En forma de diálogo con el periodista de "Le Monde" Nicolas
Truong, el escritor,
filósofo y profesor emérito de la École Normale Supérieure de París Alain
Badiou (1937) desarrolla en "Éloge de l'amour" (Elogio del amor) su concepción del amor con un claro
compromiso social. "Quien no empieza por el amor no sabrá nunca lo que es la filosofía", dice Badiou, quien recurre a la sentencia socrática para explicar que el
amor es una dimensión esencial del ser humano que hay que defender de las
amenazas que le plantea el paradigma de vida actual. El autor de "L'être et l'événement" (El ser y el acontecimiento), frente a la concepción romántica del amor que se centra en el éxtasis del encuentro, la concepción jurídica para la que el amor es un contrato y la concepción escéptica según la cual el amor es una ilusión, lo propone como una construcción de "verdad". Para el filósofo francés, el amor es ante todo una
construcción duradera cuyo verdadero objeto es el progreso de la pareja y no la
satisfacción de los individuos que la componen. Una aventura obstinada para
alcanzar un proceso de verdad que nos permita experimentar el mundo a partir de
la diferencia respecto al otro. Lo que sigue es un pequeño fragmento del libro en cuestión.
En un libro anterior, usted
sostiene que ''el amor debe ser reinventado pero también sencillamente
defendido, porque se encuentra amenazado por todos los costados". ¿Qué lo
amenaza? ¿Y en qué sentido los antiguos matrimonios arreglados se han puesto,
según usted, nuevas ropas? Creo que una publicidad reciente de un sitio de
citas por Internet le chocó de manera particular...
Es verdad, París ha sido cubierta
con los afiches del sitio de citas Meetic, cuyo titular me ha interpelado
profundamente. Puedo traer a colación una cantidad considerable de eslóganes de
esta campaña publicitaria. El primero dice -y se trata de una tergiversación
de una cita teatral-: "¡Tenga amor sin riesgo!". Y hay también
otro: "¡Se puede estar enamorado sin caer en el amor!". De manera que
nada de caer, ¿no es cierto? Luego también hay otro: "¡Usted puede
enamorarse sin sufrir!". Y todo esto gracias al sitio de citas Meetic...
que ofrece -la expresión me pareció en verdad remarcable- un "entrenamiento amoroso". Usted tendrá entonces un entrenador que va a prepararlo para
afrontar la prueba. Pienso que esta propaganda parte de una concepción del amor como aseguración. Se trata de un amor "seguro contra
todo riesgo": usted tendrá el amor, pero habrá calculado tan bien la cuestión,
habrá seleccionado por adelantado y con tanto cuidado a su compañero
aporreando el teclado de su computadora (usted tendrá, evidentemente, su foto,
un detalle de sus gustos, su fecha de nacimiento, su signo astrológico, etc.) que al final de esta inmensa combinatoria usted podrá decir: "Con este,
¡no corro riesgos!". Se trata de una propaganda y es interesante que la
publicidad se haga sobre este registro. Ahora bien, estoy convencido de que el
amor, como afición colectiva, por ser aquello que -para casi todo el mundo- otorga intensidad y significación a la vida, no puede ser un don hecho a la
existencia en el contexto de un régimen de ausencia total de riesgos. Esto me
recuerda un poco la propaganda que hizo en un momento dado el ejército norteamericano
de guerra "muerte cero".
¿Existe una correspondencia,
según usted, entre la guerra "muerte cero"y el amor "riesgo
cero", de la misma manera que existe, para los sociólogos Richard Sennett
y Zygmunt Bauman, una analogía entre el "no te contrato" que dice
el agente del capitalismo financiero al trabajador precarizado y el "no me
comprometo" (en francés, ambas expresiones utilizan el mismo verbo) del
"enamorado" -indiferente en un mundo en el que los lazos se hacen y
deshacen para beneficio de un libertinaje acogedor y consumista- a su amante?
Todo es un poco parte del mismo mundo. La guerra "muerte cero", el
amor "riesgo cero", ciérrese a la casualidad, al encuentro. Yo lo que
veo ahí es -con los medios de una propaganda generalizada- una primera amenaza
al amor que llamaría "amenaza aseguradora". Después de todo, es una
práctica que no se diferencia gran cosa del matrimonio arreglado. No lo es tal
vez en nombre del orden familiar por parte de padres despóticos, sino en
nombre de la aseguración personal por medio de un arreglo de antemano que
evite toda casualidad, todo encuentro y, finalmente, toda poesía existencial,
en nombre de la categoría fundamental de la ausencia de riesgos. Luego, la
segunda amenaza que se cierne sobre el amor es la que le niega toda
importancia. La contrapartida de esta amenaza aseguradora consiste en afirmar
que el amor es sólo una variante del hedonismo generalizado, una variante de
las distintas formas del goce. Así, se evita toda prueba inmediata, toda
experiencia auténtica y profunda de la alteridad, el entramado mismo del amor.
