Según el "Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española", el término francés "surréalisme" fue mal traducido al español en la forma surrealismo. El prefijo francés "sur" corresponde al español "super" o "sobre", y la traducción adecuada, por lo tanto, es superrealismo o sobrerrealismo ya que "surréalisme" quiere expresar en francés algo que está por encima de lo real. Algunos, como el poeta español Antonio Machado (1875-1939), prefirieron, pensando en el prefijo "supra", usar suprarrealismo. La forma sin duda más difundida es surrealismo; pero también disfruta de aceptación superrealismo, especialmente en la lengua escrita. La Academia, que acepta las cuatro formas, le da preferencia a esta última.
El crítico de arte Patrick Waldberg (1913-1985) en su ensayo de 1965 "Surrealism. World of art" (Surrealismo. Un mundo de arte) cuenta como, durante los años 1920 y 1921, se asistió a la culminación del influjo del Dadaísmo en París "pero sin que los objetivos de los poetas de 'Littérature', ya anticipadamente surrealistas, se perdieran de vista". Dice Waldberg: "Un examen de esta revista revela, a través de su continuidad, la oscilación que hizo pasar sin cesar a sus animadores desde el fondo de la ola hasta su cresta, o bien de una ola a otra". Louis Aragón explicó en 1921 las sensaciones de aquel momento: "Había en nuestras intenciones una grandeza que escapa, un deseo que sin embargo participaba más del infinito de cuanto hoy podría creerse. No se sabía nunca, finalmente, qué efectos tendría una actitud nuestra: los acontecimientos podrán tomar un cariz imprevisto, no hay más que un paso de una imagen a la realidad; de pronto podíamos transportarnos, del modo más inesperado, a un nivel absolutamente distinto y desencadenar una máquina para trastornar el mundo. Esta especie de oscura esperanza alimentada por muchos de nosotros es evidente que nunca la tuvo Tzara".
La ruptura se precipitó en 1922 cuando Breton rompió con Tzara y se retiró del movimiento Dada diciendo: "No podrá decirse que el Dadaísmo haya servido para otra cosa distinta que mantenernos en este estado de disponibilidad perfecta en que nos encontramos y del que ahora vamos a alejarnos con lucidez hacia lo que nos reclama". Durante los siguientes dos años "aumentó y se propagó una fiebre hasta entonces desconocida -relata Waldberg-. Era una euforia de descubrimiento, de navegantes que, en el límite de su esperanza, distinguen a lo lejos las costas de la isla del Tesoro. Lo que habían experimentado individualmente los románticos: 'el sueño es una segunda vida' (Nerval), se hizo objeto de una verdadera revelación colectiva y se convirtió en el punto de partida de la búsqueda minuciosa de cada instante, con intención de transformar radicalmente los modos de sentir, de aprehender y de concebir el mundo. En el umbral del sueño se halla la clave de la inspiración, y es en el seno del subconsciente y, más allá, en las zonas ocultas de la vida inconsciente, donde se percibe el eco de la oscuridad".
A ese período se lo conoció como la "época de los sueños". Una época en la que los poetas
Benjamin Péret (1899-1959), Rene Crevel (1900-1935) y Robert Desnos (1900-1945) deslumbraron y conmovieron a Breton y los suyos sumergiéndose en trances de sueño hipnótico durante los cuales se producía entre ellos y los amigos que les hacían preguntas, diálogos de lo más extraños. Estas experiencias suscitaron fértiles reflexiones y, desde
entonces, "el sueño, la ensoñación estando despierto y los estados de abandono en que el espíritu se libera de sus frenos y de sus sujeciones, fueron objeto de una promoción tal como no habían conocido desde la época romántica", explica Waldberg. En 1923, Aragón escribió en "Une vague de revés" (Una ola de sueños): "Sueños, sueños, sueños; el dominio de los sueños se extiende a cada paso". Así, para los surrealistas, el dictado del inconsciente, el "dictado mágico" como lo llamó Breton en 1924 en "Les pas perdus" (Los pasos perdidos), estuvo destinado a reemplazar a las elaboraciones dirigidas por la razón.
