31 de julio de 2008

Conversaciones (I). H.G. Wells - Iósif Stalin. Sobre la economía planificada y la revolución

En 1934, en el transcurso de su segundo viaje a la Unión Soviética, el escritor y periodista inglés Herbert George Wells (1866-1946) se entrevistó con el Secretario General del Partido Comunista, el controvertido Iósif Stalin, quien por entonces comandaba con mano férrea un estado que lejos había quedado de ser socialista, para convertirse en un estado de trabajadores burocratizado y degenerado; un estado en el que la economía estaba controlada por una casta dirigente que, aunque no era propietaria de los medios de producción y no era una clase social, acumulaba beneficios y privilegios a costa de la clase trabajadora. La entrevista fue publicada en la revista semanal londinense "The New Statesman and Nation" el 27 de octubre de 1934 bajo el título "Stalin-Wells talk" (Conversación entre Stalin y Wells). Dicha publicación generó inmediatamente una gran polémica entre los intelectuales de izquierda. George Bernard Shaw (1856-1950) y Ernest Toller (1893-1939) publicaron sus comentarios al respecto en el número siguiente de la revista, y en el número posterior, el economista John Maynard Keynes (1883-1946) -a la sazón presidente del directorio de la revista- respondió a las burlas del primero sobre el "acartonamiento" de la conversación, defendiendo la fidelidad del texto de Wells: "la reproducción es excelente, la grabación impecable, palabra por palabra".


H.G.W.: Estuve en los Estados Unidos recientemente. La vida económica del país se está reorganizando sobre nuevas líneas. Me parece que lo que está ocurriendo en los Estados Unidos es una profunda reorganización de la economía. Tuve una larga conversación con el presidente Roosevelt y traté de averiguar cuáles son sus principales ideas. Usted y Roosevelt tienen diferentes puntos de partida, pero ¿no existe acaso cierta rela­ción en lo que se refiere a las concepciones, cierta proximidad en las ideas y necesidades, entre Washington y Moscú?

I.S.: Estados Unidos persigue un obje­tivo diferente al de la Unión Soviética. El que persiguen los norteamericanos deri­va de sus problemas económicos, de la crisis económica. Los ameri­canos pretenden superarla por medio de la iniciativa capitalista pri­vada, sin cambiar para nada sus bases económicas. Intentan reducir al mínimo la ruina y las pérdidas causadas por el actual sistema. Aquí, por el contrario, para sustituir a la vieja y destruida economía se ha creado, como ya sabe, una base económica completamente diferen­te, totalmente nueva. Incluso aun­que, como usted mencionaba, los norteamericanos alcanzaran par­cialmente su objetivo, es decir, aun­que consiguieran reducir sus pérdi­das al mínimo, no destruirían con ello las raíces de la anarquía inhe­rente al actual sistema capitalista. Están preservando un sistema eco­nómico que les llevará inevitable­mente, como no puede ser de otro modo, a la anarquía productiva. En el mejor de los casos será, pues, un problema, no de reorganizar la sociedad ni de abolir el viejo sistema social que da lugar a la anarquía y las crisis, sino de restringir la mani­festación de algunos de sus peores rasgos, de sus excesos. Quizá, a nivel subjetivo, los norteamericanos pien­sen que están reorganizando su sociedad; objetivamente, no obs­tante, lo que están haciendo es pre­servar la base actual de su socie­dad. Por ese motivo, desde el punto de vista objetivo, no se producirá tal reorganización. Tampoco introducirán la planifi­cación económica.

H.G.W.: ¿Qué es una economía planificada? ¿Cuáles son algunos de sus atributos?

I.S.: La eco­nomía planificada lucha por eliminar el desempleo. Supongamos que fuera posible preservar el sistema capita­lista reduciendo al mismo tiempo el desempleo hasta un nivel mínimo determinado. Ningún capitalista aceptaría jamás una erradicación completa del desempleo, una total aboli­ción del ejército de reserva de los desempleados, cuyo fin es ejercer presión sobre el mercado de traba­jo para garantizar la disponibilidad de mano de obra barata. Ahí tiene usted una de las contradicciones de la economía en las sociedades burguesas. Además, la planificación de la economía presu­pone un incremento en la produc­ción de aquellas ramas de la indus­tria que generan bienes que las masas necesitan. Pero, como usted bien sabe, el incremento de la producción bajo el capitalismo obede­ce a motivos muy distintos. El capi­tal fluye hacia aquellos sectores de la economía en los que las tasas de beneficios son mayores. Nunca conseguirá que un capitalista acep­te incurrir en una pérdida de bene­ficios para sí mismo en aras de satis­facer las necesidades del pueblo. Sin librarnos antes de los capitalis­tas, sin abolir el principio de la propiedad privada de los medios de producción, es imposible crear una economía planificada.

H.G.W.: Estoy de acuerdo con mucho de lo que usted ha dicho, pero quisiera destacar que si un país en su conjunto adopta el principio de economía planificada, si el gobierno, poco a poco, paso a paso, comienza a aplicar este principio, la oligarquía financiera se suprimirá y el socialismo, en el sentido anglosajón de la palabra, será instaurado. El efecto de las ideas de Roosevelt -el "New Deal"- es muy poderoso y, en mi opinión, son ideas socialistas. Me parece que en lugar de hacer hincapié en el antagonismo entre los dos mundos, deberíamos, en las circunstancias actuales, esforzarnos por establecer una lengua común para todas las fuerzas constructivas.

I.S.: Al hablar de la imposibilidad de hacer realidad los principios de la economía planificada preservando al mismo tiempo la base económica del capitalismo no estoy en lo más mínimo restando importancia a las excelentes cualidades personales de Roosevelt, su iniciativa, valor y determinación. Roosevelt, sin duda, se destaca como una de las figuras más fuertes entre todos los dirigentes del mundo capitalista contemporáneo. Es por ello que quisiera, una vez más, poner de relieve que mi convicción de que la economía planificada es imposible bajo las condiciones del capitalismo, no significa que tengo dudas sobre la capacidad personal, talento y valentía del presidente Roosevelt. Pero si las circunstancias son desfavorables, los más talentosos dirigentes no pueden alcanzar el objetivo al que usted hace referencia. Teóricamente, por supuesto, la posibilidad de marchar poco a poco, paso a paso, con arreglo a las condiciones del capitalismo, hacia el objetivo que usted llama "socialismo a la anglosajona" no queda excluida. Pero ¿que es este "socialismo"? En el mejor de los casos, controlar en cierta medida el desenfrenado beneficio de los capitalistas y lograr cierto aumento en la aplicación del principio de la regulación en la economía nacional. Todo esto está muy bien. Pero tan pronto como Roosevelt, o cualquier otro dirigente en el mundo contemporáneo burgués, proceda a realizar algo serio contra la base del capitalismo, inevitablemente sufrirá una absoluta derrota. Los bancos, las industrias, las grandes empresas, las grandes explotaciones agrícolas no están en las manos de Roosevelt. Todos son propiedad privada. Los ferrocarriles, la flota mercantil, todos pertenecen a propietarios privados. Y, por último, el ejército de trabajadores cualificados, los ingenieros, los técnicos, no están bajo el mando de Roosevelt, sino que están bajo el mando de empresarios privados, trabajando para empresarios privados. No debemos olvidar las funciones del Estado burgués en el mundo. El Estado es una institución que organiza la defensa del país, organiza el mantenimiento del orden, es un aparato para la recaudación de impuestos. El Estado capitalista no trata mucho con la economía en el sentido estricto de la palabra, ya que ésta no está en manos del Estado. Por el contrario, el Estado está en manos de la economía capitalista. Es por eso que me temo que, a pesar de toda su energía y habilidad, Roosevelt no va a alcanzar el objetivo que usted menciona, si es verdad que ese es su objetivo. Tal vez, en el curso de varias generaciones, será posible acercarse un poco a este objetivo, pero yo personalmente creo que incluso ésto no es muy probable.

H.G.W.: Tal vez crea más firmemente en la interpretación económica de la política que usted. Enormes fuerzas que impulsan hacia una mejor organización, para el mejor funcionamiento de la comunidad, es decir, por el socialismo, se han puesto en acción por la invención y la ciencia modernas. La organización y regulación de la acción individual se han convertido en necesidades mecánicas, con independencia de las teorías sociales. Si comenzamos con el control estatal de los bancos y luego seguimos, por ejemplo, con el control del transporte, de las industrias pesadas, de la industria en general y del comercio, un control global sería equivalente a la propiedad estatal de todas las ramas de la economía nacional. Este sería el proceso de socialización. El socialismo y el individualismo no son contrarios como el blanco y el negro. Hay muchas etapas intermedias entre ellos. No el individualismo que linda con el bandidaje; debe haber disciplina y organización, que son valores del socialismo. La introducción de la economía planificada depende, en gran medida, de los organizadores de la economía, de los técnicos calificados, de los intelectuales que, paso a paso, se pueden convertir a los principios socialistas de organización. Y esto es lo más importante, ya que la organización precede al socialismo. Es el hecho más importante. Sin organización socialista, la idea es una mera idea.

I.S.: No hay o no debería haber, un enfrentamiento irreconciliable entre lo individual y lo colectivo, entre el interés personal y el social. No debería existir confrontación alguna, digo, porque el colectivismo, el socialismo, no niega, sino que com­bina, los intereses del individuo con los de la colectividad. El socialismo no puede hacer abstracción de los intereses individuales. Solo la sociedad socialista puede satisfacer por completo esos intereses persona­les. Lo que es más, únicamente la sociedad socialista puede llegar a satisfacer los intereses del indivi­duo. En este sentido no hay dife­rencias irreconciliables entre indivi­dualismo y socialismo. Y, no obs­tante, ¿podemos acaso negar las diferencias existentes entre las clases, entre la clase de los propietarios, la capitalista, y la clase traba­jadora, la proletaria? Por un lado tenemos a una clase que posee bancos, fábricas, minas, transpor­tes, plantaciones en las colonias. Para esas gentes no existe otra cosa que su propio interés, su lucha por obtener beneficios. No se someten a la voluntad del colectivo, sino que luchan por subordinar a sus deseos a todas las colectividades. Por otro lado, tenemos la clase de los desposeídos, los explotados, que no poseen ni fábricas ni máquinas, ni bancos, los que se ven empu­jados a sobrevivir vendiendo su fuer­za de trabajo a los capitalistas y no tienen medios para satisfacer sus necesidades más elementales. ¿Cómo es posible conciliar intere­ses tan encontrados? Por lo que yo sé, Roosevelt no parece haber teni­do éxito en su búsqueda de un cami­no para lograrlo. Como la experien­cia demuestra, es sencillamente imposible. Incidentalmente, usted conoce la situación en Estados Unidos mejor que yo, ya que nunca he estado allí. Mi perspectiva sobre los asuntos norteamericanos procede fundamentalmente de la literatura. Sin embargo, tengo cierta experien­cia en la lucha por el socialismo y esa experiencia me dice que si Roosevelt hace un intento real de satisfacer los intereses del proleta­riado a expensas de la clase capita­lista, ésta le sustituirá por otro pre­sidente. Los capitalistas dirán: los presidentes van y vienen, pero nos­otros permanecemos. Si este presidente no protege nuestros intereses, busquemos otro que le sustituya. ¿Qué puede hacer el presidente para oponerse a la voluntad de la clase capitalista?

