Atilio Borón: “En América Latina hay condiciones para pensar en una alternativa no capitalista” (1/3)
Atilio Borón (1943) es un
sociólogo, politólogo, catedrático y ensayista argentino. Nacido en Buenos
Aires, en 1965 se graduó como Licenciado en Sociología con diploma de honor en
la Universidad Católica Argentina (UCA) de la capital argentina, y en 1968
obtuvo un magíster en Ciencia Política en la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales (FLACSO) de Santiago de Chile. Años después, en 1976, obtuvo
su doctorado en Ciencia Política en la Harvard University de Cambridge,
Massachusetts, Estados Unidos, con la aprobación de su tesis doctoral “La
formación y crisis del Estado oligárquico argentino (1880-1930)”. Es director
del Centro de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes
de la Universidad Nacional de Avellaneda, Profesor Consulto de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, e Investigador del
Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC), la unidad
académica de la misma facultad. Entre 1990 y 1994 fue Vicerrector de la
Universidad de Buenos Aires, y entre 1997 y 2006 fue Secretario Ejecutivo del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), la institución
internacional no-gubernamental creada en 1967 que reúne casi mil centros de
investigación y posgrado en el campo de las ciencias sociales y las humanidades
en más de cincuenta países de América Latina y el Caribe, como también en
Estados Unidos, África y Europa. También es Director del Programa
Latinoamericano de Educación a Distancia (PLED) en el área de Ciencias Sociales
del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, el espacio comunitario
argentino con sede en Buenos Aires, fundado en 1998, que actúa como un espacio
para facilitar el desarrollo de una intelectualidad crítica, afirmada en los
principios y valores de la cooperación. Recientemente se retiró en calidad de
Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), el principal organismo público de Argentina dedicado a la
promoción de la ciencia y la tecnología creado en 1958 por iniciativa del
médico y catedrático argentino Bernardo Houssay (1887-1971), ganador del Premio
Nobel de Fisiología y Medicina en 1947. Una institución que atraviesa en la
actualidad una situación análoga a la de las universidades públicas, organismos
que están siendo desfinanciados por el gobierno libertario.
Lo que sigue a
continuación es la primera parte de la compilación de fragmentos de las
entrevistas que concediera en julio de 2024 a Gonzalo Armua y Juan Manuel Erazo
del Instituto de Formación e Investigación Social (IFIS), una institución con
sede en Buenos Aires que se dedica a la elaboración teórica y formación
política enfocándose en la creación de herramientas para la transformación
social, y en mayo de 2025 a Cris González, fundadora de “Correo del Alba”, una
revista venezolana de política, economía, cultura, arte y actualidad de América
Latina, el Caribe y el mundo.
¿Puede América Latina
resistir las presiones de alineamiento impuestas por los Estados Unidos sin
caer en nuevas dependencias con China o Rusia?
Creo que habrá presiones
muy fuertes por parte de los Estados Unidos. He señalado en varias ocasiones
que su política exterior, bajo la administración Trump, especialmente para esta
región puede resumirse en estas palabras: “mantengan a China lejos”. Esta
consigna guía tanto a los encargados del área económica, como el Secretario del
Tesoro -que visitó Argentina hace poco-, como al jefe del Comando Sur, el
almirante Holsey, cuyo objetivo es impedir que China establezca relaciones
sólidas con los países latinoamericanos. Esta situación parece ya un hecho
consumado o, al menos, extremadamente difícil y costoso de revertir para los
países de la región. China es el principal socio comercial de países como
Brasil y Chile, y el segundo en economías como Argentina y México, lo que
muestra un relacionamiento muy fuerte. Además, la presencia de Rusia está en
aumento en la región. Por lo tanto, la respuesta de los Estados Unidos será
contundente y diversificada, incluyendo amenazas y posturas extremas. Ya hemos
visto ejemplos de estas tensiones, como cuando Trump amenazó a Panamá con
recuperar el canal argumentando que lo construyeron y lo quieren de vuelta. Sin
embargo, más allá de estas amenazas verbales, poco logró concretar. Por eso es
fundamental prepararse para una embestida fuerte, ya que los Estados Unidos
podrían perder muchas regiones del mundo, pero no están dispuestos a perder
América Latina y el Caribe.
