La actriz inglesa Fannie Anne Kemble (1809-1893), a raíz de su casamiento con un terrateniente de Georgia, Estados Unidos, escribió entre 1838 y 1839 un diario al que tituló "Journal of a residence on a Georgia plantation" ("Diario de residencia en una plantación de Georgia"), en cuyas páginas recogió las impresiones que le provocaban los esclavos negros que trabajaban en la propiedad de su esposo. Entre ellas, las más llamativas eran las causadas por unas desconcertantes canciones que los esclavos entonaban mientras hacían sus tareas. A ella le resultaba curioso y efectivo a la vez, el modo en que se articulaban esas canciones en las que el coro introducía el estribillo entre cada frase de la melodía entonada por el solista.
Se refería, sin duda alguna, a las "work songs" (canciones de trabajo), en las cuales un trabajador solista iba marcando el ritmo y sus compañeros esclavos le contestaban al unísono mientras arrancaban las hierbas malas en los campos de algodón. Las mismas canciones se oían en los arrozales, en los maizales y en los muelles, en donde, bajo el calor de un sol abrasador o en la húmeda neblina de las zonas pantanosas, donde cada movimiento suponía un terrible esfuerzo, las cuadrillas de esclavos trabajaban al ritmo de una canción. El vago sonido que llegaba hasta la casa del amo blanco lo tranquilizaba, pues tenía así la certeza de que sus esclavos estaban trabajando y rindiendo a pleno.
Las condiciones en que transcurría la vida de los negros en las plantaciones eran por lo general crueles: los esclavos recibían un trato inhumano y despiadado. Sin embargo, en algunos lados su existencia resultaba un poco más tolerable al haber patrones que, sin dejar de lado la rigurosidad acostumbrada, permitían a sus esclavos tener pequeñas reuniones los sábados por la noche, en donde algunos de ellos traían violines y guitarras y se ponían a tocar, mientras los demás marcaban el ritmo dando palmadas y golpes con los pies. En 1843, un periodista del "New York Evening Post" de nombre William Cullen Bryant (1794-1878), de visita en Carolina del Sur, aludió al tono singularmente salvaje y lastimero de las canciones de los esclavos en las plantaciones de maíz, al tiempo que un pastor inglés, el reverendo David McRae (1808-1873), manifestó su honda preocupación por la mezcla de dolor y alegría característica de los himnos negros, que describían a la vida como un continuo pesar y a la muerte como una liberación.
Si bien la importación de esclavos desde Africa se consideró ilegal a partir de 1808, de hecho siguió practicándose hasta la guerra civil de 1861/1865, e incluso en fechas posteriores de modo clandestino. El grandioso destino de prosperidad de la gran nación del Norte se estaba forjando a fuerza de brutalidad, inhumanidad y barbarie. Los africanos arrancados de sus lugares de origen y traídos a la fuerza a Norteamérica, demostraron a pesar de todo una increíble capacidad para sobrevivir en las condiciones más aniquiladoras. Sólo se los consideraba como una mercancía, no gozaban de ningún derecho y desempeñaban una función meramente productiva. Se les destruyó su cultura salvaguardando tan sólo aquellos aspectos que podían ayudarle en su trabajo. Así, aunque se eliminó su identidad tribal, se le respetaron aquellas habilidades que podían canalizarse en provecho del amo.
Este fue el caso de las canciones tradicionales con estructura solista-coro, que eran canciones de trabajo de origen africano y que seguramente escuchó Charlotte Forten (1837-1914), una joven maestra de color nacida libre en el Norte y que había llegado a Carolina del Sur con el propósito de instruir a los esclavos. En su diario personal anotó el 14 de diciembre de 1862 que unos horribles gritos la habían despertado aquel sábado por la noche, gritos que prosiguieron aún al día siguiente, domingo, cuando ella volvió de la iglesia dominada por un gran sentimiento de tristeza. "Casi todos parecían alegres y contentos -dice textualmente- y yo, sin embargo llegué a mi casa con el blues (depresión, tristeza, melancolía). Me tendí sobre la cama y, por primera vez desde que estoy aquí, me sentí muy sola y me apiadé de mí misma". Esta anotación es una de las primeras referencias al "blues" como estado de ánimo que han llegado hasta nosotros.
Lejanos estaban los días en que su influencia iba a ser tan grande que es difícil imaginarse gran parte de la cultura musical del siglo XX, el gospel, el bluegrass, el jazz, el boogie woogie, el rock & roll, el soul, el rhythm & blues, algunos ritmos latinoamericanos y hasta los gemidos de la cítara en las ragas hindúes, si no hubiese existido esta música que salió al mundo desde la minoría segregada que la había creado, para convertirse en la inspiración de la música popular de muchas sociedades que habitan hoy el planeta. Desde el profundo sur norteamericano y, tras recibir influencias de la música tradicional de los granjeros blancos que derivaba principalmente del folclore de Inglaterra e Irlanda, aquellas lastimeras canciones que entonaban los esclavos, fueron convirtiéndose en lo que hoy conocemos simplemente como "blues".
En 1912, y tras la publicación de "Memphis blues" del músico negro oriundo de Alabama William Christopher Handy (1873-1958), hizo su entrada definitiva en el campo de la música popular y, a pesar de las distintas formas de tocarlo (guitarra solista, guitarra y armónica, piano, grandes bandas, bronces, etc.) a través del tiempo ha permanecido invulnerable. Para algunas personas, posee un hechizo infinito, para otras simboliza la opresión de una minoría racial. Algunos negros lo consideran como parte integrante de una tradición llena de orgullo y otros, como el último resabio de las plantaciones, cargado de humillación. El blues puede interpretarse como música de protesta o como música de autocompasión. En todos y cada uno de estos casos, el significado del blues es diferente. Por supuesto, también existen personas que no le prestan la menor atención, pero desde cualquier punto de vista, el blues es, a la vez, un estado de ánimo y una música que se hace eco de éste. Es el lamento de los desamparados, el grito de independencia, la pasión desencadenada, la ira de los frustrados y la carcajada de los fatalistas; es la agonía de la indecisión, la desesperación de los que buscan trabajo, el dolor por la muerte de un ser querido y el agudo ingenio de los cínicos.
En sí mismo, el blues es la emoción personal del individuo que busca en la música un vehículo para expresarse. Pero también es una música social; el blues puede ser diversión, puede ser música para bailar y beber, música de clase dentro de un grupo segregado. El blues engloba todas estas cosas y a toda esta gente. Abarca desde la creación de los artistas famosos, cuyas grabaciones tienen amplia difusión, hasta la inspiración del hombre que sólo canta para sus amigos o incluso para sí mismo. Así pues, la historia del blues es tanto la historia de hombres y mujeres humildes, oscuros y sin pretensiones, como la historia de unas cuantas personas cuyos nombres alcanzaron la fama, lo que daría para escribir hojas y más hojas y para escuchar horas y más horas. Como sea que fuere, su omnipresencia es de tal magnitud que hoy transita libremente por todos los ritmos imaginables. Los caminos que propone el blues son indiscutiblemente ricos y numerosos.