Daniel Calmels (1950) es psicomotricista, poeta, ensayista e investigador de las temáticas del cuerpo. Actualmente se desempeña como Jefe del área de Psicomotricidad del Servicio de Psicopatología Infantil del Hospital de Clínicas, profesional participante del equipo de investigación del Hospital Garraham, docente universitario en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y Psicólogo Social de la Primera Escuela Privada de Psicología Social Enrique Pichon Riviére. Ha publicado los siguientes libros: "Quipus", "Desnudos", "Lo que tanto ha muerto sin dolor", "El cuerpo y los sueños", "Estrellamar", "Marea en las manos" y "La almohada de los sueños" (poesía); "El cristo rojo", "El libro de los pies" y "Memoriales de un cuerpo fragmentado" (ensayos); y "Espacio habitado", "Cuerpo y saber", "El cuerpo en la escritura", "Del sostén a la transgresión", "¿Qué es la psicomotricidad?", "El cuerpo cuenta" y "Juegos de crianza" (libros de investigación). Acaba de aparecer "La discapacidad del héroe. Diferencia y discapacidad en las narraciones dedicadas a la infancia", libro en el que analiza los textos escolares, fábulas, cuentos infantiles y series de televisión que introducen a través de sus personajes la temática de la diferencia y/o la discapacidad. Jorge Boccanera lo entrevistó a propósito de esta obra para el nº 20 de la revista "Nómada" de marzo de 2010.
¿Que diferencia hay entre los términos "discapacidad" y "diferente"?
Los utilizo consciente de sus limitaciones, pero con la idea de cubrir dos fenómenos: "discapacidad" está más ligado a la terminología oficialmente aceptada e indicadora de carencias y déficit localizables -discapacidades motoras, sensoriales y mentales-, mientras que "diferencia" es más general, menos clínico, y permite abarcar un sinnúmero de fenómenos donde prima un exceso de singularidad. La diferencia no tiene por qué marcar una discapacidad, lo diferente no indica una dificultad, aunque se transforma en una dificultad en la medida que es visualizada como un signo negativo y rechazada. La caracterización negativa de lo que escapa de la norma no es producto de una desviación de grupos marginales, sino que puede observarse en textos científicos; en 1947 una prestigiosa profesional argentina, la doctora Carolina Tobar García, definía la "zurdez" como un "defecto de menor cuantía".
¿Hay un exceso de palabras para nombrar lo diferente frente al término normal?
Creo que esta abundancia de palabras para nombrar lo diferente nos advierte de la complejidad del tema: discapacidad, anomalía, anormalidad, fenómeno, incapacidad, rareza, deformidad, invalidez, debilidad, inhabilidad, perturbación, torpeza, impericia, ineptitud, minusvalía, insuficiencia, trastorno, subnormalidad, desmesura, atipicidad, deficiencia, desarmonía, alteración, defecto. Lo que escapa de la norma no sólo queda fuera del canon y de la medida, sino que al mismo tiempo queda fuera del lenguaje. El que nombra trabaja con aproximaciones, y en el nombre busca alivio y olvido. Lo que no puede nombrarse se sostiene en la memoria de imágenes desconocidas, que buscan un nombre. Todo lo nombrable entra en la categoría del archivo, y allí descansa la extrañeza. Concertar un nombre es un antídoto contra el desconcierto.
¿La idea de discapacidad es cultural, histórica? ¿Discapacitado frente a qué?
La representación social de la discapacidad se ha modificado a través del tiempo. La joroba constituyó una marca histórica que representaba la discapacidad bajo la forma visible de la deformidad. Este desvarío de la norma, evidente, notorio, fue representante de la discapacidad durante el siglo XVI, época en la cual el ideal de cuerpo se representaba en la posición erecta, sin desvíos. La curva, enemiga de la recta -cuya hegemonía reinaba en la estética de la postura-, estaba en contra del canon. A toda marca de deformidad en el cuerpo le correspondía una injuria psíquica y emocional, por lo tanto una persona torcida, encorvada, tendría una equivalencia moral. Desde el punto de vista de su etimología "capacidad" significa "contener, dar cabida". Si nos ajustamos a este sentido la dis-capacidad abunda, es moneda corriente, los rasgos de nuestra sociedad no se manifiestan por un dominio de la "contención" y la "cabida". El sistema económico de producción y distribución de la riqueza nos dis-capacita desde el comienzo. Por otro lado, una persona definida con los patrones actuales como discapacitada puede tener desarrollada una capacidad de contención a veces mayor que otros capacitados. De cualquier manera es prudente evitar el dicho frecuente de que "todos somos discapacitados", frase que más que defender el lugar de la diferencia pone a todos en una misma posición y, por lo tanto, les quita derechos a quienes tienen una marca orgánica, psíquica o corporal que altera las posibilidades de desarrollar praxias, pensamientos o conciencias. El sentimiento de escritor no es ajeno a la situación histórica y a la concepción dominante acerca de las faltas, déficit y carencias. De forma más rica, como una hipérbole de los sentidos, recrea el drama cotidiano. Puede funcionar como testaferro de las ideologías que degradan la condición humana, o trabajar como portavoz, restituyendo el valor de la persona y denunciando en muchos casos las injusticias sociales.
