Cuando uno compone tiene que disminuir velocidad de la marcha, ir a un paso más lento del que normalmente iríamos en otras circunstancias. Uno va y viene. Fíjese por ejemplo en la Quinta Sinfonía de Beethoven. Si observa la partitura original, va a ver que él hizo un montón de versiones de esas primeras notas tan famosas que todos conocemos, hasta que finalmente se decidió por una y descartó las otras. Así es como suelen trabajar muchos compositores, aunque después uno lea en sus biografías que "súbitamente, la inspiración descendió sobre él y bla, bla, bla". No, se trabaja lentamente y se busca lo que mejor funciona para la música, y esa es la única forma que tiene un músico para comprometerse, ya no con lo que hace, sino con toda la humanidad.
Ya que menciona a un compositor de los llamados "cultos", ¿qué fue lo que lo llevó en sus últimos discos a trabajar sobre lo escrito por compositores como Mendelssohn y Sibelius?
Y también Villalobos y, ya que lo dice, próximamente sobre Ginastera; en 1972 o 1973, no recuerdo exactamente, estuve con Weather Report en la Argentina y la viuda de Ginastera era la productora de esos conciertos, en los que también estaba Friedrich Gulda. Ahora bien, decidí trabajar sobre obras de esos compositores que menciona porque no es cuestión de que todo sea yo y nada más que yo y mis composiciones. Para mí, humanidad es la capacidad de poder apreciar lo que otros hicieron o están haciendo, con independencia de lo que yo mismo haga.
Por eso, imagino, también incluyó temas folclóricos irlandeses en alguno de sus discos.
Sí, para que otros también puedan descubrir esas cosas. Es como cuando Johnny Depp hace de James Barrie y a uno le dan ganas de leer de nuevo "Peter Pan". Así se descubre el "Neverland" (País de Nunca Jamás)... Y ya que usted es argentino, le diría que gracias a un escritor como Borges también se llega a esos lugares.
Además de la gran consideración que goza como intérprete, buena parte de su reputación proviene de la composición. Sin embargo, usted toca muchos de sus propios temas y, con el tiempo, va introduciendo modificaciones que, en ocasiones, los aleja mucho de lo que alguna vez fueron.
¿Y no pasa lo mismo con todos nosotros? ¿Acaso no crecemos y nos convertimos en otra cosa? Supongo que la esencia de mis temas, como la de todo lo que existe, es eterna. Pero la música, como los seres humanos, debe crecer y, en cierta forma, morir para llegar a ser algo nuevo.
Entiendo que su punto de vista tiene que ver con su religión. ¿Cómo se hizo budista?
En 1973, mi mujer Ana María, brasileña -que murió en el atentado al avión de TWA de 1996-, me enseñó lo que sabía. Ella venía estudiando budismo desde los veinte años y consiguió contagiarme su interés. De pronto descubrí que se trataba de una filosofía que hablaba de las cosas en las que venía pensando desde la adolescencia sin tener con quién hablarlas, sin saber cómo ponerlas en palabras.
Volviendo a sus composiciones, ¿cómo se siente cuando las oye interpretadas por otros?
No es asunto mío, sino de quien se toma el trabajo de usar mis composiciones para lograr algo distinto. Si yo me opusiera a eso -y sólo lo hago cuando el propósito es exclusivamente comercial-, estaría contradiciendo lo que creo. Lo mío es la sustancia, no la forma que algo que escribí vaya a asumir. La música es como barro que hay que modelar. Y, repito, lo que importa es la sustancia, no la forma. No sentirme atado a nada es algo que aprendí del budismo. La sujeción a lo que sea causa sufrimiento.
¿Qué lo inspira para componer?
Todo. La música, pero también leer un libro y también ver una película. Hay cosas que quise hacer después de haber visto actuar a ciertos actores... Humphrey Bogart o Marlon Brando, por ejemplo. Pero, a decir verdad, cualquier cosa puede desencadenar una idea a partir de la cual termine componiendo algo.
Tengo entendido que es fanático de las películas. ¿Alguna vez compuso música para el cine?
No, y me habría gustado. Entiendo que la gente que maneja el negocio del cine probablemente ni siquiera me conozca.
¿Y por qué le interesa la ciencia ficción?
Porque la ciencia ficción nos plantea la obligación de ir para adelante, de adentrarnos en dominios que muchas veces parecen estar más allá de nuestras posibilidades de comprensión.
De hecho, eso es lo que muchas veces nos plantea la ciencia a secas...
O el trato con otras personas que no profesan nuestras mismas ideas. Como cuando, por ejemplo, nos confrontamos a una cultura que no es la nuestra. Lo primero que notamos es que se trata de algo diferente, pero al cabo de un rato vemos que las diferencias pueden no ser tantas.
¿Es eso lo que lo llevó a grabar con músicos de otras culturas, como por ejemplo Milton Nascimento?
Sí, porque, aunque provengamos de diferentes culturas, el desafío es siempre el mismo: encontrar algo nuevo que no suene ni a la cultura de uno ni a la del otro, sino a otra cosa. Lo mismo ocurre cuando uno trabaja con músicos de la propia cultura, pero que se dedican a otro género.
¿No es ése el caso de Joni Mitchell, con quien usted trabajó mucho a lo largo de los últimos veinticinco años?
Joni Mitchell está adelantada en muchos aspectos. Tuvo el valor de querer romper con el mercado y con los especialistas en "marketing", lo que no es poco. A nivel humano, trabajar con ella es fantástico. La conocí por casualidad, yendo a un concierto de Miles Davis en el Roxy de Los Angeles. La primera vez que nos juntamos fue durante la grabación de su disco "Don Juan's reckless daughter". Después volvimos a encontrarnos cuando grabó la música de Charles Mingus.
¿Es cierto que conoció a Albert Einstein?
Lo vi hace mucho tiempo, cuando yo tenía dieciocho años. Estaba en la Universidad de Princeton, preparando los instrumentos para un baile, y de pronto vi pasar a un hombre canoso y con el pelo largo, que le sobresalía debajo de la gorra roja de baseball. Uno de los chicos que nos ayudaban lo vio y dijo: "Uy, es mi profesor. Me tengo que ir o llego tarde a clase". Le pregunté quién era y me dijo: "Albert Einstein".
¿Y sabe si le gustaba el jazz?
No estoy seguro, pero supongo que sí. Hace poco recibí una carta del doctor Stephen Hawking, a quien conocí en Tokio, cuando yo grababa un disco sobre el universo con un guitarrista japonés. El doctor Hawking, con esa voz metálica que le impone su enfermedad, abría el disco con unas palabras sobre el número de estrellas que hay en nuestra galaxia. Unos días después de haber grabado el disco me escribió para decirme que le había encantado la experiencia, que le encantaba el jazz moderno y que era fanático de Stravinsky.