Daniel Feierstein: “Lo que busca y logra la nueva derecha, en esto que llama batalla cultural, es poner en cuestión los sentidos aceptados colectivamente” (2/3)
En la introducción de uno
de sus ensayos, Daniel Feierstein comenta que los asesinatos masivos han
existido desde que el hombre habita la Tierra, algo que puede observarse tanto
en fuentes de las distintas religiones como en diversos estudios sobre la prehistoria
y la historia antigua. Si bien los seres humanos han confrontado desde tiempos
inmemorables por los recursos y los territorios utilizado muchas veces el
asesinato de los grupos enemigos como modo de resolución de esas
confrontaciones, el término genocidio fue acuñado recién en 1943 por el jurista
polaco Rafał Lemkin (1900-1959) en su libro “Axis rule in occupied Europe” (El
dominio del Eje en la Europa ocupada). Combinando la palabra griega “genos” (raza,
nación, pueblo) con el sufijo latino “cidium” (crimen, asesinato), analizó las
atrocidades que los nazis infligieron a los judíos europeos. Dicha palabra comenzó
a formar parte del Derecho Internacional cinco años más tarde para especificar
el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivos de raza,
etnia, religión, política o nacionalidad. Con posterioridad a la
obra de Lemkin, otros sociólogos y politólogos analizaron las consecuencias de
estos procesos al interior de los Estados nacionales, diferenciando los
genocidios perpetrados en tiempos pasados de los que se desarrollaron a partir
del siglo XX. Algunos denominaron este procedimiento como “genocidio ideológico”,
en el que los abusos se cometen en la propia sociedad del perpetrador con
claros objetivos políticos. Por su parte Feierstein definió como “genocidio
reorganizador” al procedimiento cuyo objetivo principal no es la destrucción
física de un determinado grupo de la sociedad, sino la destrucción de los lazos
sociales a partir de la instalación del terror. En esa dirección, ha publicado numerosos
artículos académicos en castellano, francés, inglés, alemán, italiano, hebreo y
coreano, entre otras lenguas.
En su extensa carrera pedagógica
se ha desempeñado como Profesor Invitado en universidades como las
estadounidenses Rutgers University of New Jersey, la City University of New
York y la Northeastern University de Boston; las alemanas Humboldt Universität zu
Berlin, la Universität Heidelberg y la Universität Marburg; las españolas Universidad
del País Vasco, la Universidad de Deusto y la Universidad Pompeu Fabra; la
británica Queen Mary University, y en varias otras de Argentina, Chile,
Colombia, México y Uruguay. A renglón seguido se
reproduce la segunda parte de la combinación de las entrevistas que fueron
publicadas en los diarios argentinos “Página/12” y “Clarín” el 10/4/2023, el 6/9/2024
y el 10/4/2025 a cargo de María Daniela Yaccar, Bibiana Ruiz y Martín Porto respectivamente. ¿La falta de reactualización
de consensos de la que usted habla se inscribe en lo que en su libro “Los dos
demonios (recargados)” define como los “errores no forzados” del campo popular
que dieron lugar a la instalación de este tipo de narrativas? Cometimos mucho de lo que
llamo “errores no forzados”. Primero, el quiebre del pluralismo político que
tanto había enriquecido al movimiento de Derechos Humanos se transformó en la
idea de “los organismos como una rama del kirchnerismo”, algo que le hizo un
daño enorme tanto a los organismos como al propio kirchnerismo. Segundo: el
abandono de la discusión franca y abierta, que había permitido, con mucho
debate, forjar consignas como “aparición con vida” hacia el fin de la
dictadura. Por el contrario, conceptos como “terrorismo de Estado” o “dictadura
cívico-militar”, entre otros, se adoptaron sin un debate real y generaron
consecuencias muy contraproducentes en las disputas por la memora. Por último,
pero no menos importante, las lógicas cancelatorias clásicas del movimiento
“woke” impidieron, como en otros temas, pensar críticamente. Si yo debo repetir
las “verdades” de los derechos humanos, si la política hacia cualquier
cuestionamiento, incluso negacionista, es una ley que les impida hablar, si ya
tengo que pensar sobre todo… ¿Cuál creés que será el resultado? El que tenemos:
que todo aquel que pregunta tiene dudas, que es curioso, y en especial si es
joven, se volverá negacionista porque parece la única manera de poder pensar o
discutir abiertamente, porque ahora resulta que para “apoyar la causa de los
derechos humanos” sólo hay que repetir las “verdades” ya instaladas. Ninguna
disputa por las representaciones se gana de ese modo. La cultura cancelatoria
solo nos daña y nos hunde más. Por el contrario, el
negacionismo parece mostrar cierto grado de readaptación en su discurso. Usted
le reconoce cierta “potencia, lucidez y originalidad” en la disputa por la
creación de sentido. ¿En qué se identifican estos rasgos? En la capacidad de
cambiar. Los cómplices de los genocidas revindicaron su accionar durante veinte
años y fueron marginales en la sociedad argentina, su escucha cada vez era
menor. Hacia 2006 aproximadamente, empiezan a percibir que no es el camino.