H.G.W.: No estoy de acuerdo con esa clasificación simplista de la humanidad entre pobres y ricos. Por supuesto, hay una categoría de gente que se esfuerza únicamente con fines de lucro. Pero, ¿no existe acaso un gran número de artífices y constructores de la economía, capaces y entregados, que tienen como estímulo para sus activida­des algo muy distinto al benefi­cio? En mi opinión, hay una numerosa cantidad de gente capaz que admitir que el actual sistema no es satisfactorio y están destinados a jugar un gran papel en la futura sociedad socialista. Durante los últimos años me he dedicado en gran parte a realizar propaganda a favor del socialismo y el cosmopolitismo entre amplios círculos de ingenieros, aviadores, militares, técnicos, etc. Es inútil intentar aproxi­marse a estos círculos emplean­do la típica propaganda maniquea sobre la lucha de clases...

I.S.: Veamos, rechaza usted como sim­plista la división de la humanidad en pobres y ricos. Por supuesto, exis­te un estrato intermedio; está esa intelectualidad que mencionaba usted, y en su seno hay gente buena y honrada. Pero también hay perso­nas malvadas y deshonestas. Hay gente de todas clases. Ante todo, los hombres se dividen en ricos y pobres, en propietarios y explota­dos. Ignorar esta división funda­mental y el antagonismo existente entre ricos y pobres, es pasar por alto el hecho determinante. No niego la existencia de capas intermedias, que participan en el conflicto de clases tomando partido por uno u otro de los contendientes, o bien man­tienen una posición neutral o semineutral en la lucha. Pero, repito, pasar por alto esta división funda­mental en la sociedad y la lucha entre las dos clases principales sig­nifica negar lo evidente. La batalla ha comenzado y seguirá adelante. Su resultado vendrá determinado por la clase trabajadora, por el pro­letariado.

H.G.W.: Pero ¿no existe mucha gente, que no es pobre, y sin embargo trabaja, trabaja productivamente?

I.S.: Por supuesto, hay pequeños propietarios, artesanos, pequeños comerciantes; pero no son estas personas las que deciden el destino de un país, sino los que trabajan en masa, los que producen todas las cosas que la sociedad requiere.

H.G.W.: Pero hay muy diferentes tipos de capitalistas. Hay capitalistas que sólo piensan en los beneficios, en cómo hacerse ricos; pero también están aquellos que están dispuestos a hacer sacrificios. Piense en Morgan, por ejemplo. El sólo pensaba en los beneficios, era un parásito en la sociedad; simplemente se limitaba a acumular riqueza. Pero piense en Rockefeller. El es un brillante organizador que ha dado un ejemplo de cómo organizar la entrega de petróleo que es digno de emulación. O piense en Ford. Por supuesto, Ford es egoísta, pero ¿él no es un organizador apasionado de la racionalización de la producción de la cual usted toma lecciones? Me gustaría hacer hincapié en el hecho de que, recientemente, un importante cambio de opinión hacia la Unión Soviética ha tenido lugar en países de habla inglesa. La razón de ello, en primer lugar, es la posición de Japón y los acontecimientos en Alemania. Pero hay otras razones además de las derivadas de la política internacional. Hay una razón más profunda, a saber, el reconocimiento por parte de muchas personas del hecho de que el sistema basado en el beneficio privado se está desmoronando. En estas circunstancias, me parece, no debemos poner en primer plano el antagonismo entre los dos mundos, sino que debemos tratar de combinar todos los movimientos constructivos, todas las fuerzas constructivas aunadas lo más posible. Me parece que estoy más a la izquierda que usted, señor Stalin; creo que el antiguo sistema está más cerca de su fin de lo que usted piensa.

I.S.: Cuando digo que los capitalistas persiguen exclusivamente su pro­vecho, que aspiran sólo a hacerse ricos, no quiero decir con ello que se trate de gente sin valor alguno, despreciable e incapaz de nada más. Indudablemente, algunos poseen un gran talento como orga­nizadores que no les niego ni por un momento. Los ciudadanos soviéti­cos hemos aprendido mucho de los capitalistas. Morgan, al que tan des­favorablemente ha retratado usted, fue sin duda un organizador magní­fico, muy competente. Pero si de lo que estamos hablando es de gente dispuesta a reconstruir el mundo, por supuesto no podrá encontrarla usted entre las filas de quienes sir­ven a la causa del propio enriqueci­miento. Nosotros y ellos constitui­mos polos opuestos. Ha menciona­do usted a Ford. Es, claro está, un competente organizador de la producción, pero ¿está usted informa­do de cual es su actitud hacia los trabajadores? ¿Sabe a cuantos obreros ha echado a la calle? El capitalista está indudablemente unido a sus beneficios y no hay poder en la tierra capaz de arran­cárselos. El capitalismo no será abolido por los organizadores de la producción ni por los técnicos e intelectuales, sino por la clase obre­ra, porque los mencionados estra­tos no juegan un papel indepen­diente. Los ingenieros, o los res­ponsables de la organización pro­ductiva, trabajan, no como les gus­taría hacerlo, sino con arreglo a las órdenes que reciben que, a su vez, están al servicio de los intereses de sus empleadores. Por supuesto, existen excepciones. Hay gente que ha reaccionado ante la intoxicación capitalista. La intelectualidad puede, bajo determinadas condiciones, conseguir milagros y beneficiar enormemente a la humanidad, pero también puede ocasionar grandes daños. Nosotros, los soviéticos, tenemos una experiencia nada des­preciable en ese terreno. Tras la Revolución de Octubre, un determi­nado sector de la intelectualidad téc­nica se negó a participar en la tarea de construcción de la nueva socie­dad. Y no sólo se opusieron; tam­bién sabotearon el trabajo de los demás. Hicimos todo lo posible para atraerlos hacia la gran tarea común. Lo intentamos de todas las maneras posibles. Hubo que espe­rar bastante tiempo para que la inte­lectualidad aceptara trabajar activa­mente a favor del nuevo sistema. Hoy en día los mejores intelectuales y técnicos están en las primeras filas de los constructores del socialismo. Después de la experiencia vivida, no somos propensos a subestimar las ventajas e inconvenientes de la intelectualidad. Por un lado, sabemos que puede hacer mucho daño y, por otro, es capaz de realizar "milagros". Por supuesto las cosas serían distintas si, de golpe, fuese posible separar espiritualmente del mundo capita­lista al conjunto de sus intelectuales y técnicos. Pero eso no es mas que una utopía. ¿Existen muchos miem­bros de ese grupo que sean capa­ces de romper con el mundo bur­gués para ponerse a trabajar en la reconstrucción de la sociedad? ¿Cree usted que hay mucha gente así en, digamos, Inglaterra o Francia? No, muy pocos estarían dispuestos a librarse de sus patrones para comenzar una reconstruc­ción del mundo. ¿Podemos, además, perder de vista el hecho de que para transfor­mar el mundo es necesario disponer de poder político? Me parece, señor Wells, que subestima gravemente la cuestión del poder político, que ni siquiera la tiene en cuenta. ¿Qué pueden hacer, incluso con las mejo­res intenciones del mundo, quienes ni siquiera pueden plantearse la toma del poder ni disponen de él? Como mucho, ayudar a la clase que toma el poder, pero no cambiar el mundo por ellos mismos. Esto sólo puede hacerlo una gran clase que ocupe el lugar de la clase capitalis­ta y se convierta en dueña y sobe­rana como lo fue aquella. Esa clase es la clase trabajadora. La colabo­ración de la intelectualidad debe ser aceptada, por supuesto, y ésta, a su vez, ha de ser respaldada. Pero no debemos dar crédito a la impresión de que los intelectuales y los técnicos puedan desempeñar un papel his­tórico independiente. La transfor­mación del mundo es un proceso enorme, complicado y doloroso. Para tan grande tarea se precisa una clase. Sólo los grandes barcos rea­lizan los largos viajes.

H.G.W.: Si, pero para un largo viaje se requieren un capitán y un nave­gante.

I.S.: Muy cierto, pero ante todo hay que disponer de un gran barco. ¿Qué es un navegante sin un barco? Un hombre inútil.

H.G.W.: El barco es la humanidad, no una clase.

I.S.: Evidentemente, señor Wells, usted parte del supuesto de que todos los hombres son buenos. Yo, por el contrario, no olvido que existen muchos hombres malvados. No creo en la bondad de la burguesía.

H.G.W.: Si hay alguien que sabe algo sobre revoluciones desde el punto de vista práctico, ese es usted, señor Stalin. ¿Se alzan realmente las masas? ¿No es una ver­dad universalmente aceptada que todas las revoluciones son obra de una minoría?

I.S.: Para llevar adelante una revolución se requiere una minoría revolucio­naria que la lidere, pero incluso la minoría más entregada, enérgica y capaz no conseguiría nada sin con­tar con el apoyo, al menos pasivo, de millones de personas.

H.G.W.: ¿Al menos pasivo? ¿Subcons­ciente, quizá?

I.S.: En parte también semi-instintivo y semi-inconsciente, pero sin el apoyo de millones, incluso la mejor mino­ría se vería impotente.

H.G.W.: Cuando veo la propaganda comunista en Occidente me da la impresión de que, en las presen­tes circunstancias, resulta muy anticuada, al tratarse de propa­ganda a favor de la insurrección. Derribar por la violencia el siste­ma social estaba muy bien cuan­do éste se trataba de una tiranía, pero en las actuales circunstan­cias, ahora que el sistema se hunde de todos modos, debería­mos poner el énfasis en la eficacia, en la competencia, en la pro­ductividad y no en la insurrec­ción. La propaganda comunista en Occidente es una molestia para las personas de mentalidad constructiva.

I.S.: El viejo mundo se viene abajo, pero se equivoca al pensar que lo hace espontáneamente. No, la sustitución de un sistema social por otro es un proceso revolucio­nario complicado y largo. No es un simple proceso espontáneo, sino una lucha, un proceso vinculado al choque entre las clases. El capita­lismo degenera, pero no puede comparársele con un árbol podri­do que cae al suelo por sí mismo. No, la revolución, la sustitución de un sistema por otro, siempre ha sido una lucha, una cruel y dolorosa batalla a vida o muerte. Cada vez que la gente con nuevas ideas llegó al poder, tuvo que defenderse contra los intentos del viejo mundo para restaurar el viejo orden por la fuerza; estas personas del nuevo mundo siempre tenían que estar en alerta, siempre tenían que estar dispuestos a repeler los ataques del viejo mundo al nuevo sistema. Sí, tiene usted razón al decir que el antiguo sistema social se rompe, pero no es una ruptura por su propia voluntad. Tome por ejemplo al fascismo. El fascismo es una fuerza reaccionaria que está tratando de preservar el viejo mundo por medio de la violencia. ¿Qué haría con los fascistas? ¿Discutir con ellos? ¿Tratar de convencerlos? No conseguiría ningún efecto sobre ellos en absoluto. El comunismo no idealiza en absoluto la violencia, pero tampoco quiere que lo tomen por sorpresa, no puede contar con que el viejo mundo renuncie y abandone volun­tariamente la escena. Por el contra­rio, ve cómo se defiende con uñas y dientes, y por ese motivo le dice a la clase trabajadora que responda a la violencia con violencia, que haga todo lo que esté en su mano para impedir que el viejo orden agoni­zante la aplaste, que no permita que le esposen las manos con las que ha de derribar ese sistema.

H.G.W.: Viendo lo que pasa ahora en el mundo capitalista, el colapso no es sencillo. Es un estallido de violencia reaccionaria que está degenerando en gangsterismo. Y me parece que, cuando se trata de un conflicto de esta naturaleza, los socialistas deben apelar a la ley. Creo que es inútil que operen con los métodos del viejo socialismo rígido insurreccional.

