EL ARTISTA
Oscar Wilde
Irlanda (1854-1900)
Una tarde, a su espíritu le sobrevino el deseo de labrar la imagen de "El placer que dura un instante". Y salió al mundo en busca de bronce, pues sólo en bronce la concebía. Mas todo el bronce del mundo había desaparecido. Y en ninguna parte pudo hallar siquiera un poco, salvo el bronce de la imagen de "El pesar que perdura para siempre". Pero esa imagen estaba en su poder, y con sus propias manos la había labrado y colocado en la tumba del ser a quien más había amado en la vida. Sobre la tumba de los restos de su ser más amado había puesto esa imagen labrada por él, como muestra del eterno amor de un hombre y como símbolo del pesar que por siempre perdura. En todo el mundo no había bronce, salvo el de esa imagen. Entonces tomó la imagen labrada por él, la metió dentro de un gran horno y la entregó al fuego.Y con el bronce de la imagen de "El pesar que perdura para siempre" labró la imagen de "El placer que dura un instante".
EL PRESENTADOR DEL CIRCO
Mireia Sentís
España (1947)
El día que acompañó a sus niños al circo ambulante en el pequeño pueblo de veraneo, comprendió que nunca había sabido lo que era la pasión. Cuando apareció el presentador, el estómago se le encogió. Daba paso a cada actuación como si lo hiciese por primera vez. Sus hijos comentaban, entre risas, la miseria de la carpa, los remendones en los trajes de lentejuelas, el pelo escaso de los camellos, la poca originalidad de los números. Ella intentaba controlar su respiración. A la noche siguiente, le esperó al pie de su caravana. Se le acercó cuando se quitaba el sombrero de copa. Después de un movimiento de retroceso, la miró sin decir una palabra y le pasó el brazo por los hombros. Entonces arrancó el convoy.
EMBOSCADA
Antonio Cruz
Argentina (1948)
En cuanto la vi, supe que estaba muerta. Cuando nuestros ojos se cruzaron sentí un extraño escalofrío pero sacudí mi temor y avancé entre el gentío. Era imposible que ella supiera de mí. Caminó hacia la estación de trenes y sentí que el momento había llegado. Apreté el cuchillo y apuré la marcha. Cruzó el molinete del otro lado de los rieles y se perdió en la esquina. Corrí. Al doblar la esquina me detuve con sorpresa y terror. Con una sonrisa sardónica y una luz cruel en la mirada me observaba por encima del caño de la pistola. Cuando comenzó a mover el dedo en el gatillo supe que mi corazonada era cierta. Yo ya estaba muerta.
PIE
José María Merino
España (1941)
De soltero ha pasado a solterón y está bien acostumbrado a dormir solo. Una noche lo despierta la sensación de un contacto insólito, uno de sus pies ha tropezado con la piel cálida y suave de un pie que no es suyo. Mantiene su pie pegado al otro y extiende su brazo con cuidado para buscar el cuerpo que debe de yacer al lado, pero no lo encuentra. Enciende la luz, separa las ropas de la cama, allí dentro no hay nada. Imagina que ha soñado, pero pocos días después vuelve a despertarse al sentir de nuevo aquel tacto de suavidad y calor ajeno, y hasta la forma de una planta que se apoya en su empeine. Esta vez permanece quieto, aceptando el contacto como una caricia, antes de volver a quedarse dormido. A partir de entonces, el pequeño pie viene a buscar el suyo noche tras noche. Durante el día, los compañeros, los amigos, lo encuentran más animoso, jovial, cambiado. El espera la llegada de la noche para encontrar en la oscuridad el tacto de aquel pie en el suyo, con la impaciencia de un joven enamorado antes de su cita.
MAGIA
Alejandro Dolina
Argentina (1944)
El Mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien sencillo: golpeaba su galera con una varita azul, y luego esperaba que apareciera una paloma. Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo resultado desalentador. La paloma no aparecía. Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas. La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera magia. Y en cada actuación, en cada golpe con su varita azul, estaba la fervorosa esperaza de un milagro. El no se contentaba con las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redondamente. Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbidos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto confiaba. Una noche se presentó en le club Fénix. Otros magos lo habían precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la varita azul. Y desde el fondo de la galera salió una paloma, una paloma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche. Apenas si lo aplaudieron. Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas aparatosas a los milagros puros. Rizzuto no volvió a los escenarios. Tal vez siga haciendo aparecer palomas en forma particular.
UN TESORO
Luis Mateo Díez
España (1942)
Viajé a la pequeña ciudad donde nació mi mujer una tarde de febrero. Iba a cumplir una de esas últimas voluntades que uno asume con más conciencia del dolor y la memoria que de la necesidad de hacerlo, todavía contagiado por la emoción de aquella ausencia que el tiempo no lograba paliar. Rosa quiso, y estoy seguro de que era una especie de capricho derivado de aquellas obsesiones finales que tanto la asediaban, que buscase una medalla en un preciso rincón del patio de la escuela donde habían transcurrido muchos recreos de su infancia. Es curioso que alguien pueda detallar con tanta exactitud el lugar de un diminuto y trivial tesoro perteneciente a un pasado personal tan remoto, que en esos momentos tan graves de la enfermedad fatal sobrevenga el recuerdo de un suceso infantil que posiblemente no volvió a brotar nunca hasta ese instante. Debajo de un ladrillo, en el sitio exacto, estaba la medalla enmohecida. Tembló en mis dedos mientras logré limpiarla y descubrir el rostro indeciso de una Virgen.