¿Qué hicieron? Aprender de lo que los organismos de derechos humanos habían hecho
bien y hacerlo en espejo, justo cuando los organismos comenzaban a dejar de
hacerlo. Primero: dejaron de revindicar la dictadura y, por el contrario,
recuperaron la visión de los dos demonios, pero ahora con una direccionalidad
opuesta, lo que he llamado la versión “recargada”. Si los dos demonios decían
“bueno, ya sabemos que la guerrilla cometió un montón de crímenes, pero el
Estado actuó todavía peor y tenemos que centrarnos en eso”, la versión
recargada dirá “bueno ya sabemos que el Estado cometió un montón de crímenes,
pero acá nadie está hablando de los crímenes de la guerrilla”. Parece lo mismo,
pero no, es bastante distinto. La direccionalidad es la opuesta, ahora se trata
de iluminar “los crímenes de la guerrilla” cuando en la versión original se
iluminaban los del Estado. Segundo: así como los organismos en el primero
momento oscurecieron el carácter político de muchas de las víctimas del
genocidio y las “angelizaron”, iluminando el rol de las madres, de los bebés
secuestrados, de los estudiantes que alfabetizaban, entre otros; ahora los
negacionistas hacen lo mismo en espejo. No se centran en el atentado al
torturador comisario Alberto Villar, sino en las acciones más cuestionables de
las organizaciones armadas, sea el asesinato del secretario general de la CGT
José Ignacio Rucci o algún niño que murió producto de una bomba que tenía otro
objetivo, etc. Tercero: crean un organismo cuya base es la asesoría jurídica,
el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), de
donde surge la militancia de la actual vicepresidenta de la Nación Victoria
Villaruel, que se configura hasta en su nombre como un espejo del Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS). Y, cuarto y principal: comprenden que la
memoria colectiva se construye de abajo hacia arriba y de modo plural. Por lo
tanto, en vez de buscar imponer una verdad “desde el aparato estatal”, salen a
disputarla en las calles, en las escuelas, en los medios, en las redes
sociales, particularmente entre los jóvenes y en todos los lugares donde se
disputan las representaciones colectivas. Entonces, mientras el campo popular
iba reforzando sus errores no forzados, el movimiento negacionista iba
recuperando y reproduciendo en espejo lo mejor que había hecho el movimiento de
derechos humanos en esos veinte años entre el fin de la dictadura y los
primeros 2000. En estos cuarenta años de
democracia se pueden identificar tres momentos políticos en los que, con mayor
o menor intensidad, desde el Estado se intentó un retroceso en términos de
memoria colectiva (en los gobiernos de Menem, Macri y ahora Milei). ¿Cuál es la
funcionalidad del discurso negacionista en la instalación de proyectos de corte
neoliberal? Bueno, es parte de lo que
venía diciendo. Menem intentó instalar una política de “reconciliación” pero,
paradójicamente, durante su gobierno avanzaron en la sociedad posturas muy
interesantes. Fue uno de los momentos más lúcidos del movimiento de derechos
humanos, que luego eclosionaron políticamente a partir de 1996 y son los que
explican haber podido derrotar las políticas de impunidad con una originalidad
y una potencia que se estudia en el mundo entero. Por otra parte, cuando Macri
denuncia “el curro de los derechos humanos”, logra un éxito rotundo, pero
porque había habido algunos casos de colusiones problemáticas entre organismos
de derechos humanos y el aparato estatal. Entonces, Macri (todavía en la
oposición) aprovecha eso para deslegitimar a los organismos completamente. Pero
la confusión entre la militancia en un organismo de derechos humanos y la
función estatal no la inventa Macri. Es un problema serio en el debate de los