I.S.: Los comunistas se basan en una rica experiencia histórica, que nos enseña que las clases obsoletas no abandonan de buen grado el esce­nario de la historia. Recuerde la Inglaterra del siglo XVII. ¿No fueron muchos los que proclamaron que el viejo sistema había muerto? ¿No fue necesario, aun así, un Cromwell para aplastarlo por la fuerza?

H.G.W.: Cromwell se basaba en la Constitución y actuaba en nom­bre del orden constitucional.

I.S.: ¡En nombre de la Constitución recurrió a la violencia, decapitó al rey, disolvió al Parlamento, arrestó a unos y ejecutó a otros! ¿Y la Revolución de Octubre? ¿Acaso no eran muchos los que cre­ían que sólo nosotros, los bolchevi­ques, mostrábamos el camino correcto? ¿No estaba claro que el capitalismo ruso se había descom­puesto? A pesar de todo, usted sabe perfectamente lo enconada que fue la resistencia, cuánta san­gre costó defender la Revolución de Octubre de todos sus enemigos, tanto de dentro como de fuera del país. O piense en la Francia de finales del siglo XVIII. Ya antes de 1789 mucha gente era consciente de que el poder de la realeza, el sistema feu­dal, estaba corrompido. Aun así no pudo evitarse, no había modo de hacerlo, una insurrección popular, un enfrentamiento entre las clases. ¿Por qué? Porque las clases a las que les toca retirarse de la escena histórica son las últimas en con­vencerse de que su intervención ha terminado. Piensan que es posible reparar las grietas, que aún se puede salvar el tambaleante edifi­cio del viejo orden. Por eso, las cla­ses que se extinguen toman las armas y recurren a cualquier medio con tal de conservar su posición como clase dominante.

H.G.W.: ¿No hubo unos cuantos hom­bres de leyes al frente de la Revolución Francesa?

I.S.: No pretendo negar el papel de los intelectuales en los movimientos revolucionarios. ¿Fue la Revolución Francesa una revolución de aboga­dos o una revolución popular? ¿No se alcanzó la victoria movilizando grandes masas contra el feudalismo y a favor de los intereses del Tercer Estado? ¿Actuaron de acuerdo con las leyes del viejo orden esos abo­gados que se encontraron entre los líderes de la gran Revolución Francesa? ¿Acaso no introdujeron otras nuevas de signo revoluciona­rio-burgués? La experiencia histórica nos enseña que hasta nuestros días, ni una sola clase ha cedido voluntariamente su sitio a otro. No hay pre­cedente alguno de tal fenómeno. Los comunistas han aprendido esa lección de la historia. Por supuesto, les encantaría que la burguesía se mar­chara por su propia voluntad, pero la experiencia enseña que es impo­sible un giro semejante en los acon­tecimientos. Por eso los comunistas tienen que estar preparados para lo peor y piden a la clase trabajadora que se mantenga vigilante y lista para la batalla. ¿A quién le interesa un capitán que no mantiene alerta a su ejército, que no comprende que el enemigo no cejará, que será necesario aplastarlo? Un capitán semejante decepcionaría y traicio­naría a la clase trabajadora. Por ese motivo opino que lo que a usted le resulta anticuado es, de hecho, una medida de importancia revolucio­naria para la clase trabajadora.

H.G.W.: No niego que la fuerza tiene que ser usada, pero creo que las formas de lucha deben encajar lo mejor posible en las oportunidades que presentan las leyes vigentes, las que deben ser defendidas contra los ataques reaccionarios. No es necesario desorganizar el sistema antiguo porque suficientemente desorganizado está. Es por eso que me parece que la insurrección contra el viejo orden, contra la ley, es obsoleto, anticuado. Por cierto, exagero deliberadamente con el fin de llevar la verdad de la forma más clara. Puedo formular mi punto de vista de la siguiente manera: primero, estoy a favor del orden; segundo, ataco al sistema existente en tanto que no puede garantizar el orden; tercero, temo que la propaganda a favor de la guerra de clases vaya a alejar del socialismo justamente a aquellas personas cultas, que el socialismo necesita.

I.S.: Con el fin de lograr un gran objetivo, un importante objetivo social, debe haber una fuerza principal, un baluarte, una clase revolucionaria. A continuación, es necesario organizar la asistencia de una fuerza auxiliar de esta fuerza principal: en este caso la fuerza auxiliar es el Partido, al que pertenezcan las mejores fuerzas de la intelectualidad. Usted acaba de hablar de personas cultas. Pero ¿en qué personas cultas pensaba? En Inglaterra durante el siglo XVII, en Francia a fines del siglo XVIII, y en Rusia durante la época de la Revolución de Octubre, ¿no estaban muchas personas del lado del viejo orden? El viejo orden tenía a su servicio a muchas personas sumamente cultas, que defendían el viejo orden, que combatían el nuevo orden. La cultura es un arma, cuyo efecto depende de qué mano la haya forjado, qué mano la dirija. Por supuesto, el proletariado necesita personas sumamente cultas. Ciertamente; los ingenuos no pueden ser de ninguna ayuda para el proletariado en su lucha por el socialismo, en la edificación de una nueva sociedad. No subestimo el rol de los intelectuales; al contrario, lo subrayo. Pero la pregunta es la siguiente: ¿de qué inteligencia estamos hablando? Porque hay diferentes tipos de inteligencia.

H.G.W.: No puede haber revolución sin cambios radicales en la instrucción pública. Basta citar dos ejemplos: el ejemplo de la República alemana, que no tocó el viejo sistema educacional, y que por eso nunca se convirtió en República; y el ejemplo del Partido Laborista inglés, que no tiene la intención de insistir en una transformación radical de la instrucción pública.

I.S.: Es cierto. Permítame ahora responder a sus tres puntos. Primero: lo más importante para la revolución es la existencia de un baluarte social. Tal baluarte social es la clase obrera. Segundo: se precisa de una fuerza auxiliar, aquello, que los comunistas llaman Partido. Al Partido está afiliada la inteligencia obrera, y aquellos elementos de la inteligencia técnica que están estrechamente ligados a la clase obrera. La inteligencia es fuerte solamente, si se une con la clase obrera. Si se contrapone a la clase obrera, se convierte en una simple cifra. El nuevo poder político crea las nuevas leyes, el nuevo orden, el cual es un orden revolucionario. Yo no estoy a favor del orden sin más ni más. Yo estoy a favor de un orden que corresponda a los intereses de la clase obrera. Por supuesto, si algunas leyes del viejo orden pueden ser utilizadas en interés de la lucha por un orden nuevo, esto debería de hacerse. No tengo objeciones contra su postulación de que el sistema actual debería ser atacado, en tanto que no puede garantizar el orden necesario para el pueblo. Por último, está en un error si cree que los comunistas adoran la violencia. Estarían encantados de olvidar tales métodos si la clase diri­gente accediese a ceder su puesto a la clase trabajadora. Pero la experiencia histórica presta poca verosi­militud a semejante supuesto.

H.G.W.: Sin embargo la historia de Inglaterra conoce un caso en que una clase le dejó el poder a otra clase voluntariamente. En el periodo entre 1830 a 1870, la aristocracia, que en las postrimerías del siglo XVIII tuvo aún una influencia considerable, voluntariamente, sin lucha seria, le cedió el poder a la burguesía, lo cual fue una de las causas para el sentimental mantenimiento de la monarquía. En lo sucesivo, esta transferencia del poder condujo a que erigiera su dominio la oligarquía financiera.

I.S.: Pero usted ha pasado imperceptiblemente de cuestiones de la revolución a cuestiones de la reforma. Eso no es lo mismo.

H.G.W.: ¿No es una reforma una peque­ña revolución?

I.S.: Debido a la presión ejercida desde abajo, a la presión de las masas, la burguesía puede en ocasiones conceder reformas parcia­les siempre y cuando no rebasen los límites del sistema socioeconó­mico en vigor. Al proceder de ese modo lo hace porque estima que dichas concesiones son necesa­rias para preservar el predominio de su clase. Esa es la esencia de la reforma. Sin embargo, la revolución implica la transferencia del poder de una clase a otra. Por eso es imposible considerar revoluciona­ria ninguna reforma. Por eso no podemos considerar con que el cambio de sistema social adopte la forma de una transición impercep­tible de un sistema a otro median­te reformas y concesiones otorga­das por la clase dirigente.

