Esta es una ciudad construida también por la literatura, su imagen ha sido hecha por Arlt y por Borges, por Silvina Ocampo. Esa ciudad imaginaria es también la ciudad. En esta escena contemporánea, virtual, en la que ciertas formas de sociabilidad parecen estar cambiando, me gusta la idea de la Feria como un lugar donde la gente se junta a mirar libros.
El hecho de inaugurar la Feria parece consagrarlo, masivamente, a un lugar canónico.
Bueno, desde luego que son lugares fugaces, uno entra y sale, está ahí un momento y después se escapa, vuelve al "under". Me parece que un escritor debe tener una visión errática respecto de su propio lugar. Hay una distinción muy importante entre escribir libros y publicar. Cuando escribimos siempre estamos empezando, no importa lo que hayamos escrito antes, todo es incierto e inseguro. Después lo que uno escribe circula o no. No hay conexión.
En "El último lector" se refiere a Kafka como un escritor que tiene a la escritura como modo de vida, que sueña con una especie de continuidad absoluta de la escritura. ¿Reconoce algo suyo en esta imagen?
Creo que Kafka funciona como un modelo ético para los escritores. Le interesaba escribir y no publicar, estaba empeñado en lograr decir alguna cosa y no le importaba si eso tenía efectos en la circulación social. El carácter extremo de su poética se ve en esa metáfora de los manuscritos quemados: lo que importa es lo que está escribiendo. No le importaba que sus textos encontraran ese reconocimiento, que muchos escritores se amargan porque no llega. El reconocimiento está ahí, en ese momento de trabajo.
Usted enfatiza la relación particular entre literatura y vida en Kafka. ¿Cuál es en su caso esa relación? ¿Ha tenido que dejar cosas por la literatura?
No, he tomado algunas decisiones que hubiera tomado igual, creo. A veces he usado la broma que es hacerse el artista, el mito de dedicar todo al arte. Pero todo el mundo deja algo.
¿Recuerda alguna escena de lectura que haya sido significativa para usted?
Uno de mis primeros recuerdos, creo, yo tendría tres, cuatro años y no sabía leer pero siempre veía leer a mi padre. Y un día le saqué un libro de la biblioteca, un libro azul, y me senté en la puerta de mi casa. Vivíamos en Adrogué al lado de la estación, y cada tanto pasaba la gente que bajaba del tren. Me senté en el umbral, sin duda para que me vieran leer, y de pronto una sombra bajó y alguien me dijo que tenía el libro al revés. Me parece que de esa escena podría sacar conclusiones: que siempre he tenido los libros al revés, que siempre ha habido un crítico que me dijo que leyera de otra manera...
Dice que siempre está empezando, que tiene inseguridades... ¿Cómo es su relación con la escritura? ¿Disfruta o padece?
Cuando digo inseguridad quiero decir que nunca sabemos del todo lo que va a pasar. No me gustan los escritores demasiado satisfechos. La mejor tradición de la literatura argentina está construida en esas vacilaciones, es el narrador incierto de Borges o de Hebe Uhart, esa idea de que el sentido no se termina nunca de construir, y que se opone a otras tradiciones en las que el narrador está convencido del orden de las cosas. En cuanto a la experiencia de la escritura, para mí ha sido divertida, difícil pero dichosa.
¿Cuál es su fórmula de trabajo?
Mi fórmula de trabajo consiste en levantarme temprano y no atender el teléfono. De la época de las máquinas de escribir me quedó la costumbre de redactar. Escribo tres o cuatro versiones. Son como mapas, maneras de definir un territorio que aún no está claro. El asunto es cómo lograr que el lenguaje empiece a tener una intensidad propia, cierta tensión ligada al tono y al ritmo.
Ha dicho usted que la novela en la que está trabajando, "Blanco nocturno", ha tenido varias reescrituras...
Tardo mucho. Es un modo de narrar que no recomiendo pero tiene la ventaja de ampliar la historia con matices que en los primeros borradores no estaban presentes.
¿Y cuál será el destino de las sucesivas versiones?
No creo que haya que publicar todo ni menos ¡vender los manuscritos!
¿Cree que el cierre de "Punto de Vista" implica el fin de cierto modelo de intelectual?
Creo que no. Las revistas expresan a un grupo de escritores que quieren hacer conocer poéticas o tendencias que no están presentes. Su distancia con respecto a lo que está en el centro de la escena, las hace productivas. En "Los Libros", que iniciamos con Héctor Schmucler en 1968, se discutían cuestiones que en ese momento no eran el eje del debate pero que luego se convirtieron en centrales. Las revistas anticipan esos debates. En el caso de "Punto de Vista", en la dictadura, buscamos establecer una conexión con el exilio, en contra de la idea de que la literatura argentina estaba fracturada, que venía de los intelectuales cercanos al gobierno militar. La revista inició una discusión sobre las tradiciones culturales y políticas en la Argentina, sobre cierto tipo de relaciones entre el presente y el pasado. En aquel tiempo estaban los que pensaban que los militares se iban a quedar cuarenta años y quienes creían que, finalmente, iban a tener que hacer política. Y eso intentaron con la guerra de Malvinas. Lo vimos y fuimos de los pocos que, en ese momento, sacamos una declaración en contra de la guerra.
"Los Libros" y "Punto de Vista" surgieron en momentos de mucha efervescencia cultural y política, en los que los intelectuales se planteaban una fuerte intervención en la cultura. Esto hoy no resulta tan visible.
