Alejandro Grimson (1959), Doctor en Antropología, decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, se ha dedicado a temas vinculados con la ciudad y los procesos migratorios, las fronteras urbanas, las fronteras internacionales y los movimientos sociales (sobre todo los de desocupados). Sus principales libros son: "Relatos de la diferencia y la igualdad", "La nación en sus límites", "Fronteras, naciones e identidades" y "Pasiones nacionales" (como compilador). Sobre los problemas y desafíos que plantea la inmigración en la Argentina versó la charla que mantuvo con Hugo Montero para la revista "Nómada" nº 7 de octubre de 2007.
¿Fue mutando históricamente la postura argentina ante la inmigración?
En el proyecto nacional que se fue construyendo en el siglo XIX, Argentina era proyectada como un país que necesitaba civilizarse. La migración venía a cumplir ese papel. Pero lo que mostró la investigación es que había una imagen que después no se verificó, porque se pensaba que iban a llegar obreros calificados de los países desarrollados. Pero llegaron migrantes de zonas rurales de Europa y además, parte de quienes fueron llegando comenzaron a protagonizar las organizaciones de trabajadores, sindicatos y partidos. Eso generó una doble frustración. Por un lado, porque la migración no iba a cumplir el papel "civilizatorio" que se había diseñado, y también porque los migrantes fueron un eslabón clave de un conflicto social que terminó con la Ley de Residencia a principios del siglo XX. Entonces, la comparación que hacemos entre ese proceso de principios del siglo XX y lo que pasó a fines del mismo siglo, es que hubo un cambio significativo porque Argentina persistió en promover legalmente la migración europea, pero no la de otros países. Ya en la década del '90 se empezó a visibilizar una vieja migración que los medios, el gobierno y la sociedad tendieron a considerar como "nueva": la llegada desde países limítrofes.
¿Por qué es falsa esta definición de "nueva inmigración"?
Las estadísticas confirman que desde el primer censo en 1869 hasta el último en 2001, los migrantes de países limítrofes, incluyendo Perú, nunca son menos del 2% y nunca superan el 3%. Ese dato saldó el debate sobre si había o no una nueva oleada inmigratoria: la sociedad percibió algo nuevo donde no lo había. Allí encontramos otro elemento: por ejemplo, los hijos de chilenos en la Patagonia son considerados chilenos cuando legalmente son argentinos; y los hijos de bolivianos que son legalmente argentinos son considerados bolivianos en Buenos Aires. Con lo cual, aunque la ley tiene un criterio llamado "ius soli" (el que nace en suelo argentino es argentino), en las formas de clasificación social predomina lo que se llama "ius sanguinis", que es usado legalmente en otros países como Alemania, donde se define que el alemán es el hijo de un original de ese país. Esto estuvo interrelacionado con el incremento cualitativo del desempleo. Es decir, en los '90 no hubo una "nueva inmigración" sino una nueva desocupación. Los migrantes que hasta ese momento desarrollaban trabajos que los argentinos no estaban dispuestos a tomar por las malas condiciones laborales o por el bajo nivel salarial, se encontraban con argentinos que querían trabajar en lo que fuera, y buscaban esos mismos puestos que históricamente habían ocupado los migrantes.
¿La figura del migrante como "chivo expiatorio" ante las crisis fue variando en el tiempo?