¿Cuáles son los riesgos de
seguir insertos en un modelo extractivista-exportador dentro del reordenamiento
global? ¿Es posible pensar en una estrategia económica soberana y
regionalizada?
El extractivismo es un
tema complejo que no debe abordarse de manera superficial. Por ejemplo, países
como India -donde más de ochocientos mil niños mueren anualmente por
enfermedades gastrointestinales debido a la falta de alcantarillado y
saneamiento- necesitan desarrollar infraestructuras adecuadas para reducir la
mortalidad infantil, lo que implica explotar recursos minerales. No se trata de
rechazar el extractivismo, sino de equilibrarlo para atender necesidades de
salud pública. En América Latina muchas comunidades dependen de los recursos
naturales y una postura anti-extractivista puede favorecer al imperialismo.
Prefiero hablar de “aprovechar” los recursos cuidadosamente en lugar de
“explotarlos”. No significa depender de China, Rusia o India, aunque hay
asimetrías económicas con estos países, pero no son comparables con el
imperialismo estadounidense. El verdadero riesgo es consolidar una asimetría
comercial, por lo que América Latina debe negociar conjuntamente para obtener
mejores condiciones.
¿Está América Latina
preparada financiera y tecnológicamente para enfrentar una mayor
desdolarización global? ¿Qué alternativas monetarias viables podrían adoptarse?
América Latina no está
preparada para enfrentar una mayor desdolarización global. Sin embargo, si los
Brics+ se consolidan y avanzan en estrategias como la propuesta de las cinco R
-monedas de los países fundadores que comienzan con R: Brasil real, Rusia
rublo, India rupia, China renminbi y el rand de Sudáfrica- podrían lograrse
avances. Hay que avanzar cautelosamente hacia la desdolarización. En Asia ya
existen acuerdos de intercambio de monedas locales y América Latina podría
incorporarse gradualmente, aunque debe prepararse para una posible
contraofensiva de los Estados Unidos ya que la desdolarización está
disminuyendo el peso del dólar en la economía global.
¿Qué oportunidades reales
se abren para la región con la emergencia del bloque Brics+? ¿Es una vía para
la autonomía o un nuevo tipo de subordinación periférica?
El desplazamiento del
centro de gravedad de la economía mundial tiene un fuerte impacto en América
Latina, lo cual era previsible. Este fenómeno puede interpretarse como parte de
un proceso más amplio de desoccidentalización, lo que permite a las economías
más importantes de la región Asia-Pacífico establecer relaciones con América Latina
distintas a las que históricamente mantuvo con sus antiguas potencias
coloniales. América Latina nunca fue colonizada por países asiáticos ni menos
africanos, sino por potencias europeas. Posteriormente, el imperialismo también
se asentó en Occidente consolidándose durante el siglo XX, como lo analizaron
Lenin y Rosa Luxemburgo, entre otros. Que Occidente pierda el predominio
económico que tuvo durante cinco siglos puede ser beneficioso para América
Latina, dependiendo de cómo reaccionen los gobiernos, su capacidad estratégica
y su habilidad para articularse a nivel continental. Aunque el centro de
gravedad económico se aleje geográficamente, el surgimiento de un sistema
multipolar abre posibilidades inéditas de desarrollo, crecimiento y prosperidad
para la región.
¿Cómo puede América Latina
blindarse frente a las guerras económicas, tecnológicas y financieras que las
grandes potencias están intensificando a escala planetaria?
