8 de julio de 2008

El arte es un milagro, dijo Fellini

Federico Fellini, guionista y director de cine italiano, nació en Rímini el 20 de enero de 1920. En 1939 se instaló en Roma, donde trabajó como periodista, escritor y dibujante. Su primera incursión en el mundo del cine fue en 1939, escribiendo los guiones de varias películas de Mario Mattoli (1898-1980) y Mario Bonnard (1889-1965), aunque la notoriedad llegó en 1945 cuando colaboró con el director Roberto Rosellini (1906-1967) en el guión de "Roma, cittá aperta" (Roma, ciudad abierta). Después trabajó como guionista y ayudante de dirección de diversas películas antes de codirigir con Alberto Lattuada (1914-2005) "Luci di varietá" (Luces de variedades) en 1950.
A partir de allí comenzó una larga y fructífera carrera como director filmando piezas de antología como "La strada"
(1954), "La dolce vita" (1960), "Fellini Satyricon" (1969), "Amarcord" (1973) y "Casanova" (1976). En la base de su estética cinematográfica se encuentra la escritura como punto de partida de la creación artística y la construcción literaria de la narración en imágenes. Fellini fue uno de los muy escasos directores que casi siempre trabajaron con guiones originales.
De sus numerosísimas entrevistas han quedado algunas consideraciones muy valiosas:

"Una obra de arte surge en la forma que sólo le es propia a ella; considero monstruosa, ridícula, perversa cualquier tipo de transposición. Por lo general, prefiero material original, escrito especialmente para el cine. Creo que el cine no necesita en absoluto de la lite­ratura, sólo necesita autores cinematográficos, es decir, personas que se expresen en ritmos y cadencias que son propios del cine. El cine es un arte autónomo, que no depende de transposiciones a un nivel que, en el mejor de los casos, será siempre sólo ilustrativo. Toda obra de arte vive en la dimensión en la que fue concebida y encontró su expresión. ¿Qué se encuentra en un libro? Situaciones. Pero las situaciones en sí no tie­nen ningún significado. Lo que cuenta es la emoción con la que se las representa, la fantasía, la atmósfera, la luz, es decir, en última instancia, la interpretación de estos hechos. Y la interpretación literaria de los hechos no tiene nada que ver con su interpretación fílmica. Son dos medios de expresión totalmente diferentes".

"No voy nunca al cine, pero cuando voy, sólo me interesa la historia de fondo. Nunca presto atención a los movimientos de la cámara, a los primeros planos. No conozco los clásicos del cine (y sé que no debería confesarlo). De niño me gustaba ir al cine por el am­biente: me gustaba el ruido de la sala, el olor a pipí de niño, la salida de emergencia, y el mo­mento en que la gente, después de la película, llegaba a la calle, ver a los hombres y las mujeres aturdidos todavía por el espectáculo y sorprendidos por el frío, en cierto ambiente de fin del mundo, de desaire".

"En el cine los diálogos no son importantes para mí. La utilidad del diálogo es únicamente fa­cilitar información a los espectadores, y creo que en el cine es mejor utilizar otros elementos pa­ra eso, como la iluminación, los objetos, el decorado en que se produce la acción, porque contie­nen mucha más carga de expresión que una serie de páginas y más páginas de diálogos".

"No podría haber vivido sin hacer películas. Si hay que tener remordimientos (cosa que, entre paréntesis, no creo), yo tengo el remordimiento de no haber hecho más películas. Quisiera ha­ber hecho de todo lo que se mira: documentales, anuncios publicitarios, emisiones infantiles, funciones de títeres en los jardines públicos".

"La imbecilidad y la mediocridad de los productores de cine me han ayudado, en definitiva, a tomar conciencia sobre la naturaleza y la importancia de mi trabajo y a buscar un equilibrio sin el cual habría caído en un idealismo, en un desconocimiento de los problemas prácticos de cada día, a veces muy tontos, que constituyen la realidad del cine".

"¿Ha pasado alguna vez toda una tarde de domingo delante del televisor? A través de las diversas emisiones circula una atmósfera de relajo dominical llena de buena voluntad, una especie de ambiente de fiesta. Pero todo eso subraya ejemplarmente el carácter lúgubre, depresivo e hipnótico que caracteriza a todos los espacios televisivos. Y el telespectador cae en un tipo de distracción propio de un atardecer irreal y tonto, como el que se vive en las salas de conversa­ción de los asilos, los hospitales, los hospicios y los demás sitios en los que la vida ha quedado en cierto modo interrumpida, alienada, decepcionada, ausente".

"El compromiso y la militancia política creo que impiden el desarrollo integral de las personas. Mi antifascismo es biológico. No podré olvidar jamás el aislamiento en que estuvo Italia durante veinte años. Hoy tengo una profunda aversión -y en este punto sé que soy vulnerable- hacia todas las ideas que pueden traducirse en fórmulas políticas. Estoy comprometido con la independencia respecto a los partidos. Y eso que me encanta comprometerme a fondo con las cosas frivolas y de hecho me comprometo muy a fondo con todo lo que hago".

"Nunca he descripto más que derrotas. ¿Mis películas, qué otra cosa son? Pero al finalizar, aún cuando terminen mal, uno ha cobrado nuevas fuerzas. Creo que el arte es esto, la posibilidad de transformar la derrota en una victoria, la tristeza en felicidad. El arte es un milagro".

Después de filmar dos docenas de películas y obtener cinco premios Oscar e innumerables distinciones en diversos festivales, el que fuera uno de los fundadores del neorrealismo cinematográfico falleció en Roma el 31 de octubre de 1993.