27 de junio de 2010

Entremeses literarios (CIV)

JUEGO GENIAL
Guillermo Bustamante Zamudio
Colombia (1958)

Las enciclopedias constatan la inconsistencia de las versiones sobre el origen del ajedrez. Queda claro que tal diversión no tuvo un origen único y que, gracias a un proceso de transformación constante, llegó al estado en que hoy lo conocemos, con sus ingeniosas e infatigables posibilidades. Parte de dicho proceso es la desaparición de una pieza que antes disfrutaba de funciones específicas. Hoy conocemos parejas de alfiles, caballos y torres, además de peones, rey y dama. Pues bien, antes, entre el alfil y la dama, existía otra pieza: el gato. Uno solo era suificiente. El gato no tenía reticencia en orinar el vestido de la dama, desobedecer al rey, hacer mofa de la solemnidad del alfil, empujar a los peones en formación, arañar al caballo y realizar ágiles cacerías de pájaros y baños de sol encima de las torres. Era muy difícil sorprenderlo en la contienda. Debía ser eliminado siete veces. No avisaba jaque. Tomaba piezas en cualquier dirección como resultado de perplejantes saltos acrobáticos. En el gato del otro bando no veía un enemigo, era frecuente encontrarlos en rochela hacia el centro del tallero. Tan maravillosa pieza del ajedrez se sacrificó, no sin sonoras quejas -y pese al respeto que culturas orientales brindan al animalito- a nombre de la seriedad que hoy caracteriza al juego.


LA DIRECTORA DE ORQUESTA
Mireia Sentís
España (1947)

La orquesta estaba preparada, el público expectante. Entró la directora, una pequeña mujer de nariz larga y grandes ojos. Muy seria y sin saludar, atacó una sinfonía con vitalidad desbordante. El pelo le caía por la cara; dirigía con los ojos cerrados. De repente, de su batuta empezó a salir una abundante lluvia que esparcía por todas partes con su frenético movimiento de brazos. Los músicos intentaron continuar, el público se cubría como podía. El pelo de la directora estaba empapado, pero ella seguía con los ojos cerrados. El público se tiró al suelo cubriéndose la cabeza con los brazos. Varios músicos dejaron de tocar e intentaron proteger sus partituras. La directora abrió unos ojos extrañados. Miró su batuta, la fuerza de la lluvia redobló. Vinieron los bomberos que, con dificultad, se la pudieron llevar. La directora observó, por fin, al público; estaba sin habla, perdida tras su arrebato. Los espectadores se fueron incorporando, a algunos músicos les entró la risa. En esos momentos de impasse, entraron unas chicas vestidas de odaliscas y distribuyeron ramos de piedras.


SUEÑO Y VIGILIA
Alejandro Martino
Argentina (1954)

Podemos hablar de los sucesos del sueño única y exclusivamente por comparación con los de la vigilia. Yo, que en los sueños vuelo con la naturalidad innata de las aves, en la vigilia tengo dificultades para saltar el agua de las zanjas cuando llueve un poco. Yo, que en los sueños traduzco del latín al ruso, del griego al alemán o del quichua al guaraní, en la vigilia lucho con mi idioma natal para saber dónde van las tildes, las haches y las zetas. Yo, que en sueños no necesito más que abrir los ojos o afinar el oído para comprender el sentido último del arte, en la vigilia confundo izquierda con derecha, arriba y abajo y, a veces, me quedo helado ante las tres luces de un semáforo. Yo, que en sueños domino la perspectiva histórica de la humanidad, hito por hito, pueblo por pueblo, desde el Big Bang hasta el año 1998 de la era cristiana (5759 del calendario hebreo) en la vigilia no justifico que mi padre haya nacido antes que mi hijo. Podemos hablar de los sucesos del sueño única y exlusivamente por comparación con los de la vigilia. Se los digo yo, que en sueños escribí lo que ustedes leen ahora y en la vigilia no hago otra cosa que esperar el sueño.


LA MUJER TRANSPARENTE
Angel Olgoso
España (1961)

La mujer se desnuda, unta de miel todo su cuerpo con minuciosidad, se revuelca a conciencia en un montón de trigo dispuesto en el pajar, recoge parsimoniosamente los granos pegados a la piel, uno por uno, y elabora con ellos una sabrosa torta que dará a comer al hombre cuando regrese. Con la leña del horno arden también pasadas aflicciones y crueldades, se queman una vez más temores y egoísmos, las lágrimas estallan de nuevo entre chispas esparciendo un fragante aroma que perfuma la casa como si fuese incienso. Los ojos de la mujer, vigilantes y esperanzados, se dirigen a la entrada y su corazón late con una fuerza que parece ensanchar las puertas. Se ha soltado la cinta del pelo y ha adornado la mesa con flores en torno al pastel incitador. Cuando el hombre llega, pasa ante la mujer sin detenerse y sin mirarla, anunciando que viene comido.


