2 de agosto de 2012

El influjo de William Faulkner (2). Harold Bloom

Fue a partir de 1929 con "El sonido y la furia" -novela de marcado tono experimental- que el talento de Faulkner obtuvo reconocimiento y un cierto éxito literario. Ese experimentalismo, tanto genial como inaccesible, continuó apareciendo en sus novelas durante la siguiente década, época en la cual escribió "Santuario", la que mejor se vendió, y "Luz de agosto" que, para la crítica especializada, está entre sus mejores novelas tal vez por ser la menos atrevida en el uso de su laberíntica técnica narrativa. A ésta le siguieron "Pylon" (Pilón), "The unvanquished" (Los invictos), "Absalom, Absalom!" (¡Absalón, Absalón!), "The wild palms" (Las palmeras salvajes), "The hamlet" (El villorrio), "Go down, Moses" (Desciende, Moisés) e "Intruder in the dust" (Intruso en el polvo), todas ellas publicadas antes de la obtención del Premio Nobel en 1949. La complejidad de su obra fue muy discutida, tanto por otros escritores (Faulkner casi no leía a sus contemporáneos y jamás frecuentó los círculos literarios) como por los medios (Faulkner despreciaba la crítica y odiaba las entrevistas). Ernest Hemingway (1899-1961), por ejemplo, se burló de su condado de "Octanawhoopoo" agregando que "todo lo que se necesita para escribir como él lo hace es un cuarto de whisky, el suelo de un granero y un total desprecio por la sintaxis". Carson McCullers (1917-1967) agregaría: "Tengo más para decir que Hemingway y, Dios lo sabe, lo digo mejor que Faulkner". Más crueles fueron dos escritoras nacidas en su misma patria sureña: Flannery O'Connor (1925-1964) confesó que "ni intento acercarme a él para que mi pequeño bote no se empantane. Su sola presencia entre nosotros constituye una gran diferencia en cuanto a lo que un escritor puede o no permitirse hacer"; y Katherine Anne Porter (1890-1980) lo describió como "un viejo gallo de riña que ya cansa con esa postura de anti-intelectual y anti-literato". "The New Yorker" fue durísimo en 1936 con "¡Absalón, Absalón!" a la que definió como "la novela más consistentemente aburrida de la última década"; y el suplemento de libros del "The New York Times" concluyó que "difícilmente podrá culparse al crítico si algún imperativo categórico que aún persiste en la condición humana (incluso en nuestros días) le obliga a situar a esta obra en un lugar elevado entre las obras mediocres" refiriéndose a "Mientras agonizo". Hoy, a medio siglo de su muerte, las obras de Faulkner se reeditan y ha empezado a considerársele no ya como una curiosidad regional sino como un gigante literario cuya mejor escritura iba mucho más allá de las tribulaciones y conflictos de su tierra natal. 

Harold Bloom (1930). Escritor y crítico literario estadounidense. Es una de las personalidades más influyentes dentro del mundo de la crítica literaria, acaso la más famosa y reconocida internacionalmente. Profesor de Humanidades en la Universidad de Yale y de Inglés en la Universidad de Nueva York, es autor de una treintena de ensayos que renovaron los estudios literarios. El primero apareció en 1959: "Shelley's mythmaking" (La creación de mitos en Shelley), al que siguieron, entre otros, "The visionary company. A reading of english romantic poetry" (La compañía visionaria. Una lectura de la poesía romántica inglesa), "The anxiety of influence. A theory of poetry" (La ansiedad de la influencia. Una teoría de la poesía), "A map of misreading" (Mapa de las lecturas erróneas), "Blake's apocalypse" (El apocalipsis de Blake),  "Deconstruction and criticism" (Deconstrucción y crítica), "Hamlet. Poem unlimited" (Hamlet. Poema ilimitado), "The western canon" (El canon occidental), "Yeats" y "Shakespeare. The invention of the human" (Shakespeare. La invención de lo humano). En 2000 publicó "How to read and why" (Cómo leer y por qué) ensayo en el que explora de un modo sencillo y directo la gran literatura, ofreciendo un pormenorizado análisis de las obras literarias fundamentales. Uno de sus capítulos lo dedicó a "Mientras agonizo", de nuestro William Faulkner.


