13 de junio de 2010

Federico Finchelstein: "El peronismo no destruye la democracia, pero tiende a vaciarla de contenido"

En el período de la historia política ideológica que media entre las dos guerras mundiales, el nacionalismo argentino evolucionó de posiciones conservadoras defensivas a posiciones populistas. En ese contexto surgió el peronismo como un movimiento de composición policlasista y conducción bonapartista que, frente a las condiciones imperantes de dependencia política y cultural, adoptó posiciones anti-imperialistas y populistas. ¿Fue el peronismo la representación argentina del fascismo? El propio Juan D. Perón (1895-1974) en infinidad de entrevistas se encargó de despejar las dudas: "elegí cumplir mi misión en Italia porque allí se estaba produciendo un ensayo de un nuevo socialismo de carácter nacional. Hasta entonces, el socialismo había sido marxista, internacional, dogmático. En Italia, en cambio, el socialismo era sui generis italiano: el fascismo. Yo me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores". Sin embargo, el académico francés Alain de Benoist (1943), fundador en 1968 junto a otros intelectuales del movimiento denominado Nueva Derecha y habitual crítico de la izquierda por buscar una fraternidad universal que se construya sobre la eliminación de las desigualdades, en un artículo escrito hace un tiempo intenta marcar las diferencias entre el peronismo y el fascismo al decir que los orígenes sociales del primero se fundan en un acendrado nacionalismo de carácter popular de inspiración cristiana y de  integración continental, mientras que el nacionalismo del segundo es cerrado de tipo jacobino, una suerte de socialismo no democrático con movilización autoritaria de las masas. En contraposición al fascismo, para quien el Estado es un fin en sí mismo y monopoliza las iniciativas sociales, políticas y económicas, el peronismo concibe al Estado como un órgano de ejecución que el gobierno tiene a su disposición y uso para el logro del bien común. Según Benoist, en el fascismo "la idea de comunidad está viciada por la convicción que aquella debe ser animada y dirigida a partir de lo alto, en una perspectiva estatista, mientras que un verdadero espíritu comunitario como el caso del nacionalismo peronista es incompatible con el estatismo". Algo distinta parece ser la idea del historiador argentino Federico Finchelstein (1975), quien considera que el fascismo es una realidad histórica concreta que tuvo y tiene importancia en la historia de la Argentina. Según Finchelstein, fascismo y nacionalismo son sinónimos en nuestro país: "Si Mussolini fue el padre del fascismo como ideología universal, no hay duda alguna de que los nacionalistas representaban la madre del fascismo a la argentina. La Iglesia y el Ejército fueron sus padres adoptivos en las décadas del '20 y del '30 del siglo pasado, y la última dictadura militar implicó la consagración y puesta en práctica del ideario fascista, un engendro originalmente criollo, en el nombre de Dios, la espada y la Patria". Finchelstein estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su doctorado en la Cornell University de los Estados Unidos. En la actualidad se desempeña como profesor de Historia en New School for Social Research de Nueva York. Ha publicado numerosos artículos en diversas revistas especializadas así como ensayos en volúmenes colectivos acerca del fascismo, el Holocausto, la historia de los judíos en América Latina y Europa, el populismo en América Latina y el antisemitismo. Entre sus libros se cuentan: "Los alemanes, el Holocausto y la culpa colectiva", "El canon del Holocausto" y "Fascismo, liturgia e imaginario. El mito del general Uriburu y la Argentina nacionalista". Recientemente publicó "Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919-1945", donde examina las conexiones culturales e intelectuales entre el fascismo italiano y el argentino, y sostiene que "el fascismo fue muchas cosas distintas en diferentes tiempos y lugares, y, sin embargo, se conservó como una ideología política trasnacional con variantes teóricas, nacionales y contextuales. A ambos lados del Atlántico, el fascismo ha existido tanto en su forma clásica, representada por la ideología política de Benito Mussolini, como en sus diversas reformulaciones". Dos años antes había publicado "La Argentina fascista. Los orígenes ideológicos de la dictadura", en el que analizaba al fascismo vernáculo, sus relaciones ideológicas con el peronismo, los antecedentes nacionalistas de las organizaciones armadas de extrema derecha en los '60 y '70 y la importancia del antisemitismo en el fascismo argentino. En ocasión del lanzamiento de este ensayo, Silvina Friera lo entrevistó durante su paso por Buenos Aires para la edición del 10 de julio de 2008 del diario "Página/12".