30 de julio de 2008

A.54, el espía que surgió del frío

Son célebres las historias de los grandes espías de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo las de dos muy conocidos: Richard Sorge (1895-1944), que actuó en Japón, y Rudolf Roessler (1897-1958), quien lo hizo en Suiza. Se les ha consagrado libros y pelícu­las. Pero hay un tercero cuya historia vio la luz mucho después de terminada la guerra; la historia del más audaz de los espías aliados, el agente A.54, que provocó la admiración de Winston Churchill (1874-1965) y que desapa­reció en 1942, sin que su nombre fuera conocido durante muchísimo tiempo.
Nadie había tenido noticias del caso más singular dentro del espionaje internacional. Durante treinta años, desde 1936 (fecha de sus comienzos) hasta 1966, todo se había ignorado de él; hasta su verdadero nombre. Gracias a las investigaciones pacientes y empeñosas de tres checos (Cestnür Amort, I.M. Jedlicka y Rudolf Stroebinger) pudo conocerse toda la verdad sobre la actividad del espía más asombroso del siglo XX: el alemán Paul Thümmel, miembro de la "Vieja Guardia" de Adolf Hitler (1889-1945), amigo íntimo del jefe de las S.S. Heinrich Himmler (1900-1945), a quien tuteaba y jefe de una central de la Abwehr (Servicio de Informaciones del ejército alemán) bajo las órdenes directas del almirante Wilhelm Canaris (1887-1945).
En la mañana del lunes 10 de febrero de 1936, el mayor Josef Bartik, del ser­vicio de informaciones checo en Praga, recibió una carta diri­gida a la Oficina de Informaciones del Ministerio de la Defensa Nacional. Instantes más tarde, el coronel Beck, jefe de la sección operaciones del contraespionaje, y el teniente coronel Moravec, jefe del grupo de investigaciones, se reunieron con el mayor Bartik, dando comienzo a la más fabulosa historia de espionaje de la Segunda Guerra Mundial. El autor de la carta ofrecía sus servicios al contraespionaje checoslovaco. No era el prime­ro, desde que el nazismo estaba en el poder en Alemania. El remitente decía: "Si supieran ustedes de qué se trata, sacrificarían una suma enorme para obtener todo eso". Subrayaba que disponía, no solamente de las informaciones ofre­cidas en su carta, sino de muchos elementos más. Solicitaba la compra de una máquina fotográfica (a comprar en Alemania por motivos de seguridad) y planteaba sus condiciones: "Jamás conocerán mi nombre; nunca me encontraré con ustedes sobre te­rritorio checo; solicito la suma de 15.000 marcos alemanes en billetes usados (de esta suma, 4.000 marcos me deben llegar antes de las tres se­manas)".
La carta continuaba textualmente: "Espero que me contesten a poste restante, cada vez a una aldea diferente de Sajonia o Baviera. De vuestra respuesta depende que les dé estas informaciones o que las ofrezca al servicio de investigaciones francés. Igualmente espero re­cibir, con su primera respuesta, el adelanto solicitado para comprar el aparato fotográfico y para disponer los gastos necesarios. Mi ofrecimiento es real, y no deben ustedes temer el gastar inútilmente este dinero. Les ruego que envíen su primera respuesta a la dirección si­guiente, el 14 de febrero a más tardar. Suyo: F.M.". Y en la posdata decía: "F.M. 137, Poste Restante, Annaberg (Erzgebirge). Envíen la carta desde una oficina de correos en Alemania".
Ese mismo día, el mayor Bartik contestó a esa carta. Se intercambiaron tres cartas; luego, el 28 de marzo de 1936, el corresponsal alemán fijó un encuentro para el 6 de abril en la ruta de Karlovy Vary. La respuesta del Servicio de Informaciones checoslovaco fue positiva; la contraseña: "Altvater". Y el lunes 6 de abril de 1936, a las 20,30 horas, los oficiales Fryc y Rybar, del S.I. checoslovaco, llegaron al cruce indicado por F.M. Tras el encuentro, el mayor Bartik -que esperaba en el auto- vio al hombre que, hasta ese mo­mento y para él, no vivía más que en su ima­ginación: "Era un hombre de 32 a 35 años, estatura me­diana y aspecto completamente común. Tenía el cráneo afeitado a la prusiana; tenía ojos grandes, penetrantes. Un hombre tranquilo, sereno, que hablaba poco. Conversamos en ale­mán. Entre otras cosas, le pregunté por qué motivos nos ofrecía su colaboración, pre­firiéndonos al Servicio de Informaciones francés. Me respondió que no le habría gustado ofrecer sus servicios a los franceses, pues éstos eran aturdidos por naturaleza y tomaban las cosas a la ligera. Con ellos, el peligro de ser desenmas­carado amenazaba constantemente".
Los primeros documentos suministrados por F.M., sin ser sensacionales, eran muy importantes. En efecto, entre otras cosas, entregó la nómina detallada de los agentes que proporcionaban a la Abwehrstelle (oficina de inteligencia) de Dresden, informaciones milita­res sobre Checoslovaquia. En la conversación con el mayor Bartik, F.M. declaró que la Alemania nazi preparaba "una guerra de agresión, no solamente contra Che­coslovaquia, que será el primer objetivo, sino también contra Polonia y, probablemente, la Unión Soviética". Lo notable de la información era que anticipaba los hechos tres años antes de que estallara la guerra. Cuando se le pagó su remuneración, F.M. firmó un recibo con el que decía ser su nombre verdadero: Jochen Breitner, pero el Servicio de Informaciones che­coslovaco ya lo había bautizado con otro: A.54.
En el transcurso del año 1937, A.54 -que ahora firmaba sus informes con un nuevo nombre: Voral-, no cesó de suministrar valiosas infor­maciones al S.I. checoslovaco. En la noche del 12 al 13 de mayo de 1938, Voral fijó una cita con los oficiales del 2º Bureau Checoslovaco, para revelarles que Alemania preparaba una intensa agitación en los Sudetes, y que el 22 de mayo las tropas alemanas inva­dirían el territorio checoslovaco en el espacio situado entre las aldeas de Decin y Bilina. Se desencadenó la agitación, pero, adecuada­mente prevenido, el gobierno de Praga había dado la orden de cerrar las fronteras y llamado a las armas a sus reservistas, así como a sus tropas regulares. El 20 de mayo, por la noche, se decretó el estado de alerta y al día siguiente, la infantería y la artillería ocupaban sus posiciones en las líneas fortificadas de de­fensa. Esta movilización por parte de Checoslovaquia, sorprendió a la opinión pública y el 22 de mayo no pasó na­sa: Hitler tuvo una rabieta memorable. La república checoslovaca había ganado esa batalla en el frente secreto gracias a A.54.
En setiembre de 1938, A.54 fijó una nueva entrevista, a la cual acudieron el mayor Frank y el capitán Fryc. Entre otras cosas, A.54 entregó informaciones deta­lladas sobre las nuevas armas fabricadas en Ale­mania, de las cuales llevó incluso algunas (entre ellas, un prototipo de gra­nada con un nuevo explosivo, de gran eficacia y origen desconocido). El siguiente encuentro ocurrió en la estación de trenes de Turnov el 11 de marzo de 1939, a las 7 de la mañana, entre el capitán Fryc y quien nuevamente había cambiado de nombre: ahora se llamaba Paul Hans Steinberg. A.54 informó que Bohemia y Moravia serían invadidas el 15 de marzo y que, en la misma fecha, Eslovaquia sería proclamada Estado indepen­diente. El programa de los preparativos alema­nes para las jornadas del 12 al 14 de marzo fue expuesto en detalle y sus informaciones, muy precisas, coincidían con ciertos datos comunicados por el contra­espionaje francés. Cuando los datos llegaron al Estado Mayor checo, su supe­rior, el coronel Frantisek Moravec (1895-1966) dio aviso a su gobierno; el presidente Emil Hácha (1872-1945) no tomó en serio la información y se negó a alertar a la opinión mundial e impartir al ejército alguna consigna especial. Por su parte, el coronel Moravec estaba convencido de que el agente A.54 había dicho la verdad. Durante la noche del 13 al 14 de marzo de 1939, montones de documentos im­portantes ardieron en el patio del Estado Mayor General de Praga. Los oficiales embalaron los legajos de mayor valor, entre ellos, claro está, el del agente A.54, y prepararon el traslado a Gran Bretaña del valioso material.
El representante del Sevicio de Inteligencia inglés en Praga era el agregado del cónsul británico en la sección pasaportes, el comandante Harold Gibson (1892-1960), quien prometió a Moravec conseguirle ayuda. El 14 de marzo, por la tarde, un avión Douglas de la K.L.M. se posó en el aeropuerto de Ruzyne, cerca de Praga, y em­barcó a doce hombres, entre ellos el coronel Moravec, con los cajones que éstos llevaban a Londres. El 15 de marzo, al alba, un comando especial (Einsatzkommando) de la Abwehr de Dresden, penetró en las oficinas del estado mayor checoslovaco y las encontró vacías. Poco después llegó el jefe supremo de la Abwehr, el enigmático almiran­te Canaris, acompañado por uno de los jefes más importantes del S.I. alemán: era Paul Thümmel, alias F.M., alias Jochen Breitner, alias Voral, alias Paul Hans Steinberg, el agente secreto checo A.54, al que treinta años más tarde se llamaría "el espía de tres caras".
Paul Thümmel pertenecía a una familia de origen modesto. Nació el 15 de enero de 1902 en Neuhausen (Erzgebirge), hijo de un panadero. Nazi de la primera hora -poseía la matrícula nº 61.574 del N.S.D.A.P. (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei -Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán), apenas un poco menos antigua que la Martin Bormann (1900-1945), el jefe de la Cancille­ría del Reich que tenía el carnet nº 60.508- fun­dó en 1927 una filial del partido en su ciudad natal. En 1928, ingresó de manera honoraria en el Servicio de Informaciones del ejército alemán. En ocasión del primer acto organizado por él, fue a dirigir la palabra Heinrich Himmler, jefe de los S.S. Los dos nazis, que tenían dos años de diferencia (Himmler 28 y Thümmel 26) simpatizaron, y Himmler pasó la noche en la casa de la familia Thümmel. Después de ese primer encuentro, entablaron una gran amistad. Cuando el 6 de enero de 1929, Hitler nombró a Himmler Reichsführer (Comandante en Jefe) de las S.S. en reemplazo del comandante Erhard Heiden (1901-1933), el viejo amigo le propuso ingresar en el Schwarze Korps, un grupo de elite de las S.S. En abril de 1934, Himmler quedó al frente de la Gestapo y citó a Thümmel para explicarle que era necesaria una depuración del partido ya que Hitler estaba decidido a pasar rápidamente a la acción y eliminar físicamente a todos los S.A. que complotaban contra él. Dos meses después (el 30 de junio), ocurrió la "noche de los cuchillos largos", la purga sangrienta que desembarazó a Hitler del jefe de las S.A. Ernst Röhm (1887-1934), en la que no existe certeza de que haya participado el futuro A.54. Según el testimonio -durante el pro­ceso de Nuremberg- de Friedrich Eberstein (1894-1979), jefe supremo de las S.S. y de la policía en Baviera, Paul Thümmel estaba en Dresden en compañía del coronel de las S.S. Lothar Beutel (1902-1986), quien hizo ejecutar por la Kriminalpolizei (Departamento de Investigación del Crimen) a ocho miembros de las S.A. y del N.S.D.A.P.
Cuando el 1º de enero de 1935 el coronel Canaris fue nombrado jefe de la Abwehr, Himmler le recomendó caluro­samente a su amigo Paul Thümmel. Este no tardó en llegar a ser uno de los hombres de confianza del misterioso almirante que convirtió a Dresden en el cuartel general de los servicios de espionaje en el centro de Europa. Por consiguiente, desde fines de 1935, Thümmel ocupó un puesto clave y sus relaciones privadas con Himmler y Canaris le per­mitieron estar al corriente de ciertos secretos clasificados. Bajo la autoridad del coronel Hans Günter von Kornatzki (1906-1944), Thümmel tuvo la misión de centrali­zar en Praga el espionaje en los Balcanes, Europa central, Turquía y Medio Oriente.
La noche del 3 de agosto de 1939 en La Haya, el mayor Aloïs Frank del S.I. checoslovaco, recibió de manos de A.54 un informe explosivo: Alemania, con más de 450 divisiones, atacaría a Polonia antes de un mes. Hitler no esperaba una intervención activa de Francia e Inglaterra. Si, contra toda previ­sión, éstas entraran en guerra, no serían atacadas por Alemania. Hitler contaba, no sólo con la neutralidad bene­volente de la Unión Soviética, sino incluso con una probable colaboración. También entregó informes sobre el accionar nazi en Checoslovaquia, sobre los preparativos militares en las fronteras polacas y sobre la actividad de las redes de la Abwehr en el extranjero.
