16 de marzo de 2025

Samanta Schweblin: “Soy lectora de cuentos. Me atrae el género por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector” (2/2)

Samanta Schweblin piensa que la literatura está muerta si no hay quien la lea: “La literatura sucede a un ritmo de baile de a dos, un paso el escritor, otro paso el lector. Y la principal regla del baile es la misma que en la escritura: se baila de a dos pero sin pisarse”. Considerada una de las escritoras contemporáneas más destacadas de la literatura argentina y latinoamericana, sobre ella ha dicho la novelista, ensayista y poeta estadounidense Siri Hustvedt (1955): “Schweblin combina el impulso urgente que caracteriza a toda gran narrativa con precisas, aunque inquietantes, descripciones de sentimientos humanos que a menudo no tienen nombre, esas zonas ambiguas de la realidad humana donde se entremezclan el asombro, el temor y el deseo”. En el mismo sentido se expresó la escritora estadounidense Lorrie Moore (1957): “Nadie escribe como Samanta Schweblin. Sus historias son únicas, maravillosamente impredecibles y cautivadoramente extrañas”. Otro tanto ha hecho el escritor español Enrique Vila Matas (1948): “El asombro nos deja desarmados ante algo que creíamos familiar y que en un instante se nos muestra como absolutamente nuevo. En la experiencia de leer a la gran Schweblin se produce ese movimiento. Hay un antes y un después y el recuerdo de algo que no va a dejarnos nunca”.
En las entrevistas que ha concedido a raíz de la publicación de “El buen mal”, además de referirse a sus características y a su concepción de la literatura en general, ha manifestado su inquietud con respecto a la situación que vive la Argentina donde, según sus palabras, “se está librando una batalla cultural que es muy fuerte. Hay una cultura que trata de aniquilar a otra. Tratar de anular la cultura en un país en el que la misma cultura ha sido un lugar de resguardo y de brutal resistencia no es nada inteligente. Hemos pasado por estos ciclos antes, muchas veces -agregó-. Y como la mujer de este libro, nos volvemos a poner de pie. Depende con qué regla se mida esto: si realmente estamos sucumbiendo o si estamos pasando por un pésimo momento”.


Lo que sigue es la segunda parte de la compilación de fragmentos de las entrevistas aparecidas en las revistas “Vice”, “Cabal” y “Letras Libres”, y en los diarios “Infobae” y “Clarín” en los años 2013, 2019, 2022 y 2025.
 
¿Cómo comenzó todo esto? ¿De dónde proviene tu vocación?
 
Creo que es algo que siempre estuvo ahí. No hubo un momento mágico de revelación, es algo que hice desde que tengo memoria. Cuando no sabía escribir le dictaba las historias a mi mamá. Lo que si tuve fue una infancia muy estimulante. Mis papás me leían muchísimo. Y mis abuelos maternos, los dos artistas plásticos, tuvieron una presencia muy fuerte también en mi formación.
 
¿Qué es lo que más te divierte, en lo personal, del proceso de planificación y armado de un libro?
 
La escritura. El momento en el que al fin sé más o menos qué es lo que quiero contar, y empiezo a trabajar en una historia. Antes podía hacer una distinción entre la etapa de escritura y la de reescritura, o corrección. Ahora prácticamente se dan juntas, hace tiempo que reescribir y corregir dejó de ser un ejercicio de recorte para convertirse en uno de amplitud, en parte de la propia escritura.
 
¿Qué tipo de lecturas son las que más te movilizan o conmueven?
 
Las que me ayudan a descubrir o entender algo nuevo, aunque solo se trate de un detalle en el que no había pensado antes.
 
¿Las ficciones revelan de manera inevitable algo de la psicología de su autor, o es posible escribir sobre lo que no se es o no se comprende?
 
Un lector atento puede deducir mucho de un escritor, más de lo que al escritor le gustaría. Cuando uno lee, lee la historia, pero lee también al autor. Es incómodo, pero finalmente el lector sigue las huellas de un recorrido que siempre es personal, incluso cuando no es autobiográfico.
 
¿Trabajas los cuentos en función del final o podés partir de una idea sin tener claro dónde te lleva? ¿Qué podés contar acerca de tu método de trabajo?
 
Puedo jugar un rato con algo que no sé qué forma tendrá, a modo de prueba o de ejercicio. Pero para meterme más en la historia y ponerme realmente a trabajar necesito entender un poco más el final, hacia dónde voy. A veces esto puede ser descubrir la imagen final con mucha nitidez, otras, apenas tener una idea de clima, o una sensación, pero avanzar a ciegas me trae muchos problemas. Si no sé hacia dónde voy prefiero leer, caminar, pensar, rondar la idea sin las fatalidades de tener un lápiz a mano, que fija y concreta las palabras más rápido de lo que puedo elegirlas.
 
