Al cumplirse el 1 de julio de 2009 los cien años de su nacimiento, fueron múltiples los actos de homenaje en su honor: reedición de su obra, exhibición de documentales y entrevistas hechas al escritor por la televisión, charlas, conferencias y hasta un concurso de historietas basadas en alguno de sus cuentos o novelas, organizado por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. También se escribieron numerosos artículos sobre su vida y su obra, algunos muy valiosos por cierto. En ese sentido, se destacan los escritos por el periodista, novelista y ensayista argentino Tomás Eloy Martínez, y por la poetisa y novelista uruguaya Cristina Peri Rossi.
Tomás Eloy Martínez (1934-2010). Nació en Tucumán, donde se graduó como licenciado en Literatura Española y Latinoamericana. En Buenos Aires fue, sucesivamente, crítico de cine del diario "La Nación", jefe de redacción del semanario "Primera Plana", director del semanario "Panorama", corresponsal de la editorial Abril en París y director del suplemento cultural del diario "La Opinión". Entre 1975 y 1983 vivió exiliado en Caracas, donde fue editor del suplemento "Papel Literario" del diario "El Nacional" y fundador y director de redacción de "El Diario de Caracas". Más adelante participó en la creación del diario "Siglo 21" de Guadalajara y del suplemento literario "Primer Plano" del diario "Página/12" de Buenos Aires. Ha publicado, entre otros, los ensayos "Estructuras del cine argentino", "Los testigos de afuera", "Retrato del artista enmascarado" y "Réquiem por un país perdido"; las crónicas "La pasión según Trelew" y "Las memorias del General"; las novelas "Sagrado", "La novela de Perón", "Santa Evita", "La mano del amo", "El vuelo de la reina", "El cantor de tango" y "Purgatorio"; y la colección de relatos "Lugar común la muerte". Fue también autor de diez guiones para cine, entre ellos "El último piso" y "La casa del agua". Ha escrito infinidad de artículos sobre los temas más diversos, los que se han publicado en más doscientos diarios de América y Europa. El 4 de julio de 2009 escribió para el diario "La Nación" uno sobre Onetti en ocasión de cumplirse el centenario de su nacimiento. Titulado "Un perdedor de cien años", algunos de los párrafos más sobresalientes dicen así:
Era una personalidad difícil de tratar, desdeñoso aun con lo que le gustaba, malhumorado y de una timidez sin límites. Esas cualidades se reflejan en "el estilo crapuloso"... esa oscuridad, esa amalgama vertiginosa de historias trágicas y excrecencias del cuerpo, fracasos y humillaciones, desesperados y explotadores... El propio Onetti se lo dijo a María Esther Gilio: "Todos los personajes y todas las personas nacieron para la derrota. Uno puede detener la trayectoria del personaje en un instante de triunfo pero, si continuamos, el final es siempre Waterloo". Tal vez por eso llegó segundo a casi todos los premios a los que se presentó. Pero el último, y el más importante en lengua castellana, el Cervantes que recibió en 1980, le sirvió como conjuro. Primero, quedó finalista del premio Farrar y Reinhart, de Nueva York, con la novela "Tiempo de abrazar": le ganó Ciro Alegría con "El mundo es ancho y ajeno". Luego, el argentino Marco Denevi lo derrotó en el concurso Life en Español: su cuento "Ceremonia secreta" se impuso sobre el extraordinario "Jacob y el otro", que al comienzo no había quedado siquiera entre los seleccionados... El Premio Fabril ignoró "El astillero" una obra maestra y prefirió "El profesor de inglés", una ya olvidada novela del argentino Jorge Masciángioli. Poco después, en 1967, cuando Vargas Llosa recibió el Rómulo Gallegos por "La casa verde", señaló en su discurso que le parecía injusto distinguir esa novela sobre su competidora "Juntacadáveres". Los otros finalistas del período, 1962-1966, eran Julio Cortázar por "Rayuela", Carlos Fuentes por "La muerte de Artemio Cruz" y Gabriel García Márquez por "El coronel no tiene quien le escriba". Ese destino es una ironía para alguien que, cuando debió juzgar, lo hizo con una arbitrariedad casi pueril. Lo vi castigar a autores valiosos, entre ellos a Manuel Puig en el concurso Primera Plana-Sudamericana de 1969, para el que fue jurado con María Rosa Oliver y Severo Sarduy. Había consenso para premiar "Boquitas pintadas", que Puig presentó con el título "Tangos y boleros", pero Onetti la rechazó sin contemplaciones. "Quiero saber cómo escribe de verdad el coso ese cuando no copia