El mejor comienzo de toda la novela norteamericana del siglo XX pertenece a "Mientras agonizo" (1930), la obra maestra de William Faulkner. El libro consiste de cincuenta y nueve monólogos interiores, cincuenta y tres de ellos de miembros de la familia Bundren. Los Bundren son un orgulloso clan de blancos pobres que entre inundaciones y fuegos pugnan heroicamente por llevar el ataúd que contiene el cadáver de Addie, la madre, al cementerio de Jefferson, Mississippi, donde ella deseaba que la enterraran junto a su padre. Diecinueve secciones, incluida la primera, son habladas por el notable Darl Bundren, un visionario que finalmente cruza la frontera de la locura. Sin el amor de Addie, el disociado Darl insiste en que él no tiene madre y su extraordinaria conciencia refleja la convicción. Severo, sencillo, digno, sugestivo, el comienzo de "Mientras agonizo" presagia la originalidad de la novela más sorprende del autor. Los rivales de Faulkner no escribieron nada parecido. "El gran Gatsby" de Scott Fitzgerald empieza con el padre de Nicle Carraway diciéndole: "Sólo recuerda que no todos en este mundo han tenido las ventajas que tuviste tú", admonición muy saludable de no criticar a los demás pero francamente lejana a la sublimidad de Faulkner. Por su parte, Hemingway empieza "Fiesta" con la siguiente ironía: "En un tiempo Robert Cohn había sido en Princeton campeón de boxeo peso mediano". Faulkner también está mucho más allá de esto. Creo que el único rival posible para el comienzo de "Mientras agonizo", dentro de su tipo, es el de la pasmosa "Meridiano de sangre" (1985) de Cormac McCarthy, donde el narrador nos presenta al Chico, protagonista trágico a quien finalmente destruirá el siniestro juez Holden, con una prosa en la que se funden los acentos de Herman Melville y de William Faulkner.
El título "Mientras agonizo" se refiere a Addie Bundren, que muere poco después de que empiece el libro -un deliberado "tour-de-force"-, pero Faulkner citaba de memoria las amargas palabras que el espectro de Agamenón dice a Ulises en la "Odisea" (libro XI, el "Descenso a los muertos"): "Y la cara de perra, enviándome al Hades, no se dignó siquiera cerrarme los ojos mientras agonizaba". Asesinado por su mujer y el amante de ésta, tanto Agamenón como su destino tienen poco que ver con la novela. Faulkner quería más la frase que el contexto y la tomó, aunque acaso también haya querido sugerir que la falta de amor entre Addie Bundren y su hijo tiene alguna semejanza con la relación de Clitemnestra con Orestes y Electra. Clitemnestra es la "cara de perra" que envía a Agamenón al Hades sin cerrarle los ojos, y en todo caso Addie es más desagradable aún que ella.