Agreguemos además que, incapaces de eliminar completamente y para siempre el
riesgo, la propaganda de Meetic, como aquella de los ejércitos imperiales,
asegura que ¡el riesgo lo tendrán los demás! Si usted se encuentra, sí, usted,
bien preparado para el amor, según los cánones del hombre asegurado moderno,
usted sabrá sacarse de encima a ese otro que no se ajusta a su comodidad. Si el otro sufre, es asunto suyo, ¿no es cierto? No es moderno. De la misma manera que la "muerte
cero" vale sólo para los militares occidentales. Las bombas que lanzan
matan cantidades de gente que comete el error de vivir justo debajo de ellas.
Pero son afganos, palestinos... Tampoco ellos son modernos. El amor
asegurador, como todo aquello cuya norma es la seguridad, implica la ausencia
de riesgos para aquel que cuenta con una buena aseguración, un buen ejército,
una buena policía, una buena psicología del goce personal, y todo el riesgo
para aquel que se tiene enfrente. Se habrá dado cuenta de que por todos lados
le explican que las cosas se hacen "para su comodidad y seguridad",
desde los agujeros en las veredas hasta los controles de la policía en los
pasillos del subte. Ahí están los dos enemigos del amor, en el fondo: la seguridad
del contrato de aseguración y la comodidad del goce limitado.
¿Existiría entonces una suerte
de alianza entre una concepción libertaria y una liberal del amor?
Creo, en
efecto, que liberal y libertario convergen en la idea de que el amor es un
riesgo inútil. Y que se puede tener, de un lado, una especie de preparado
conyugal que se continuará en la dulzura de la consumación y, del otro,
acuerdos sexuales agradables y plenos de goce, gracias a una economía de la
pasión. Desde este punto de vista, pienso realmente que el amor, en un mundo
como el actual, se encuentra acorralado, asediado, y en este sentido,
amenazado. Y creo que es una tarea filosófica, entre otras, defenderlo. Un hecho
que supone, probablemente, como decía el poeta Rimbaud, también reinventarlo.
No puede hacerse una defensa de él por la simple conservación del estado de
cosas. El mundo se encuentra, en efecto, rebosante de novedades y el amor debe
también ser incluido en esta innovación. Es necesario reinventar el riesgo y la
aventura, en contra de la seguridad y la comodidad.
El origen de su propio interés por la reflexión filosófica acerca del amor, ¿no está contenido en el gesto inaugural de Platón, que hace del amor uno de los modos de acceso a la Idea?
Lo que Platón dice sobre el amor
es bastante preciso: afirma que hay en el impulso amoroso un germen de universalidad.
La experiencia amorosa es un impulso hacia algo que él llama la Idea. Así, incluso cuando estoy mirando un cuerpo bello, lo
quiera o no, estoy en el camino hacia la idea de lo Bello. Yo pienso -en
términos por completo diferentes, naturalmente- en la misma dirección, es
decir: que en el amor está la experiencia del pasaje posible de la pura
singularidad de la casualidad a un elemento que tiene valor universal. Como
punto de partida, algo que, en sí mismo, sólo es un encuentro -casi nada- aprendemos que podemos experimentar el mundo
a partir de la diferencia y ya no solamente de la identidad. E incluso podemos
afrontar ciertas pruebas, aceptar sufrir por ello. Ahora bien, en el mundo
actual, la convicción de que cada uno sigue únicamente su propio interés es muy
común. El amor niega esto. Si no se lo concibe como el simple intercambio de
ventajas recíprocas, o si no es calculado largamente por anticipado como una
inversión rentable, el amor es verdaderamente confiar en la casualidad. Nos
lleva a los parajes de una experiencia fundamental como es la diferencia y, en
el fondo, a la idea de que el mundo puede experimentarse desde el punto de
vista de la diferencia. En esto tiene validez universal, es una experiencia
personal de la universalidad posible y es filosóficamente esencial, como
Platón intuyó, en efecto, antes que nadie.
También en diálogo con Platón, el psicoanalista Jacques Lacan -según usted uno de los más grandes teóricos del amor- sostuvo que "no existe relación sexual". ¿Qué significa esto?
Es una
tesis muy interesante, derivada de una concepción escéptica y moralista, pero
que desemboca en la deducción contraria. Jacques Lacan nos recuerda que en la
sexualidad, en realidad, cada uno "está en la suya", si me permiten
ponerlo de esta manera. Existe la mediación del cuerpo del otro, claro, pero a fin de
cuentas, el goce siempre es su goce, el de ustedes. Lo sexual no junta, separa.