DIA DE CLASE
Alejandro Bentivoglio
Argentina (1979)

El maestro pidió el cuaderno al niño. El niño se lo entregó y el maestro pudo ver que solo había garabatos y dibujos sin sentido.
- ¡Usted es un irresponsable! -gritó el maestro-. ¡Vaya a la dirección!
El niño asintió con gesto cansino, el gesto del que conoce bien la terrible distancia que separa la infancia de la adultez. Se levantó del pupitre con extrema delicadeza, se alisó los bigotes y salió del aula.


AUTOESTIMA
Raúl López Nevado
España (1979)

El horrible monstruo, de 253.435,3 cabezas, 585.377 bocas, 3.133.333 narices y una sola oreja, tomó asiento ante el psiquiatra.
- ¿Su problema? -preguntó el doctor casi sin levantar la vista de la libreta.
El deforme ser inspiró hondamente por todas y cada una de sus narices antes de contestar.
- Verá, doctor, me siento rechazado por mi físico.
El psiquiatra lo miró un instante.
- Comprendo -dijo-; la gente a veces es muy cruel. Mire, le daré la dirección de un dietista amigo mío.
- ¿Y él podrá ayudarme?
- Sin duda -dijo el médico guiñando un ojo-: estoy seguro de que no habrá mujer que se le resista en cuanto haya perdido usted esos kilitos que le sobran.


LA PIERNA DORMIDA
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas abiertas sobre la cama y, ya dispuesto a levantarse, se dijo: "¿y si dejara la izquierda aquí?". Meditó un instante. "No, imposible; si echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar también la izquierda, que lleva pegada. ¡Ea! Hagamos la prueba". Y todo salió bien. Se fue al baño, saltando en un solo pie, mientras la pierna izquierda siguió dormida sobre las sabanas.


SUICIDIO LITERARIO
Fernando Alcalá Suárez
España (1980)

Cuando miró por la ventana y vio que no pasaba nadie, puso un pie sobre el alféizar. El viento azotaba su cara y supo que había llegado el momento. No más humillaciones, no más sufrir. Había tocado fondo. Ese era su límite y lo iba a hacer, no iba a esperar más. Puso el otro pie, cerró los ojos y gritó. Afortunadamente, la calle seguía desierta cuando el enorme primer volumen de su novela inconclusa dio con sus páginas en el suelo. Era el final perfecto.


LOS NOCTUIDOS
Fanny Buitrago
Colombia (1945)

Hay ciertos insectos que nacen al amparo de la noche cerrada. Crecen, procrean y mueren antes del amanecer. Nunca llegan al día de mañana. Sin embargo, experimentan segundo a segundo, la intensa agonía de vivir, se aparean con trepidante gozo y luchan ferozmente para conservar sus territorios vitales, sus lujosas pertenencias: el lomo de una hoja, la cresta moteada de un hongo o el efímero esplendor del musgo tierno besado por la lluvia. Quizá -instintivamente- en un punto ciego entre la muerte, implacable antes del estallido del sol matinal y la promesa infinita, telúrica, de la evolución hacia un estado superior, dichos insectos se frotan las patas lanzándose a una lucha fratricida. Envanecidos con la tentación de liquidar a sus semejantes y dominar el mundo.


INVITADOS
Luis Mateo Díez
España (1942)

Los invitados llegaron a casa a la hora prevista. Angela y yo les recibimos encantados. La cena fue exquisita. La conversación brillante y entretenida hasta que las copas comenzaron a hacer efecto. Entonces se iniciaron esos pequeños altercados que son fruto de las envidias y las maledicencias y que lastran las amistades por largas que sean. Yo, como siempre, me quedé dormido. Para las copas soy un desastre. Cuando desperté, con el sol en la ventana y la mañana del domingo muy avanzada, tardé un rato en percatarme del desastre en que se había convertido el salón. Todo estaba destrozado. En la alfombra pisé una enorme mancha que me pareció de sangre. La mancha se repetía en las paredes. Llamé a Angela, angustiado. La casa estaba vacía y lo que de ella pude ver, hasta que sonó el teléfono, en parecidas condiciones al salón. El timbre del teléfono acrecentó el dolor de cabeza que, se apoderaba de mí. Me llevé la mano a ella y sentí un bulto pegajoso. Temí desvanecerme. Descolgué el aparato temblando.
- Ninguno de vosotros me quiso nunca -musitó una voz compungida y llorosa en el auricular, y en seguida escuché el sonido de un disparo.
Antes de salir al jardín y observar los cuerpos mutilados que colgaban de los árboles dejé caer el teléfono con la sensación de que el aroma quemado de la pólvora abrasaba mi mano.