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Para nosotros, jóvenes surrealistas de 1924, la razón era la gran "prostituta". Entendíamos que los cartesianos, los volterianos y demás funcionarios de la inteligencia no la utilizaban más que para conservar valores estables a la vez que muertos... Desde finales del invierno de 1924 nos abandonamos frenéticamente al automatismo. Objetivamente, añadiré que a esta inmersión en la noche, en lo que los románticos alemanes llamaron el lado nocturno de las cosas, y a la llamada siempre deseable de lo maravilloso, se unía el juego: el juego serio... Artaud profetizando. Tal vez el hecho de estar en el mundo no era lo que alimentaba su furor, sino el hecho de ser en el mundo. Me parece oírlo: "...lo que ellos han hecho de la vida". Ellos, los bienpensantes -los bien panzones- los ostentosos, pero también los estrechos conformistas de la negación, todos aquellos que desobedecen al unísono... En los primeros días de nuestra amistad (alrededor de 1922), llegaba al alba a mi taller de la calle Blomet, un sitio en vísperas de su demolición, sin llave ni cerradura, en el cual se entraba libremente. Yo arrinconado en un extremo del catre frente a su imperativa pregunta: ¿creía yo que en él tenían el mismo valor el escritor, el actor o el dibujante? (en el sentido artístico, desde luego). No debe descuidarse este rasgo. Esta realidad endeble merece ser representada. En todo caso, el prestigio debe prevalecer... Teatro cruel -estigmatizante- decorado por las fosforescencias del crimen oficial o reprimido, y atravesado por el rayo purificador. Era la loca, la atormentada, la escandalosa sabiduría de Antonin Artaud.
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Usted debe de saber por mis libros que soy un ser violento e iracundo, lleno de espantosas tempestades internas, las que siempre he canalizado en poemas, pinturas, puestas en escena y escritos; y también debe de saber por mi vida que nunca muestro esas tempestades al exterior. He de decir a usted hasta qué punto he sentido siempre la vida de Gérard de Nerval junto a la mía, y hasta qué punto los poemas de "Las quimeras" en los que hace usted descansar su esfuerzo de elucidación, representan para mí esa especie de vínculos del corazón, esos viejos dientes de una acrimonia mil veces rechazada y extinta... Para colgarse a la madrugada del farol de una calle turbia hay que tener torsiones del corazón como primicias de la inmanencia del colgamiento. Hay que tener unas ansias como las ansias con que Gérard de Nerval supo constituir increíbles músicas, que valen, no por la melodía o la música, sino por el tono bajo, quiero decir, la caverna baja, abdominal, de un corazón azotado... Jamás he podido soportar el manoseo de los versos de un gran poeta desde el punto de vista de la semántica, de la historia, de la arqueología o de la mitología; los versos no se explican, y en lo que incumbe a Gérard de Nerval, y sobre todo a los poemas de "Las quimeras", me parece un pecado capital... Los poemas de Gérard de Nerval han sido escritos, no para ser leídos en voz baja, en los pliegues de la conciencia, sino para ser expresamente declamados, pues su timbre necesita aire. Son misteriosos cuando no se los recita, y la página impresa los adormece; pero pronunciados entre labios de sangre, rojos, digo, porque son de sangre, sus jeroglíficos despiertan y es dable oír su protesta contra el intento de los acontecimientos... Creo que lo que Gérard de Nerval acusa en sus poemas es el pecado original, no de los seres, sino de Dios: afectos, voliciones, impulsos, repulsiones.
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Un domingo me desperté con un dolor sombrío, fui a ver a mi padre y no lo hallé, vagué por calles, llegué a la iglesia de Notre Dame, fui a arrojarme a los pies del altar pidiendo perdón por mis culpas. Pero algo en mi decía: "La virgen ha muerto y tus rezos son inútiles, Dios también ha muerto"... El sueño es una segunda vida. Jamás pude traspasar sin estremecerme esas puertas de marfil o córneas que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes del sueño vienen a ser la representación de la muerte. Un nebuloso embotamiento se apodera de nuestra mente, resultando imposible determinar el instante preciso en el que el Yo, bajo una forma distinta, continúa la existencia... Era holgazán, según lo que de él se ha contado, siempre dejó secar la tinta demasiado. Quiso saberlo todo más nada ha conocido y, llegado el momento en que harto de esta vida, una noche de invierno su alma emprendió la huída, se alejó preguntando: "¿Para qué habré venido?".