19 de octubre de 2019

H.P. Lovecraft: el alquimista alucinado (II)


Es en vano especular sobre la existencia íntima de Lovecraft como hombre casado, pues hay en sus cartas un abundante material propuesto para el estudio de los psiquiatras. Era reticente respecto de su unión: en los cinco millones de palabras que representan su correspondencia, nadie fue capaz de descubrir una sola que constituya una crítica a su mujer; si hubo puntos débiles en ese matrimonio, Lovecraft asumía la responsabilidad. Su esposa era una mujer llena de vitalidad y de seguridad, Howard era tímido y reservado; sus personalidades no se complementaban en absoluto. Tal vez por ello no sea casual que las mujeres en la obra de Lovecraft escaseasen y no fueran compasivas, comprensivas ni amables. Los pocos personajes femeninos en sus historias fueron, invariablemente, sirvientas de las fuerzas del mal.
Además, Lovecraft no toleraba Brooklyn, donde vivía con ella. Fue allí donde sus opiniones racistas se transformaron en una auténtica neurosis racial. Siendo pobre, debía vivir en los mismos barrios que esos inmigrantes “obscenos, repelentes, de pesadilla”. Se codeaba con ellos en la calle, en los parques públicos. En el Metro lo empujaban “mulatos grasientos y burlones”, “negros horribles parecidos a enormes chimpancés”. Allí conoció el odio, el asco y el miedo, a tal punto que el escritor Frank Belknap Long (1901-1994) estimaba que su salud mental aumentaría si no se tomaban medidas para que volviera a Providence y se interpuso para persuadir a la tía de Lovecraft -la señora Gamwell- de que tomara medidas para así poner fin al infortunio y al estado lamentable del escritor.
Luego, Lovecraft se quedó en Providence. La excepción fueron algunos viajes cortos para visitar a los amigos bajo cielos más clementes: el ya citado reverendo Henry S. Whitehead y el poeta vanguardista Robert Hayward Barlow (1918-1951) en Florida, por ejemplo; o para estudiar los monumentos históricos en las viejas ciudades del continente norteamericano: St. Agustin, New Orleans, Charleston, Natchez, Quebec, Boston, Filadelfia y otras, lugares que él denominaba “coloniales inglesas”. En uno de esos viajes conoció al que sería su gran amigo y difundidor de su obra, el escritor y antologista estadounidense August Derleth (1909-1971), con quien, a pesar de su diferencia de edad, creó una fuerte amistad. Derleth lo apodó “el viejo”, cosa que a Lovecraft le encantó, ya que le daba un aire señorial y de sabio que tanto le gustaba demostrar.


Parecía ser alérgico a las temperaturas rigurosas y reaccionaba desfavorablemente a temperaturas inferiores a los 20°, y en sus últimos años a los 30°. Por eso viajaba poco en el invierno; de tanto en tanto iba sin embargo a New York, para visitar el Kalem Club, un sitio insólito y extraño que congregaba a escritores y fanáticos de la ficción. El Kalem fue probablemente la primera de las organizaciones de “fans” que se crearon desde esa época. El nombre de Kalem fue adoptado porque los apellidos de los miembros del club comenzaban por una K, una L o una M, no solamente los de los tres fundadores, los escritores Reinhart Kleiner (1892-1949), Frank Belknap Long (190-1994) y Everett Mc Neil (1862-1929), sino también los de los miembros más recientes: James F. Morton (1870-1941), Arthur Leeds (1882-1952), Samuel Loveman (1887-1976), Herman C. Koenig (1893-1959), George Willard Kirk (1898-1962) y el propio Lovecraft. Los miembros del Kalem Club rápidamente vieron en él al Poe del siglo XX, y en consecuencia le otorgaron un sitio de privilegio. Las reuniones del Kalem Club discurrían entre charlas, discusiones e incluso lecturas de obras en progreso.
Con los años gozó de una pequeña reputación. Dos historias entre las más señaladas, “The colour out of space” (El color que bajó del cielo) y “The Dunwich horror” (El horror de Dunwich), obtuvieron las tres estrellas en la colección anual de los mejores cuentos publicados por la revista “Weird Tales”. Algunas de esas historias fueron reproducidas en el “London Evening Standard”, y en las antologías “Not at night” (No en la noche) de Christine Campbell Thomson (1897-1985) y  “Creeps by night” (Escalofríos por la noche) de Dashiell Hammett (1894-1961). Sus publicaciones aumentaron, sin que fuese de una manera espectacular, pero ellas comprendían, además de las del “Amazing Stories”, el “Astouding Stories” y la “Tales of Magic and Mystery”, a las publicadas en “Weird Tales”, que recogió ocho de cada diez relatos escritos por Lovecraft.