En el libro señala que no es casual que los golpes militares a partir de Uriburu se definan como revolucionarios (Revolución del 6 de Septiembre, Revolución Libertadora, Revolución Argentina). ¿Por qué los militares que hicieron el golpe del '76 se autodenominaron Proceso de Reorganización Nacional y no utilizaron el término revolución?

Los golpes de 1930 y 1943 son claramente revoluciones en contra de la revolución, en tanto los nacionalistas que los llevan a cabo, junto a sus aliados de derecha en el Ejército y la Iglesia, intentan barrer con los valores liberales inaugurados por la Revolución Francesa y, según la entienden algunos, también con aquellos de la Revolución de Mayo. Si las revoluciones de 1930 y 1943 son contemporáneas de los fascismos y se inspiran, como Perón, parcialmente en ellos, luego del gobierno peronista las cosas cambian. Los que fueran otrora antifascistas se hacen antiperonistas, es decir, hacen a un lado un valor central del antifascismo que es la defensa de la democracia. El antifascismo es esencialmente democrático porque el fascismo global es esencialmente antidemocrático, mientras que el antiperonismo no tiene problemas en sustentar regímenes a partir de genealogías golpistas y prácticas autoritarias. De hecho la violencia "liberal" de 1955 supera el autoritarismo peronista que la precede. Después de 1945 muchos argentinos parecen coincidir en el "espanto" mutuo del que hablaba Borges, pero pocos se preocupan por entender el golpe como una aberración de la democracia. Esta práctica que se radicaliza no es nueva: ya los socialistas y muchos radicales habían apoyado el golpe uriburista de 1930. Y muchos de sus herederos lo harían en 1976. Independientemente del nombre, la última dictadura es claramente una "revolución contra la revolución".

Usted afirma que el movimiento peronista originario no fue fascista pero sí lo fue la "mentalidad" de Perón. ¿A qué atribuye que buena parte del imaginario de la clase media siga asociando al peronismo con el fascismo?

El peronismo tiene una genealogía fascista bifronte que se relaciona, por un lado, con los gustos europeos de Perón, su admiración por Mussolini y por la Italia fascista que visitó y "estudió"; por otro lado, por la formación nacionalista de Perón, es decir la influencia que tuvieron en su formación mental las ideas del fascismo argentino. Perón no fue fascista pero, como ha sugerido Tulio Halperin Donghi, sí lo fueron su mentalidad y su vocación. La percepción del peronismo como fascista por parte de los sectores medios es aguda pero anacrónica, en tanto el peronismo viene a ser un fascismo "sui generis" adaptado a las realidades del mundo de posguerra, y por lo tanto sustancialmente diferente de los fascismos originales. Si para el fascismo el enemigo debe ser eliminado, para el peronismo debe ser ridiculizado, incluso perseguido, pero nunca exterminado. Tampoco el peronismo tiene veleidades imperialistas o busca la guerra como todos los fascismos y, en términos de redistribución, su postura también difiere de las políticas corporativas o neoclásicas del fascismo. Las políticas fascistas están claramente identificadas con la concentración del capital en pocas manos y mientras que, en general, los fascismos son producto de sectores medios, el peronismo tiene una base obrera que nunca tuvo el fascismo histórico. A pesar de ver su origen en un régimen protofascista como la dictadura de 1943-1945, el peronismo se diferencia de la ideología nacionalista de esa dictadura al intentar moderar el papel de la Iglesia y el Ejército. La idea de que el golpismo militar y la religión deben sustentar la realidad política del país es minimizada por Perón, que prefiere identificar esa sustentación con su persona. La idea fascista, originalmente argentina, de que el Ejército y sobre todo la Iglesia deben tener un papel central como árbitros de la política no es tan importante en el peronismo. El peronismo y el fascismo se expandieron gracias a las debilidades, o incluso al fracaso previo de la democracia como sistema político, tanto en Argentina como en Italia. A diferencia del fascismo clásico que usa a la democracia para destruirla y establecer la dictadura, el peronismo tiene su origen en una dictadura militar, pero establece una democracia popular y autoritaria. El peronismo no destruye la democracia, pero tiende a vaciarla de contenido. La continuidad sustantiva con Uriburu no se da con el peronismo, a pesar de que Perón participó con entusiasmo en el golpe de 1930, sino con la última dictadura. El peronismo nunca puso en duda la democracia como sistema, más allá de que contribuyera, como los otros partidos políticos argentinos, a deteriorarla.