- ¿Qué haces...? -dijo alguien a mi espalda.
Una niña coja con un cabás en la mano izquierda me miraba con gesto severo e indignado.
- ¿Por qué me la robas? -repitió
Tendía la mano derecha con decisión y apenas sin reaccionar deposité en su palma la medalla. Desde entonces me he sentido despojado de la memoria de mi amor por Rosa y me voy convenciendo, con gran dolor, de que más allá de la desgracia de haberla perdido está la desesperación de presentir que nunca fue mía. La dueña del tesoro huyó por el patio y desde las aulas se escuchaba como un turbio rumor el canto de multiplicar.
UN ERROR
Gabriel Alzate
Colombia (1951)
Les habían dicho que aquella mañana llegarían al pueblo. Desde temprano salieron a esperar en la carretera principal. Habían ido casi todos con excepción de algunos ancianos y unos niños a los que fue imposible despertar. Alguien avisó que la hora había llegado. Otro más comentó que no podía tardar. El sol subió y se puso vertical. La expectativa fue creciendo con la tarde: entonces resolvieron sentarse a descansar, pero en sus ojos continuó la espera y el posible asombro. A eso de las cuatro, cuando el sol cegaba y era necesario usar la mano a modo de visera para detallar las montañas, los caminos y las grutas en las rocas, ya habían olvidado a los que quedaron en el pueblo. En la noche, cuando regresaron cansados y desilusionados a contarles a los demás que nadie se había presentado, hallaron el pueblo en ruinas: ni una señal de vida, ni un quejido, ni leños humeantes. Nada. Todo fue, según dedujeron, un simple error: el invasor se había presentado a la hora justa. Con terror justo acabó el poblado y a quienes quedaron en él. Decepcionados, los invasores se marcharon maldiciendo la cobardía de los hombres que, abandonanclo a sus ancianos y a sus niños, habían resuelto huir.
EL TRADUCTOR APRESURADO
Eduardo Berti
Argentina (1964)
Un muy novato editor de París, que dirigía una colección que daba preponderancia a los libros clásicos (no por amor a las "obras inmortales", sino porque los literatos muertos no pretenden regalías), dio a traducir la novela "Vathek", de William Beckford, sin saber que el inglés la había escrito originalmente en francés y que la versión que él tomaba como texto madre no era otra cosa que la traducción del reverendo Samuel Henley. El traductor que recibió el encargo -un afable especialista en letras góticas- nada dijo del error, muy al contrario, fijó sus honorarios y apareció a los diez días en la casa editorial con la labor cumplida, vale decir, con la copia fiel, letra por letra, del original en francés de Beckford. El editor quedó atónito. Ya le habían dicho que este traductor era muy eficiente, pero tal celeridad le resultaba inconcebible. Transcurrieron dos meses y el especialista en letras góticas recibió un llamado del editor. "La traducción está bastante bien, pero me he permitido introducir algunos cambios para nada relevantes". Decidido estaba el traductor a confesarlo todo, a aclarar el malentendido, cuando escuchó que el otro le recomendaba: "No se apresure tanto la próxima vez. Es innecesario y se nota".
LOS BUENOS CALDOS
Angel Olgoso
España (1961)
En la anochecida, cuando el extraño pasó a nuestro lado, le abrimos el cráneo con el grueso sarmiento que usamos en estas ocasiones. Un solo golpe, certero y sin rabia, nada más. El sombrero que el desconocido llevaba requintado en la cabeza rodó como a diez pasos. Mi hermano lo levantó del almagre y se lo puso en la suya. Sería un buen año aquel. Encendimos el candil. Su luz hizo rebrillar las palas. Nos remangamos y estudiamos con curiosidad el cuerpo durante unos segundos antes de enterrarlo al pie de una cepa, primorosamente, bien encamado en la hondura, como manda la tradición en vísperas de vendimia, para que su sangre retinte las uvas, para que su cecina nutra las raíces y rice los pámpanos, para que sus huesos den vigor a esta tierra requemada por la calígine y pongan a crecer el viñedo hasta que corran los jugos, nobles, únicos, virtuados por su secreto fermento.
LA BOMBILLA
Luis Gudiño Kramer
Argentina (1899-1973)
Si va para el norte, don Fermín -dice don Eliogardo Mendoza-, tenga cuidau con el mate. No, no es por el daño que le digo. Sino para que no le vaya a pasar lo que a mí. Llegué, allá al norte de la gallareta, tarde, a un rancho. Yo era autoridá y andaba de recorrida. Nos abajamos y al rato, como no nos ofrecían mate, le digo a la dueña de casa:
- Señora, si no es importunidá, ¿no gustaría de convidarnos con unos amargos…? Venimos cansaus y con sé…
- Pero, como no, señor -me contestó un poco confundida la mujer-. No le ofrecí antes porque no sabía si un señor como usté era gustoso…
Y llamando a gritos a un chico le dice:
- Pedrito, andá hasta lo de Crispina y decile que si desocupó la bombilla que le mandé porque tenemo visita…
Al rato, después de tomar los amargos y ya al dirnos, se me ocurrió preguntarle a la mujer:
- ¿Y qué le ha pasau a la vecina que se quedo sin bombilla?
- Vea, señor -me contestó-, tiene bombilla, pero es de lata, ¿no? Y entonces cuando le tiene que poner las lavativas al chico nos manda pedir emprestada la nuestra que es de plata con el pico de oro.