Samanta Schweblin: “Soy lectora de cuentos. Me atrae el género por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector” (2/2)
Samanta Schweblin piensa
que la literatura está muerta si no hay quien la lea: “La literatura sucede a
un ritmo de baile de a dos, un paso el escritor, otro paso el lector. Y la
principal regla del baile es la misma que en la escritura: se baila de a dos
pero sin pisarse”. Considerada una de las escritoras contemporáneas más
destacadas de la literatura argentina y latinoamericana, sobre ella ha dicho la
novelista, ensayista y poeta estadounidense Siri Hustvedt (1955): “Schweblin
combina el impulso urgente que caracteriza a toda gran narrativa con precisas,
aunque inquietantes, descripciones de sentimientos humanos que a menudo no
tienen nombre, esas zonas ambiguas de la realidad humana donde se entremezclan
el asombro, el temor y el deseo”. En el mismo sentido se expresó la escritora
estadounidense Lorrie Moore (1957): “Nadie escribe como Samanta Schweblin. Sus
historias son únicas, maravillosamente impredecibles y cautivadoramente
extrañas”. Otro tanto ha hecho el escritor español Enrique Vila Matas (1948):
“El asombro nos deja desarmados ante algo que creíamos familiar y que en un
instante se nos muestra como absolutamente nuevo. En la experiencia de leer a
la gran Schweblin se produce ese movimiento. Hay un antes y un después y el
recuerdo de algo que no va a dejarnos nunca”. En las entrevistas que ha
concedido a raíz de la publicación de “El buen mal”, además de referirse a sus
características y a su concepción de la literatura en general, ha manifestado
su inquietud con respecto a la situación que vive la Argentina donde, según sus
palabras, “se está librando una batalla cultural que es muy fuerte. Hay una
cultura que trata de aniquilar a otra. Tratar de anular la cultura en un país
en el que la misma cultura ha sido un lugar de resguardo y de brutal
resistencia no es nada inteligente. Hemos pasado por estos ciclos antes, muchas
veces -agregó-. Y como la mujer de este libro, nos volvemos a poner de pie.
Depende con qué regla se mida esto: si realmente estamos sucumbiendo o si
estamos pasando por un pésimo momento”.
Lo que sigue es la segunda
parte de la compilación de fragmentos de las entrevistas aparecidas en las
revistas “Vice”, “Cabal” y “Letras Libres”, y en los diarios “Infobae” y
“Clarín” en los años 2013, 2019, 2022 y 2025. ¿Cómo comenzó todo esto?
¿De dónde proviene tu vocación? Creo que es algo que
siempre estuvo ahí. No hubo un momento mágico de revelación, es algo que hice
desde que tengo memoria. Cuando no sabía escribir le dictaba las historias a mi
mamá. Lo que si tuve fue una infancia muy estimulante. Mis papás me leían muchísimo.
Y mis abuelos maternos, los dos artistas plásticos, tuvieron una presencia muy
fuerte también en mi formación. ¿Qué es lo que más te
divierte, en lo personal, del proceso de planificación y armado de un libro? La escritura. El momento
en el que al fin sé más o menos qué es lo que quiero contar, y empiezo a
trabajar en una historia. Antes podía hacer una distinción entre la etapa de
escritura y la de reescritura, o corrección. Ahora prácticamente se dan juntas,
hace tiempo que reescribir y corregir dejó de ser un ejercicio de recorte para
convertirse en uno de amplitud, en parte de la propia escritura. ¿Qué tipo de lecturas son
las que más te movilizan o conmueven? Las que me ayudan a
descubrir o entender algo nuevo, aunque solo se trate de un detalle en el que
no había pensado antes. ¿Las ficciones revelan de
manera inevitable algo de la psicología de su autor, o es posible escribir
sobre lo que no se es o no se comprende? Un lector atento puede
deducir mucho de un escritor, más de lo que al escritor le gustaría. Cuando uno
lee, lee la historia, pero lee también al autor. Es incómodo, pero finalmente
el lector sigue las huellas de un recorrido que siempre es personal, incluso
cuando no es autobiográfico. ¿Trabajas los cuentos en
función del final o podés partir de una idea sin tener claro dónde te lleva?