Aunque Faulkner no numera los cincuenta y nueve monólogos interiores que constituyen el libro, es de sugerir que, por comodidad y en bien de las referencias bibliográficas, el lector lo haga. Addie sólo dice una sección, la cuadragésima, pero le alcanza para enajenar a cualquiera: "Me acuerdo que mi padre siempre decía que la razón de vivir era prepararse a estar mucho tiempo muerto. Y como yo tenía que mirarlos un día tras otro, cada cual con su secreto y su pensamiento egoísta, y con la sangre extraña a la sangre del otro y a la mía, y pensaba que al parecer para mí ese era el único modo de prepararme para estar muerta, odiaba a mi padre por haber tenido la idea de plantarme. No veía la hora de que cometieran una falta para poder azotarlos. Cuando caía el látigo lo sentía en mi carne; cuando abría y laceraba la que corría era mi sangre, y con cada latigazo pensaba: ¡Ahora se enteran de que existo! Ya soy algo en vuestra vida secreta y egoísta, ahora que les he marcado la sangre con mi sangre para siempre". Uno empieza a comprender por qué esta mujer sádicamente perturbada quiere que la entierren junto al padre. Muerta, Addie es una maldición mayor aún que cuando vivía; esto vemos a medida que se nos cuenta la saga grotesca, heroica, a veces cómica y siempre atroz de los cinco hijos y el marido que cruzan fuegos y torrentes para llevar el cadáver hasta el deseado lugar de reposo. Farsa trágica, "Mientras agonizo" tiene, no obstante, inmensa dignidad estética y es una sostenida pesadilla de lo que, sombríamente, Freud llamó "novela familiar". Ciertos críticos píos han tratado de interpretarla como afirmación de los valores familiares cristianos, pero creo que semejante juicio dejará al lector perplejo. Como en otros momentos de su gran década (1929-1939), la visión novelística de Faulkner se basa en un horror de familias y comunidades y ofrece como valor único la paciencia estoica, que en este caso no basta para salvar al dotado Darl Bundren del loquero.
Las tonalidades de los monólogos interiores -sobre todo de los diecinueve de Darl- son tan irónicas, que al principio el lector puede sentir que Faulkner prescinde demasiado de guiarle la respuesta. No hay género que pueda asistirnos para comprender esta epopeya de blancos pobres de Mississippi cumpliendo el último deseo de una madre espantosa. Prácticamente el único principio que une a los Bundren es el honor familiar, ya que el padre, Anse, es a su modo tan destructivo como Addie. Los tres monólogos que se le dan a Anse -los número 9, 26 y 28 (si uno los numera)- lo establecen como un manipulador caprichoso, terco y taimado, tan egoísta como la mujer. Dewey Dell, única hija, tiene su dignidad; pero no encuentra fuerzas para llorar a la madre porque, como blanca pobre soltera y embarazada, está obligada a buscar en vano un modo de abortar en secreto. El niño Vardaman simplemente niega la muerte de Addie; hace agujeros en el ataúd para que respire y al fin la identifica con un gran pez que atrapó mientras ella agonizaba: "Mi madre es un pez". Faulkner centra la novela en la conciencia de Darl Bundren y en los actos heroicos de los otros hijos, Cash el carpintero y Jewel el jinete (hijo natural de Addie, fruto de una relación adúltera con el reverendo Whitfield). Jewel es feroz, temerario y sólo capaz de expresarse mediante la acción intensa. Su único monólogo (el 4), una protesta contra Cash por la confección del ataúd, concluye con una visión posesiva: él protegerá a la madre moribunda de la familia y el mundo entero: "No será con todos los cabrones de la comarca viniendo a mirarla porque si hay un Dios para qué demonios está. Será con ella y yo solos en lo alto de una colina y yo tirándoles a la cara las piedras de la colina, levantando piedras y arrojándoselas colina abajo a la cara y los dientes y todo por Dios hasta que ella esté tranquila".


Jewel y Darl se odian con pasión mutua y entre Darl y Dewey Dell hay una hostilidad oscura, implícitamente incestuosa. Cash, que mantiene un vínculo cálido con todos los hermanos, es simple, directo y heroicamente resistente, y como Jewel un hombre de valor físico irreflexivo. Pero Darl es el corazón y la grandeza de "Mientras agonizo", y claramente el narrador sustituto de Faulkner. Darl acaba en algo parecido a la esquizofrenia, pero es de una singularidad y un poder visionario imposibles de reducir a la locura. Todos los monólogos interiores son notables. He aquí el final del décimo séptimo de los cincuenta y nueve: "Puesto que el sueño equivale a no 'ser', y hablando de la lluvia y el viento se debe decir que 'son' la carreta, por lo tanto 'es'. Porque si hablando de ella dijéramos 'era', entonces Addie Bundren no estaría más aquí. Y Jewel 'es', así que Addie Bundren debe estar. Y entonces yo debo estar, porque de otra manera no podría vaciarme para dormir en una habitación extraña. Y por lo tanto, si todavía no me he vaciado es porque 'soy'. ¡Cuántas veces he dormido en noche lluviosa bajo un techo extraño, pensando en casa!".
