Alberto Manguel (1948) nació en Buenos Aires, creció en Israel -donde su padre trabajaba como embajador de la Argentina-, vivió en Canadá -dónde se nacionalizó- y actualmente reside en Francia. De sus obras, originalmente escritas en inglés, se destacan "Guía de lugares imaginarios", "Noticias del extranjero", "Una historia de la lectura", "En el bosque del espejo", "Leyendo imágenes", "Stevenson bajo las palmeras", "Con Borges", "Diario de lecturas" y "El regreso". Dos acontecimientos signan su presente: la publicación en castellano de "La librería de noche" y la construcción de un edificio para albergarar su propia biblioteca. El libro es un recorrido por las grandes bibliotecas del mundo, desde la Biblioteca de Alejandría hasta las bibliotecas de la actualidad, para finalizar en la figura de la biblioteca como el hogar al que siempre se vuelve. En cuanto a su biblioteca -a la que bautizó Le Presbytère-, Manguel la construyó en Mondion, un pequeño pueblo cerca de Poitiers, en una antigua propiedad que la Iglesia perdió después de la Revolución Francesa. Sobre estos temas, el escritor conversó con Fernando Peirone para la revista "Ñ" nº 360 aparecida el 21 de agosto de 2010, una charla que se acopla con otra sostenida tres años antes con María Luisa Blanco para la edición del 13 de enero de 2007 del diario español "El País".
El punto de partida de su nuevo libro, "La biblioteca de noche", es la pregunta por el sentido del universo. ¿Por qué esa necesidad de encontrar un sentido?
Los seres humanos podemos ser definidos como animales lectores. Creemos que el mundo natural hay que descifrarlo. Vivimos en esa paradoja: saber por un lado que este mundo no tiene ningún sentido y preguntarnos el porqué de las cosas. Las respuestas están en los libros. Por eso lamento que hoy el libro no goce del prestigio de otro tiempo. Las calidades que tiene la tecnología, por razones económicas, son las que nuestra sociedad pone por delante. Hace cincuenta años la biblioteca estaba en el centro de la sociedad, nadie discutía que leer era importante, pero el capitalismo salvaje actual no puede permitirse un consumidor lento. La literatura, en cambio, requiere lentitud, requiere que te detengas, que reflexiones, que nunca alcances una conclusión. Nunca puedes saber si Don Quijote está loco o no. Como sociedad tenemos que decir que el acto intelectual es importante. No puedes pedir a un adolescente que lea cuando le estás diciendo que toda actividad que no te dé una ganancia inmediata y visible es inútil. Creo que no existen seres humanos no lectores. En la sociedad actual es como si fuésemos misioneros de una religión en la que la iglesia central ya no cree.
¿Cuáles son sus bibliotecas preferidas?
Una es la Biblioteca Circular de Aby Warburg, en Hamburgo. Heredero de una gran fortuna, Warburg lo dejó todo en manos de su hermano con la condición de que le diera el dinero suficiente para mantener su biblioteca y comprar todos los libros que quisiera. El lema de este hombre singular era "Vive y no me hagas daño". Pero hay otras bibliotecas que me parecen ejemplares: la London Library, una biblioteca privada circulante que envía los libros que quieras allí donde estés y compran los libros que tú necesitas, una librería para la que los libros no son piezas de museo. Y las bibliotecas circulantes de Colombia, los biblioburros para acceder a las poblaciones perdidas de la sierra. Alguien del pueblo cuida la bolsa y luego vuelven a recogerlas al cabo del tiempo.
¿Cómo se llevan los libros con el poder?
Los libros nunca se han llevado bien con el poder, por eso insisto en la necesidad de la lectura como elemento de protección. La historia del libro corre paralela a la de la censura. Una de las cosas esenciales que proporciona la lectura es aprender a pensar, y no hay nada más peligroso para el poder que un pueblo pensante. La tarea del político es más fácil frente a un pueblo idiota, educarnos en la estupidez es quitarnos los libros, y eso siempre ha sido tarea de dictadores. En la actualidad existen otras formas de censura, el editor cuya vocación era la literatura ya no puede trabajar de la misma manera porque tiene que conseguir un provecho financiero, y eso elimina el 90% de la literatura. Si Borges se presentase hoy con un nuevo libro no podría publicarlo. Ahora un editor se fija en las ventas anteriores de ese autor y si el anterior no se ha vendido, no se publica. Esta situación se complica porque ahora también son los compradores para las grandes superficies los que deciden. En el mundo anglosajón, a la mesa del editor se sienta el crítico, el gerente y ese comprador que opina sobre el libro, y si aceptan sus condiciones compra cincuenta mil ejemplares que, además, puede devolver. Estamos en esa situación y las consecuencias serán catastróficas.