Que usted esté desnudo/a, pegado/a al otro es una imagen, una representación
imaginaria. Lo real es que el goce lo lleva lejos, muy lejos del otro. Lo real
es narcisístico, el lazo es imaginario. Por lo tanto, no existe la relación
sexual, concluye Lacan. Fórmula que generó revuelo ya que en esa época todo el
mundo hablaba, justamente, de "relaciones sexuales". Si no hay
relación sexual en la sexualidad, el amor es aquello que suple la falta de
relación sexual. Lacan no dice que el amor sea el disfraz de la relación
sexual. Afirma que no hay relación sexual posible, que el amor es lo que está
en el lugar de esta no-reladón. Es mucho más interesante. Esta idea lo lleva a
sostener que, en el amor, el sujeto intenta abordar el "ser del
otro". En el amor, el sujeto va más allá de sí mismo, más allá del
narcisismo. En el sexo, usted está al fin y al cabo en relación con usted
mismo, mediado por el otro. El otro le sirve para descubrir lo real del goce.
En el amor, por el contrario, la mediación del otro vale por sí misma. Esto es
el encuentro amoroso: usted busca tomar por asalto al otro, para hacerlo
existir con usted, tal como es. Se trata aquí de una concepción mucho más
profunda que aquella, mucho más banal, según la cual el amor sería
sencillamente una pintura imaginaria sobre lo real del sexo. En efecto, Lacan
mismo se instala en los equívocos filosóficos que tienen que ver con el amor.
Decir que el amor "suple la falta de relación sexual" puede ser
entendido de dos maneras diferentes. La primera, y más pedestre, es que el
amor tapa imaginariamente el vacío de la sexualidad. Es verdad, después de
todo, que la sexualidad, sea o no magnífica -y sin duda puede serlo- acaba en
una suerte de vacío. Por esta razón obedece a la ley de la repetición: es
necesario volver a empezar, una y otra vez. ¡Todos los días, cuando se es
joven! Entonces el amor sería la idea de que algo queda en ese vacío, que los
amantes están ligados por algo más que esa relación que no existe. Siendo muy
joven, me chocó, casi me provocó rechazo, un pasaje de Simone de Beauvoir, de
"El segundo sexo", en el que describe, luego del acto sexual,
el sentimiento que gana al hombre: el cuerpo de la mujer es insulso y fofo; y
el sentimiento simétrico de la mujer de que el del hombre, salvo el
sexo erecto, carece por lo general de gracia, vale decir, es un poco ridículo.
En el teatro, la farsa y el vodevil nos hacen reír gracias a un uso constante
de estos pensamientos tristes. El deseo del hombre es el del falo cómico, el
vientre abultado y la impotencia, y la vieja mujer desdentada, con los senos
colgantes, es el futuro real de toda belleza. La ternura amorosa, cuando uno se
duerme en brazos de otro, sería como el abrigo de Noé extendido sobre estas
desagradables consideraciones. Pero Lacan piensa también todo lo contrario, a
saber, que el amor tiene un alcance que podemos llamar "ontológico".
Mientras el deseo se dirige hacia el otro, de una manera siempre un poco
fetichista, hacia las zonas elegidas, como los senos, las nalgas, el pene,
el amor se dirige al ser mismo del otro, al otro tal como ha surgido
-completamente armado con su ser- en mi vida rota y recompuesta.
Resumiendo, usted sostiene que acerca del amor existen concepciones filosóficas muy contradictorias.
Alcanzo a discernir tres
principales. En principio, la concepción romántica, que se centra en el
éxtasis del encuentro. Hace un momento hablamos un poco sobre el sitio de citas
Meetic, su concepción, que podríamos llamar comercial o jurídica, según la
cual el amor sería, al fin y al cabo, un contrato. Entre dos individuos libres
que declaran amarse, pero fijándose especialmente en la igualdad del vínculo,
en el sistema de beneficios recíprocos, etc. Hay también una concepción
escéptica, que considera el amor una ilusión. Lo que yo intento decir en mi
propia filosofía, es que el amor no se reduce a ninguna de estas tentativas y que el amor es una construcción de verdad. ¿Verdad acerca de qué?, se
preguntarán. Y bien, verdad acerca de un punto muy particular, a saber: ¿cómo
es el mundo cuando se lo experimenta desde el dos y no desde el uno? ¿Cómo es
el mundo, examinado, puesto en práctica y vivido a partir de la diferencia y
no de la identidad? En mi opinión, el amor es eso. El proyecto, que incluye
-naturalmente- el deseo sexual y sus pruebas, el nacimiento de un niño, pero
también mil cosas más, en realidad, cualquier cosa: la cuestión es vivir una
prueba desde el punto de vista de la diferencia.