Es clave recibir este
proceso con entusiasmo y aprovechar las oportunidades que presenta. No
obstante, el éxito dependerá de la sagacidad de los gobiernos y de la capacidad
de articulación regional. Negociar con China de manera conjunta, como bloque de
naciones -idealmente a través de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) o al menos de algunos países coordinados-, es mucho más ventajoso que
hacerlo de forma individual. Creo que los Brics+ tienen un enorme futuro. Los
cinco países originarios -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- ya tienen
una gravitación económica mundial superior al G7. Y con la incorporación de
otros cinco países, entre los cuales iba a estar Argentina pero que finalmente
no se incorporó por decisión de Javier Milei -gobernante al servicio de los
grandes capitales, Estados Unidos e Israel-, el bloque sigue consolidándose.
Pensemos que los Brics+ tienen un banco que permite realizar inversiones
significativas en infraestructura sin pasar por el Fondo Monetario
Internacional (FMI) ni sus condicionalidades, lo que significa una gran oportunidad.
Es cierto que la posibilidad de una dependencia existe siempre, pero en
cualquier esquema. No es una fatalidad, sino un producto de cómo se juegan en
el tablero de la geopolítica y economía mundial los distintos gobiernos: si
juegan con racionalidad, con responsabilidad y con apoyo popular pueden hacer
algo muy valioso.
¿Está la izquierda
latinoamericana articulando un proyecto económico alternativo al neoliberalismo
que contemple el nuevo orden multipolar o sigue anclada a esquemas del siglo
XX?
En mi opinión -y subrayo
que es sólo una opinión-, estamos muy demorados en esa tarea. Sin embargo, para
hacer justicia a las izquierdas de la región, hay que reconocer que tampoco las
izquierdas de otras partes del mundo han sobresalido por su capacidad de repensar
un nuevo orden económico y político internacional. La experiencia de China es
peculiar y no sé hasta qué punto sea universalizable. Aunque tiene elementos
valiosos, no creo que para salir de la globalización neoliberal -que está
desinflándose- debamos adoptar el modelo chino. Estoy en contra de eso, porque
ningún proceso histórico genuino es copia de otro; los procesos históricos son
únicos y replicarlos no garantiza buenos resultados. China puede ser una fuente
de inspiración para algunas políticas, especialmente en lo referente a la
inversión en infraestructura tecnológica y científica, que ha sido clave en su
desarrollo. En América Latina, en cambio, eso se ha hecho muy poco, y ningún
país -ni siquiera Cuba- está en condiciones de reproducir el modelo chino. En
resumen, creo que aún estamos pensando en un post-neoliberalismo sin contar con
una propuesta clara que pueda ser adoptada por la mayoría de los países. En su
momento el desarrollismo latinoamericano intentó aplicar una fórmula común con
resultados variados, pero siempre dentro de los límites del orden burgués.
Ahora enfrentamos un contexto multipolar, con gigantes económicos como China,
India, Malasia e Indonesia, que han conseguido grandes avances gracias a la
fuerte presencia del Estado en el desarrollo. En América Latina incluso los
sectores de izquierda mencionan el papel del Estado con cierta cautela,
temiendo ser acusados de “estatistas”. El contexto actual está marcado por el
surgimiento de nuevas ultraderechas que dificultan visualizar y debatir
públicamente un modelo de desarrollo que no sea depredador del medio ambiente,
que fomente sociedades igualitarias y fortalezca la democracia. No hay un
modelo único a seguir, pero sí fuentes de inspiración. Debemos considerar las
condiciones particulares de América Latina, donde cualquier intento de seguir
caminos alternativos puede enfrentar una respuesta agresiva de los Estados
Unidos, como ocurrió con Cuba, que ha pagado el precio de sesenta y cinco años
de bloqueo y agresiones. Por eso al pensar en modelos alternativos es clave
tener presente esta especificidad regional.
¿Está de acuerdo en que
atravesamos por una etapa de desglobalización a nivel mundial? ¿Y por qué?
