Las novelas más autobiográficas son siempre las primeras, pero en mi caso ha sido justamente al revés. Para mí es necesario que haya una gran distancia temporal con respecto a los temas que toco. Yo sería un pésimo periodista. No puedo pensar con claridad acerca de lo que está sucediendo en el momento. En "Hasta que te encuentre", vuelvo a episodios que me dejaron marcado en mi infancia y adolescencia. La búsqueda del padre que lleva a cabo el protagonista y su historia sexual están muy cerca de mi biografía. Había cumplido sesenta años cuando por fin me atreví a hacerlo.
¿Puede hablar de esos episodios?
Tuve mi primera experiencia sexual a los once años, con alguien mucho mayor que yo. No compartí con nadie lo ocurrido. Cuando estaba con mis amigos adolescentes tenía que ocultarles que sus madres me atraían más que sus hermanas, porque sabía que lo que me pasaba no era natural. Los sentimientos y obsesiones asociados con aquel suceso tardaron mucho en disiparse. Cuando me atreví a abordar todo aquello en mi ficción, empezaron aflorar recuerdos que llevaban casi cincuenta años sepultados. El tema de la búsqueda del padre me resultó particularmente doloroso. No quería recordar la frustración que sentía cuando siendo yo muy niño les decía a mi madre, a mi abuela, a mis tías: por favor, cuéntenme algo de mi padre, y siempre me cerraban la puerta. Sabe, yo siempre he tenido una buena relación con mi madre, no quería ofenderla ni sacar a la luz cosas que no se habían interpuesto entre nosotros desde que yo tenía diez, once, doce años, pero si se toma la decisión de escribir acerca de algo así, los recuerdos regresan.
¿Por qué, estando el libro en manos de sus editores, decidió reescribirlo?
El manuscrito que envié a mi editora estaba en primera persona. A ella le gustó mucho y ya se estaban negociando los términos del contrato, pero yo sentía que necesitaba interponer una distancia mayor entre la novela y yo. Una mañana, de manera instintiva, fui a mi despacho y reescribí el primer párrafo en tercera persona. Nada más hacerlo vi al protagonista, Jack Burns, con mucha más claridad, como si hubiera enfocado una imagen borrosa ajustando bien una lente. Inmediatamente llamé a mi editora y le dije que no le enseñara el libro a nadie. Reescribí el primer capítulo en tercera persona y la diferencia me pareció asombrosa. Aparte de que todos los elementos de la historia, no sólo el protagonista, se veían mucho más en perspectiva, me di cuenta de que así me resultaba mucho más fácil mantener engañado al lector. Me explico. En "Hasta que te encuentre" hay un importante elemento de ocultamiento que afecta a la infancia del protagonista y no se devela casi hasta el final. Con la historia en primera persona me resultaba mucho más difícil escamotearle las cosas al lector inteligente. Cuando mi editora vio el primer capítulo corregido, entendió inmediatamente mis intenciones y estuvo de acuerdo.
¿Qué es más importante para usted a la hora de escribir, la emoción o el intelecto?
Mi instinto como narrador no ha sido jamás de orden intelectual. Soy un escritor emocional. Necesito conocer los resortes afectivos de mis personajes, su capacidad para influir en el ánimo del lector, ver qué hay en ellos que les permite hacernos sentir tristeza, reírnos, irritarnos. De modo que el proceso creativo para mí consiste en comprender la psicología del impacto emocional, qué hay en los demás capaz de afectarnos. No tengo tanta confianza en el control de los pensamientos de los personajes como en su capacidad para despertar emociones en el lector. Lo que me interesa de una escena o un momento es su potencial para divertir, para hacer daño, para provocar angustia, dolor o placer. El plano intelectual me interesa mucho menos. En "Hasta que te encuentre" quería que todos los personajes de relieve estuvieran marcados de por vida de un modo u otro, y no me refiero a los tatuajes, que son un aspecto muy importante de la novela. Quería que todos los personajes tuvieran algo en su pasado que les afectara y que cambiara el curso de sus vidas: las experiencias sexuales que tiene Jack siendo niño, la experiencia que marca a Emma... De modo que la novela es un viaje que incorpora a todos estos personajes, haciendo que sus vidas se entrecrucen, y cada uno de ellos ha sufrido algún daño que los ha marcado y cambiado el curso de su vida. Una cosa que me gusta del argumento de esta novela es cómo sitúa a los personajes en órbitas que están destinadas a colisionar entre sí. Yo sé de antemano cuándo se van a cruzar las trayectorias de los personajes, pero tengo mucho cuidado de ocultárselo al lector, procurando mantener el misterio.