Invadida Polonia, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, A.54 no disminuyó su actividad. En noviembre de 1939 hizo llegar a Londres la primera información sobre las armas secretas que preparaba Alemania: los cohetes V-1. La información, clasificada con el número 26 en los archivos del S.I. checoslovaco en Londres, especificaba: "Se trata de un torpedo que después de ser arrojado al aire se convierte en avión. La precisión del tiro al objetivo no es grande por el momento". El 28 de enero de 1940, A.54 comunicó a Lon­dres: "Será franqueada la frontera entre Francia y Bélgica (Ardennes) en dirección a la Mancha, con invasión de los territorios belga y holan­dés". El 9 de marzo de 1940 informó: "Ribbentrop irá pronto a entrevistarse con Mussolini... Se fabrican intensamente bombas de unos 5.000 kg... No habrá ataque en el Oeste antes del 17 de mar­zo... Cuidado en Suecia y Holanda, el Sicherheitsdienst (S.D., Servicio de Seguridad) despliega gran actividad... Importantes centrales del S.D. se insta­lan en Zagreb, Atenas, Bucarest y Dubrovnik". Una semana más tarde, A.54 informó a Londres que Hitler había decidido atacar a Ho­landa, Bélgica y Francia. El 29 de abril de 1940 avisó: "Febriles preparativos para el ataque en el Oeste". Al día siguiente: "Alemania atacará el 10 de mayo".
En sus "Memorias", el presidente Edvard Benes (1884-1948), jefe del gobierno checo exiliado en Londres, hizo alu­sión varias veces al misterioso A.54, escribiendo: "Son las informaciones proporcionadas por A.54 las que me han permitido confiar al presidente Roosevelt todos los proyectos de Hitler relativos a la guerra relámpago contra Polonia, seguida de una invasión a Francia a través de Bélgica y Holanda". El Primer Ministro británico Churchill le dijo al coronel Moravec, jefe del S.I. checoslovaco que permanecía en Londres: "¡Es el agente más fantástico de todos los tiempos! ¿Se conoce su nombre? ¿Se sabe por qué tra­baja para nosotros?". Moravec no tenía la respuesta. Fue también A.54 quien anunció a Londres que Ale­mania preparaba la invasión de Islandia. Hitler quedó trastornado al enterarse de que los ingleses se le habían adelantado al tomar pose­sión militar de la isla, pero jamás sospechó cómo se podían haber divulgado sus prepara­tivos tan secretos.
El 4 de octubre de 1940, tuvo lugar en Brenner una entrevista entre Hitler, el Primer Ministro italiano Benito Mussolini (1883-1945), su Ministro de Asuntos Exteriores Galeazzo Ciano (1903-1944) y su colega alemán Joachim von Ribbentrop (1893-1946). Una semana más tarde, A.54 comu­nicó a Londres que Hitler hacía preparar al alto mando de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas) un nuevo proyecto: el de la operación "Barbarossa". El 27 de octubre indicó que se trataba del plan de agresión contra la Unión Soviética. El 18 de diciembre, Hitler firmaba el plan Barbarossa, del cual existían solamente nueve ejemplares, uno de los cuales fue para el almirante Canaris. Seis días más tarde, A.54 anun­ció lacónicamente a Londres: "La operación Barbarossa debe comenzar el 15 de mayo de 1941". Más tarde, y poco a poco, logró transmitir una multitud de detalles relativos a ese plan ultrasecreto.
El presidente checo dice en el libro citado que transmitió sin demora esta información a Chur­chill. Como se sabe, Churchill le escribió perso­nalmente al líder soviético Iósif Stalin (1878-1953) para prevenirle del peligro. En su informe secreto del 25 de febrero de 1956 ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, el nuevo secretario Nikita Jruschov (1894-1971) declaró: "Churchill insistió varias veces sobre este pun­to (el ataque a la URSS por parte del III Reich). Sin embargo, Stalin no prestó aten­ción a estos avisos. Más aún; dio orden de no prestar fe a indicaciones de esta clase, a fin de no provocar el desencadenamiento de opera­ciones militares".
El valor e importancia de la información de A.54 no quedaron disminuidos por el hecho de que Hitler no atacó a la Unión Soviética hasta el 22 de junio de 1941 a las tres de la madrugada, una demora que se produjo porque invadió primero Yugoslavia y Grecia. El 20 de mayo de 1941, otro de los célebres espías, Richard Sorge, advirtió al Kremlin que el ataque se desencadenaría el 20 de junio, acercándose más a la fecha definitiva.
El agente A.54 habría podi­do seguir hasta el fin de la guerra, informando tan impune y perfectamente a los aliados, si no hubiera sido perseguido por el brazo derecho de Himmler y uno de los responsables de la "Solución final", el plan para la aniquilación de judíos, gitanos y prisioneros de guerra soviéticos, el temible Reinhard Heydrich (1904-1942). Durante el día, bajo otro de sus múltiples nombres -esta vez Paul Holm- coordinaba la actividad de la Abwehr, no sólo en Checoslovaquia, sino en todo el centro de Europa, los Balcanes y Turquía, haciendo el viaje Praga-Berlín-Praga dos o tres veces por semana. Permanecía en estrecho contacto con el almirante Canaris y con su amigo Himmler cuando éste se hallaba en Berlín. También visitaba a menudo a la amante del ministro de propaganda nazi, el doctor Joseph Goebbels (1897-1945), la actriz checa Lida Baarova (1914-2000), de quien, según parece, estaba profundamente enamorado. Por la noche volvía a ser A.54, actuando -con el nombre de Rene- muy estrechamente con los jefes de la resistencia checa: el teniente coronel Josef Masín (1896-1942), el te­niente coronel Josef Balabán (1894-1941) y el capitán Václav Moravek (1904-1942).
El 22 de abril de 1941, la Gestapo logró apo­derarse del teniente coronel Balabán en uno de los departamentos donde se ocultaba Moravek, pero éste, advertido por A.54, ya no estaba allí. El 13 de mayo de 1941, la Gestapo descubrió al teniente coronel Masín y al capitán Moravek. Masín fue herido y apresado, mien­tras Moravek logró escapar. Ni Balabán ni Masín, torturados, hablaron an­tes de morir, pero el círculo de la Gestapo se cerraba alrededor de Moravek, que escapó por poco de los policías alemanes el 22 de junio y nuevamente el 20 de diciembre de 1941. Entre ambas fechas se había producido un suceso importante: el 27 de setiembre, Heydrich fue nombrado Viceprotector de Bohemia y Moravia con la intención de intensi­ficar la lucha contra la resistencia checa.
La Gestapo conocía desde mucho tiempo atrás la existencia de A.54. Ya desde 1939, procuraba identificar al misterioso personaje que traicionaba los secretos más importantes del Tercer Reich. La hipótesis admitida era que el traidor debía contarse entre los personajes que ocupaban funciones importan­tes en el seno del sistema nazi, pero ninguna prueba sustentaba esta suposición de Heydrich, quien había formado un grupo especial al mando del S.S. Willi Abendschön (1905-1959) para descubrir la identidad del traidor. Pese a su experiencia y audacia, A. 54 no podía escapar indefinidamente. Ya en el transcurso del verano de 1941, unos agentes del S.D. expulsados de Turquía e interrogados por la Gestapo pronunciaron el nombre de Thümmel. Este nom­bre recordó un hecho reciente al grupo espe­cial de investigaciones de la Gestapo: en el mes de abril de 1941, cuando Yugoslavia fue vencida y ocu­pada, los investigadores de la S.D. encontraron, en la oficina del agregado militar inglés en Belgrado, la copia de un despacho reciente que ponía de relieve informaciones militares muy importantes, provenientes de Praga. Ahora bien, en esa ciudad, solamente tres personas po­dían estar en conocimiento de dichas informa­ciones militares: el comandante de la Abwehr, su agregado y Paul Thümmel. Como en esa época, los dos oficiales superiores se hallaban ausentes de Praga, las sospechas cayeron sobre Thüm­mel. Abendschön dirigió un informe a Berlín. La respuesta fue categórica: "Paul Thümmel, an­tiguo miembro del N.S.D.A.P., poseedor de la insignia de oro del partido, asignado a los ser­vicios de espionaje desde 1928, cuenta con la confianza plena y entera del partido y del alto mando de la Wehrmacht".
El 4 de octubre de 1941, Abendschön condujo una acción exitosa contra una estación transmisora clandestina instalada en los suburbios de Praga. Fueron capturados una cantidad de despachos listos para ser transmi­tidos. En todos ellos figuraba el nombre Rene. Las informaciones emanadas de Rene eran de un carácter tan particularmente secreto que la cantidad de personas que podían conocerlas en Praga era limitada. Estaba el gene­ral S.S. Karl Hermann Frank (1898-1946), secretario de Estado para el protectorado de Bohemia y Moravia; el Standartenführer S.S. (oficial de segundo rango) Otto Geschke (1907-1959), jefe de la Gestapo en Praga, y el jefe de la red de la Abwehr, Paul Thümmel. Abendschön confió su informe a Geschke, quien lo transmitió a Heydrich. El 13 de octubre de 1941, Paul Thümmel fue arrestado en su oficina por la Gestapo. Thüm­mel, por supuesto, negó ser Rene.
Días más tarde, se desencadenó una tempestad en Ber­lín. Los más altos dignatarios del partido pro­testaron con Himmler a la cabeza, pero también Goebbels y Bormann. El almirante Canaris tuvo una violenta entrevista sobre este tema con Heydrich. Abendschön tuvo que volver a poner en libertad a Thümmel el 25 de noviem­bre de 1941 pidiéndole disculpas. El juego de Thümmel como A.54 se había vuelto particu­larmente peligroso. Abendschön -que no estaba convencido de la inocencia de Thümmel- condujo una minuciosa investigación sobre su pasado y obtuvo algunos indicios en Berlín y Dresden. El 22 de febrero de 1942, Thümmel fue arrestado nueva­mente por la Gestapo. Abendschön había descubierto sus entrevistas en secreto con los jefes de la resistencia checa.
Paul Thümmel se justificó diciendo que era el modo de atraerlos para poder detenerlos a todos juntos, y esa firme declaración -subrayada por los éxitos indiscu­tibles obtenidos hasta entonces por la Abwehr de Praga- hizo vacilar a la Gestapo. Por su lado, Canaris, desde Berlín, protestó enérgicamente ante Heydrich por el arresto de Thümmel y amenazó con informar al mismo Hitler. Heydrich capituló e hizo poner en libertad a Thümmel por segunda vez, pero subordinó esta actitud a la condición de obtener su ayuda para atra­par al capitán Moravek. El 2 de marzo de 1942, Thümmel fue puesto en libertad, pero no por mucho tiempo: el día en que debía tener lugar el arresto del capitán Moravek, Thümmel lo previno, de modo que la Gestapo no encontró a nadie en la residencia indicada.
Abendschön se puso insistente: era necesario atrapar al líder de la resistencia inmediatamente, para lo que ordenó a Thümmel fijar una entrevista con Mora­vek para el 21 de marzo a las 19 horas en un pequeño parque de Praga, cercano al castillo y al antiguo Puente de las Polvaredas. Thümmel contaba con poder dar la contraorden a Moravek, pero Abendschön, que desconfiaba, arrestó por tercera vez a Thümmel; esta vez definitivamente. Moravek acudió a la cita y antes de entregarse vivo a los agentes de la Gestapo se suicidó con un disparo en la cabeza.
Paul Thümmel esperaba ser liquidado sin jui­cio, después de algunas sesiones de tortura, pero no las hubo. Thümmel habría debido ser entrega­do al tribunal del Pueblo; Himmler y Bormann se negaron. En su calidad de agente de la Abwehr, Thümmel podía ser juzgado por el tribunal de la Wehrmacht. Canaris intercedió ante el mariscal Wilhelm Keitel (1882-1946), que se negó a hacer comparecer a Thümmel ante un consejo de guerra. Abendschön retuvo entonces el legajo en su po­der y Thümmel fue enviado sin compa­recer ante ninguna jurisdicción a Theresienstadt, donde fue registrado bajo una identidad falsa: "Petr Tooman, subdito holandés, ex agregado militar".
El almirante Canaris, arrestado luego del atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944, fue ahorcado el 9 de abril de 1945 en un patio del campo de concentración de Flossenburg. Su protegido, Paul Thümmel, finalmente fue fusilado por los nazis el 27 de abril de 1945, en el patio de la prisión de Theresienstadt, apenas tres días antes de la caída del Führer.
Indiscutiblemente, Paul Thümmel poseía una personalidad compleja. Según las informacio­nes de origen alemán, Thümmel, al principio nazi convencido y muy activo, parece haber tenido muchas dificultades con los jefes de la S.S. luego de la purga de los S.A. en 1934. Sólo la amistad de Himmler lo protegió con eficacia. En cuanto a los motivos inmediatos de su po­derosa ayuda a la resistencia interna checos­lovaca, son desconocidos. Lo que sí es seguro es que Thümmel era un doble agente. Por un lado prestó inmensos servicios a los checoslovacos y dio informaciones de im­portancia considerable a Londres; por otro, su actividad a la cabeza de su servicio de espionaje de la Abwehr en Praga fue muy positiva. Algunos historiadores opinan que el origen de su traición al nazismo hay que buscarlo en el plano político-filosófico, en la elección entre el partido o la patria. Una cuestión que A.54 pudo haber vivido como un auténtico drama, inclinándose, en definitiva, por su patria.

