24 de octubre de 2011

Sobre la novela (23). Ernesto Sabato y la expresión metafísica de la realidad


A Ernesto Sabato (1911-2011) muchos lo consideran un escritor extraordinario y otros tantos no le dan ningún valor. Tal vez su posicionamiento en el área política -con su tránsito por el Partido Comunista, o los epítetos "demagogo", "resentido social" y "epígono de la doctrina nazi" con que solía acompañar el nombre de Perón, o su fluctuante postura ante cada una de las dictaduras militares que gobernaron la Argentina- haya incidido de manera tajante en la consideración de su importancia dentro de la literatura argentina. Para algunos es mucho más valiosa su obra ensayística que su obra de ficción, compuesta por sólo tres novelas que alcanzaron una notable repercusión internacional. Un caso similar, si se quiere, al del mexicano Juan Rulfo (1917-1986), quien con una novela y libro de cuentos también alcanzó prestigio mundial, sólo que jamás tuvo una posición política tan determinada. "La vida es heroica -dijo Sabato alguna vez- porque es muy dura, muy ardua, a veces terrible y asqueante; pero lo valioso es perdurar en un mundo imperfecto". Quien para la escritora Ana María Shua (1951) fue "el escritor más sobrevalorado y más subestimado de la literatura argentina", dejó una obra consistente y no puede ser dejada de lado de ninguna manera. Así por lo menos lo entiende el teórico y crítico literario Noé Jitrik (1928), quien tras la muerte del autor de "Sobre héroes y tumbas", estimó que se cerraba "un período importante de la literatura argentina, ya que aparece como el momento de la mayor solidez de la narración. Perteneció a ese núcleo o pelotón encabezado por Borges, pero donde hubo otros escritores muy sólidos y dueños de un gran oficio. Su universo puede ser caracterizado críticamente como una revelación de un aspecto de la vida aunque para otros no era así". El Sabato ensayista dejó nutridos y valiosos pareceres sobre el género novelístico. Así lo hizo, por ejemplo, en "Heterodoxia", en "El Escritor y sus Fantasmas" y en "Entre la letra y la sangre". De allí provienen los textos que siguen a continuación.

METAFISICA Y COSMOVISION

¿Qué es la novela? Ideológica o neutra, filosófica o candorosa, gratuita o comprometida, fue tantas cosas opuestas entre sí, tuvo y tiene una complejidad tan indescifrable que sabemos lo que es una novela si no nos lo preguntan, pero comenzamos a titubear cuando lo hacen. Pues, ¿qué puede haber de común entre obras tan dispares como "El Quijote", "El proceso", "Werther" o el "Ulises" de Joyce? El tema de lo que es la novela y en particular lo que es la novela en nuestro tiempo sigue siendo en Europa y entre nosotros motivo de discusión, y principalmente por dos causas: la vitalidad de este género literario, más vivo que nunca a pesar de todos los vaticinios funerarios, y su versatilidad o impureza. Para mí la novela es como la historia y como su protagonista, el hombre: un género impuro por excelencia. Resiste cualquier clarificación total y desborda toda limitación. 
En la ficción ensayamos distintos caminos, lanzando al mundo personajes que parecen ser de carne y hueso, pero que apenas pertenecen al universo de los fantasmas. Entes que realizan por nosotros, y de algún modo en nosotros, destinos que la única vida nos vedó. La novela concreta pero irreal, es la forma que el hombre ha inventado para escapar a ese acorralamiento. Forma casi precaria como el sueño, pero al menos más voluntariosa. Esta es una de las raíces de la ficción. La otra sea, acaso, esa ansia de eternidad que tiene la criatura humana; otra ansia incompatible con su finitud. La búsqueda del tiempo perdido, el rescate de alguna infancia o alguna pasión, la petrificación de un éxtasis. Otro simulacro, en suma.



