En 1947 se publicó en París "Histoire du cinéma" (Historia del cine), obra de los historiadores y cineastas René Jeanne (1887-1969) y Charles Ford (1899-1942). Allí se cuenta con lujo de detalles el traumático paso del cine mudo al cine sonoro, un paso que fue resistido por varios de los grandes productores, directores y actores del momento. Los más representativos directores soviéticos, por ejemplo, redactaron en 1928 un manifiesto en contra del cine sonoro, que exigía que la utilización del sonido no perturbara los valores que habían defendido en sus montajes. Sergei Eisenstein (1898-1948), Grigori Alexandrov (1903-1983) y Vsievolod Pudovkin (1898-1948) auguraban el fin del cine como arte. En Hollywood, algunos decidieron retirarse, como Douglas Fairbanks (1883-1939) o Mary Pickford (1892-1979), y sólo continuaron produciendo.
Pocas estrellas del cine mudo pudieron reciclarse, quizás la única excepción fue Charles Chaplin (1889-1977), quien todavía en 1931 filmó la película muda "City lights" (Luces de la ciudad), cuando ya en 1927 Alan Crosland (1894-1936) había realizado "The Jazz singer" (El cantante de Jazz), considerada como la primera obra sonora, aunque la mayor parte era muda e incluía unas pocas secuencias sonoras. La primera producción cinematográfica completamente hablada fue "Lights of New York" (Luces de Nueva York) que Bryan Foy (1896-1977) filmó en 1928.
La incursión del sonido en las películas liquidó en apenas tres años la industria del cine mudo y a muchos de los actores y directores que formaban parte de él. Los actores que fueron incapaces de modular sus voces fueron sustituidos por actores de teatro. También los nuevos intereses económicos de la industria emergente contribuyeron a la retirada de profesionales para los que el cine sonoro no tenía cabida. "Algunos experimentos habían demostrado que las ondas sonoras se podían convertir en impulsos eléctricos -dicen Jeanne y Ford en la obra citada-. En el momento en que se logró grabar en el celuloide esa pista sonora, se hizo posible ajustar el sonido a la imagen, y por lo tanto hacer sonoro el cine. Cuando el cine sonoro demostró su rentabilidad, las películas mudas, a pesar de su arte, quedaron condenadas a pasar a la historia".
El reinado del cine mudo había durado 35 años. "El cine sonoro no era simplemente el cine mudo, esa unidad armoniosa completa por sí misma, a la que se le incorporaba el sonido -dice el crítico cinematográfico André Bazin (1918-1958) en 'Cinema and exploration' (Cine y exploración, 1967)-, sino una nueva forma de expresión que tenía que reconciliar lo real con lo irreal. Algunos directores de fotografía afirmaron que el cine sufrió un enorme retroceso al llegar el sonoro, pues limitó enormemente las posibilidades creativas del mismo, perdiendo cierta fluidez, creatividad y ritmo".
En 1928, Chaplin publicó en la "Motion Picture Herald Magazine" de New York, un artículo titulado "The gesture begins just where the word" (El gesto comienza donde acaba la palabra) en donde decía: "¿El cine sonoro? Pueden afirmar que lo detesto. Se dispone a estropear el arte más antiguo del mundo, el arte de la pantomima. Aniquila la gran belleza del silencio. Derriba el edificio actual de la pantalla, la corriente que ha creado las estrellas, los cinéfilos, la inmensa popularidad del cine, la atracción de la belleza. Porque la belleza es lo más importante del cine. La pantalla es pictórica. Imágenes. Mujeres y hombres encantadores en unas escenas adecuadas".
Enojado, el mítico Charlot amenazaba: "En mi nuevo film 'Luces de la ciudad' no usaré la palabra. No la utilizaré jamás. Sería fatal para mí. Y no alcanzo a entender por qué la utilizan quienes podrían prescindir totalmente de ella; Harold Lloyd, por ejemplo. Pero sí utilizaré un acompañamiento musical sincrónico y grabado. Es algo muy distinto, y de una importancia y un interés inestimable para nosotros".