¿La lectura queda finalmente como un acto de rebeldía?
Siempre lo ha sido. Primero porque se valora la acción y no la inacción y porque conduce a la reflexión, y eso siempre es peligroso. Y porque a través de la lectura empezamos a conocer quiénes somos. En el futuro, leer será no sólo un acto de rebeldía, sino también un acto de supervivencia. Si como lectores nos resignamos a que nos impidan leer la buena literatura nos vamos a condenar a ser menos humanos. Es un riesgo que, por supuesto, no podemos correr. Ya estamos al borde de la catástrofe porque hemos destruido el mundo natural y ahora estamos haciendo todo lo posible para destruir el mundo intelectual. Hay que actuar ahora. Pero ahora quiere decir hoy.
¿Por qué el lema que preside Le Presbytère es "Lee lo que quieras"?
Porque no creo que el amor a los libros se pueda enseñar. El amor por la lectura es algo que se aprende pero no se enseña. De la misma forma que nadie puede obligarnos a enamorarnos, nadie puede obligarnos a amar un libro. Son cosas que ocurren por razones misteriosas, pero de lo que sí estoy convencido es que a cada uno de nosotros hay un libro que nos espera. En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros.
En su libro usted resalta la porfía humana de conferirle sentido y orden a un mundo que al mismo tiempo parece obstinarse en el caos y la imprevisibilidad. ¿Es posible extraer de ese juego una lectura del mundo? Y en tal caso, ¿la lectura puede ordenar o es sólo un sucedáneo?
Nosotros, seres humanos, podemos definirnos como "especie lectora". Venimos al mundo condicionados para leerlo, es decir, para imaginarlo e interpretarlo. Nuestra habilidad imaginativa nos permite reconstruir la experiencia del mundo para aprender a conducirnos en él, en un sentido práctico. Y esa reconstrucción es el resultado de una lectura. Quiero decir, a través de los sentidos, recibimos señales neutras que las recibimos al mismo tiempo que las interpretamos y las cargamos de sentido: el color rojo no lleva en sí mismo el significado de peligro o de combate, un dromedario no posee en sí mismo la calidad de feo o lindo. Todo eso no lo recibimos como un conjunto de sensaciones arbitrarias sino como parte de un lenguaje que, imaginamos nosotros, está narrándonos algo. De allí surge la antigua metáfora del mundo como libro.
¿Y hay un orden posible?
El "orden" que leemos en el mundo es, por supuesto, ficticio. No proviene de un supuesto "autor" divino o natural, proviene de nuestros deseos y necesidades de sobrevivencia. De la misma manera que leemos animales y dioses en las constelaciones, y supuestas historias en la gente que vemos en el subte, así leemos el mundo, aunque no obedezca el orden que imaginamos. Y esa lectura del mundo, eso que a veces traducimos en lo que llamamos literatura, nos permite creer que podemos entender algo de ese orbe incomprensible.
¿Cuál es el vínculo entre los libros y la noche?
De día, los libros en una biblioteca obedecen a normas más evidentes, más estrictas: a la luz del día, podemos ver cómo han sido clasificados, con qué otros se codean, cuál es su posición en la biblioteca. De noche, sobre todo en las bibliotecas oscuras que me gustan, ese contexto desaparece y estoy a solas con el libro en un espacio que para mí tiene algo de fantasmagórico. De noche, siento la presencia del libro de un modo más secreto, menos categórico. Para entender lo que estoy diciendo, pruebe leer "Il deserto dei tartari" (El desierto de los tártaros), solo, de noche, en una biblioteca sin gente...
¿Internet es la prolongación digital de la enciclopedia?
No sé si es válido comparar Internet a una enciclopedia. Una enciclopedia es un instrumento estrictamente ordenado, que tiende a resumir y a canonizar. Internet obedece a una multitud de órdenes y sistemas o programas preestablecidos, y en vez de resumir, explaya, se multiplica, no pretende decir una verdad sino muchas. Además, los primeros enciclopedistas, gente como Diderot y Voltaire, creían en la educación de la inteligencia, en la búsqueda del conocimiento profundo y lógico. Internet, si bien permite ese uso inteligente, es sobre todo un instrumento que brinda la ilusión de conocimiento sin esfuerzo, a través de la acumulación ilimitada, y prefiere lo superficial a lo profundo, lo inmediato a aquello que requiere tiempo y fatiga. Pero claro, como todo instrumento, su valor depende de quién lo usa y de cómo es usado.