¿Cuál cree que es la razón por la que tiene millones de lectores en todo el mundo? ¿Qué buscan los lectores en sus novelas?
El escritor no elige sus obsesiones, son sus obsesiones las que lo eligen a él. Mis lectores las conocen y saben que siempre regreso a los mismos temas: la pérdida, física o espiritual, el poder de los secretos, las zonas de la infancia que permanecen ocultas, los secretos sexuales, la ausencia de los seres queridos, padres o hijos. Algo que está claro es que a los lectores les gusta implicarse emocionalmente en lo que leen. Soy muy amigo de Stephen King, cosa que a alguna gente le sorprende, porque, según algunos, las novelas que escribe supuestamente no son literatura seria, aunque por lo general la gente que dice eso no ha abierto jamás un libro de Stephen King. Sin entrar en ese tipo de distinciones, hay algo que mis novelas comparten con las de Stephen King, y es que los dos buscamos perturbar al lector, hacerle sentirse incómodo. Aunque mi idea de lo que puede resultar perturbador sea muy distinta de la que pueda tener él, de lo que no hay duda es de que, a juzgar por la cantidad de lectores que tengo yo (y él tiene muchísimos más), a los lectores les gusta que los perturben, que los incomoden. Buscan experiencias catárticas en la lectura, a los lectores les encanta por ejemplo sentir miedo, experimentar alguna forma de terror. Ahora bien, las historias de horror convencional no son la única manera de asustar a la gente, hay otros niveles a los que se puede provocar terror, psicológicamente y de otros modos. Se puede hacer que la gente vuelva a tener sensaciones de inseguridad, que se sientan amenazados de manera parecida a como les ocurrió durante su infancia. Yo diría que en la mayoría de mis novelas obligo al lector a regresar a la infancia y a la adolescencia. Y hay mucha gente a la que eso no le gusta, sobre todo si se les lleva al terreno de la experiencia sexual.
¿Hay intención de provocar en su tratamiento del sexo?
Procedo de un país que tiene una perspectiva sumamente infantil sobre la sexualidad humana. Estados Unidos es uno de los países menos maduros, por lo que se refiere a la sexualidad, del llamado mundo civilizado. El nivel de opacidad, de represión, de autocensura, son muy acusados. Ahora mismo padecemos una guerra cultural muy regresiva. En estos momentos nuestro país está dando muestras de una rigidez y un puritanismo que no había ni siquiera en los años cincuenta, cuando yo era niño. Y el resto del mundo se ríe de nosotros, con toda la razón. En Estados Unidos resulta difícil aceptar cosas que en el resto del mundo se ven con toda normalidad. ¿Por qué persigue la Administración de Bush a los homosexuales? ¿A qué obedece ese paso atrás? ¿Por qué en lugar de dar prioridad a la educación sexual se insiste en la abstinencia como única actitud? Yo soy demócrata y liberal de toda la vida, y hay, obviamente, muchas cosas que están ocurriendo en este país que me molestan profundamente. Ahora mismo, ciertos aspectos de la política interior, cotidiana, que afecta a la gente, la agenda doméstica es mucho más aterradora que la política exterior. No estoy diciendo que asuntos como la guerra de Irak no sean una aberración. Lo es, pero lo que pasa de puertas adentro es peor. El país no ha estado jamás tan dividido como ahora, ni siquiera durante la guerra de Vietnam. Eso me obliga a escribir de cierta manera. Si viviera en Alemania o en España no lo haría, pero viviendo aquí considero que tengo la obligación moral de provocar, de irritar. Sé que lo que escribo resulta ofensivo para buena parte de mis conciudadanos, pero me siento obligado a tocar ese punto sensible a fin de provocar una reacción. Me parece necesario.