¿Le das más importancia a la trama, a la atmósfera, a la construcción de los personajes, o el relato es una unidad en la que cada uno de esos elementos debe tener peso propio?
 
Es una unidad. A veces tengo claras las ideas, pero no puedo avanzar hasta no encontrar al personaje, a veces veo con claridad el personaje, pero sin una idea que lo empuje a moverse es imposible ponerlo en acción. A veces tengo ambas cosas, pero ni el clima ni el tono parecen acompañarlos. Pero con el tiempo también fui descubriendo que hay que prestarle mucha atención a la primera impresión que uno tiene de una idea. Todo está ahí, la extensión, el género, el personaje, la cadencia del narrador. El germen más auténtico de una idea tiene a veces todas las pistas que se necesitan para avanzar.
 
¿Reconoces características comunes a los escritores de tu generación, hay algo que los distancie de la tradición y los distinga de algún modo?
 
No puedo identificar nada en particular, pero quizá sea porque justamente pertenezco a esa generación, quizá se necesite un poco más de distancia para contestar esto. Sí creo que nos leemos mucho más entre nosotros. No porque las generaciones anteriores no se leyeran entre sí, sino porque los tiempos entre los que un uruguayo terminaba un libro y en los que ese libro llegaba finalmente a manos de un colombiano eran mucho más largos. Hoy nos leemos prácticamente en vivo, nos influenciamos más, discutimos o nos entendemos a través de los libros de una forma más inmediata, y seguramente eso tendrá su impacto sobre lo que escribimos.
 
¿Cómo llegaste a esa idea de que la literatura está muerta si no hay quien la lea?
 
Supongo que en mi propia experiencia como lectora. Siempre tuve una suerte de atención muy curiosa de lo que me pasa a mí como lectora cuando leo o escucho una historia. Si me distraigo, intento entender por qué, dónde exactamente un texto me soltó, si no puedo parar de leer, intento dilucidar cuáles son las herramientas, las promesas y los contenidos que me hacen conectar con un texto de una forma tan potente. Como lectora, no me gusta que me digan qué está saliendo de la galera del mago, me gusta que me den el espacio para meter yo misma la mano y descubrir y nombrar yo misma las cosas que voy sacando, me gusta que me tomen en serio, que el escritor cuente con que voy a ser capaz de seguirle los pasos.
 
¿Y recordás lecturas que te hayan revolucionado, transformado?
 
Por supuesto que recuerdo muchos de esos saltos, de esos descubrimientos vitales después de cerrar un libro. Como lo fue leer a Kafka o a Boris Vian a mis trece o catorce, los cuentos de Di Benedetto en la secundaria, o como lo fue cuando descubrí la obra de Vivian Gornick y los ensayos de Ursula Le Guin. Pensar sólo es como caminar por ahí, parando cada tanto para tomar nota. Pensar con el otro es como si un amigo pasara con el coche y te ofreciera llevarte. Imaginate si encima pudieras elegir en qué dirección querés ir, y quién querés que maneje. No entiendo realmente por qué no nos pasamos el día entero leyendo.
 
Si la magia ocurre cuando el lector o la lectora se hacen preguntas ¿cómo interviene esa idea, pero ya no como lectora sino cuando escribís?
 
Gran parte de mi escritura es en realidad reescritura, y tiene mucho que ver con ese ejercicio de distancia, con intentar leerme como lectora. Es muy difícil pensar que uno es capaz de tomar esa distancia, es casi una ingenuidad, pero es parte del ejercicio de la escritura. Casi diría que una de las partes más importantes. Pensando en mi experiencia como tallerista, enseñando escritura creativa y viendo cómo crecen los autores que recién empiezan, diría que aprender a leer lo que dice un texto que acabamos de escribir, leer realmente eso que el texto está diciendo y no lo que nos gustaría que diga, es una de las cosas que más cuesta aprender.
 
¿Qué motiva a una escritora a escribir cuentos en un momento en que el mercado editorial exige novelas casi como requisito para ser publicada?
 
Supongo que lo mismo que motiva a muchísimos lectores a seguir leyendo cuentos, a pesar de las tendencias del mercado editorial. Soy lectora de cuentos. La mitad de mi biblioteca es de cuentos y si alguien me recomienda un nuevo autor lo primero que intento es buscar a ver si tiene un libro de cuentos. Me atrae el género por su inminencia, por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector.
 
¿Qué te motiva a escribir en ocasiones cuentos fantásticos o bien, cuentos realistas que incluyen anormalidades en su trama?
 