29 de julio de 2008

Bernardo Bertolucci: "No he hecho un film erótico sino un film sobre el erotismo"

En 1945 comenzó a publicarse en Berkeley, California (Estados Unidos), una revista especializada en cine llamada "Hollywood Quarterly", la que en 1951 cambió su nombre por el de "The Quarterly of Film Radio and Television", y por el definitivo "Film Quarterly" en 1958. La revista publica análisis académicos internacionales, tanto sobre el cine actual como sobre los clásicos de Hollywood, además de reseñas acerca del cine independiente, vanguardista y experimental. En la década del setenta trabajaba como su corresponsal en Europa el periodista, fotógrafo y realizador alemán Gideon Bachmann (1940), quien estando en Roma, entrevistó al director Bernardo Bertolucci (1941) en oportunidad del estreno de "Ultimo tango a Parigi"
(Ultimo tango en París). La entrevista apareció en el ejemplar de primavera de 1973.

Sigue hablando de su últi­mo film como si hubiera descubierto ahora su significado, después del estre­no, discutiéndolo con amigos...

Comprendí. . . que la pareja del film no está aislada del mun­do, como yo lo quise. No se puede escapar a una isla; hasta el intento de hacerlo es parte de nuestra realidad social. Resulta que mis personajes son profun­damente sintomáticos. Uno no puede ocultarse en un cuarto; la realidad entra por la ventana.

Pareciera que el descubrimiento de lo que estaba haciendo realmente con "Ultimo tan­go en París" le llegó después de haber comenzado el rodaje...

Originalmente, quise hacer un film sobre una pareja, sobre la re­lación entre dos personas. Cuando empecé a trabajar y sentí que el film tomaba su forma, compren­dí que estaba haciendo una obra sobre la soledad. Creo que éste es su contenido más profundo: soledad. Es lo opuesto a lo que me había propuesto describir.

¿Cómo fue el proceso de filmación?

Dejé que la realidad se hiciera cargo, durante la mayor parte del tiempo. Construí una situación y después hice una suerte de "cinema-verité" sobre los personajes, los verdaderos personajes que en­contré frente a la cámara. En el caso de "Tango", sentí como si estuviera entrevistando a Brando y a María, vistos en el contexto narrativo del film. Así lo que aparece en la pantalla siempre representa el fruto de la relación que desarrollé con los persona­jes, y de la relación que desarrollo con los objetos y los espacios que me encuentro filmando. Es a través de la cámara que comien­zo a entender a las cosas y a la gente. Es por eso que estoy con­tinuamente abierto a la enseñan­za, y absorbiendo dentro del film lo que el rodaje mismo reve­la, incluso si eso está en contra­dicción con lo que he escrito en el libreto.

¿Cómo fue su relación con los actores?

Con Brando y María mi rela­ción subconciente era extre­madamente intensa, pero creo que me las he arreglado no sólo para dejar de lado mis defensas, sino para ayudar a que ellos abandonaran las suyas. Sentí, finalmente, que este primer film que yo rodaba sobre el presente era hecho sin ninguna clase de defensas, sin excusas, sean ellas históricas, narrativas o políticas. Me parece ahora que en ese sen­tido se trata de un film muy liberado.

¿En qué sentido, entonces, consi­dera que los dos personajes son pro­fundamente sintomáticos?

El encuentro de ambos termi­na por ser un choque de fuer­zas que tiran en direcciones distintas; la clase de choque de fuerzas que existe en todos los enfrentamientos políticos. Brando, que inicialmente es bastante misterioso, se las arregla para alterar el estilo de vida burgués de la muchacha, por lo menos al principio, me­diante la fuerza de su misterio y su obvia búsqueda de autenticidad. Su forma de hacerle el amor es prácticamente di­dáctica. Didáctica en el sentido de que busca las raíces de la conducta humana en ese momento, después del suici­dio de su esposa, cuando ha llegado simultáneamente a una cumbre y a un punto muerto. Cree que debe procu­rar la absoluta autenticidad en una relación, y esto, creo, da al encuentro su sentido político.

¿Un sentido político, por tanto, que usted no había planeado?

Absolutamente no. De hecho, había estado algo preocupado por lo que me parecía una caren­cia de términos políticos en el libreto. Estaba comenzando a preocuparme ser infiel conmigo mismo y cometer quizás un error. Porque también en mí existía una cierta estructura mental convencional, que exigía el uso de un dictamen político directo y claro en cada obra. Me estaba diciendo a mí mismo: ¡Cuida­do! Vas a terminar por hacer otra "Love Story". Pero pronto comprendí, filmando, que cuan­do uno muestra las profundida­des, cuando uno se sumerge en esa sensación de soledad y de muerte que se adhiere a toda relación en nuestra sociedad oc­cidental y burguesa, y cuando uno comienza a identificar las razones para esta sensación de muerte, uno formula inevitablemente un dictamen político.

¿Considera que la búsqueda de este sexo "didáctico" y anónimo pue­de ser un antídoto para esa sensación de muerte en nuestra sociedad?

En el film, el sexo es simple­mente una nueva clase de idioma que estos dos personajes tratan de inventar para comuni­carse. Utilizan el idioma sexual porque éste significa la libera­ción del inconciente, significa una apertura. De ninguna mane­ra, por otro lado, procuro identi­ficar el sexo con la sensación de la muerte. No estoy formulando ninguna teoría sobre Eros-Thanatos. Simplemente estoy diciendo que cuando se describe una relación sedienta de autenti­cidad, se descubre todo lo que la rodea, todo lo que retacea su expresión.

En todo caso, usted enlaza los con­ceptos de expresión sexual y de libera­ción personal. ¿Cree que la auto-liberación debe ser un proceso conciente?

La auto-liberación, en el sentido en que empleo el térmi­no, es un primer paso hacia vivir mejor, hacia el encuentro de un equilibrio con el inconciente, ha­cia, el hallazgo de una relación pacífica con el inconciente. Es­tos primeros pasos pueden a me­nudo ser muy dramáticos, desde el momento en que tendemos a suprimir nuestros propios intentos de darlos. Suprimimos nues­tras agresiones y frustramos nuestras almas. Como lo que ocu­rre entre Marlon y María es una especie de amor loco que conti­nuamente se devora a sí mismo, temí que pudiera parecer aisla­do. En lugar de eso, se convirtió en un asunto sintomático de nuestra época.

¿No cree, entonces, que el indivi­duo deba necesariamente estar al tanto de su búsqueda para encontrar ese equilibrio?

No. Uno puede ser conciente del significado de las acciones propias, en una forma completa­mente irracional. De hecho, "ser conciente" me parece una defi­nición demasiado limitada sobre lo que estamos hablando. Esto no supone que yo rechace el psicoanálisis u otros sistemas de llegar a la conciencia, pero creo que el sistema debe ser diferente para cada uno de nosotros. Yo, por ejemplo, recorro este camino hacia la auto-liberación en una forma muy poco ortodoxa. Me siento más conciente, pero de una manera extremadamente emocional e instintiva.

¿Le conduce su intuición hacia una comprensión de esa sensación de soledad y de muerte en nuestra socie­dad, más allá de nuestras convenciona­les respuestas encontradas en Marx y Freud?

Ambos me son muy impor­tantes para mi obra. Pero me niego a limitar la lectura de sus significados a interpretaciones convencionales. Ciertas referen­cias en esa dirección me han sido útiles para comprender a los per­sonajes de mi film. Por ejemplo, cómo un encuentro se convierte en un choque. O, para citar a María, cómo lo casual se con­vierte en un destino. No puedo negar cierta estructura educativa y cierta formación, de lo cual Marx y Freud forman parte, pero procuro y consigo verlas en una forma política, existencial. Al filmar "Tango", des­cubrí que lo que yo había consi­derado puntos de destino eran en realidad puntos de partida, quiero decir que comprender a mis personajes con la ayuda de psicología y política convencio­nales me daba sólo un vistazo inicial sobre sus complicadas es­tructuras personales, pero me ayudaba a aceptarlos como seres vivos frente a la cámara, y a aceptar sus contribuciones al film. Creo que debo vivir a través de las relaciones que un film crea en forma directa, sin referencias lógicas o racionales. Se podría decir, desde luego, que el film es una forma del sueño, que todo el asunto es una proyección edípica de parte de la muchacha; des­pués de todo, ella tiene 19 años y Brando 48. Y que la historia de él podría ser otra proyección edípica (cree, en cierto sentido, que él es tanto el hijo de su esposa como el padre de la mu­chacha), pero prefiero no definir las cosas de esa manera. Después de todo, el film está hecho para significar cosas distintas a perso­nas distintas; el significado final y personal de una obra depende siempre del espectador.

¿El espectador, entonces, se con­vierte para usted en un componente esen­cial de la obra?

Absolutamente; tan esencial como las luces, como los escenarios, como el hombre que empuja el carro de la cámara. Incluso cuando un público no queda absorbido por una obra, esa distancia de la obra sigue siendo un componente esencial. Pero no puedo pensar en eso cuando estoy rodando. Después de todo, cada conversación que uno emprende -y un film es un díalogo- presupone la presencia de un compañero. En el caso de la poesía, mi interlocutor es el lector; en el caso del cine es el público. No me gusta hablar so­lo, y no hablo solo. No hablo para mí mismo, quiero decir. Esta es, de paso, la forma en que el cine se convierte en una mane­ra de pesar la realidad, o sea en un instrumento para comprender el mundo. Creo que esto es cier­to tanto para el creador como para el espectador.

¿En cierto sentido, por lo tanto, usted explota al público?

Lo exploto dándome a mí mismo, pero también soy explo­tado. Es una relación a dos pun­tas. De paso, descubro más y más que no existe en lo humano cosa tal como la inocencia o como la culpa. Existen sólo la oferta y la demanda, algo ofreci­do y algo pedido, que se mezclan en forma indistinguible. Y ni si­quiera puede decirse que quien ofrece es inocente y quien pide es culpable, o viceversa. Y esto se aplica también a relaciones personales y sentimentales; nun­ca hay culpas. Y en lo que al público se refiere, la única cosa segura es saber que estoy buscan­do un público más amplio.

¿Ha cambiado sus demandas, en­tonces, desde cuando escribía poe­sía?

No, quizás ha cambiado la oferta. Creo de paso que mis films, en lo profundo, son muy generosos y que no formulo de­mandas excesivas. Quizás parte de mi proceso de liberación fue la aceptación de que siempre ha­bía querido crear un espectáculo. Me llevó mucho tiempo aceptar esta idea, aunque incluso mis primeros films en 8 mm., hechos con mis primos cuando éramos niños, contaban historias, en lu­gar de documentar la muerte de un cerdo o la inútil búsqueda de un cable abandonado en el bos­que. Creo que recién con "El conformista" acepté el papel de autor de films de argumento.

¿Su dificultad en aceptar esa idea derivaba de creer que sus convicciones políticas no podían ser expresadas en la forma espectacular, o porque encon­traba difícil abandonar la idea expre­sada diez años atrás, de que la cámara fuera el tema más importante de su obra?

