménico” y a Cortázar de “lo fantástico psicológico”. Y en su libro “Julio Cortázar: mundos y mitos” agregó: “Borges se remite a los arquetipos de la fantasía, al acervo universal de leyendas, a las fábulas fundadores de todo relato, al gran museo de los modelos del cuento literario. Cortázar representa lo fantástico psicológico, las fisuras de lo normal/natural que permiten dimensiones ocultas”.
Sabido es que, dadas sus respectivas historias familiares, Borges y Cortázar tenían vínculos estrechos con Europa. La abuela paterna de Borges era inglesa y el futuro escritor pasó siete años, entre los quince a los veintidós, en el Viejo Continente antes de regresar a Argentina en 1921. Luego, entre 1923 y 1924 pasó un año en España y, en los años siguientes, dio conferencias y charlas en Estados Unidos, Italia, Marruecos, México, Perú y Uruguay hasta que, en 1986, fijó su residencia en Ginebra, Suiza, ciudad en la que fallecería. Por su parte Cortázar nació en Bruselas, Bélgica, donde su padre era agregado comercial en la embajada argentina de ese país, y a consecuencia de la Primera Guerra Mundial, permaneció en Suiza y España hasta los cuatro años. Luego pasó el resto de su infancia en Banfield, al sur del Gran Buenos Aires, donde se formó como maestro normal en 1932 y profesor en Letras en 1935. Entre 1939 y 1944 dictó clases como maestro en las ciudades bonaerenses de Bolívar, Saladillo y Chivilcoy, y luego, en 1944, se mudó a la ciudad de Mendoza, en cuya Universidad Nacional de Cuyo impartió cursos de literatura francesa. En 1951 se trasladó a París, ciudad donde, salvo esporádicos viajes a Austria, Italia, India, Estados Unidos, Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba y Nicaragua, consolidó gran parte de su obra y residió el resto de su vida.


Sobre estas circunstancias se expresó la escritora y lingüista italiana María Amalia Barchiesi (1960), quien consideró en “Borges e Cortázar: il fantastico bilingüe” (Borges y Cortázar: lo fantástico bilingüe) que ambos autores moldearon sus narraciones “en el diálogo lingüístico de los diferentes idiomas con los que tuvieron que convivir”, a lo que, de algún modo, también se refirió la poeta ecuatoriana-estadounidense Zheyla Henriksen (1948) en “Tiempo sagrado y tiempo profano en Borges y Cortázar” cuando aseveró que “Borges y Cortázar trataron de reproducir en sus obras la necesidad del ser humano de ponerse en contacto con su origen”. Y el español Marcos Eymar (1979), escritor y profesor de Cultura y Literatura Hispánicas en la Université d'Orléans, Francia, recalcó en su ensayo “Borges y Cortázar: desencuentros en el reencuentro” que “lo primero que salta a la vista al comparar a los autores son sus semejanzas. Los dos comparten una misma nacionalidad; un mismo gusto por lo fantástico y el género cuentístico; un mismo talante cosmopolita y una relación estrecha con una lengua extranjera: el inglés en el caso de Borges, el francés en el de Cortázar”.
Sabido es, también, que existieron no sólo coincidencias sino asimismo diferencias entre los autores, sobre todo en lo referente a sus opiniones políticas. Hacia fines del siglo pasado, la editorial argentina “Era Naciente” lanzó la colección “Para Principiantes”. En 1999 publicó “Borges para principiantes”, con textos del periodista y escritor Carlos Polimeni (1958) y de la periodista cultural y autora Verónica Abdala (1973), y en 2008 hizo lo propio con “Cortázar para principiantes”, con textos de Polimeni. Ambos libros incluyeron ilustraciones del dibujante Miguel Rep (1961). En marzo de 2012, en el nº 310 de la revista online “Imaginaria”, el escritor y editor Raúl Tamargo (1958) reseñó estas obras diciendo: “Varias razones justifican la lectura en paralelo de estos dos libros. La más evidente, sin duda, es que abordan la obra de los dos referentes más importantes de la literatura argentina del siglo XX. A la importancia de sus obras, se le suman los malentendidos que pusieron a sus autores en veredas opuestas y que fueron temas de polémica, no solamente en los ambientes de discusión literaria, sino también en las mesas de café, especialmente en las décadas de los ‘60 y ‘70, lapso en el cual la literatura era capaz de ingresar en las discusiones familiares de la clase media o en las reuniones de amigos. (…) Es interesante observar que el ‘Cortázar para principiantes’ incluye varias menciones del propio autor sobre la obra de Borges y algunas de Borges sobre Cortázar, algo que no incluye ‘Borges para principiantes’, tal vez como una señal de que las influencias y admiraciones no fueron simétricas. De la mano de ‘Borges…’, el lector podrá aproximarse a las ideas de vanguardia de los primeros años del siglo XX, a la polémica entre los grupos de ‘Martín Fierro’ y de ‘Boedo’, al pensamiento de Schopenhauer, a la tensa relación entre el primer peronismo y buena parte de la intelectualidad de la época. Con ‘Cortázar…’, en cambio, será más intenso el paseo por las corrientes revolucionarias de los años ‘60. El texto destina muchas páginas a la actividad política y militante de Cortázar y establece relaciones entre estas actividades, su producción literaria y su relación con el público lector”.