propios organismos y explica algunos de los errores no forzados de los que
hablábamos. El tema es si queremos realmente poner estos temas sobre la mesa o
sí, por el contrario, queremos hacer como si nada de esto existiera y seguir
pensando que todo se explica por el que gana o pierde las elecciones. Las
elecciones son el punto de llegada, no el punto de partida de estas disputas
por las representaciones. Hay que recuperar la capacidad del pensamiento
crítico. ¿Se puede pensar al
negacionismo como un mecanismo habilitante del accionar represivo? Es que sí. Jamás la
discusión sobre el pasado remite al pasado. Cuando se busca condenar al
accionar represivo pasado se pone límites al accionar represivo en el presente.
Cuando se ponen peros, se avala la impunidad o se “relativizan” los crímenes
del pasado; en verdad se está buscando relegitimar esas acciones en el
presente. Todo el sentido de la ofensiva negacionista pasa por avalar el
“protocolo” para relegitimar la representación a la protesta, algo que había
quedado cuestionado a partir de las políticas de memoria. Y, además, homologar
la protesta al delito común, dos prácticas totalmente opuestas ya que la
protesta es una acción colectiva que busca reforzar el lazo social comunitario,
y el delito común es una acción egoísta que quiebra lazos afectando a otros que
también sufren. Creo que la derecha aprovechó muy bien esta confusión y que el
movimiento de derechos humanos -en su comprensible deriva “garantista”- no supo
distinguirlas. En esa homologación es que apareció esta idea de “los organismos
defienden los derechos de los delincuentes y no los de la gente común”.
Necesitamos volver a distinguir esas dos prácticas. Yo puedo defender los
derechos de ambos, pero a la vez debo señalar con mucha claridad que cuando se
reprime al que protesta se reprime a alguien que está haciendo algo bueno y
útil para la sociedad, en tanto que cuando se reprime al que delinque se
reprime a alguien que está haciendo algo dañino. Si no logramos volver a
distinguir estos elementos, será muy difícil disputar las representaciones
sobre la realidad. En los últimos días se
agudizaron rasgos preocupantes en el accionar del gobierno en términos
institucionales: el nombramiento por decreto de dos jueces en la Corte Suprema,
la apertura de sesiones ordinarias con un Congreso fuertemente custodiado y sin
el ingreso de la prensa al recinto, el ataque a un diputado nacional en el marco
de la asamblea, y la amenaza de intervención a la provincia de Buenos Aires,
son algunos ejemplos. ¿Observa en esto un riesgo para la institucionalidad
democrática? Bueno, esto se vincula a
otro debate que vengo intentando abrir ya hace más de un lustro, con muchos
enojos en gran parte de la comunidad académica de Historia y Ciencias Sociales,
que es el debate no sólo sobre la institucionalidad democrática, sino sobre el
posible carácter fascista o neofascista de este momento histórico, algo que va bastante
más allá de un gobierno determinado, porque de hecho cuando inicié el debate,
Milei ni siquiera era candidato a nada. Pero sí, efectivamente cada día este
gobierno da un paso más en el quiebre de la institucionalidad y el diálogo
político: los ataques y agresiones diarios en las declaraciones presidenciales
o particularmente en sus expresiones en redes sociales, desde “tiemblen zurdos”
hasta “ratas K” o “cucarachas K”, entre otras; la represión de la protesta, en
particular cuando es desarrollada por sectores populares, las causas judiciales
contra organizaciones de base, los arrestos en la vía pública de manifestantes
y el armado de causas judiciales contra los mismos, la revelación intencional y