¿Existe en nuestro país un rechazo a lo diferente? ¿Cómo se manifestaría lo "normal" específicamente en la sociedad argentina? ¿Hay una mirada, una moral o un imaginario desarrollado en este sentido?
Formalmente, la sociedad en su conjunto se muestra comprensiva, tolerante y hasta solidaria con los sujetos que tienen disminuidas o anuladas una o más capacidades. El discurso oficial de turno, frecuentemente formulado ante inauguraciones y actos caritativos, hace hincapié en los derechos de carenciados, desvalidos, discapacitados, minusválidos. Si bien los derechos humanos se organizan bajo el orden de una "declaración", sólo tienen cumplimiento en la medida en que se ejerzan. La tolerancia a lo diferente de las sociedades actuales se arma con el modelo de la caricatura, acepta la exageración de algunos rasgos sobre un fondo de normalidad. Pero cuando la figura y el fondo no se adaptan al canon, sobreviene la extrañeza y el rechazo. Una sociedad cada vez más estructurada en la consideración de lo diferente como impropio y del otro como ajeno, forma seres humanos incapaces de hacerse cargo de lo que producen como comunidad. En nuestro país hay por lo menos dos diferencias que producen rechazo, una de ellas frente a la discapacidad tomada en un sentido clásico, discapacitados motores, sensoriales y mentales. Frente a ellas, un conocido conductor de televisión se ha reído y llorado a gusto. Otro es el rechazo a lo diferente que proviene de una colectividad, de una etnia, de una cultura diferente a la que impera como dominante. Ante ellas, diversos locales bailables regulan la circulación de todo cuerpo que porte una diferencia a la norma. Una de las posturas frente a la discapacidad es la indiferencia: dejar pasar, ignorar, negar. Los consejos de Edmundo de Amicis están dentro de esta caracterización: "finge siempre no ver a quien tenga una deformidad repugnante, ridícula". El peor de los castigos es el retiro de la mirada, o mejor dicho ver y hacer que no se mira.
Se habla mucho de integrar al discapacitado…
La sociedad no debería tener como tarea integrarlo, sino dejar de marginarlo, de desintegrarlo; dejar de expropiarle los derechos que su condición humana le asigna, como el de trabajar. La tarea de integración en gran parte le corresponde a la persona discapacitada, que en muchos casos está en condiciones de llevarla adelante en un hacer diferente, con la ayuda indispensable que requiere cada persona en particular. Para esto es necesario renunciar a la lógica de la eficiencia, dominante en el sistema actual que despliega una lógica de la eficacia. Si pensamos en términos de proceso y objeto terminado, de trayecto y llegada, de camino y destino, en la eficacia el interés estará puesto en el proceso, en el trayecto, en el camino. Por el contrario, para la lógica de la eficiencia el valor está puesto en el objeto terminado, la llegada, el destino, lo que implica mecanización, achicamiento del proceso, velocidad.
El libro pone en el centro el papel del diferente en varios textos infantiles...
Gran parte de mi obra se ocupa de los fenómenos cotidianos, familiares, repetidos, campo de acciones que se transparentan sin conciencia. Tal es la fuerza de la familiaridad, que para el lector común los discapacitados en los cuentos infantiles, al ser integrados en un programa narrativo pasan desapercibidos, se naturalizan al punto de no ser reconocidos como discapacitados. La lectura de este libro los pone en descubierto, los da a ver, y los estudia como hallazgos ocultos por su visibilidad. Pulgarcito era un niño prematuro, no hablaba una sola palabra y no era más grande que un dedo pulgar. El Patito Feo es grande, feo y mal proporcionado: "Dios mío! ¡Qué monstruo! -gritó la madre-. No se parece en nada a los otros". En el caso de "Los siete enanitos", Doc dice: "Dopey jamás ha hablado una sola palabra"; por su parte Heidi tiene una amiga inválida llamada Clara que encarna en su cuerpo las limitaciones de una disciplina que coarta sus movimientos y su libertad lúdico-corporal. En muchas ocasiones, el sujeto discapacitado representa en y con su cuerpo la dramática situacional, encarna con su síntoma el rol que debe cumplir.
¿La sociedad moldea a los niños para que se identifiquen sólo con los personajes supuestamente más aptos?
