Atilio Borón: “En América Latina hay condiciones para pensar en una alternativa no capitalista” (2/3)
Atilio Borón ha sido
distinguido con doctorados honoris causa por las universidades nacionales de
Córdoba, Cuyo, Misiones y Salta de la Argentina; por la Universidad Nacional
Experimental Rafael María Baralt de Venezuela, y por la Universidad Nacional de
Pilar de Paraguay. Es autor de una fecunda obra ensayística orientada a las
ciencias sociales y la filosofía que ha sido publicada, en algunos casos, en
España y numerosos países de Latinoamérica y el Caribe. Entre sus obras pueden
mencionarse “Memorias del capitalismo salvaje”, “Tras el búho de Minerva.
Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo”, “Imperio e
imperialismo. Una lectura crítica de M. Hardt y Antonio Negri”, “Estado,
capitalismo y democracia en América Latina”, “Filosofía política marxista”,
“Reflexiones sobre el poder, el Estado y la revolución”, “Consolidando la
explotación. La academia y el Banco Mundial contra el pensamiento crítico”,
“Socialismo siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo?”, “Aristóteles en
Macondo. Notas sobre el fetichismo democrático en América Latina”, “América
Latina en la geopolítica del imperialismo”, “El hechicero de la tribu. Mario
Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina” y “El sueño del Marqués.
Vargas Llosa, una pluma al servicio del imperio”. También ha publicado ensayos
en coautoría con otras sociólogas e investigadoras, entre ellos “Segundo turno”
(con Paula Klachko), “Clases medias argentinas:
modelo para armar” y “Clases medias argentinas: la política del odio y el
temor” (con Mónika Arredondo), y “A contramano: una biografía dialogada” (con
Alexia Massholder).
En el año 2020 el Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) publicó una antología titulada
“Bitácora de un navegante. Teoría política y dialéctica de la historia
latinoamericana”, libro en el que se compiló la obra que Borón desarrolló en
los últimos cincuenta años. A continuación, la segunda parte de los extractos
seleccionados de las entrevistas que el sociólogo concedió a Gonzalo Armua y
Juan Manuel Erazo del Instituto de Formación e Investigación Social (IFIS), y a
la fundadora de la revista venezolana “Correo del Alba” Cris González.
Queremos empezar con el
eje de crisis del orden internacional, la reconfiguración global. Hay como
distintas lecturas, distintas perspectivas para caracterizar si es un momento
distinto, si es una etapa, si es la continuación o la degradación de una etapa
previa. ¿Cómo describiría esta situación mundial actual?
Estamos asistiendo al
inicio de una nueva época en la historia de las relaciones internacionales y
del sistema internacional. Esto era algo que se veía venir. Aunque era muy
negado, porque el mundo académico en general está muy controlado por los
intereses dominantes del imperio. Pensar a contracorriente del imperio resulta
muy difícil en el mundo académico. El mundo académico se estructura
internacionalmente. Incluso en nuestras universidades se enseña lo que se
enseña fundamentalmente en Estados Unidos. Y lo mismo pasa con Europa y Extremo
Oriente, Corea del Sur, Japón, etc. Y entonces la problemática de la
declinación que era visible en el predominio de los Estados Unidos en el
sistema internacional, había sido permanentemente negada por los autores más
importantes en la disciplina. Yo quiero marcar mucho este punto, aunque es una
cosa lateral, y es que el fenómeno del colonialismo cultural adquiere una
enorme gravedad en las universidades latinoamericanas. Y las universidades
argentinas no son la excepción. Cualquier estudiante de ciencia política en la
Argentina conoce, una vez que ha aprobado alguna materia, la obra de Alexis de
Tocqueville, que era un gran pensador, no cabe ninguna duda. Pero hay otro
personaje histórico, anterior a Tocqueville, Simón Bolívar, que ha escrito
algunos pasajes absolutamente extraordinarios de descripción de la realidad de
los países de Nuestra América en inicio de la lucha por su independencia, y
nadie los ha leído. O sea, nuestra condición colonial es escandalosa. E incluso
yo diría más, un personaje como Sarmiento, que despierta profundo odio y profundo
amor, no se lo lee. ¿Quién ha leído, no digo el “Facundo”, sino “La condición
del extranjero en América” o “Conflicto y armonía de las razas en América”?