Los inmigrantes siempre fueron un chivo expiatorio, pero ahora había algo más. Primero eran el chivo expiatorio de la crisis de seguridad porque se afirmaba desde el gobierno que el aumento del delito se debía al incremento de la migración. Pero al mismo tiempo, sucedía otro proceso: en Argentina las divisiones sociales habituales se habían planteado en términos políticos y sociales: los que descienden de los barcos y los que viven en las provincias. Por ejemplo, el proceso migratorio de urbanización de los años '30, cuando se habló del "aluvión zoológico" que se iniciaba con los "cabecitas negras" llegando a la Capital. Ese porcentaje de bolivianos, paraguayos y chilenos que vivían en Argentina, entraban en esa categoría social de "cabecitas negras": vivían en las mismas villas y eran considerados de la misma manera por las clases medias de la Capital. Pero eso empezó a cambiar en los '90. Esa identidad comenzó a ser desagregada y fragmentada en el espacio mismo de los barrios populares y en la política gubernamental. Por un lado, desde el gobierno hubo distintas olas de xenofobia donde se acusó a los migrantes, se dificultó su radicación y hasta hubo detenciones masivas. Y en los barrios se multiplicaron las disputas por el acceso a recursos escasos, como por ejemplo la distribución de ladrillos o bolsas de comida. Esas diferencias ahora se planteaban en términos de nacionalidad o etnicidad. Se decía: "No puede ser que los bolivianos accedan a estas cosas cuando hay tantos argentinos muriéndose de hambre". Ese tipo de cuestiones fue agudizando la separación entre sus habitantes. Otro factor fue que los bolivianos lograron en la década de los '90 un fuerte ascenso económico basado en su capacidad de ahorro y en la apropiación de saberes para la gestión de pequeñas y medianas empresas más o menos informales. Pero ese ascenso económico no se tradujo en ascenso social. ¿Cómo se mide esto sociológicamente? Se puede medir en cuántos matrimonios hay entre la clase media blanca de Buenos Aires y los bolivianos. La probabilidad estadística de que un hijo o hija de boliviano se case con un argentino de clase media o media alta, es muy baja.
¿Existió también el fenómeno del autoaislamiento de comunidades, en respuesta a la discriminación?
Sí y no. Sí en el sentido del incremento de las organizaciones bolivianas en cuanto a tales y en una creciente inversión de luchar por su propio prestigio a través de grupos culturales, programas de radio, fiestas, etcétera. Pero lo que uno verifica es que en general esto surge como consecuencia de la trayectoria vital de una persona que intentó integrarse y fracasó. Los padres bolivianos les explican a sus hijos que ellos son argentinos y que deben integrarse para no ser discriminados. Pero ese chico en la escuela es considerado boliviano por las maestras o por sus compañeros. Eso genera una persistente interpelación de esas personas en cuanto bolivianos, porque aunque intenten muchas veces disolver esa identificación e integrarse en tanto argentinos no lo consiguen y al verse frustrados, a veces terminan en el camino contrario, incluso hasta convertirse en líderes de las organizaciones culturales bolivianas. Si uno analiza el origen nacional de los líderes bolivianos en nuestro país, se encuentra con que un alto porcentaje de esos líderes son argentinos. Es decir, son socialmente bolivianos pero legalmente argentinos.
En este caso, ¿el paradigma concreto de la segregación es el racismo?
Lo que pasa es que entra a jugar la imaginación de los argentinos sobre quiénes somos: los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y nosotros de los barcos. Esto es una falsificación, porque en realidad la mitad de la población por lo menos tiene parcial o totalmente ascendencia indígena en Argentina. Ahí hay una cuestión relevante que tiene que ver con lo que los antropólogos llamamos "la noción de persona" que hay en cada sociedad. La idea de que todo ser humano es una persona, que tiene los mismos derechos, hasta ahora no existió en ninguna sociedad que conozcamos, lamentablemente. Hoy, de todas maneras, hay un consenso positivo: ninguna persona debería ser discriminada por razones raciales, que convive con un consenso negativo: aquellos que no tienen papeles, los que no están radicados legalmente, no tienen ningún derecho. En Argentina esto implica que tenemos un país que se imagina a sí mismo como descendiente de los barcos, por lo menos hasta la crisis de 2001, cuando empieza a pensarse críticamente como país y hay un acercamiento a países latinoamericanos. Además, hubo un cambio objetivo en la política oficial, no hay una respuesta xenófoba sistemática como la de los '90; y otro dato es que se modificó en 2003 la Ley Migratoria por una que garantiza más derechos para los migrantes, incluso para aquéllos sin documentación. Esos son avances que no pueden soslayarse.
¿Esos avances se traducen a nivel social?