cartas, fragmentos de calendarios, informes burocráticos, conversaciones telefónicas, informes policiales y avisos fúnebres", dijo. Y en 1974, cuando, junto con la escritora Mercedes Rein y el crítico Jorge Ruffinelli concedió el premio anual de narrativa de la revista "Marcha" al cuento "El guardaespaldas" de Nelson Marra, exigió que se aclarase en el fallo: "El jurado Juan Carlos Onetti hace constar que el cuento ganador, aun cuando es inequívocamente el mejor, contiene pasajes de violencia sexual desagradables e inútiles desde el punto de vista literario". A la dictadura que dominaba Uruguay no le importó: supuso que el cuento se burlaba de un comisario muerto años antes por la guerrilla Tupamaros y envió a la cárcel a Onetti (de sesentiséis años en ese momento), a Rein (enferma de cáncer), al director de "Marcha", Carlos Quijano y a Nelson Marra, quien fue condenado por la justicia militar y sufrió cuatro años de torturas antes de salir al exilio. Ruffinelli se hallaba en México en el momento del escándalo; quedó prófugo con una orden de captura por diez años. Sin el complemento habitual de whisky y cigarrillos, Onetti leyó novelas policiales durante su reclusión en una celda y su posterior traslado a un neuropsiquiátrico, gracias a la presión internacional. El encierro desquició en más de una ocasión a este autor de tantos personajes suicidas y, cuando llegó a España, meses más tarde, creía que lo había perdido todo y que su futuro era un páramo... No fue más amable con las mujeres. Se casó cuatro veces, las dos primeras con primas que eran hermanas entre sí: María Amalia Onetti y María Julia Onetti. Cuando se separó de la tercera esposa, Elizabeth María Pekelharing, se casó para siempre -los cuarenta años de vida que le quedaban- con la violinista Dorotea Muhr. La frase con que le dedicó, en 1960, "La cara de la desgracia" (un librito parco, de cincuenta páginas, editado por Alfa en Montevideo, con la fotografía de una bicicleta abandonada y una orla verde en la portada), fue para el lector tan cruel y misteriosa como el propio relato: "Para Dorotea Muhr, ese ignorado perro de la dicha". La enigmática declaración de amor o compasión o cólera resumía sus tortuosos vínculos con la realidad... "Dolly" lo amó como era: con su bohemia, su desasosiego y su insaciable apetito por otras mujeres. Le aseguró a Vargas Llosa que fue feliz a su lado. Ahora la ilusiona que se lo esté leyendo más: "Estos homenajes lo traen a la vista pública", dijo hace unas semanas, cuando inauguró el "Año Onetti" en Uruguay con la lectura de fragmentos de "El pozo", la primera novela. Logró, de algún modo, reconciliarlo con sus orígenes: en la cúpula del legendario teatro Solís, una foto que el artista Hermenegildo Sábat le tomó a Onetti, retrabajada por el fotógrafo Juan Carlos Urruzola, lo muestra, gigante, mirando a la Montevideo de sus infinitas derrotas.
Cristina Peri Rossi (1941). Nacida en Montevideo, se licenció en Literatura Comparada y comenzó su carrera literaria en 1963 con la publicación de su libro de cuentos "Viviendo". Tras el golpe militar en su país tuvo que exiliarse en España, donde obtuvo la nacionalidad en 1974. Ha sido profesora de literatura, traductora y periodista, actividad esta última que ejerció en "El País", "Diario 16", "La Vanguardia", "El Mundo" y "El Periódico de Catalunya". Su primera colección poética -"Evohe"- le aparejó un escándalo debido a su erotismo y sus transgresiones sexuales. Luego publicó otros poemarios como "Descripción de un naufragio", "Diáspora", "Lingüística general", "Europa después de la lluvia", "Babel bárbara", "Otra vez Eros", "Aquella noche", "Poemas de amor y desamor", "Inmovilidad de los barcos", "Las musas inquietantes", "Estado de exilio", "Por fin solos" y "Estrategias del deseo". Su obra narrativa comprende los libros de cuentos "Los museos abandonados", "Indicios pánicos", "La tarde del dinosaurio", "La rebelión de los niños", "El museo de los esfuerzos inútiles", "La ciudad de Luzbel y otros relatos", "Desastres íntimos" y "Te adoro y otros relatos"; las novelas "El libro de mis primos", "La nave de los locos", "Una pasión prohibida", "Solitario de amor", "Cosmoagonías", "La última noche de Dostoievski" y "El amor es una droga dura"; y los ensayos "Fantasías eróticas", "Acerca de la escritura", "Julio Cortázar", "Cuando fumar era un placer" y "El pulso del mundo". En abril de 2009 escribió en Barcelona un breve texto titulado "Cien años del nacimiento de J.C. Onetti", algunos de cuyos párrafos se reproducen a continuación:
Autor de numerosos relatos y de varias novelas donde los personajes aparecen y desaparecen (como ocurre en la obra de Balzac), Onetti fue un hombre depresivo, incrédulo, alejado de cualquier mistificación, en primer lugar, de la mistificación de la literatura y de su propia obra... Quizás por esos mismos rasgos de su carácter, la tendencia depresiva, la falta de comunicación, un angustiado pesimismo, J.C. Onetti fue muy amado por algunas mujeres, y no sólo por aquellas a quienes despertaba el instinto maternal y de protección. Había, en su desolación, un rasgo de elegante coquetería, una especie de demanda de amor, de un amor que él difícilmente prodigaba... Ninguno de sus personajes, ni Aránzuru en "Tierra de nadie", ni Ossorio en "Para esta noche", ni Brausen en "La vida breve", ni Larsen en "El astillero" dejaron de ser ese hombre solitario, incapaz de integrarse, de superar la distancia afectiva y emocional que va de un yo a otro, y confundirse con la materia o con la carne... El gran tema de todos sus libros es la soledad. Una soledad ambivalente: es la fuente de angustia, pero, al mismo tiempo, es una señal de identidad, un escudo para protegerse de cualquier ilusión, fundamentalmente, de la ilusión amorosa o sensual. Porque ante el riesgo del desengaño, los personajes de Onetti optan por no tener ilusiones, en una especie de budismo desplazado y sin doctrina... Todos los vínculos y las adscripciones humanas son negadas en la obra de Onetti, pero también es negado el vínculo, la proyección en el paisaje urbano. Es la ciudad, es la noche, pero el protagonista (otro yo del autor, como en casi todas sus novelas) no tiene nada que ver con ella... En una especie de ecuación invariable, las fábulas de Onetti repiten el mismo esquema psicológico: aislamiento y soledad, tentación de romperlos, y luego, la confirmación de que son irrompibles, con el sentimiento de que se ha fracasado. Sin embargo, sutilmente, nos engañan: de verdad, nunca lo han intentado. Han sido tan cobardes, tan abatidos, tan ensimismados que ni siquiera lo han intentado. No están de vuelta, como parecen: no han llegado a ir. No es una literatura del fracaso, como se ha dicho, porque el fracaso implica una empresa. Sólo en "El astillero" (admirable alegoría de la decadencia de Uruguay, su país de nacimiento) hay un asomo de proyecto, pero el protagonista no lo asume porque crea posible refundirlo, sacarlo adelante, sino todo lo contrario. Como ocurre a menudo en las grandes alegorías de uno de sus contemporáneos, J.G. Ballard, los personajes sólo aceptan el espejo de la catástrofe: la catástrofe ya ha ocurrido en un tiempo anterior, previo a la irrupción del protagonista... Es cierto que la estética de uno y otro escritor no se asemejan (Ballard es pródigo en metáforas, en descripciones pictóricas, su estilo es el de un poeta que escribe en prosa, en cambio J.C. Onetti es experto en omisiones, elipsis, menos visual y menos metafórico), pero los antihéroes del británico tienen algo de los personajes onettianos: solitarios, encuentran cierto goce en el fracaso, en la ajenidad, en el extrañamiento, en la incomunicación. En toda la obra de J.C. Onetti no hay una sola historia de amor. Por lo menos de lo que entendemos como "enamoramiento", o sea, florescencia de lo imaginario, euforia; aquello que los ingleses denominan como "infatuation". En J.G. Ballard, tampoco... Lo más parecido al enamoramiento que hay en algún relato de J.C. Onetti es cierta velada atracción por las adolescentes hurañas y esquivas, pero miradas desde lejos, con la óptica del fracaso anticipado... Parece imposible separar ciertos temas de la narrativa de J.C. Onetti (el desprecio ambivalente de las mujeres, la nostalgia por la juventud perdida, la soledad inevitable) de la estética del tango. En el relato "El perro tendrá su día", hay un diálogo entre el asesino y el comisario que parece la letra de más de un tango. El asesino dice: "Todas las mujeres son putas. Peor que nosotros. Mejor dicho, yeguas. Y ni siquiera verdaderas putas". La violencia de la imagen nos deja boquiabiertos: las mujeres son "yeguas". Hay otra lectura posible y necesaria de su obra: la misoginia, la incapacidad de amar a las mujeres. Quizás todo el fracaso y la melancolía vienen de allí, de esa imposibilidad de darse, de entregarse, de dialogar, en suma, con "La Otra".