¿Cómo piensa su vínculo con el futuro un escritor que cabalga entre dos épocas?
Mi vínculo con el futuro es preguntarme, con mínima curiosidad, si voy a despertarme a la mañana siguiente. Después veremos. Hay quienes sostienen que los nativos digitales han decidido prescindir de la profundidad, la radicalidad y la gravedad para habitar un mundo más superficial, menos ambicioso y más liviano, pero más humano.
¿Qué opina de esta generación de Bartlebys que, sin rupturas ni revoluciones, con un simple "preferiría no hacerlo", abre una nueva dimensión política?
No creo que la generación digital sea una generación de Bartlebys. El Bartleby de Melville prefiere no hacer nada pero activamente. La generación digital deja, en gran medida, que la elección la hagan otros. Es útil recordar, hablando por ejemplo de "lectura interactiva", que es interactiva sólo en la medida en la que el programa utilizado lo permita. Yo no puedo explorar una palabra no programada, o conectarme con otro sitio con el cual no se haya establecido un "link" de antemano. Y quien quiera utilizar Internet para lo que sea -buscar información, enviar un e-mail, ver un video- debe hacerlo sometido a un diluvio de imágenes y anuncios publicitarios impuestos por otros. Edith Wharton decía no poder escribir una carta sabiendo que había alguien en la habitación de al lado. No quiero imaginar lo que hubiese sentido la pobre mujer, escribiendo en medio de una cacofonía de anuncios y solicitudes, vigilada por un programa electrónico que subraya sus errores de ortografía y gramática, y sabiendo que al menor descuido alguna persona extraña leerá su correspondencia. En tal contexto, es difícil rescatar el libre albedrío.
¿Cómo convive con los avatares políticos del lugar en que despliega su vida cotidiana?
Samuel Beckett decía que, siendo un extranjero en Francia, no le correspondía dar su opinión sobre la situación política del país que lo albergaba. Nunca firmaba peticiones, no iba a manifestaciones, no escribía cartas de protesta a los diarios. Yo, menos sabio que Beckett, no puedo quedarme callado. Viviendo en un país donde se ha instalado un abominable Ministerio de Identidad Nacional e Imigración para definir quién es y quién no es francés; donde el presidente tacha a los habitantes de los barrios pobres de "racaille" (basura); donde otro ministro dice de los imigrantes argelinos que "uno de ellos está bien, pero el problema empieza cuando hay muchos"; donde el presidente pregunta en público para qué sirve leer el clásico francés más importante del siglo XVII, como lo es "La princesse de Clèves" (La princesa de Cléves); donde la ministra de finanzas declara que los franceses deben "pensar menos y trabajar más"; viviendo en un país así siento la obligación de denunciar estas infamias. Si no lo hago, no tengo derecho a dar mi opinión ni sobre literatura ni sobre nada.
Usted homologa la Torre de Babel y la Biblioteca de Alejandría como símbolos de la ambición humana: desafiar a Dios y poseer todo el conocimiento. Esas pulsiones también inspiraron el Iluminismo que hoy capitula frente a nuevos paradigmas. ¿Cuál considera que es el vínculo con la autoridad y el conocimiento que conlleva este cambio de paradigmas?
La maquinaria económica que hemos construido necesita, para funcionar, que no seamos curiosos, que no reflexionemos. Para avanzar, esa maquinaria debe hacerlo en un mundo en el que todo incite a la estupidez, a hacernos creer que no somos lo suficientemente inteligentes para merecer Alejandría ni hábiles como para construir Babel. A menos que la detengamos y la destruyamos, esa maquinaria nos destruirá a nosotros. Pero quizás no sea demasiado tarde para cambiar... Nuestra sola esperanza está en volver a insistir en que somos criaturas inteligentes. No es sólo decirle a los chicos que sean lectores, sino recordarles que son inteligentes, que no se conformen con esas cosas fáciles que les tiran para que se entretengan. ¡Conviértanse en subversivos!, ésa es la única salvación en esta sociedad.