¿Qué podés contar acerca de tu método de trabajo? Puedo jugar un rato con
algo que no sé qué forma tendrá, a modo de prueba o de ejercicio. Pero para
meterme más en la historia y ponerme realmente a trabajar necesito entender un
poco más el final, hacia dónde voy. A veces esto puede ser descubrir la imagen
final con mucha nitidez, otras, apenas tener una idea de clima, o una
sensación, pero avanzar a ciegas me trae muchos problemas. Si no sé hacia dónde
voy prefiero leer, caminar, pensar, rondar la idea sin las fatalidades de tener
un lápiz a mano, que fija y concreta las palabras más rápido de lo que puedo
elegirlas. ¿Le das más importancia a
la trama, a la atmósfera, a la construcción de los personajes, o el relato es
una unidad en la que cada uno de esos elementos debe tener peso propio? Es una unidad. A veces
tengo claras las ideas, pero no puedo avanzar hasta no encontrar al personaje,
a veces veo con claridad el personaje, pero sin una idea que lo empuje a
moverse es imposible ponerlo en acción. A veces tengo ambas cosas, pero ni el
clima ni el tono parecen acompañarlos. Pero con el tiempo también fui
descubriendo que hay que prestarle mucha atención a la primera impresión que
uno tiene de una idea. Todo está ahí, la extensión, el género, el personaje, la
cadencia del narrador. El germen más auténtico de una idea tiene a veces todas
las pistas que se necesitan para avanzar. ¿Reconoces características
comunes a los escritores de tu generación, hay algo que los distancie de la
tradición y los distinga de algún modo? No puedo identificar nada
en particular, pero quizá sea porque justamente pertenezco a esa generación,
quizá se necesite un poco más de distancia para contestar esto. Sí creo que nos
leemos mucho más entre nosotros. No porque las generaciones anteriores no se
leyeran entre sí, sino porque los tiempos entre los que un uruguayo terminaba
un libro y en los que ese libro llegaba finalmente a manos de un colombiano
eran mucho más largos. Hoy nos leemos prácticamente en vivo, nos influenciamos
más, discutimos o nos entendemos a través de los libros de una forma más
inmediata, y seguramente eso tendrá su impacto sobre lo que escribimos. ¿Cómo llegaste a esa idea
de que la literatura está muerta si no hay quien la lea? Supongo que en mi propia
experiencia como lectora. Siempre tuve una suerte de atención muy curiosa de lo
que me pasa a mí como lectora cuando leo o escucho una historia. Si me
distraigo, intento entender por qué, dónde exactamente un texto me soltó, si no
puedo parar de leer, intento dilucidar cuáles son las herramientas, las
promesas y los contenidos que me hacen conectar con un texto de una forma tan
potente. Como lectora, no me gusta que me digan qué está saliendo de la galera
del mago, me gusta que me den el espacio para meter yo misma la mano y
descubrir y nombrar yo misma las cosas que voy sacando, me gusta que me tomen
en serio, que el escritor cuente con que voy a ser capaz de seguirle los pasos. ¿Y recordás lecturas que
te hayan revolucionado, transformado? Por supuesto que recuerdo
muchos de esos saltos, de esos descubrimientos vitales después de cerrar un
libro. Como lo fue leer a Kafka o a Boris Vian a mis trece o catorce, los
cuentos de Di Benedetto en la secundaria, o como lo fue cuando descubrí la obra
de Vivian Gornick y los ensayos de Ursula Le Guin. Pensar sólo es como caminar
por ahí, parando cada tanto para tomar nota. Pensar con el otro es como si un
amigo pasara con el coche y te ofreciera llevarte. Imaginate si encima pudieras
elegir en qué dirección querés ir, y quién querés que maneje. No entiendo
realmente por qué no nos pasamos el día entero leyendo. Si la magia ocurre cuando
el lector o la lectora se hacen preguntas ¿cómo interviene esa idea, pero ya no
como lectora sino cuando escribís? Gran parte de mi escritura
es en realidad reescritura, y tiene mucho que ver con ese ejercicio de
distancia, con intentar leerme como lectora. Es muy difícil pensar que uno es
capaz de tomar esa distancia, es casi una ingenuidad, pero es parte del
ejercicio de la escritura. Casi diría que una de las partes más importantes.
Pensando en mi experiencia como tallerista, enseñando escritura creativa y
viendo cómo crecen los autores que recién empiezan, diría que aprender a leer
lo que dice un texto que acabamos de escribir, leer realmente eso que el texto
está diciendo y no lo que nos gustaría que diga, es una de las cosas que más
cuesta aprender. ¿Qué motiva a una
escritora a escribir cuentos en un momento en que el mercado editorial exige
novelas casi como requisito para ser publicada? Supongo que lo mismo que
motiva a muchísimos lectores a seguir leyendo cuentos, a pesar de las
tendencias del mercado editorial. Soy lectora de cuentos. La mitad de mi
biblioteca es de cuentos y si alguien me recomienda un nuevo autor lo primero
que intento es buscar a ver si tiene un libro de cuentos. Me atrae el género
por su inminencia, por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y
el impacto que estas historias logran sobre un lector. ¿Qué te motiva a escribir
en ocasiones cuentos fantásticos o bien, cuentos realistas que incluyen
anormalidades en su trama? A veces me asusta la
etiqueta de “género fantástico”; el lector que busque fantasmas, brujas y
mundos paralelos va a llevarse una desilusión. Mi fascinación por el género
fantástico nació de mis lecturas de Adolfo Bioy Casares, Antonio de Benedetto,
Julio Cortázar, donde todo sucede en un plano realista, pero hay algo: un
detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a la posibilidad de otra
cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando escribo es lograr
correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y otra vez que
lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un espacio
cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo desconocido.
Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor! Las últimas ocasiones en
que hemos hablado has estado en otros países, no en tu natal Argentina. ¿Ya
vives el desarraigo de muchos de tus personajes? ¿Qué haces en Berlín, tan
lejos de las deliciosas facturas argentinas? Ay, qué buenas son las
medialunas de Buenos Aires. Buenos Aires es mi ciudad, me encanta, y ahí es
donde me imagino viviendo a largo plazo. Pero surgieron algunas invitaciones
interesantes y la idea de vivir un período en Europa me entusiasma. Ahora por
ejemplo estoy por cumplir un año en Berlín, y acaban de invitarme unos meses a
Shanghái. Me parece un destino tan insólito que hasta me cuesta imaginarme en
un lugar así, pero estoy muy entusiasmada, por supuesto. Ya me lo decía Liliana
Heker: con la literatura no se gana dinero, es verdad, pero puede conocerse
todo el mundo sin gastar un solo centavo. Y yo, agradecida. Ya que es claro que no
eliges escribir este tipo de historias por ganar dinero, ¿qué te lleva por esos
temas poco ortodoxos a la hora de escribir? Siempre me impresionó el
trabajo de mi abuelo paterno durante la Segunda Guerra Mundial. Hacía la
“avanzada” para el ejército francés. Es decir, intentando no ser visto, iba en
bicicleta varios kilómetros por delante de su batallón, para acercarse lo más
posible al enemigo y regresar constantemente con información. Creo que la
literatura tiene mucho de esto. De acercarse al abismo, a los miedos y los
odios más profundos que no reconoceríamos ni en nosotros mismos; de la
posibilidad inaceptable de la muerte, y regresar a la vida diaria lo más ilesos
posibles. Aunque no hay una
prohibición escrita para que las mujeres se dediquen a la literatura, es
curioso notar que en los catálogos de las editoriales (grandes y pequeñas) haya
muchas menos mujeres que hombres. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Te ha
limitado en el desarrollo de tu carrera el hecho de ser mujer? Una vez un crítico dijo,
intentando ser halagador, que mis cuentos parecían escritos por un hombre.
Supongo que un comentario como este delata claramente qué tipo de autoras leía
este señor. También suele pasarme que, cuando digo que escribo “cuentos”, los
menos lectores sonríen condescendientemente y preguntan: “¿Para chicos?”
Supongo que a un hombre no le preguntarían esto. Pero más allá de este tipo de
anécdotas, ser mujer nunca fue un problema, creo que eso ya está bastante resuelto
en nuestra generación. De hecho, propongo olvidarnos de esto como un problema.
Si no, suceden cosas que terminan jugando en contra, como encapricharse en que
la mitad de los autores de una antología sean mujeres, cuando lo único que
debería importar es la calidad de los textos. Creo que el terreno ya está
ganado, ahora hay que ocuparse de escribir bien, y poco a poco la balanza se
irá compensando. He leído varias
entrevistas en las que mencionas a los escritores que de alguna manera han
influido en tu escritura, pero ahora mismo no recuerdo la mención de alguna
mujer latinoamericana; mencionas a Patricia Highsmith, a Grace Paley… ¿Será que
no te venían a la mente en esas entrevistas que respondiste o no te gusta la
escritura de ninguna mujer de América Latina? Ah, muy buena pregunta.
Tenés toda la razón. Lo que pasa es que ese tipo de respuestas suelen estar
relacionadas con los grandes maestros que nos influenciaron, y la verdad es que
uno de mis grandes amores fue la literatura norteamericana, y fueron un par de
generaciones en donde no hubo muchas Flannery O’Connor o Patricia Higshmith.
Pero claro que hubo lecturas de escritoras de América Latina fundamentales.
Para empezar, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, fueron libros de cabecera en
mi infancia: mi abuelo me los leía de pie, casi a los gritos por la pasión que
sentía por ellos, así que aprendí a adorarlas desde chiquita. Después vino
María Luisa Bombal, Silvina Ocampo por supuesto, la genial Hebe Uhart, Liliana
Heker, Luisa Valenzuela. Y haciendo un salto a la literatura contemporánea
tengo el lujo de compartir generación con autoras como Mariana Enríquez,
Guadalupe Nettel, Lina Meruane y todas las que me debo estar olvidando.