Los años le trajeron otros cambios menos agradables. En 1932 su tía, la señora Clark, moría y menos de un año más tarde, Lovecraft y su tía sobreviviente, Annie Gamwell, fueron a instalarse en el n° 66 de la College Street, casa que iba a ser el último domicilio de Lovecraft en Providence. Sólo le gustaba escribir por la noche, aun cuando durante el día cerraba los postigos para trabajar con luz eléctrica; mantenía una voluminosa correspondencia con casi un centenar de personas y ello en forma regular. Era un epistolario brillante.
Adoraba pasearse por la noche por las calles de Providence, las mismas que Edgar Allan Poe (1809-1849) había fatigado muchos años antes. De tiempo en tiempo abandonaba su correspondencia para escribir una nueva historia, pero nunca estaba muy satisfecho de su trabajo, al que encontraba cargado de un espíritu comercial. Lo que producía le parecía demasiado lejos de lo que había soñado, aunque escribía cada vez menos. Fuera de sus viajes, sus costumbres no variaban. Durante el invierno vivía como ermitaño; en verano, iba a los bosques a encontrar los lugares que había conocido en su infancia, a escribir cartas, poemas (en el estilo de su querido siglo XVIII) y fragmentos de historias.
Sin embargo, su estado de salud se agravaba poco a poco. Entre sus cartas escritas en 1936 se encuentran alusiones a pequeños inconvenientes y a debilidades desagradables, aunque nada de ello, ni aun de lejos, se parecía a una queja. Mientras tanto, su enfermedad se complicó durante el otoño de 1936 y a comienzos del invierno de 1937. Debía estar al corriente de la naturaleza de su enfermedad, dado que el 17 de febrero de ese año, hablando del renacer de su interés por la astronomía, escribió: “Es raro advertir como las curiosidades de la juventud renacen hacia el fin de la vida”. Poco tiempo después era llevado al Jane Brown Memorial Hospital, de Providence.


Murió en la madrugada del 15 de marzo de 1937 de un cáncer intestinal. Tres días más tarde fue enterrado en la concesión que su abuelo tenía en el cementerio de Swan Point; desde hacía diez años hablaba de aquel lugar cada vez más. Solía profetizar: “Ese es el lugar donde reposaré un día”. Su nombre está grabado sobre el monumento central, pero ninguna lápida señala el emplazamiento de su sepultura. Tenía apenas casi cuarenta y siete años, los que dadas las peripecias de su vida, parecieron muchos más. Dejó a la posteridad obras trascendentales como “The music of Erich Zann” (La música de Erich Zann), “The call of Cthulhu” (La llamada de Cthulhu), “The case of Charles Dexter Ward” (El caso de Charles Dexter Ward),At the mountains of madness” (En las montañas de la locura) yThe shadow over Innsmouth” (La sombra sobre Insmouth) entre muchas otras.
Cuatro años antes de fallecer publicó “Notes on weird fiction” (Notas sobre el arte de escribir cuentos fantásticos), ensayo en el que contó: “La razón por la cual escribo cuentos fantásticos es porque me producen una satisfacción personal y me acercan a la vaga, escurridiza, fragmentaria sensación de lo maravilloso, de lo bello y de las visiones que me llenan con ciertas perspectivas, ideas, ocurrencias e imágenes. Mi predilección por los relatos sobrenaturales se debe a que encajan perfectamente con mis inclinaciones personales; uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos rigen y frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que por ahora se hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de vista”.
“The Penguin Encyclopedia of horror and the supernatural” (Enciclopedia Penguin del horror y lo sobrenatural) subrayó en 1986 algunos aspectos de su escritura: “Algunos han criticado sus obras por su estilo ampuloso, repleto de adjetivos, pero la armonía y el equilibrio en sus mejores cuentos justifican plenamente esa práctica como deliberada. Se formó a conciencia en este género apropiándose de sus recursos, manipulándolos a su antojo y llevándolos al límite con convincente facilidad”. Veinte años más tarde, en 2006, el novelista y ensayista francés Michel Houellebecq (1956) apuntó en su ensayo H.P. Lovecraft: contre le monde, contre la vie” (H. P. Lovecraft: contra el mundo, contra la vida): Siempre quiso verse como un gentilhombre de provincias, que cultiva la literatura como una de las bellas artes, para su propio deleite y el de algunos amigos, sin preocuparse por los gustos del gran público, los temas de moda o cualquier otra cosa por el estilo. Un personaje semejante ya no tiene cabida en nuestras sociedades. En una época de mercantilismo enloquecido, es reconfortante encontrar a alguien que se niega con tal obstinación a ‘venderse’”.


Se trató, en definitiva, de un precoz y antisocial lector que logró convertir su propio infierno personal en la proyección de inquietudes más profundas, latentes en la sociedad de los años ‘20. Al hacerlo, fue el creador de una narrativa original que colaboró al surgimiento de un tipo de literatura fantástica que sigue existiendo. Concibió un mundo de mitología y fantasía en sus novelas y cuentos influenciado por el escritor y dramaturgo anglo-irlandés Lord Dunsany (1878-1957), por el autor de ficciones inglés William Hope Hodgson (1877-1918), por el escritor galés de literatura sobrenatural y de terror fantástico Arthur Machen (1863-1947) y, por supuesto, por el autor de “The murders in the Rue Morgue” (Los crímenes de la calle Morgue), su admirado Edgar Allan Poe. Con su estilo gótico, sus obras están cargadas de magia, misterio y terror, elementos todos ellos que lo convirtieron  en uno de los grandes nombres de la literatura fantástica y de ciencia ficción, al que el famoso escritor estadounidense de novelas de terror, ficción sobrenatural y misterio Stephen King (1947) definió como “el príncipe oscuro y barroco de la historia del horror del siglo XX”.