Sarmiento era un pensador de alcance universal, y que cometió horrores en todo
lo que tenía que ver con la dicotomía aquella de civilización o barbarie. Pero
hay que decirle que eso no solamente lo cometió Sarmiento, porque yo podía
encontrar citas que son igual o peor en personajes como Kant. Él hablando de la
paz perpetua, la hermandad de la paz. Kant ha dicho cosas escandalosas, por
ejemplo, que la historia universal no registra un sólo negro que haya hecho una
contribución significativa en las ciencias. ¿Por qué digo esto? Algunos de
nosotros, los que “no pensábamos bien”, ya en el año 1994 veníamos viendo que
se venía el fin de la era hegemónica y el fin de la paz americana. Era
evidente. Además, a diferencia de muchos analistas, yo he vivido mucho tiempo
en Estados Unidos, o sea, conozco muy bien Estados Unidos, conozco la costa
este, conozco los puntos, conozco California. Y cuando digo conozco no es que
pasé, sino que viví un tiempo en cada una de esas partes, y yo veía claramente
que el sistema se estaba viniendo abajo, lentamente. No era un pronóstico de
derrumbe catastrófico inmediato del sistema imperialista, pero lo que veía era
(la metáfora que yo uso) un avión que iba perdiendo altura, lentamente, pero
perdía altura, no había dudas. Ese proceso ya concluyó, ahora estamos
instalados en una situación completamente diferente en donde el sistema se ha
convertido irreversiblemente en un sistema multipolar en el cual no hay ninguna
posibilidad de que Estados Unidos vuelva a ejercer el dominio que ejerció
históricamente desde finales de la Segunda Guerra Mundial, y esto por un
conjunto de factores, entre los cuales está por supuesto la emergencia de China
como gran potencia económica mundial, que según se la mida ha superado ya
claramente a los Estados Unidos, por ejemplo, en volumen del producto bruto.
Entonces ahí vine la gente más ortodoxa que dice “no, bueno, pero en términos
de dólares todavía Estados Unidos es un poco más grande”. Medido por paridad de
poder adquisitivo, China es bastante más grande ya que Estados Unidos, pero la
tendencia es que cualquiera que sea la medición que se utilice, la de los
dólares, que es la que favorece a Estados Unidos, o la paridad de poder
adquisitivo, China en los próximos tres o cuatro años va a ser indudablemente
la principal economía del mundo, y además hoy ya es la locomotora de la
economía mundial, independientemente de si todavía queda un poquito más pequeña
que en su producto bruto que Estados Unidos o no. Hoy la economía mundial gira
fundamentalmente en torno a la dinámica de la economía china, y China es el
gran taller industrial del mundo como lo fue Inglaterra en gran parte del siglo
XIX y principio del XX, como lo fue Estados Unidos por un breve periodo en la
salida de la Segunda Guerra Mundial. Ese papel ahora lo cumple China, y China
además es un país que tiene relaciones privilegiadas desde el punto de vista
comercial o financiero o de grandes inversiones con más de ciento cuarenta
países del planeta, situación absolutamente inédita en la historia mundial.