Realmente no he abandona­do. Llegué a un punto de ruptu­ra cuando realicé "El doble", el film en el cual contrarié más violenta­mente mi propia naturaleza. Aparte del hecho de que este film me provocó un tremendo trauma psicológico, porque nadie, o casi nadie lo aceptó. Paradójicamente, ahora descubro -ahora, después de haberlo terminado y dis­cutido- que "Tango" es, de todos mis films, el más cercano a "El doble". Ahora que he aceptado completamente mi papel de hombre del espectáculo, veo que puedo volver libremente a toda una serie de preguntas, obsesiones y discusio­nes sobre el sentido de la cáma­ra, y sobre búsquedas y experi­mentaciones que en "La estratagia de la araña" y en "El confor­mista" había evitado como si fue­ran el demonio. Esto supone que ahora, con la seguridad que deri­vo del elemento espectáculo, puedo comenzar de nuevo. Esa es la razón de que encuentre a "Tango" tan cercana a "El doble", porque en "Tango" hay una búsqueda conti­nua en términos cinematográfi­cos, una investigación sobre el uso de la cámara, un intento de cuestionar las estructuras del cine.

En su libreto, encontré las palabras de la escena en que diserta a la mucha­cha sobre las estructuras restrictivas de la familia burguesa, pero no menciona que allí tenga un contacto anal con ella mientras está hablando. ¿Por qué agregó eso en el rodaje?

Me pareció que sería más cla­ro que él acompañara la charla con un sufrimiento directo sobre ella, interpretándole, al usarla, la violencia de doble faz que le describe. Es una violencia que procura enseñar, la violencia del maestro, el afán destructor con­tra la idea de la familia. El im­pulso de ella por ser libre, cuando grita y repite "¡libertad, liber­tad!" es muy real y también doble: ella quiere verse libre de lo que él dice pero también libre de él. Lo que él hace sobre ella es, por tanto, una especie de salvajada didáctica.

¿Quiere decirme que usa la per­versión con el disfraz de una enseñanza anti-burguesa?

Es un momento de catar­sis. El es conciente, pero está asimismo dividido, en ese mo­mento, entre su conciencia y su placer por la perversión. Se su­merge en la perversión como ca­tarsis personal, pero también, en parte, porque la perversión le sirve como una fuga.

¿Quiere decir una fuga de la im­potencia? Porque él, obviamente, no puede vivir nunca de acuerdo a los principios de los que habla. A través del film lo muestra como un hombre que defiende un principio y vive por otro, o por ninguno.

Parcialmente sí, pero asimis­mo como una fuga del dolor causado por el suicidio de su mujer. Hay muchas formas de superar esa clase de dolor, siendo la perversión y el sexo las obvias. El sexo es muy cercano a la muerte, como sensación.

Ciertamente la metáfora que está sugiriendo parece ubicar el personaje de Brando en una dualidad de motiva­ción. Su film, especialmente en Estados Unidos, donde tenemos tendencia a igualar la sexualidad con la liberación como usted parece hacerlo, ha sido aclamado co­mo una obra maestra del erotismo. A mí me parece lo opuesto, y la secuen­cia que estábamos discutiendo, en su tristeza y su desesperación, prueba, más bien, que utiliza el sexo como un símbolo de la imposibilidad de las relaciones.

No he hecho un film erótico, sólo un film sobre el erotismo. En todo caso, no se puede sepa­rar la conducta erótica del res­to de la acción humana. Es casi siempre así: que las cosas son eróticas sólo antes que se desa­rrollen las relaciones. Los momentos eróticos más fuertes en una relación están siempre al principio, ya que las relaciones nacen de instintos animales. Pero toda relación sexual está conde­nada. Está condenada a perder su pureza, su naturaleza animal, el sexo se convierte en un instru­mento para decir otras cosas. En el film, Marlon y María tratan de mantener esa pureza evitando la relación psicológica y romántica, no diciéndose recíprocamente quiénes son; pero resulta imposible, porque se desarrollan dependencias de varias clases. Brando trata en vano de defen­derse de esa sentimentalidad in­nata, razón por la cual llega a extremos como rebajarse a sí mismo y a ella, precisamente en el momento en que descubre que el hombre que ella ama es él. Ya sabe, en lo profundo, que aban­donará su ficción de hombre fuerte, que se pondrá sus zapatos puntiagudos y su corbata roja y que, tomando champagne, le di­rá quién es y accederá a sus ideales burgueses, temiendo que sean, en realidad, más suyos que de ella. Es el último baile de su caótica soledad, su última defen­sa. Pedirle a ella que se corte las uñas e inserte los dedos en su ano es como pedirle que destru­ya su virilidad.

¿Por qué cree que toda relación está condenada?

Toda relación está condenada a cambiar, en todo caso. Quizás pueda mejorar, pero generalmen­te se deteriora. No puede perma­necer igual a sí misma. Por lo tanto hay siempre una sensación de pérdida. Es este sentido de pérdi­da el que me hace usar la palabra "condenada" en lugar de decir "destinada".

¿Así que no cree en la posibili­dad de una relación romántica?

Bien, yo mismo soy un ro­mántico cuando digo que las pri­meras emociones no pueden ser repetidas. Pero no creo que las relaciones puedan desarrollarse en un nivel romántico porque no hay una razón de que deban hacerlo así; la historia y la realidad no son ro­mánticas. Y una relación debe alimentarse de la realidad para poder continuar.

¿Entonces qué puede desarrollar­se entre un hombre y una mujer en un nivel conciente?

No es una pregunta muy cine­matográfica... Lo que se puede desarrollar es sólo la posesión,
que apareja la destrucción del objeto amado. Ese es el sadomasoquismo en el centro de la relación y una presencia constante en todas las relaciones. Es un ele­mento que rara vez puede ser do­minado y regulado y que puede encontrar un canal que, en lugar de dañar a la relación, encuentre a sus víctimas afuera: una suerte de masoquismo centrífugo y no centrípeto. Cuando nos arregla­mos para canalizar y expresar nuestra agresión fuera de la rela­ción, ésta puede ser salvada. Pero casi siempre trabaja contra noso­tros.

¿Y qué pasa con las otras relacio­nes humanas menos personales? Usted ha cambiado su énfasis, alejándose de los temas políticos y sociales, y al mismo tiempo convirtiéndose en más contemporáneo. Y sin embargo defien­de a un solo partido político.

En cierto sentido, siento aho­ra una obligación política más fuerte. Pero pienso más clara­mente. Creo que mi compromiso político es más maduro, menos ligado a la neurosis personal. Siento que mi presencia es una continuidad histórica, un com­promiso cultural. Una presencia modesta, desde luego, pero la percibo en una forma más libera­da, probablemente porque estoy también menos frustrado. En un momento yo no podía distinguir entre lo que era racional y profundamente necesario y, por otro lado, en lo que era una coartada, es decir, algo ligado a estructuras neuróticas y a la bús­queda de una conciencia limpia. En cierto sentido, creo, todos los intelectuales europeos hemos vi­vido durante los últimos años en esa distorsionada dimensión política.

¿Cree que ha existido una falta de claridad política? Parece que no hemos podido dar a las generaciones recientes una base para juzgar su actual momento político. Parecen más desarraigados de lo que nosotros fuimos.

El problema me interesa enor­memente. El film que ahora quiero hacer está vinculado, de hecho, con el redescubrimiento de las raíces. Se llamará "Novecento" y cuenta la historia de dos niños, nacidos en ese año, a poca distancia uno de otro; uno en la casa campesina, otro en la casa del terrateniente, en Emilia. El film sigue sus vidas a través del siglo, atravesando mo­mentos de la historia italiana. Primero amigos, luego enemigos, con el rico financiando los pri­meros golpes fascistas y el pobre en el Partido Comunista, nave­gando a través de todo el perío­do fascista en Italia. Quiero que sea un film sobre la agonía de la cultura de la tierra, la cultura campesina, de una civilización que ha durado miles de años y que prácticamente ha muerto en 50 ó 70 años de "progreso" in­dustrial. Es un film que quiero dedicar a las nuevas generacio­nes; quiero conducirlas al redes­cubrimiento de sus raíces reales, que son las del mundo campesi­no. Quiero llevar la cámara a los maizales, a los pliegues de la tierra durante la irrigación, a la tierra misma. Y en un sentido menos físico, quiero llevarlas a redescubrir ciertos valores popu­lares que nosotros, por razones imperialistas, hemos asfixiado completamente. Es para aquellos que hoy tienen veinticinco años o me­nos, o sea para aquellos que sólo conocen ese mundo por la litera­tura (y ése también es un privile­gio, después de todo), para aque­llos de las grandes masas que desconocen todo sobre tales va­lores, que están perfectamente ignorantes sobre sus propias raíces, las que deben estar en algún lado. No creo que unas pocas décadas puedan cancelar genera­ciones de memoria genética; en nuestro ácido nucleico debe ha­ber un recuerdo de los valores de la tierra. ¡Por lo menos un sedi­mento! Nadie ha planteado este problema.

¿Siente ahora una mayor clari­dad, por lo menos por ser capaz de aportar alguna guía a esta generación que está describiendo?

No, no. No tengo lecciones claras que impartir. Personal­mente no veo claro: ni el proble­ma ni la perspectiva. Pero creo que dentro del partido uno ob­tiene espacio para desarrollar, quizás, una visión más clara.

28 de julio de 2008

Antonio Tabucchi: "Nuestro mundo interior es otro mundo"

Arnould de Liedekerke (1950), es un curioso periodista y escritor de temperamento. A pesar de haber sido durante veinte años uno de los pilares del "Figaro Magazine", también colaboró en revistas literarias de tendencias ideológicas antagónicas como "Lire" y "Le Magazine Littéraire". Precisamente para esta última, entrevistó en 1997 al talentoso escritor italiano Antonio Tabucchi (1943), autor de "Il gioco del rovescio" (El juego del revés, 1981), "Notturno indiano" (Nocturno hindú, 1984), "Requiem: un'allucinazione" (Requiem, 1992), "Sostiene Pereira" (1994), "La testa perduta di Damasceno Monteiro" (La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, 1997), "La gastrite di Platone" (La gastritis de Platón, 1998) y "L'oca al passo" (Paso de ganso, 2006). El escritor, un viajero solitario, profesor universitario y poeta de lo cotidiano, acababa de publicar "La cabeza perdida de Damasceno Monteiro", un policial que mostró otra faceta de su talento, y sobre ese acontecimiento giró la charla con el periodista francés que fue publicada en castellano en la revista "Magazín literario" de Buenos Aires (nº 2, agosto de 1997).Explicó usted que un li­bro "es antes que nada una tapa..."

La que elegí para la edición italiana mues­tra un dibujo prepa­ratorio -e inédito- de Picasso para Guernica. La foto de la edi­ción francesa nos ha­ce entrar de lleno en cierto universo portugués. Se la debo a Gérard Castello Lopes, un amigo de hace años. Fotografió los años sesenta en Lisboa, un Portugal que ya no existe. Esta imagen, muy bella, muy plástica, que muestra chicos de la calle jugando al fútbol, es a la vez inquietante: no parece ser un juego. Ese chico que tiende los brazos al cielo podría estar perfec­tamente muriendo por un balazo.

Su novela está construida a partir de una muerte violenta, o al menos de su constatación: en los barrios de Oporto, Mano­lo el Gitano descubre el cuerpo decapitado de un tal Damasceno Monteiro. Como en su novela precedente, "Sostiene Pereira", usted habla de un hecho policial. Y, de la misma manera, estos dos libros dan indicaciones precisas sobre los personajes y los hechos, reales, que inspiraron su relato, en forma de notas liminares. ¿Quién era Carlos Rosa, el modelo de Damasceno Monteiro?

