12 de julio de 2008

Moliere: la comedia como fruto de la aguda observación

Jean Baptiste Poquelin, fue uno de los grandes artistas franceses que, tomando a la naturaleza por objeto y a la razón por guía, fundaron el esplendor literario de la Francia de la segunda mitad del siglo XVII en una media centuria de insuperable plenitud.
El Rey Sol, Luis XIV (1638-1715) vivía en la pompa de Versalles rodeado de una aristocracia obsecuente y deslumbrada. En torno al monarca se había formado una increíble unidad de gustos: los artistas, los intelectuales, la nobleza y la alta burguesía coincidían en todo con el monarca, salvo en la estimación del descarado comediante y autor que había adoptado el nombre de Moliere. Mientras el rey lo aplaudía, le sugería escenas y lo protegía, los cortesanos lo aborrecían, las damas y los pedantes lo injuriaban, los críticos lo negaban, sus colegas lo combatían y los devotos clericales advocaban a los poderes infernales para que lo castigasen. A pesar de todo, el comediante, autor y actor de sus propias obras, alcanzó una popularidad envidiable y envidiada.Moliere inició su carrera tea­tral en prisión por deudas (su Théâtre Troupe entró en bancarrota y asediado por los acreedores fue encarcelado), la prosiguió bajo la prohibi­ción y la polémica, y la terminó enterrado en secreto, de noche, casi sin ceremonias, en presencia de su mujer y unos pocos amigos. Había pintado con rasgos agudos los vicios y ridiculeces de sus contemporáneos; había definido algunos tipos inmortales producto de la más miserable condición humana; había creado un mundo cómi­co y dado un nuevo sentido a la hilaridad reflexiva; había amado con desprecio de maledicencias y tabúes y había formulado un realismo crítico y social. Pero el reconocimiento llegaría en Francia muchos años después; sus contemporáneos no se lo perdonaron jamás.
Nació el 15 de enero de 1622 en París, cuando ya vivían y escribían Lope de Vega (1562-1635) y Calderón de la Barca (1600-1681), y Miguel de Cervantes (1547-1616) y William Shakespeare (1564-1616) acababan de fallecer. Murió el 17 de febrero de 1673 casi sobre el escenario del Teatro del Palais Royal, representando su úl­tima comedia: "Le malade imaginaire" (El enfermo imaginario), pues en las escenas fi­nales del tercer intermedio sintió los pri­meros síntomas del mal que muy pocas horas más tarde, tras un vómito de sangre, acabaría con su vida.
Durante los cincuenta y un años que duró su vida, dominados por los cardenales Armand Richelieu (1585-1642) y Giulio Mazarino (1602-1661), el español Tirso de Molina (1583-1648)había escrito "El burlador de Sevilla"; el inglés John Milton (1608-1674), "Paradise lost" (El paraíso perdido); Jean de La Fontaine (1621-1695), sus "Fables" (Fábulas) y Blaise Pascal (1623-1662), sus "Pensées" (Pensamientos). Moliere, por su parte, en sólo quince años, los que fueron de 1658 -en que realmente inició su gran carrera de autor ante el rey, a 1673 -en que murió- creó un mundo, el de la comedia, entre los más grandes de la dramaturgia universal.
Su obra abarcó títulos como "La jalousie du Barbouillé" (Los celos de Barbouillé), "Le médecin volant" (El médico volante), "Les contretemps" (Los contratiempos), "Le dépit amoureux" (El desdén amoroso), "Les precieuses ridicules" (Las preciosas ridículas), "Le cocu imaginaire" (El cornudo imaginario), "Le prince jaloux" (El príncipe celoso), "L'école des maris" (La escuela de los maridos), "L'école des femmes" (La escuela de las mujeres), "Le Tartuffe" (El Tartufo), "Don Juan ou le festín de pierre" (Don Juan o el festín de piedra), "Le médecin malgré luí" (El médico a palos), "L'avare" (El avaro), "Le bourgeois gentilhomme" (El burgués gentilhombre), "Les amants magnifiques" (Las amantes magníficas) y "Le misanthrope" (El misántropo), entre las más renombradas.