Poniendo entre paréntesis los interminables dilemas, limitándose a una simple descripción del fenómeno novela, tal como es, tal como la historia lo muestra y no tal como cada uno de nosotros lo imagina culminando en nuestra propia obra, por vanidad o por miopía, o por las dos cosas juntas, puede decirse que la novela es una historia parcialmente ficticia, puesto que en "La guerra y la paz" también hay historia verdadera; es un tipo de creación espiritual en que, a diferencia de la científica o filosófica, las ideas no aparecen al estado puro, sino mezcladas a los sentimientos y pasiones de los personajes; es un tipo de creación en que, también a diferencia de la ciencia y la filosofía, no se intenta probar nada: la novela no demuestra, muestra; es una historia (parcialmente) inventada en que aparecen seres humanos, seres que se llaman "personajes", aunque según la época, el gusto y la mentalidad de su tiempo, esos personajes o caracteres van desde corpóreos y sólidos seres que se parecen mucho a los que vemos en la calle hasta transparentes individuos a veces designados por misteriosas iniciales, que sólo parecen ser portadores de ciertas ideas o estados psicológicos (Kafka); es, en fin, una descripción, una indagación, un examen del drama del hombre, de su condición, de su existencia, pues no hay novelas de objetos o animales, sino, invariablemente, novelas de hombres. Fuera de estos caracteres no creo que se pueda agregar nada importante, sino retorcidas y arrogantes definiciones.
La novela de hoy se propone fundamentalmente una indagación del hombre, y para lograrlo el escritor debe recurrir a todos los instrumentos que se lo permitan, sin que le preocupen la coherencia y la unicidad, empleando a veces un microscopio y otras veces un aeroplano. Sería ridículo examinar un microbio a simple vista y un país con un microscopio. La tarea central de la novelística de hoy es la indagación del hombre, lo que equivale a decir que es la indagación del mal. El hombre real existe desde la caída. No existe sin el demonio: Dios no basta. La literatura no puede pretender la verdad total sobre esta criatura, pues, sin ese censo del infierno. Nuestra época ha sido una nueva exaltación del yo. Una novela de Faulkner se llama "Mientras yo agonizo". Otra, "El sonido y la furia" pues ya no es necesario, ni siquiera conveniente, que el mundo sea relatado por un novelista omnisciente y omnipotente sino que puede ser, como dice Shakespeare que es la vida, "un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia". La palabra novela representa hoy algo bastante diverso a lo que representaba en la pasada centuria. Y no es tanto que el escritor no pueda trascender su propio yo, para realizar una descripción objetiva de la realidad: es que no le interesa más. O, por lo menos, no le interesaba hasta hace muy poco tiempo, en que ha comenzado a surgir una nueva síntesis espiritual a que asistiremos como superación de la crisis contemporánea.  


La novela del siglo XX no sólo da cuenta de una realidad más compleja y verdadera que la del siglo pasado, sino que ha adquirido una dimensión metafísica que no tenía. La soledad, el absurdo y la muerte, la esperanza y la desesperación, son temas perennes de toda la gran literatura. Pero es evidente que se ha necesitado esta crisis general de la civilización para que adquieran su terrible vigencia. Ahora, cuando las guerras totales y los totalitarismos nos han traído el caos universal, la novelística busca inconscientemente una nueva tierra de esperanza, una luz en medio de las tinieblas, una tierra firme en medio de la gigantesca inundación. Se ha destruido demasiado. Y cuando lo real es la destrucción lo novelesco no puede ser sino la construcción de alguna nueva fe. Si esta tesis es correcta, no es arriesgado suponer que en los años próximos la novela que más resonancia tenga en el corazón de los hombres sea la que, de alguna manera, sea capaz de suscitar una nueva pero genuina esperanza.
En toda gran novela, en toda gran tragedia, hay una cosmovisión inmanente. En cualquiera de los creadores capitales hay una "weltanschauung" (concepción del mundo), aunque más justo sería decir una "visión de mundo", una intuición del mundo y de la existencia del hombre; pues a la inversa del pensador puro, que nos ofrece en sus tratados un esqueleto meramente conceptual de la realidad, en las novelas no se demuestra nada, como en cambio hacen los filósofos o cientistas: se muestra una realidad. Pero no una realidad cualquiera sino una elegida y estilizada por el artista según su visión del mundo, de modo que su obra es de alguna manera un mensaje, significa algo, es una forma que el artista tiene de comunicarnos una verdad sobre el cielo y el infierno, la verdad que él advierte y sufre. No nos da una prueba, ni nos demuestra una tesis, ni hace propaganda por un partido o una iglesia: nos ofrece una significación. Lo que diferencia a una gran novela de una simple crónica es que en la gran novela asistimos a una visión del mundo, a una concepción de la existencia humana. A veces implícitamente, como sucede en "Luz de agosto" en que está tácita la concepción protestante del drama humano.
La novela, con respecto a la realidad, tiene una existencia paradójica. La paradoja de la creación novelística consiste en que el escritor debe dar en una obra que es forzosamente finita, una realidad que es fatalmente infinita. Para lograrlo no puede recurrir al corte sino a la recreación; y debe proceder con aquella carta de amor de modo parecido a las falsas perspectivas que usan los escenógrafos, que son falsas precisamente para dar la sensación de la verdad. Es imposible transcribir la riqueza infinita de la realidad en una novela, una estatua o un drama. Precisamente la obra de arte es el intento de dar, en forma finita, la infinita realidad. Es característico de una buena novela que nos arrastre a su mundo, que nos sumerjamos en él, que nos aislemos hasta el punto de olvidar la realidad. ¡Y sin embargo es una revelación sobre esa misma realidad que nos rodea! En suma: si por realidad entendemos, como debemos entender, no sólo esa externa realidad de que nos habla la ciencia y la razón sino también ese mundo oscuro de nuestro propio espíritu (por lo demás infinitamente más importante para la literatura que el otro), llegamos a la conclusión de que los escritores más realistas son los que en lugar de atender a la trivial descripción de trajes y costumbres describen los sentimientos, pasiones e ideas, los rincones del mundo inconsciente y subconsciente de sus personajes; actividad que no sólo implica el abandono de ese mundo externo sino que es la única que permite darle su verdadera dimensión y alcance para el ser humano; ya que para el hombre sólo importa lo que entrañablemente se relaciona con su espíritu: aquel paisaje, aquellos seres, aquellas revoluciones que de una manera u otra ve, siente y sufre desde su alma.
Por su capacidad totalizadora, por la misma hibridez que tiene la novela -que está en la mitad del camino entre las ideas y las emociones- la novela está destinada a dar la síntesis. Al menos, claro está, en las más vastas y profundas creaciones. No quiero decir que cualquier novelista lo logra. Pero en esas novelas cumbres de las décadas anteriores, en "La montaña mágica" de Thomas Mann, o en "Ulises" de Joyce, se da la integración de la conciencia y de la inconsciencia de la intuición y del concepto, de las pasiones y de las ideas. Es decir, no se manifiesta el mundo sin el Yo y el Yo sin el mundo. Está lo objetivo y lo subjetivo, está todo integrado.