Puede ser que la escena política desde la óptica de la relación con los intelectuales esté definida por lo que usted dice. Pero habría que acercarse a ver algunas revistas que hacen hoy los jóvenes. La experiencia de las revistas es importante porque prueba que es posible plantearse una relación con la realidad social y con la política a partir de un campo específico. Por ejemplo, en "Los Libros" el objetivo fue criticar las secciones culturales de las revistas y los diarios. Tuvimos una posición muy polémica. Discutíamos la retórica vacía de la crítica cultural pero también sus contenidos y de ese modo interveníamos en el debate político. No puede desaparecer la idea de que ciertos campos específicos tienen que ser el punto de partida de la intervención política de los intelectuales. La idea de que hay que discutir los usos del lenguaje, la construcción de la creencia, los estereotipos políticos, las tradiciones culturales. Ese tipo de intervención no puede desaparecer de la escena política.
¿Dónde cree que sucede eso en este momento?
He estado viendo algunas revistas culturales muy interesantes, más o menos "under" como "Odradeck", "Esperando a Godot", "El Juguete Rabioso", "Sudestada". Entré en contacto con ellos y tuvimos varias conversaciones.
¿Fue una iniciativa suya?
Sí, traté de buscarlos. Muchas de ellas son gratis, es casi la lógica del panfleto. Están ligadas con algo interesante que está pasando en la cultura argentina actual: se están construyendo redes, más que obras los jóvenes están construyendo nexos. Por ejemplo, en el Sportivo Teatral, Ricardo Bartís da sus clases, experimenta, estrena, los espectadores forman una especie de sociedad secreta que actúa en público, todo por afuera del teatro comercial y de la escena oficial. O las experiencias de Roberto Jacoby con la revista "Ramona", con el grupo Venus, con la fundación Start, un grupo de artistas e intelectuales que trabajan en conexiones diversas. La cultura como un conjunto de grupos en fusión. Todo esto es mucho más interesante que la escena cultural de la que hablan los diarios. Tiene que ver con el 2001, con la idea de construir una cultura con lo poco que tenemos, eso es Eloísa Cartonera, o lo que hizo Fernanda Laguna con la galería de arte Belleza y Felicidad, las pequeñas editoriales como Mate o Mansalva...
Josefina Ludmer sostiene que en esta etapa de "utopía realizada del liberalismo" ya no rige la lógica del campo literario ni el criterio de valor literario de la modernidad. ¿Qué piensa de esta postura?
No conozco esos trabajos, no puedo opinar. Para mí la clave es saber cuáles son las condiciones en las que se produce la literatura. ¿Han cambiado esas condiciones? En tanto que son históricas, por supuesto que sí. Pero creo que la noción de autonomía -Ludmer habla de literaturas postautónomas- es una categoría de la recepción. Puedo leer como autónomo un texto pero la literatura nunca fue autónoma. Siempre ha estado condicionada por situaciones sociales múltiples.
¿Cree que el blog propone un nuevo tipo de lector, un lector productor?
Sí, me parece interesante ese juego entre la lectura y la posibilidad inmediata de la escritura. Si pudiésemos anticipar ciertos cambios, creo que lo que está en juego es la noción de propiedad. Por eso hay tanto debate sobre el plagio. La relación entre producción social y apropiación privada está en una etapa distinta. Esto de cortar y pegar y poder usar el conjunto de la tradición al mismo tiempo crea cambios en la autoría de los textos. Ese movimiento entre el que escribe y el que lee está en un campo de circulación diferente.
Viaja a Madrid para presentarse en la Semana de Autor que organiza Casa de América en su honor. Desde la "novela paranoica" hasta sus trabajos en relación con el cine, la historieta y la ópera merecerán lecturas de críticos españoles y latinoamericanos, entre ellos, argentinos.
Será una oportunidad para que un grupo de amigos nos encontremos para discutir sobre estos problemas de los que hemos conversado. Y también es la prueba de que estoy envejeciendo.
¿Se siente cómodo en este escenario metropolitano, transnacional?
Bueno, ese es un tema. Como se sabe, yo publico en una editorial española, Anagrama, una editorial que distribuye sus libros en toda América Latina y España. A diferencia de lo que sucede con los grandes grupos que balcanizan la cultura, publican escritores argentinos aquí pero no en España, publican autores colombianos en su país y no los hacen conocer en América Latina. La Feria del Libro podría ser un espacio para que los escritores latinoamericanos y españoles nos encontremos aquí, no sólo en Madrid. España tiene una política muy decidida en ese punto, algunos la consideran una política colonialista, pero en todo caso marca un déficit de la propia cultura de América Latina, que ha perdido la iniciativa.
En "Babelia" salió una nota de Vicente Verdú criticando los premios españoles que ganan los latinoamericanos. ¿Existe malestar por esta situación?
No la he visto. Más bien lo que se ve en España es una política que considera que somos una sola cultura. O una posición estereotipada que mira a América Latina como una totalidad esquemática. Muchos ven ahí una tradición que se remonta al imperio. Esa es la discusión, porque en un sentido somos una sola cultura pero no tenemos las mismas posiciones en el sentido geográfico, político y cultural.
¿Cree que la existencia de un mercado global tiende a borrar los rasgos locales de la literatura? ¿En España lo leen de otra manera?
Me leen como un escritor argentino, desde luego. Yo no veo que mi literatura sea internacional y ha tenido una recepción de la que estoy muy contento. Creo que no existe el escritor mundial. Pero se puede correr el riesgo de imaginar un mercado, un espacio cultural único. Hay una tensión entre las tradiciones locales y las redes internacionales que ha definido siempre a la literatura. Un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires y el cine de Hollywood en Puig. Las calles de Dublin y la tradición griega en el "Ulises" de Joyce. Los grandes escritores, los que interesan a todo el mundo, son muy locales, como Faulkner. La literatura nunca generaliza. Trabaja sobre lo particular y lo concreto, sobre escenas propias, muy individuales. Esa es una de sus marcas.