En similar sentido se expresó la escritora y periodista cultural argentina de origen chileno Silvia Hopenhayn (1966) en el artículo “Borges y Cortázar” aparecido en el diario “Perfil” el 5 de septiembre de 2025. En él escribió: “En el terreno de las palabras y los libros, a veces se plantea un antagonismo entre Borges y Cortázar. Los borgeanos suelen repudiar al autor de ‘Rayuela’; los cortazarianos al autor de ‘El Aleph’. Argumentos como ‘chabacano’, ‘antiacadémico’, ‘infantil’, ‘izquierdoso’, para descalificar a Cortázar; ‘difícil’, ‘para eruditos’, ‘muy conservador’, ‘lejano’, a Borges. ¡Qué ganas de desechar, arrinconar, desabastecerse! Son dos caras de una misma biblioteca. Fantásticos autores, que nos dan letra en cada uno de sus cuentos. La vida se vuelve amplia, pensante, misteriosa. Las palabras forman parte de nuestro metabolismo. Son nutrientes en serio, profundos. André Gide hablaba de ciertos ‘alimentos terrestres’ necesarios para el espíritu. Ambos escritores lo son, por elevación y cercanía; humor y nostalgia. Con mucha discreción, llegaron a admirarse. A tal punto que Borges publicó el cuento ‘Casa tomada’ en ‘Los Anales de Buenos Aires’, en 1946, cuando la dirigía, y Cortázar escribió un poema en la India, dedicado a Borges. Quizá los hermana la dedicación. Una entrega amorosa, rigurosa, a la literatura. Ahí es cuando las diferencias se aúnan, en la fortaleza de una dedicación. Cuentos de uno o de otro -y de tantos y tantas más, pero aquí se trata abolir una distancia- revelan rincones de nuestra historia, de lo cotidiano, de las calles, de la filosofía, el amor y la muerte”.
La ensayista y periodista argentina Beatriz Sarlo (1942-2024) escribió varios artículos dedicados tanto a Cortázar como a Borges. Con respecto al autor de “Bestiario” y “Todos los fuegos el fuego” publicó en la revista “Espacios” nº 14 de agosto de 1994 un artículo titulado “Una literatura de pasajes”. En él escribió: “Muchas veces juzgamos a Cortázar no por lo que escribió sino por lo que produjeron sus escritos: el cortazarismo, esa onda sesentista tan bien sintonizada con la moda hippie, las polleras hindúes, la deriva por la noche, la ginebra, el rock, Woodstock, el anticonvencionalismo, la izquierda florida antes de convertirse en izquierda armada. Seriamente: Cortázar no puede ser responsabilizado de las conversaciones en el bar ‘La Paz’ a mediados de los años ‘60; fuimos nosotros los que conversamos allí, después de ir a comprar ‘Todos los fuegos el fuego’. Tampoco puede ser responsabilizado por los talleres literarios que lo enseñaban; sin duda, Cortázar parece fácil de enseñar y habría que ver por qué. Hipótesis: la claridad formal y constructiva de Cortázar, como la de Poe o Maupassant, despierta la ilusión de que puede ser repetida. Hipótesis: Cortázar inventa una lengua coloquial perfecta; los imitadores de la oralidad cortazariana confiaron demasiado en hacer un estilo previsible de lo que para Cortázar fue un programa. Hipótesis: el humor de Cortázar se ejerce con todos los objetos, menos con la propia literatura, porque Cortázar tiene una visión seria de la literatura y una visión humorística del mundo. También le reprochamos a Cortázar su asombrosa facilidad, como si se acusara a Ella Fitzgerald de cantar haciendo que todo parezca tan sencillo. Este sentido común anti-Cortázar se acerca a su obra basándose en recuerdos de lectura y no en una lectura nueva. Los recuerdos de lectura pueden ser imprecisos e injustos. Se trata entonces de leer a Cortázar de nuevo”.


Sobre el autor de “El informe de Brodie” y “Ficciones” hizo lo propio en su ensayo “Borges, un escritor en las orillas”. Allí escribió: “Borges trabajó con todos los sentidos de la palabra ‘orillas’ (margen, filo, límite, costa, playa) para construir un ideologema que definió en la década del ‘20 y reapareció, hasta el final, en muchos de sus relatos. ‘Las orillas’ son un espacio imaginario que se contrapone como espejo infiel a la ciudad moderna despojada de cualidades estéticas y metafísicas. En aquellos años, el término ‘orillas’ designaba a los barrios alejados y pobres, limítrofes con la llanura que rodeaba a la ciudad. Si la literatura de Borges tiene una cualidad indudable y particular, quizás deba buscársela en el conflicto que perturba la severa articulación de sus argumentos y la superficie perfecta de su escritura. Colocado en los límites (entre géneros literarios, entre lenguas, entre culturas), Borges es el escritor de ‘las orillas’, un marginal en el centro, un cosmopolita en los márgenes; alguien que confía, a la potencia del procedimiento y la voluntad de forma, las dudas nunca clausuradas sobre la dimensión filosófica y moral de nuestras vidas; alguien que, paradójicamente, construye su originalidad en la afirmación de la cita, de la copia, de la rescritura de textos ajenos, porque piensa, desde un principio, en la fundación de la escritura desde la lectura, y desconfía, desde un principio, de la posibilidad de representación literaria de lo real. Ser leal a estas tensiones ha sido el designio de estas páginas que sólo aspiran a leer nuevamente a Borges hoy, cuando su obra parece amortajada por la fama que acompañó sus últimos años y el espectro inmóvil de una gloria póstuma”.
Suele presentarse a Borges y a Cortázar como dos polos opuestos de la literatura argentina; sin embargo, como creadores de mundos en los que lo imposible irrumpe en lo cotidiano, atrapando al lector entre lo natural y lo artificioso con proverbial naturalidad, no existe tal oposición. Borges y Cortázar fueron, cada uno a su manera, dos talentosos escritores.