Una novela profunda no puede dejar de ser metafísica. Por debajo de los problemas familiares, económicos, sociales y políticos están siempre debatiéndose los problemas últimos del hombre: angustia, el deseo de poder, la perplejidad, el temor ante la muerte, la existencia, etcétera. Si se pudiera escribir una novela sólo de cosas, de relojes, puertas y piedras, sin hombres, entonces sí sería posible una novela exenta de metafísica. Pero ya que toda novela trata sobre hombres, y el hombre es un animal metafísico por excelencia, sólo un escamoteo radical, una mixtificación básica, podría ofrecer una novela ametafísica. El error consiste en creer que la metafísica únicamente se encuentra en vastos y oscuros volúmenes escritos por profesores, cuando, como dijo Nietzsche, la metafísica está en la calle. El bien y el mal, la muerte, el destino, no son problemas abstractos sino que están unidos a la suerte del hombre concreto, ese hombre que habita en la realidad y en la ficción. ¿Cómo puede eludir la metafísica una novela profunda? Nuestra época acentúa el carácter metafísico de la ficción, al mismo tiempo que atenúa el costumbrismo y el folklore. No porque la novela se haga cosmopolita, ni porque adquiera los mismos atributos del bridge, las playas internacionales o los grandes hoteles de París o Buenos Aires; sino porque va alcanzando la universalidad por abajo, por el vasto subsuelo de los misterios metafísicos. Es claro que esto ha podido darse en nuestro tiempo, al quedar libre la novela de los prejuicios cientificistas que pesaron en los escritores del siglo pasado y al dar así libremente no sólo el testimonio del mundo externo y sus estructuras racionales, tal como la prestigiosa ideología recomendaba, sino también la expresión del mundo interior y de las regiones más oscuras del ser, incorporando a sus dominios lo que antes estaba reservado a la magia y la mitología.


La novela tuvo esa inclinación totalizadora, pero no se ha podido dar cabalmente hasta nuestra época, al quedar libre de los prejuicios de la ciencia. Claro, la ciencia gozó de tanto prestigio en el pasado, sobre todo en el siglo XVIII y XIX, que influyó todo, incluso a sus propios enemigos; porque en definitiva, la novela es por naturaleza enemiga de la ciencia. El pensamiento científico aparece en Balzac a cada momento y lo mismo -la idea candorosa- por otro lado, de hacer novelas experimentales, que es muy fuerte en Zola. En fin, de todos modos, recién hoy, cuando filosóficamente hemos superado esta idolatría científica, los grandes autores pueden realmente presentar por primera vez esta visión integradora del hombre. Hoy no sólo la novela está en condiciones de dar testimonio del mundo externo y de las estructuras racionales, sino que puede expresar también el mundo interior. Pues además de los aspectos que eran propios de la novela del siglo pasado, incorporan hoy dominios que en otros tiempos estuvieron reservados a la magia y a la mitología. Y eso tiene su significación, porque a medida que se desarrolló esta cultura racionalista, a medida que la mitología y los fantasmas modernos fueron echados a puntapiés por la puerta, con la ayuda de la filosofía ilustrada, que sólo creía en la razón, esos fantasmas que viven eternamente en el ser humano, entraron por la ventana en la forma de la novela. La novela es así, un fenómeno de Europa o del ámbito de la cultura europea, a la cual pertenecemos, y es el correlato exacto de nuestra cultura occidental. En fin, la novela totalizadora es la culminación de este género que empieza más o menos con Cervantes.
La novela, como ya dije, es un género con dos fases, participa del mundo luminoso como del mundo oscuro. Y puede darnos, y en realidad nos está dando, la gran síntesis. La novela tiene hoy no sólo la misión de expresar o revelar la crisis de nuestro tiempo, sino que está realizando una auténtica obra de salvación del hombre concreto. A mi modo de ver, éste es su sentido trascendente y antropológico. La labor máxima del espíritu humano, que es el rescate de la criatura integral, está a cargo, precisamente de la novelística, pues únicamente la novela puede dar cabida integral al pensamiento puro, a los sentimientos y pasiones, al sueño y al mito. En otras palabras: una auténtica antropología sólo puede lograrse en la novela, siempre claro está, que ensanchemos el género. Se puede decir que el destino definitivo de este género es el de dar una visión totalizadora desempeñando a la vez el papel que en otro tiempo tuvieron la narración y la epopeya, el mito y la poesía, las confesiones y el ensayo.