Dudoso de su identidad, Darl tiene una percepción shakesperiana de la nada que es una versión del nihilismo de Faulkner (siempre en la gran etapa de 1929-1939), y de su experiencia durante la guerra, que consistió en entrenarse como piloto de la Fuerza Aérea Británica pero no volar nunca. A Darl, que estuvo en la Primera Guerra Mundial, la experiencia apenas le ha marcado la conciencia. Como le repugna la terrible odisea de llevar el cadáver en carreta hasta donde Addie nació, casi sabotea el esfuerzo prendiendo fuego a un granero; pero sólo consigue inspirar en Jewel un heroísmo renovado. Faulkner hace continuo hincapié en que Darl es un sabedor. Sabe que su hermana está embarazada, que Jewel no es hijo de Anse, que en el verdadero sentido su madre no es su madre y que la actitud humana es una especie de desastre aborigen. Y sabe que hasta el paisaje es un vacío, una caída desde una realidad previa. Así en la sección 34: "Sobre la superficie incesante se alzan árboles, cañas, enredaderas sin raíces, cercenadas de la tierra, espectrales sobre una escena de desolación inmensa pero circunscrita llena de la voz del agua yerma y doliente".
Poeta y metafísico intuitivo, Darl se encuentra peligrosamente cerca de un precipicio al cual debe caer. Las heridas psíquicas que lleva son el legado de la frialdad de Addie y el egoísmo de Anse; está destinado a la demencia. Para él no hay salida; sólo siente deseo sexual por la hermana y la familia es su condena. En el último monólogo (57) que le oímos está tan disociado que todas sus percepciones, más anómalas que nunca, lo observan en tercera persona. Dos guardias lo escoltan en tren al manicomio del estado, y la voz interior nos hace añicos: "Uno se sentó a su lado y el otro se sentó enfrente de él de espaldas al viaje. Uno tenía que viajar de espaldas porque el dinero del Estado tenía una cara para cada reverso y un reverso para cada cara y ellos viajan con el dinero del Estado lo cual es incesto. Las monedas tienen una mujer de un lado y un búfalo del otro; dos caras y ninguna espalda". Partido en dos, Darl conversa consigo mismo pero no deja de ver: "el dinero del Estado lo cual es incesto". Acecha este pasaje la rabelesiana burla de Yago del amor heterosexual -el amor es una bestia de dos espaldas-, pero hay una consideración más profundamente shakesperiana en el dinero del Estado visto como incesto; no estamos muy lejos de "Medida por medida".
Puede que "Mientras agonizo" se le haga difícil al lector. Bien, es difícil; pero legítimamente. Faulkner, que tenía una aguda necesidad de ser su propio padre, exaspera a ciertas feministas con su identificación implícita pero obsesiva de la sexualidad femenina con la muerte. La cordura de Darl muere con la madre, y en cierto sentido su trastorno explicita lo que en los hermanos permanece mudo. En este libro la naturaleza es en sí misma una herida. André Gide hizo la extraña observación de que los personajes de Faulkner carecían de alma; lo que quería decir es que los Bundren, como los Compson de "El sonido y la furia", no tenían esperanza, no podían creer que alguna vez fueran a levantarles la condena. Dios se niega a entablar alianza alguna con los Bundren o los Compson, tal vez porque vienen de un abismo y a él deben regresar. Quizá por eso Dewey Dell grite que cree en Dios con tanta desesperación. "Mientras agonizo" hace un retrato catastrófico de la condición humana, con la familia nuclear como la catástrofe más terrible.