Entonces esto habla de un cambio en la economía mundial muy significativo, ese
famoso desplazamiento del centro de gravedad del Atlántico Norte al
Asia-Pacífico. Habla del renacimiento de un país al cual habían dado por
muerto, que era Rusia. Yo recuerdo en la década de los ‘90 leer mucha
literatura en Estados Unidos y en Europa diciendo, “bueno, Rusia con la
desintegración de la Unión Soviética ha dejado de ser un protagonista en la
escena internacional”, lo cual era una muestra de una soberana ignorancia,
porque un país que durante dos siglos y medio había sido, en cierto sentido, el
árbitro de los grandes conflictos internacionales, por la desaparición de un
régimen político y social, no podía convertirse, poco menos que en un
espectador de segunda o tercera fila en los grandes acontecimientos mundiales.
A mí me sorprendía y todavía me sorprende hoy la ligereza con la cual hablan de
un país enorme. Solamente pensemos en el territorio de Rusia, es tan grande
como toda Sudamérica sacando Paraguay, eso es Rusia, ¿Cómo un país de esa
naturaleza puede llegar a convertirse en un espectador irrelevante de la
situación internacional? Bueno, la prueba la tenemos, lo que está pasando en
Ucrania y el rol creciente que Rusia está jugando en los asuntos mundiales. Hay
una imagen muy gráfica, que apareció cuando Milei hizo la primera conferencia
sobre las democracias. En el año 2021 creo, todavía en plena pandemia la hizo,
pero a través de una teleconferencia, en donde dijo una cosa que revela el
atraso del reloj del análisis de la situación internacional. Dijo, “acá vamos a
sentar en esta larga mesa a todos los amigos y a los demócratas del mundo, y
Estados Unidos desde la cabecera va a establecer cuáles van a ser las reglas de
este nuevo mundo que está naciendo”. Yo cuando vi eso, y leí eso, dije “esta
gente ha perdido totalmente la brújula, viven en otro planeta”. Pensamos que es
sólo Milei quien vive en otro planeta, y su banda. No, no, yo creo que buena
parte del liderazgo en occidente todavía no se ha dado cuenta de las cosas que
han pasado en el mundo. Entonces, y esta es la realidad hoy, hay impotencia en
Estados Unidos para resolver los grandes temas de la red internacional. Esta es
una realidad absolutamente indiscutible. Estamos viendo un orden multipolar.
Claro que, digo esto para que no quede demasiado optimista la cosa, hay un
rezago entre la nueva realidad del sistema internacional y las grandes
corporaciones, las grandes empresas del mundo que son protagonistas
internacionales. Black Rock es un actor internacional. Yo diría que, quitando
Brasil o México, pesa más que cualquiera de los demás países de América Latina.
No sólo Black Rock, también Amazon, Facebook, todas las grandes informáticas,
Google, Microsoft, empresas gigantescas que tienen un poderío, una capacidad de
gestionar las relaciones internacionales, impresionante. Entonces estamos en un
sistema que ya no tiene la hegemonía indiscutible de Estados Unidos, Occidente
ha perdido ya o ha declinado después de más de cinco siglos. Ahora estamos en
esta nueva situación, con esta emergencia de nuevos focos de poder, las grandes
corporaciones.
Me parece interesante
retomar, como para discutir, criticar y observar, este concepto que por lo
menos se conoce acuñado por el politólogo norteamericano Graham Allison, el de
Trampa de Tucídides. El historiador, pensador helénico, que había hecho la
historia de la guerra del Peloponeso, dijo: si tomamos la historia de la guerra
del Peloponeso, donde una potencia empieza a emerger y otra empieza a decaer,
eso lleva a un conflicto bélico. Si lo llevamos o lo trasladamos a los últimos
dos mil años de historia, se puede observar que cuando se dio,
paradigmáticamente, una situación similar, el resultado de esa tensión, de ese
conflicto de polaridades, decantó en una guerra. Entonces el concepto Trampa de
Tucídides se suele utilizar para este tipo de contextos, de un orden donde
había una hegemonía clara, un determinado actor político estatal o político, y
aparecía otro que le competía ¿Cree que estamos en un escenario que podría ser
considerado dentro del concepto de Trampa de Tucídides? ¿O hay elementos en
esta etapa histórica, elementos tecnológicos, nucleares, económicos, que hacen
que, en este caso, los elementos se desarrollen de manera distinta a como se
analizó previamente en la historia?