A veces me asusta la etiqueta de “género fantástico”; el lector que busque fantasmas, brujas y mundos paralelos va a llevarse una desilusión. Mi fascinación por el género fantástico nació de mis lecturas de Adolfo Bioy Casares, Antonio de Benedetto, Julio Cortázar, donde todo sucede en un plano realista, pero hay algo: un detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a la posibilidad de otra cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando escribo es lograr correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y otra vez que lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un espacio cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo desconocido. Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor!
 
Las últimas ocasiones en que hemos hablado has estado en otros países, no en tu natal Argentina. ¿Ya vives el desarraigo de muchos de tus personajes? ¿Qué haces en Berlín, tan lejos de las deliciosas facturas argentinas?
 
Ay, qué buenas son las medialunas de Buenos Aires. Buenos Aires es mi ciudad, me encanta, y ahí es donde me imagino viviendo a largo plazo. Pero surgieron algunas invitaciones interesantes y la idea de vivir un período en Europa me entusiasma. Ahora por ejemplo estoy por cumplir un año en Berlín, y acaban de invitarme unos meses a Shanghái. Me parece un destino tan insólito que hasta me cuesta imaginarme en un lugar así, pero estoy muy entusiasmada, por supuesto. Ya me lo decía Liliana Heker: con la literatura no se gana dinero, es verdad, pero puede conocerse todo el mundo sin gastar un solo centavo. Y yo, agradecida.
 
Ya que es claro que no eliges escribir este tipo de historias por ganar dinero, ¿qué te lleva por esos temas poco ortodoxos a la hora de escribir?
 
Siempre me impresionó el trabajo de mi abuelo paterno durante la Segunda Guerra Mundial. Hacía la “avanzada” para el ejército francés. Es decir, intentando no ser visto, iba en bicicleta varios kilómetros por delante de su batallón, para acercarse lo más posible al enemigo y regresar constantemente con información. Creo que la literatura tiene mucho de esto. De acercarse al abismo, a los miedos y los odios más profundos que no reconoceríamos ni en nosotros mismos; de la posibilidad inaceptable de la muerte, y regresar a la vida diaria lo más ilesos posibles.
 
Aunque no hay una prohibición escrita para que las mujeres se dediquen a la literatura, es curioso notar que en los catálogos de las editoriales (grandes y pequeñas) haya muchas menos mujeres que hombres. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Te ha limitado en el desarrollo de tu carrera el hecho de ser mujer?
 
Una vez un crítico dijo, intentando ser halagador, que mis cuentos parecían escritos por un hombre. Supongo que un comentario como este delata claramente qué tipo de autoras leía este señor. También suele pasarme que, cuando digo que escribo “cuentos”, los menos lectores sonríen condescendientemente y preguntan: “¿Para chicos?” Supongo que a un hombre no le preguntarían esto. Pero más allá de este tipo de anécdotas, ser mujer nunca fue un problema, creo que eso ya está bastante resuelto en nuestra generación. De hecho, propongo olvidarnos de esto como un problema. Si no, suceden cosas que terminan jugando en contra, como encapricharse en que la mitad de los autores de una antología sean mujeres, cuando lo único que debería importar es la calidad de los textos. Creo que el terreno ya está ganado, ahora hay que ocuparse de escribir bien, y poco a poco la balanza se irá compensando.
 
He leído varias entrevistas en las que mencionas a los escritores que de alguna manera han influido en tu escritura, pero ahora mismo no recuerdo la mención de alguna mujer latinoamericana; mencionas a Patricia Highsmith, a Grace Paley… ¿Será que no te venían a la mente en esas entrevistas que respondiste o no te gusta la escritura de ninguna mujer de América Latina?
 
Ah, muy buena pregunta. Tenés toda la razón. Lo que pasa es que ese tipo de respuestas suelen estar relacionadas con los grandes maestros que nos influenciaron, y la verdad es que uno de mis grandes amores fue la literatura norteamericana, y fueron un par de generaciones en donde no hubo muchas Flannery O’Connor o Patricia Higshmith. Pero claro que hubo lecturas de escritoras de América Latina fundamentales. Para empezar, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, fueron libros de cabecera en mi infancia: mi abuelo me los leía de pie, casi a los gritos por la pasión que sentía por ellos, así que aprendí a adorarlas desde chiquita. Después vino María Luisa Bombal, Silvina Ocampo por supuesto, la genial Hebe Uhart, Liliana Heker, Luisa Valenzuela. Y haciendo un salto a la literatura contemporánea tengo el lujo de compartir generación con autoras como Mariana Enríquez, Guadalupe Nettel, Lina Meruane y todas las que me debo estar olvidando.