pública de información personal sobre un individuo u organización en las redes
sociales, y las constantes amenazas por parte de las “milicias digitales” y las
provocaciones en las movilizaciones masivas. Y sumemos en estos días la
designación por decreto de dos miembros de la Corte Suprema que no cuentan con el
apoyo parlamentario y la agresión física, que no es la primera, a diputados
nacionales… Pero todo esto, como planteo en “La construcción del enano
fascista” se venía incubando ya desde la respuesta oficial ante la desaparición
de Santiago Maldonado, en la segunda mitad de 2017 e incluso la persecución y
hostigamiento a su familia, muy en especial a su hermano Sergio… ¿Qué
necesitamos para identificar los riesgos? Creo que el momento para actuar es
cuando estas prácticas están en sus primeras etapas. Una vez que se permiten
estas acciones… ¿cómo poner un límite? No hemos vivido, desde el fin de la
dictadura, nada parecido a lo que estamos viviendo desde 2017. Pero mucho menos
desde la asunción de este gobierno. Por eso esto no nace con Milei, porque Bullrich
ya fue ministra de Seguridad y ya había comenzado estas prácticas que ahora se
vuelven más graves. Creo que, al conectarse con un fenómeno que no es sólo
argentino sino internacional, introduce un riesgo mayor. Ese desafío nos
interpela a todos, pero el momento de actuar es ahora. Podemos recobrar la
institucionalidad democrática o avanzar en una deriva cuyo final desconocemos,
pero que no augura nada bueno para la mayoría del pueblo argentino. ¿Cuál debería ser la
respuesta ante ese escenario? La respuesta debe ser a
varios niveles: recuperar la calle como espacio de protesta, restaurar el
diálogo político para crear un cordón que impida el avance fascista y ser
capaces de revisar los errores propios para recuperar la capacidad de interpelación
de las mayorías y muy en especial de los jóvenes. No es sencillo, pero sí
indispensable. ¿Por qué es importante
retomar el concepto de fascismo? Es un término súper
interesante y actual. Da cuenta de la especificidad de una forma política que
en nuestra región en general no conocimos antes de este momento. Es una
experiencia eminentemente europea, de mediados del siglo XX, y las expresiones
que tuvo en América Latina tendieron a ser bastante marginales. La percepción
que por lo general tenemos es la de las dictaduras autoritarias, que han sido
en algunos casos genocidas pero que sin embargo no han sido fascistas, en tanto
no han logrado -ni siquiera han buscado- una capacidad de movilización
reaccionaria. Su poder se basaba en la intervención de las fuerzas armadas y de
seguridad, y la búsqueda, a través del terror, de paralizar a la sociedad,
mientras que el fascismo busca movilizarla y que la violencia sea ejercida por
distintos sectores sociales. Diferencia tres maneras de ver el fascismo y plantea
que la definición adecuada para entender este tiempo es la de “práctica
social”. Hay tres grandes grupos de trabajos sobre el tema. El primero plantea
la idea del fascismo como ideología. Es relativa en el momento actual: la
ideología fascista de la Europa del siglo XX está presente en algunas cosas,
pero en otras no en los movimientos que vemos ahora. Ese fascismo venía de la
mano de un nacionalismo expansionista, por ejemplo, que ahora no se ve. Una
segunda perspectiva, más clásica de las ciencias políticas, es la del fascismo
como sistema de gobierno, un sistema de dominación con una alianza de
corporaciones que implica al poder empresarial, los militares, la Iglesia, los
sindicatos. Esto está absolutamente ausente en el presente. Lo que tiene más potencia
es la mirada del fascismo como práctica social, que prioriza qué tipos de
construcciones y relaciones sociales busca construir.