Ignoro aún quién era exactamente Carlos Rosa. Tenía veinticinco años, era un pequeño bandido, un ladrón de estéreos. Fue detenido por ese tipo de delitos. Aunque se descubrió todo sobre su asesinato, sí se sabe que después de una noche de detención en una comisaría de los su­burbios de Lisboa, en Sacavem, su cuerpo fue encontrado decapitado en una plaza, con marcas de crueldad. Fue en mayo de 1996. Estaba entonces en Lisboa. La prensa de Portugal hizo explotar el escándalo llamando la atención de Amnesty Internacional. Me acuerdo de esta emisión de televisión: "Licencia para matar". El responsable y sus cómplices están actualmente en prisión, a la espera del juicio. De hecho, este caso reveló abusos policiales hasta entonces encubiertos. Los diarios españoles e italianos ha­blaron mucho sobre el tema. Para mí fue una descarga eléctrica, el punto de partida de una reflexión sobre la vio­lencia contemporánea y la tortura.

En el momento de la aparición de "Sostiene Pereira", en 1994, Italia estaba en plena cam­paña electoral. "Sostiene Pereira" fue bienvenida por la prensa de izquierda, desde "La República" hasta "L'Unitá", como un mensaje, adoptado como un signo de alianza renovada por los opositores a Silvio Berlusconi. Usted dijo: "Pienso que la lectura política de mi novela es la respon­sable de su éxito". ¿Podemos ver en usted, si no a un militante, al menos a un escritor comprometido?

Sería una definición demasiado limita­da. Me sentiría como esos insectos pincha­dos en una caja. La pertenencia a un parti­do o el compromiso no serán jamás para mí un instrumento suficiente para medir la realidad. La vida es vasta. Y la literatura y el arte, también. Y, sin duda, su función más noble es la de captar todos sus aspectos. El hombre es un universo. Todos los telescopios del mundo no lograrán captar todas las estrellas, los planetas, los satélites. Uno de mis plane­tas se llama, digamos, las flores de mi jardín. Otro, la frustra­ción de Madame Bovary. Otro más, la tontería de Bouvard y Pécuchet. O la inepcia de la policía. O la belleza del cielo flo­rentino. Todo eso para decir que no privilegio el compromiso, ni ninguna faceta de la vida, ni ninguna de mi vida de escritor. Si se pudiera clasificar a los escritores por familias, siempre me imaginé flaubertiano. Amo infinitamente a Flaubert. Y con esta novela me descubro post-stendhaliano: un caso poli­cial, ese caso tan apreciado por Stendhal, me llevó a escribir una novela.

El cuarto descubrimiento explica que se trata de una novela "con apariencia de thriller". Es conocido su gusto incondicional por Chandler, Hammet, Simenon. ¿Qué proporción de policial quiso po­nerle a "La cabeza perdida..."?

Soy todo lo contrario a un escritor "proyectual". Desde hace tiempo, me di cuenta de que la obra literaria es una criatura ca­bal y posee vida propia. Sería aventurado pretender dominar perfectamente su historia. De modo que "con apariencia de thriller" va perfectamente bien. De todos modos, es cierto que soy un apasionado de esa literatura "policial" (insisto en las comillas). Usted citó a Simenon: si le digo que lo considero uno de los grandes escritores del siglo, no hago más que unirme a una opi­nión que Gide ya expresó, y muchos otros antes de mí. Pero to­memos a Dürrenmatt: ¡lo adoro! O a Sciascia, en Italia. O a Pa­tricia Highsmith. Es la élite de la literatura policial. Pero a veces, incluso la más popular revela mecanismos perfectos. Dejando de lado la consideración del estilo, la principal cualidad del po­licial es la de ser una novela "activa", que implica la complici­dad del lector: a toda costa hay que descubrir algo. Es un es­fuerzo, así como una sinergia. La literatura policial investiga la realidad. Plantea cuestionamientos, tanto sobre el mundo tangi­ble como sobre la cara oculta del ser humano. Interroga. No es la menor de sus cualidades.

Ya que estamos hablando de investigación, uno se sus personajes, el joven Firmino, es periodista para una página sensacionalista. El doctor Pereira también era periodista. ¿Existe un parentesco entre ambos?

Se emparientan por su profesión, pero el nivel cultural de Pereira es infinitamente superior. Se alimenta de literatura francesa: de Balzac, de Daudet y de esos es­critores católicos de los años treinta, Maritain, Bernanos, Mauriac. Firmino es alguien anclado en la praxis. Se pega a la realidad más miserable: los hospitales, las cárceles, la morgue. Siento una gran admiración por Firmino. Este tipo de periodista que toca cotidianamente lo más sórdido nos enseña más de la vida que una página de "La crítica de la razón pura".

Otro personaje fuerte de la novela -desde todo punto de vista: en lo físico es una especie de Orson Welles- es Don Juan Fernando, amante de la buena carne, de los cigarros, bibliófilo y abogado. ¿Quién es realmente?

Como un novelista puede decir de sus personajes, es al­guien que me gustaría conocer en la vida real. En un mundo chato, homogeneizado, se atreve a afirmar ciertas realidades, in­cluidas las de la tortura, los abusos policiales. A veces eso vira hacia la metafísica. Pero siempre con una cuota de autoironia. Es el opuesto a un dogmático. Es un abogado de provincia, pe­ro que cita a Hölderin. ¿Un esteta? Sí, pero no estetizante. Es­pía la vida desde su ventana. Es ante todo un marginal.

Damasceno Monteiro: ese nombre está tomado de una calle de Lisboa...

Una calle de la Graca, ese barrio popular, muy vivo, arriba del castillo Sao Gorge. Mi mujer y yo vivimos ahí. Era muy modesto, pero dos ventanas nos ofrecían una vista magnífica de la ciudad y del Tajo. Conservo una profunda nostalgia por ese departamentito. No habíamos colgado nada de las paredes: las ventanas servían de cuadros.

Contrariamente a la realidad de los hechos y a sus costum­bres, Oporto es el marco de la novela y no Lisboa . ¿Por qué?

Es una elección intencional. Una novela también es una puesta en escena. Además, en una historia como ésta, de ca­rácter policial, el decorado no es "decorativo" sino que se con­vierte en algo al menos tan importante como los personajes. Cuando empecé mi novela, en Lisboa, pensé: una historia tan sombría, con una violencia tal, no podría tener como marco una ciudad tan sonriente. Ya sabe: las palmeras, el sol, todo eso... Entonces, me dije, tomemos Oporto, ciudad austera, con sus edificios de piedra gris, su calor sofocante y brumoso. Estu­ve allí quince días. Sentí una extraña fascinación. La elección que había tomado de una manera, digamos... cínica, se convir­tió en una evidencia.

Para usted, una novela también es una puesta en escena. En en­trevistas anteriores usted subrayó la importancia en su vida y en su vocación de escritor de películas como "La dolce vita" o "Blow up", que le provocaron el deseo definitivo de escribir. Algunos de sus libros fueron adaptados a la pantalla, entre los que figuran "Sostiene Pereira", con Marcello Mastroianni y "Nocturno hindú", de Alain Corneau, que, según usted, supo cumplir con el desafío de partir de la historia de otro para convertirla en su historia.

La película de Alain Corneau, que para mí es una excep­ción, me gustó mucho. El error de la mayoría de los directores de cine cuando adaptan una obra literaria es querer completar a todo precio los vacíos de la narración, procedimiento del que desconfío. Mis historias están llenas de agujeros. Si quisiera colmarlos, estaría en problemas; dejo esta tarea al lector. La ma­yoría de las veces, cuando uno las ve colma­das en la pantalla no quieren decir nada. El gran mérito de Corneau es que tuvo el cora­je, el talento, de hacer una película que es una no-historia: no tapó los agujeros.

La obra de Fernando Pessoa lo incitó a es­cribir al menos tanto como la película de Antonioni. Usted vivió durante mucho tiempo en Portugal y su "Réquiem" fue escrito en portu­gués. Cioran decía: "El que niega su lengua pa­ra adoptar otra cambia de identidad, incluso de decepciones". ¿Qué piensa usted de esto?

A decir verdad, escribí "Réquiem" sin plantearme preguntas, sin saber exactamente por qué. Soy incapaz de dar una razón de eso. Era un conjunto de mil cosas: la lengua, el alma, los sentimientos, el sonido de la voz, es decir, "lo vivido". Apenas ayer di una conferencia, que sin duda algún día publicaré, y que por primera vez era un esbozo de respuesta. Fue la oportunidad pa­ra dar algunas indicaciones, a los demás y a mí mismo. No fal­tan antecedentes: Beckett es el ejemplo más claro. Escribió en francés, en la "otra" lengua. Luego se tradujo él mismo al inglés, su lengua materna. Yo no me atreví o no tuve ganas de hacer el recorrido inverso, ese camino de regreso. Todavía no me explico la experiencia de "Réquiem". Sin duda va a ser única. ¿Pero uno puede jurar algo? Agregaría al resto, exponiéndome a parecer si­bilino: uno puede olvidar en una lengua y recordar en otra.

Si el médico de Pereira le prescribe dejar de "frecuentar el pasado", su otro problema verda­dero es su apetito, su obesidad, su régimen de omelettes y de limonadas. En "La cabeza per­dida...", Don Fernando está planteado como un glotón, como un gourmet. Firmino, por su lado, siente náuseas con solo pensar en un plato de mondongo, esa especialidad de Oporto que tam­bién es una especie de motivo conductor de la novela. ¿Existiría un dietética de Tabucchi? ¿Es usted del tipo asceta o glotón?

Personalmente, no tengo una inclinación especial por el mondongo. Si usted sigue un poco más adelante por la calle donde vivo, Borgo Pinti, el barrio se hace muy popular. Todavía se encuentran algunos vendedores ambulantes de sandwiches de mondongo. Es muy sabroso, es una tra­dición florentina. ¿Si soy glotón? Sí y no... Si le atribuí a Fer­nando el gusto del buen comer, tal vez sea porque es un hom­bre que vivió penas de amor. Es un frustrado sentimentalmente hablando. Tal vez sea una compensación. Pero, ¿no nace el de­seo de escribir a partir de una insatisfacción? A propósito de es­to, recuerdo una frase de Pessoa, que cuando le preguntaron qué era para él la literatura dijo: "Es la demostración de que la vida no es suficiente".

En muchos aspectos, e incluso en el físico, silueta, bigotes, anteo­jos, usted se parece al autor del "Libro del desasosiego". Como usted cuenta en "Los tres últimos días de Fernando Pessoa", lo último que hizo antes de morir fue pedir sus anteojos. Usted ¿partiría al cielo con sus anteojos?

Lo ignoro. Pessoa estaba muy inclinado hacia el ocultismo, la teosofía. Era más o menos rosacruz. La fe en otro mundo lo acompañó durante toda su vida. Para mí no es tan evidente. Mis anteojos corrigen mi miopía, me ayudan a mirar el mundo, a mi­rar a los demás. Es un juego de espejos: uno mira la realidad, que luego lo penetra y le pertenece. Uno mira en uno mismo. Nues­tro mundo interior ya es el otro mundo. ¿Soy agnóstico, ateo? Su­pongamos que soy agnóstico... No llego a hacerme a la idea de que el hombre es solamente un conjunto de partículas. Hay algo más. Un aire. Un plus, como se dice. Pero prefiero buscarlo den­tro del ser humano más que en la bóveda celeste.