En el nivel más micro, se traducen de una manera que no podemos establecer cuan persistentes van a ser en el tiempo. La crisis produjo un cambio y eso se vio en los barrios. Por ejemplo, muchas organizaciones de desocupados aceptaban entre sus miembros a migrantes o en muchas de las fábricas recuperadas había muchos trabajadores originarios de países limítrofes. Ahora, ese cambio no significa que se redujera la discriminación drásticamente o que se modificara la forma en que los argentinos se imaginan a sí mismos. Hubo una modificación histórica, una oportunidad de pensarse más cerca de América Latina y de comprender de otra manera qué es Argentina. Por ejemplo, los argentinos tenemos la particularidad de haber inventado la idea de que aquí no hay negros ni indios. Sin embargo, en Argentina hay más personas que se consideran a sí mismas indígenas que en Brasil, y ése es un dato objetivo que sigue sorprendiendo. Hace un par de años llegó una argentina con rasgos indígenas a un aeropuerto de México y allí le dijeron que su pasaporte era falso "porque en Argentina no había indios", y la mandaron de vuelta. Es decir, los argentinos no sólo nos convencimos a nosotros mismos de que no hay indios, sino que lo hicimos con el mundo entero.
¿Cómo se explica el fenómeno del habitante de un barrio popular que es discriminado cuando viaja a Capital, y que en su lugar de convivencia, a su vez, también discrimina?
En general, los procesos de hegemonía logran que todos los sectores interioricen formas de discriminación, de legitimar desigualdades o formas de autoexcluirse de los sectores denigrados sin cuestionar la denigración. Es más fácil negar que uno pertenece al grupo que está siendo estigmatizado que revertir el proceso. Es muy habitual cuando uno llega a un barrio y les pregunta a los vecinos dónde empieza la villa, que digan: "La villa empieza allá", porque siempre hay una zona asfaltada y otra no, o una zona de casas de material y otra de chapa. Y si no hay diferencias objetivas, esas diferencias se inventan porque son necesarias para vivir.
¿Cómo es la actitud de los bolivianos al saberse discriminados? ¿Cómo articulan una respuesta ante el prejuicio?
Yo escribí un trabajo donde mostraba las estrategias de "contra-estigmatización" de los bolivianos, y allí tomaba algunos casos más bien excepcionales pero muy interesantes, en los que responden a la discriminación. Una boliviana me cuenta que cuando se subía al colectivo veía a mujeres de clase media que agarraban fuertemente la cartera. Cuando la veían con rasgos aymarás, tenían miedo de que fuera a robarles. Entonces ella, apenas llegó a Buenos Aires, lo primero que hizo fue alejarse como para intentar que la persona se quedara tranquila, que no iba a ser robada. En un segundo momento se percató de que esa actitud implicaba asumir el prejuicio, entonces empezó a hacer lo contrario. Se acercaba como si efectivamente fuera a robar, pero lo hacía para divertirse. Hasta que empezó a darse cuenta de que ese juego era peligroso: la persona podía asustarse, gritar y acusarla aunque no hubiera hecho nada. Entonces, en un tercer momento, tuvo otra estrategia: cada vez que veía a una mujer que se aferraba a su cartera, la miraba a los ojos y ella misma se aferraba a su propio bolso, como diciéndole: "No, la que me está por robar sos vos". Y en ese pequeño gesto invisible y quizá repetido todos los días en la ciudad, se condensa una metáfora. Porque cuando la argentina se aferra a su cartera, reproduce las palabras del jefe de la policía que dijo que se estaba "extranjerizando" el delito. En el gesto de esta mujer aymara se responde la acusación diciendo: "No, cuando en vez de 500 pesos nos pagan 300; cuando no nos pagan jubilación ni obra social; cuando no reconocen ninguno de nuestros derechos, los que nos están robando son ustedes". Por eso, creo que Argentina tiene por delante una gran oportunidad y un gran desafío: volver a imaginarse como país con otras bases, construir sobre otros pilares. Para eso, es imprescindible repensar a los "otros" de aquella imaginación europeísta, ya que si decidimos que es una migración constante desde el siglo XIX podríamos abrir un nosotros que potencie la diversidad.