Es cierto, la
globalización está en crisis. No estoy muy seguro de lo que está pasando
porque, por una parte, vemos que hay un proceso de interconexión y articulación
internacional cada vez más fuerte entre los países que participan en la
economía mundial. Por ejemplo, para hacer un iPhone se necesitan partes,
procesos, diseños o patentes de veintitrés países, esto es un dato fenomenal y
está absolutamente comprobado. ¿Qué quiere decir eso cuando decimos que se
desglobaliza el mundo? ¿Quiere decir que volvemos a la era de los Estados
nacionales autárquicos y que ya no hay más una economía mundial? Personalmente
no veo ese proceso ni siquiera en ciernes, de ninguna manera. Creo que estamos
avanzando hacia una globalización de otro tipo, y por eso a mí no me gustó
mucho el término y siempre preferí usar lo que proponía Samir Amin, que hablaba
de “mundialización”. Evidentemente ha habido una mundialización de los procesos
productivos y de los conflictos sociales. Hay una creciente articulación entre
las fuerzas sociales que pugnan por salir de este orden caduco del capitalismo
financiero, el capitalismo parasitario, como decía Lenin. De manera tal que yo
creo que lo que estamos viendo más bien es el agotamiento de un modelo de
mundialización capitalista basado en el predominio absoluto de los Estados
Unidos y del capital financiero. Cuando uno observa la expansión de la Franja y
la Ruta de China, que ha incorporado a ciento cuarentainueve países en este
esquema económico, pensar que hay una desglobalización resulta contradictorio
con este hecho que demuestra que tenemos una economía cada vez más globalizada
o mundializada. Solo que no es la mundialización neoliberal, sino una
mundialización alternativa e irreversible. La división internacional del
trabajo -sobre la cual trabajó tanto David Ricardo y que, por supuesto,
entendió y criticó Karl Marx- es una realidad. El ejemplo del iPhone se puede
reproducir en infinidad de productos.
¿Cómo percibe la realidad
de la región en términos políticos-ideológicos? ¿Cuáles serían los peligros y
las oportunidades en esta nueva contingencia mundial?
Creo que en América Latina
hay condiciones para pensar en una alternativa no capitalista, moderadamente
post-capitalista, considerando, por ejemplo, la desmercantilización de la
salud, la industria farmacéutica, la seguridad social y la educación. Me parece
importantísimo que pudiera hacerse. En algunos países se ha avanzado en esa
dirección (estoy pensando en el caso de México), un gran programa de expansión
educacional, la defensa del carácter público del sistema de seguridad social y
acabar con el robo y la estafa gigantesca que son, por ejemplo, las
Administradoras de Fondos de Pensiones en Chile. Creo que es posible avanzar en
esa dirección, pero siempre teniendo en cuenta la omnipresencia del
imperialismo norteamericano, que hará lo imposible para fomentar una reacción
de derecha y de extrema derecha. La derecha siempre ha sido así: autoritaria y
elitista. Ahora, cuando los Estados Unidos se sienten amenazados, hay más
necesidad que nunca de controlar esta parte del mundo donde se están fomentando
formaciones políticas de derecha, y han tenido bastante éxito. Termino diciendo
que hay signos de cambio en la región, que es un continente en disputa, la
región más importante para los Estados Unidos. Sin embargo, la incorporación de
México en los últimos años al ciclo progresista con Andrés Manuel López Obrador
y ahora con Claudia Sheinbaum, Gustavo Petro en Colombia, Xiomara Castro en
Honduras y el retorno del Frente Amplio al poder en Uruguay muestran avances.
En Brasil, Lula se sostiene a pesar de una coalición derechista que forma parte
de su gestión gubernamental. A pesar de la voracidad del imperio norteamericano
para acabar con nuestros intentos de independencia, creo que América Latina
saldrá airosa de este desafío. El nuevo contexto internacional, la era del
multipolarismo que llegó para quedarse, nos ofrece cierta protección. Garantiza
que algunas acciones escandalosas del pasado, como la invasión a República
Dominicana en 1965, no serían permitidas en el nuevo contexto internacional.
Eso me da un poco del optimismo de la voluntad del que hablaba Gramsci, aunque
siempre moderado por el pesimismo de la razón.