Frecuentemente el niño se identifica no sólo con los muy poderosos, sino también con los que están en desventaja. Hay investigaciones que resaltan el fenómeno de identificación del niño con el personaje desvalido o en condiciones desfavorables, con la pobreza, la fealdad, el hijo más pequeño, el débil, el discapacitado. También se identifica con el perseguido, el expulsado injustamente, el marginado por algún rasgo diferente. Claro que en este caso toda identificación con el diferente se realiza sobre un conjunto de personajes protagonistas de relatos jerarquizados y puestos en circulación, hecho imposible de lograr en las circunstancias actuales, en las que a los niños se les ofrece personajes mecanizados, con poderes sobrenaturales y accesorios de alta tecnología, en la cual la "falta" reside en el retraso tecnológico o en un agotamiento energético transitorio. No es frecuente encontrar un héroe que carezca de atributos para enfrentar los contratiempos, como el Soldadito de Plomo. Esta identificación del niño con el diferente nos muestra un sentimiento opuesto al rechazo, hecho que podría tomarse como un indicio a tener en cuenta cuando se piensa la inclusión del niño con discapacidades en el ámbito grupal e institucional. Lo que hace posible la aceptación de un personaje en el discurso narrativo no son las características del personaje en forma aislada sino su inclusión y caracterización en un programa narrativo, dentro del cual el personaje diferente está habilitado específicamente por sus funciones (a pesar de su inhabilidad). Algo que no sucede en algunos textos actuales que, bajo el discurso de una supuesta inclusión del discapacitado, subraya la diferencia a través del golpe bajo.
Otros personajes de tu libro son Pinocho y el Niño Cojo de "El flautista de Hamelin"…
El Flautista de Hamelin entra a un pueblo invadido de ratas y se le promete una recompensa por limpiar el pueblo. Cumple su cometido usando su flauta mágica: lleva las ratas atraídas por la música a un río donde encuentran la muerte. El compromiso de la recompensa no se cumple y en venganza atrae a los niños del pueblo con su flauta y los hace desaparecer tras una montaña. Pero un niño se salva, impedido de seguirlos por su cojera y será quien encuentre la flauta que el flautista dejó en un descuido y rescate a los niños. Aquí la discapacidad del "niño cojo" no sólo es lo que le da identidad, sino lo que lo excluye del resto de los niños. No obstante, el diferente se transforma en héroe. Pinocho es otro personaje diferente en el cual se extreman los rasgos distintivos. No sólo porque originariamente su cuerpo era de madera, sino porque al "nacer" tiene una nariz grande y carece de orejas. Un muñeco destinado a hacer "oídos sordos" a las reprimendas y castigos. A un muñeco desobediente, que desoye las recomendaciones de los adultos, le corresponde una escasez de apéndices auditivos de nacimiento. Un castigo común a los niños de otras épocas era infligirles, por su desobediencia, un buen "tirón de orejas". Es en ese intento que Gepetto se da cuenta de su olvido. En cuanto termina de tallarlo, Pinocho "saltó a la calle y se dio a la fuga" y, después de un largo periplo, fue detenido por un carabinero de una manera muy particular: "...lo agarró limpiamente de la nariz -era una nariz desproporcionada que parecía hecha a propósito para ser atrapada por los carabineros-".
También figura el Soldadito de Plomo, personaje que recorrió las infancias de muchas generaciones...
Escribe Hans Christian Andersen que un artesano fundió un cucharón de plomo para hacer soldaditos de juguete. Los hizo iguales, aunque al llegar al último se le había acabado el plomo y tuvo que hacerlo con una sola pierna. Esa diferencia lo afecta y lo distingue. Su devenir le traerá penurias y cuidados, será el elegido para transitar por situaciones límite, aumentará sus diferencias en relación con el resto de los iguales; su carencia le aportará una cualidad: será para el niño un juguete sobresaliente, perdido, lamentado, recuperado y alojado con cuidados. Estando de pie en la única pierna que tiene, encuentra a la Bailarina parada en un pie y exclama con candor: "sin duda a la pobre le falta un pie como a mí". Entre el Soldadito de Plomo y la Bailarina las diferencias son enormes, ambos pueden estar ubicados en polos diametralmente opuestos. A pesar de todo esto, el Soldadito no habla de las diferencias, sino que se relaciona a partir de las semejanzas: ambos están parados en un pie. El soldadito encuentra en el otro un punto de contacto, una similitud. Su conclusión es falsa, pero el esfuerzo de buscar semejanzas vale la pena. Se establecen a partir de reconocer al otro como miembro de la especie humana. Ambos se atraen, y el entrecruce de sus miradas cargadas de pasión los ubica en el ejercicio de un genuino atributo de la condición humana.