Más adelante, definía con crudeza al cine sonoro: "El film hablado ataca las tradiciones de la pantomima que nos ha costado tanto esfuerzo introducir en la pantalla, y a partir de las cuales debe ser juzgado el arte cinematográfico. El film hablado destruye toda la técnica que hemos adquirido. Historia y movimiento se someten a la palabra para permitir una reproducción exacta de sonidos que la imaginación del espectador puede percibir. De manera insensible nuestro juguete se ha convertido en una forma de arte reconocida. Los actores saben que el objetivo no graba unas palabras, sino unos pensamientos y unas emociones. Han aprendido el alfabeto del movimiento, la poesía del gesto. Ahora el gesto comienza donde termina la palabra. Las emociones extremas del alma son mudas, animales, grotescas o de una belleza inefable. Piensen en el asesino que se desgarra a sí mismo cuando contempla al jurado. Piensen en una madre buscando la manito del niño que sostiene en sus brazos. En ambos casos, el objetivo nos saca del apuro. El cine no tiene ninguna relación con el teatro; quienes creen lo contrario se equivocan. Es totalmente original. En 'La quimera del oro' muestro un almohadón; las plumas blancas bailan sobre la pantalla negra. En el teatro es imposible conseguir ese efecto. Por otra parte, ¿qué podrían añadir las palabras a la vivacidad de la escena?".
También arremetío contra los productores de la Metro-Goldwyn-Mayer, la compañía que había nacido en 1924 de la fusión de la Metro Picture Corporation, la Goldwyn Picture Corporation y la Louis B. Mayer Pictures, firmes propulsores del nuevo cine: "El arte cinematográfico se parece a la música más que a cualquier otro arte. Cuanto más trabajo más me sorprenden sus posibilidades y más seguro estoy de que actualmente sabemos muy poco de ellas. Los productores afirman que el público está cansado de películas mudas, que reclaman films hablados, en color, estereoscópicos. Dicen sandeces y lo saben. Lo que el público quiere es diversión para una tarde. No puedo soportar las canciones filmadas o los aguafuertes de colores. Con el teatro ya tenemos una perfecta forma de arte tridimensional. Al trasladar las obras de teatro a la pantalla, el film hablado se convierte en un sucedáneo del teatro. Peor todavía, en un sustituto del arte teatral en lugar del propio arte. La falsificación de un arte más antiguo y más importante, solo posee el valor de una copia de un viejo maestro. No es más que un hábil facsímil facilitado por la perfección de un sistema mecánico".
"Mi confianza en el film mudo permanece intacta -insistía tozudamente Chaplin-. Estoy seguro de que debo mi éxito a mis dotes de mimo. No he llegado al cine procedente del drama severo como algunas estrellas actuales. A excepción de una aparición en un escenario londinense en el papel de Billy, ordenanza de Sherlock Holmes, solo participé en la famosa compañía Karno. Los espectáculos de Karno respetaban todas las tradiciones de la pantomima. Acrobacias y payasadas, risa trágica y compasiva, melancolía, sketches, danzas y juegos malabares sobriamente mezclados expresaban la incomparable comicidad inglesa. Aparecían ladrones de bicicletas, jugadores de billar, borrachos que vuelven a casa, clases de boxeo en los bastidores de un music-hall, ilusionistas que fallan sus trucos, cantantes que se disponen a cantar y no lo consiguen. Cada número se realizaba con esa impasibilidad que provoca indefectiblemente la risa.
Todos los efectos hacían blanco con tanta seguridad como el puño de un gran boxeador. Todas las estratagemas sacudían al público como un cañonazo. Era imposible mejor escuela para un mimo de la pantalla, pues la esencia del cine es el silencio. En mis films yo no hablo jamás. No creo que mi voz pueda añadir nada a cualquiera de mis comedias. Al contrario, destruiría la ilusión que quiero crear, la de una pequeña silueta que simboliza la extravagancia, la de un ilusionista, no de un personaje real, sino una idea humorística, una abstracción cómica. Si mis comedias mudas siguen divirtiendo por una tarde al público, me sentiré totalmente satisfecho".
A pesar de las diatribas contra el cine sonoro, dejó sus vacilaciones de lado y filmó en 1936 "Modern times" (Tiempos modernos), una visión cruda de las condiciones de trabajo de la clase obrera norteamericana; en 1940 "The great dictator" (El gran dictador), una genial sátira del nazismo; en 1942 "The gold rush" (La quimera del oro), una versión sonora de su film de 1925 con otra música y narración del propio Chaplin; en 1947 "Monsieur Verdoux" (El señor Verdoux), un film de humor diabólico que se constituyó en una amarga sátira y una violenta crítica social; y en 1952 "Limelight" (Candilejas, 1952), su último y melancólico film norteamericano en el que compartió cartelera con el genial Buster Keaton (1895-1966).
Para entonces la persecución emprendida por el temible Comité de Actividades Antiamericanas se hizo insostenible para Chaplin, quien partió rumbo a Europa. Allí filmaría sus últimas películas: "A king in New York" (Un rey en Nueva York, 1957), una parodia de sus dificultades políticas que lo llevaron a exiliarse, y "A countess from Hong Kong" (La condesa de Hong Kong, 1967), una película que la crítica no respaldó y fracasó comercialmente.