¿El fascismo se literaliza en los campos de concentración durante la dictadura? ¿Alcanza allí el mayor grado de concreción?

En un sentido de análisis genealógico éste es claramente el caso. En el libro demuestro cómo aquello que en los comienzos del fascismo argentino era discurso y práctica se va intensificando con el correr de los años y finalmente con la dictadura, el discurso se literaliza de forma absoluta, se personifica en las personas de sus víctimas imaginarias, pues provienen de la ideología y no de la realidad empírica o demostrable, pero pasan a ser reales en el marco de los campos. Si los fascistas argentinos prometían en 1939 que iban a tirar al mar a los enemigos, la dictadura cumple con esas promesas. Pero la dictadura no fue fascista, aunque sí lo fue parcialmente su ideología en tanto heredera del fascismo originario. Fuera de los campos de concentración, la dictadura fue muchas cosas, dentro de éstos fue totalitaria, radicalmente nacionalista y fascista. Dentro de los campos, sí se pudo recrear un mundo fascista a la argentina en el cual Dios era el verdadero dictador, el verdadero Duce, y sus enemigos, sobre todo personas pensadas como comunistas, "subversivas" y judías, eran eliminados a partir de una cruzada ilegal que se pensaba heroica, y que sólo lo era a los ojos de la banalidad de una ideología nacionalista heredada del pasado pardo del Ejército, la Iglesia jerárquica y la tradición nacionalista. No es casual el hecho de que la Iglesia bendijera estas acciones ilegales.

Usted advierte que la Guerra de Malvinas sigue siendo conmemorada en la Argentina como una fecha patria, que la ideología que la motivó no ha cambiado después de tantos años. ¿En qué otras conmemoraciones sucede algo similar?

No en muchas otras. Malvinas representa un contexto casi esquizofrénico, fuera del principio de realidad, porque a los militares se les criticó no haber sabido hacer lo único en lo que están capacitados para hacer, es decir ganar una guerra, y sin embargo se siguen defendiendo las razones nacionalistas que motivaron la guerra. Lo único que se podría conmemorar es la derrota de nuestras Fuerzas Armadas, que en la guerra convencional no pudieron "triunfar" frente al enemigo como lo hacían en sus campos de concentración. En Malvinas no hubo héroes sino víctimas, y lo mismo pienso que podría relacionarse con las conmemoraciones críticas de la dictadura. Se habla de Malvinas sin hablar de la dictadura y es imposible hacerlo sin pensar la ideología que hizo posible el desembarco austral. Todos sabemos que sin la derrota de Malvinas la dictadura no habría terminado tan pronto, pero poco se habla de eso o de cómo la derrota permitió finalmente poner en duda una ideología nacionalista que presentaba a Argentina como el país elegido por Dios para instaurar una política de extrema derecha. Esa idea de que Dios es argentino, incluso cuando se la presenta como chiste, es síntoma de un contexto ideológico ampliamente compartido. El silencio con respecto a la realidad malvinera es parte de un proceso que niega la participación de muchos sectores en los festejos de la única guerra del siglo pasado que los argentinos supieron conseguir.