El hecho de que después de cumplirse más de trescien­tos años de su muerte estén vivas, se representen y conserven su fuerza satírica muchas de estas piezas, proclama la altísima jerarquía de Moliere en la historia del teatro occidental. "Yo quisiera saber -escribía Moliere-, si la máxima regla de todas las reglas no es gustar, y si una pieza de teatro que ha logrado su objeto no ha seguido el buen camino". Sostenía así, como después lo hicieron otros autores aplau­didos por el público y desaprobados por la crítica, el derecho del creador a tratar de gustar por encima de las reglas, bus­cando directamente las suyas en la vida.
Para Moliere, la finalidad de la comedia era pintar a sus contemporáneos al natural, describir sus costumbres. Sus persona­jes eran fantasmas en los que su imaginación agrupaba dispersos caracteres producto de una profunda obser­vación. Su comicidad no se apoyaba en el juego de palabras, como se estilaba en su tiempo, sino en la comicidad que surgía de esa observación, una estética que supuso un avance sobre el teatro de su época. Aparecieron así en sus comedias los tipos más peculiares, las gentes del pueblo inocentes y astutas a la vez, los criados y las sirvientas prestos a intrigar en favor de sus jóvenes señores, los burgue­ses, los pedantes, los enriquecidos, los nobles provincianos y los cortesanos corrompidos y corruptores, dados a la adulación y a la intriga. Estos seres ocultaban bajo su apariencia versátil una esencia, una condición, una naturaleza que les era propia, y esos personajes fueron universales y eternos. Cambiaron sus vestidos, sus costumbres, la sociedad en que se movían, pero reaparecieron bajo otros nombres y otros rasgos externos en las literaturas posteriores.
La técnica teatral de Moliere estableció un positivo paso adelante en la escena francesa. Sin conceder demasiada im­portancia a la intriga y a los incidentes, se dedicó a presen­tar las situaciones en las que los personajes se encontraban enfrentados con la vida corriente, creando una dinámica teatral que le debía mucho a la comedia italiana, aquella que se basaba en errores, besos equivo­cados, ceremonias ridículas y hábiles trucos mecánicos. Pero sobre esa admirable riqueza técnica aprendida en sus trece años de actor/autor por las provincias, el valor de Moliere residía en la facilidad con que producía los contrastes cómicos. El ridículo fue el castigo que -a través de sus personajes- impuso a los hombres que, negando su naturaleza, trataban de singularizarse entre sus semejantes, ya fuese por pedantería, por ignorancia, por irreligio­sidad, por fingida devoción o por hipocresía.
"El enfermo imaginario", considerada inmoral por la Iglesia, fue escrito por Moliere enfermo y conocedor de su próxima muerte. Animado por el rey y por una de sus favoritas, Françoise de Rochechouart (1640-1707), conocida en la corte como Madame de Montespan, el actor-autor acumuló sus invectivas con­tra los médicos y la medicina. Los rasgos más crueles de esta profesión, que considera "una de las más grandes locuras de los hombres", burbujeaban a lo largo de la pieza. Las des­venturas del hipocondríaco que se imagina padecer las peores enfermedades, rodeado de médicos ignorantes y fatuos, cuyos nombres -como era habitual en Moliere- eran fuer­temente caricaturescos, y en contraste con su alegre criada que gozaba de la vida, lograron hacer una obra llena de felices observaciones costumbristas en la que el escritor satis­fizo no pocos rencores personales sin presentir su propia muerte. El boticario, el médico, el notario, fueron las claves de su humor, de sus transparentes argucias para convertir sus perso­najes en prototipos.
Estos personajes caricaturizados no perdonaron jamás a Moliere. "La escuela de las mujeres" le valió acusaciones de licencioso e impío. Las cortesanas se rebelaron con­tra "Las preciosas ridiculas", y los aristócratas contra "Don Juan". En cuanto al "Tartufo", pese a la protección real, fue prohibido por el arzobispo de París y siempre resultó muy difícil de representar. Por otro lado, el matrimonio de Molie­re, cuarentón, con la comediante Armande Bejart (1642-1700), veinte años menor que él, le acarreó las peores desventuras. Tenido por impío, licencioso y rebelde, recibió casi secreta sepultura. De hecho, durante mucho tiempo nadie supo dónde reposaban sus restos. Hoy en día, descansan en el cementerio de Pére Lachaise de París. En su lápida puede leerse: "Aquí yace Moliere, el rey de los actores. En este momento hace de muerto, y de verdad que lo hace bien".