Sí, yo creo que en el caso
actual no se puede aplicar mecánicamente la teoría un poco adjudicada a
Tucídides, porque la guerra actual, si llega a producirse, tiene un efecto y
puede tener un alcance de tal magnitud que simplemente sea la última guerra de
la especie humana. Hoy en día la guerra ya no es una cosa que decida un grupo
de militares, o sea, para el Estado Mayor de cualquiera de las grandes
potencias, ya sean China, Rusia, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania,
los que sean, ya no es un conjunto de hombres y mujeres uniformados que de
repente se reúnen a ver que hacen. Ahora los expertos militares dicen que va a
ser un sistema de computadoras, altamente interrelacionadas, las que van a
resolver cómo se responde ante lo que aparece como un ataque nuclear lanzado
por cualquier país, y que la represalia que van a decidir esos robots va a ser
de tal magnitud que prácticamente van a provocar un tendal de decenas de
millones de muertos en apenas las primeras tres o cuatro horas de
enfrentamiento. Hoy no es tirar una bomba como en Hiroshima y Nagasaki, ahora
se está hablando de que, si alguien aprieta por error, aunque sea, el botón
nuclear, el resultado son centenas de ojivas nucleares que explotan en gran
parte del planeta, y el invierno nuclear nos cubriría a todos, llegaría
inclusive a un país tan lejano como la Argentina. O sea que la trampa de
Tucídides en este caso puede dar lugar a guerras focalizadas, localizadas, en
donde cierto tipo de armamento esté excluido, porque aún los más fanáticos en
Estados Unidos saben que ya nadie gana una guerra nuclear. Esta es la gran
innovación del momento, es que la guerra nuclear no tiene ganadores porque a
diferencia de la tecnología de los años ‘80, la tecnología de respuesta
automática, cibernética, que tienen todos los dispositivos militares de los
países desarrollados, hace que cuando uno es agredido, aún el más agredido
tiene una capacidad devastadora de respuesta. En la década de los ‘80 había
muchos que le aconsejaban a Reagan tirar unas cuantas bombas atómicas a la
Unión Soviética y acabar con el problema. Por suerte hubo gente que dijo no
porque no estaba garantizado que no haya capacidad de respuesta. Hoy, cuarenta
años más tarde, sólo un tipo absolutamente ignorante de lo que es la tecnología
militar puede decirle a un presidente “dispare su arsenal atómico que nadie le hará
daño a usted”, porque aquel que dispara va a sufrir tantas pérdidas o más que
la primera víctima del ataque. Entonces puede darse la proliferación de guerras
que pueden darse localizadamente con características muy especiales, una guerra
de larga factura como la de Ucrania, por ejemplo. ¿Por qué la guerra de Ucrania
no termina antes? Putin podría haber terminado esa guerra a las dos semanas de
haberla iniciado, bastaba que hubiese tirado una parte mínima del arsenal
nuclear ruso para haber devastado totalmente a Ucrania. Pero el tipo piensa,
primero que va a haber una respuesta de la OTAN, y segundo, hace otro cálculo
de procurar ganar la guerra con un mínimo de víctimas civiles y mínimo de
destrucción. Una vez que termine la guerra, Ucrania va a seguir estando ahí, o
sea, no es como Estados Unidos que devastó Vietnam con Napalm, arrasó con ese
país que estaba a doce mil kilómetros de distancia, y que no había ningún
efecto sobre ello. Ucrania está al lado de Rusia. Entonces, la lentitud con la
cual Rusia maneja sus proyectos militares de acabar con el régimen de Zelensky
tiene que ver con pensar qué pasa después de ganar la guerra. Esto no descarta
lo que Tucídides decía de la guerra, pero sí hace que las guerras sean
localizadas.