1 de julio de 2008

Consideraciones de Neruda, el irreverente

El poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) dejó a su muerte una serie de textos autobiográficos en donde narró no sólo los principales episodios de su vida, sino las circunstancias que rodearon la creación de sus poemas más famosos. De estas memorias -publicadas en 1974 con el nombre de "Confieso que he vivido"- se reproducen a continuación algunos párrafos que grafican su concepción del arte y de la poesía, pero también una pizca de su ideario político:

"De todos mis libros, 'Estravagario' no es el que canta más, sino el que salta mejor. Sus versos saltarines pasan por alto la distinción, el respeto, la protección mutua, los establecimientos y las obligaciones, para auspiciar el reverente desacato. Por su irreverencia es mi libro más íntimo. Por su alcance logra trascendencia dentro de mi poesía. A mi modo de gustar, es un libro morrocotudo, con ese sabor a sal que tiene la verdad".

"En las 'Odas elementales' me propuse un basamento originario, nacedor. Quise redescribir muchas cosas ya cantadas, dichas y redichas. Mi punto de partida deliberado debía ser el del niño que emprende, chupándose el lápiz, una composición obligatoria sobre el sol, el pizarrón, el reloj o la familia humana. Ningún tema podía quedar fuera de mi órbita; todo debía tocarlo yo andando o volando, sometiendo mi expresión a la máxima transparencia y virginidad".

"Porque comparé unas piedras con unos patitos, un crítico uruguayo se escandalizó. Él había decretado que los patitos no son material poético, como tampoco otros pequeños animales. A esta falta de seriedad ha llegado el verbococo literario. Quieren obligar a los creadores a no tratar sino temas sublimes. Pero se equivocan. Haremos poesía hasta con las cosas más despreciadas por los maestros del buen gusto".

"La burguesía exige una poesía más y más aislada de la realidad. El poeta que sabe llamar al pan pan y al vino vino es peligroso para el agonizante capitalismo. Más conveniente es que el poeta se crea, como lo dijera Vicente Huidobro, 'un pequeño dios'. Esta creencia o actitud no molesta a las clases dominantes. El poeta permanece así conmovido por su aislamiento divino y no se necesita sobornarlo o aplastarlo. Él mismo se ha sobornado al condenarse al cielo. Mientras tanto, la tierra tiembla en su camino, en su fulgor".

"Nuestros pueblos americanos tienen millones de analfabetos; la incultura es preservada como circunstancia hereditaria y privilegio del feudalismo. Podríamos decir, frente a la rémora de nuestros setenta millones de analfabetos, que nuestros lectores no han nacido aún. Debemos apresurar ese parto para que nos lean a nosotros y a todos los poetas. Hay que abrirle la matriz a América, para sacar de ella la gloriosa luz".

"Con frecuencia los críticos de libros se prestan a complacer las ideas de los empresarios feudales. En el año de 1961, por ejemplo, aparecieron tres libros míos: 'Canción de gesta', 'Las piedras de Chile' y 'Cantos ceremoniales'. Ni siquiera sus títulos fueron mencionados por los críticos de mi país en el curso de todo el año. Cuando se publicó por primera vez mi poema 'Alturas de Macchu Picchu', tampoco se atrevió nadie a mencionarlo en Chile. A las oficinas del periódico chileno más voluminoso, 'El Mercurio', un diario que se publica hace casi siglo y medio, llegó el editor del poema. Llevaba un aviso pagado que anunciaba la aparición del libro. Se lo aceptaron bajo la condición de que suprimiera mi nombre. —Pero si Neruda es el autor -protestaba Neira. —No importa -le respondieron. 'Alturas de Macchu Picchu" tuvo que aparecer como de autor anónimo en el anuncio. ¿De qué le servían ciento cincuenta años de vida a ese periódico? En tanto tiempo no aprendió a respetar la verdad, ni los hechos, ni la poesía".

"A veces las pasiones negativas contra mí no obedecen simplemente a un enconado reflejo de la lucha de clases, sino a otras causas. Con más de cuarenta años de trabajo, honrado con varios premios literarios, editados mis libros en los idiomas más sorprendentes, no pasa un día sin que reciba algún golpecito o golpeteo de la envidia circundante. Tal es el caso de mi casa. Compré hace varios años esta casa en Isla Negra, en un sitio desierto, cuando aquí no había agua potable ni electricidad. A golpes de libros la mejoré y la elevé. Traje amadas estatuas de madera, mascarones de viejos barcos que en mi hogar encontraron asilo y descanso después de largos viajes. Pero muchos no pueden tolerar que un poeta haya alcanzado, como fruto de su obra publicada en todas partes, el decoro material que merecen todos los escritores, todos los músicos, todos los pintores. Los anacrónicos escribientes reaccionarios, que piden a cada instante honores para Goethe, le niegan a los poetas de hoy el derecho a la vida. El hecho de que yo tenga un automóvil los saca particularmente de quicio. Según ellos, el automóvil debe ser exclusividad de los comerciantes, de los especuladores, de los gerentes de prostíbulos, de los usureros y de los tramposos. Para ponerlos más coléricos regalaré mi casa de Isla Negra al pueblo, y allí se celebrarán alguna vez reuniones sindicales y jornadas de descanso para mineros y campesinos. Mi poesía estará vengada".

Después del golpe militar en 1973, sus obras fueron marcadas por la censura. Hablar de Neruda y de su poesía bajo la dictadura de Augusto Pinochet se convirtió en un acto de traición al gobierno. "Isla Negra, como las otras casas de Neruda se cerró -dice Jennifer Ashley en 'Las casas de Pablo Neruda' (1994)-, silenciando la voz del poeta como se habían silenciado la voz de la oposición del gobierno de Pinochet. A pesar del letrero en frente de la casa que prohibía visitas, la gente seguía llegando. Leían la poesía de Neruda en voz alta, recitaban la lista larga de desaparecidos y escribían poemas de amor en la cerca, alrededor de la casa".
La casa de Isla Negra -convertida en museo- abrió sus puertas al público con la llegada de la democracia en 1990.