25 de septiembre de 2012

Alain Badiou: "Hoy en día, la opinión general es que cada uno persigue sólo su interés. El amor es la prueba palpable de que esto no es así"

En forma de diálogo con el periodista de "Le Monde" Nicolas Truong, el escritor, filósofo y profesor emérito de la École Normale Supérieure de París Alain Badiou (1937) desarrolla en loge de l'amour" (Elogio del amor) su concepción del amor con un claro compromiso social. "Quien no empieza por el amor no sabrá nunca lo que es la filosofía", dice Badiou, quien recurre a la sentencia socrática para explicar que el amor es una dimensión esencial del ser humano que hay que defender de las amenazas que le plantea el paradigma de vida actual. El autor de "L'être et l'événement" (El ser y el acontecimiento), frente a la concepción romántica del amor que se centra en el éxtasis del encuentro, la concepción jurídica para la que el amor es un contrato y la concepción escéptica según la cual el amor es una ilusión, lo propone como una construcción de "verdad". Para el filósofo francés, el amor es ante todo una construcción duradera cuyo verdadero objeto es el progreso de la pareja y no la satisfacción de los individuos que la componen. Una aventura obstinada para alcanzar un proceso de verdad que nos permita experimentar el mundo a partir de la diferencia respecto al otro. Lo que sigue es un pequeño fragmento del libro en cuestión.



En un libro anterior, us­ted sostiene que ''el amor debe ser reinventado pero también sencillamente defendido, porque se encuentra ame­nazado por todos los costados". ¿Qué lo amenaza? ¿Y en qué sentido los anti­guos matrimonios arreglados se han puesto, según usted, nuevas ropas? Creo que una publicidad reciente de un sitio de citas por Internet le chocó de manera particular...

Es verdad, París ha sido cubier­ta con los afiches del sitio de citas Meetic, cuyo titular me ha interpe­lado profundamente. Puedo traer a colación una cantidad considerable de eslóganes de esta campaña publi­citaria. El primero dice -y se trata de una tergiversación de una cita tea­tral-: "¡Tenga amor sin riesgo!". Y hay también otro: "¡Se puede estar enamorado sin caer en el amor!". De manera que nada de caer, ¿no es cier­to? Luego también hay otro: "¡Usted puede enamorarse sin sufrir!". Y todo esto gracias al sitio de citas Meetic... que ofrece -la expresión me pareció en verdad remarcable- un "entrenamiento amoroso". Usted tendrá entonces un entrenador que va a prepararlo para afrontar la prueba. Pienso que esta propaganda parte de una concepción del amor como aseguración. Se tra­ta de un amor "seguro contra todo riesgo": usted tendrá el amor, pero habrá calculado tan bien la cuestión, habrá seleccionado por adelantado y con tanto cuidado a su compañero aporreando el teclado de su compu­tadora (usted tendrá, evidentemente, su foto, un detalle de sus gustos, su fecha de nacimiento, su signo astro­lógico, etc.) que al final de esta in­mensa combinatoria usted podrá de­cir: "Con este, ¡no corro riesgos!". Se trata de una propaganda y es intere­sante que la publicidad se haga sobre este registro. Ahora bien, estoy con­vencido de que el amor, como afición colectiva, por ser aquello que -para casi todo el mundo- otorga intensi­dad y significación a la vida, no puede ser un don hecho a la existencia en el contexto de un régimen de ausencia total de riesgos. Esto me recuerda un poco la propaganda que hizo en un momento dado el ejército norteame­ricano de guerra "muerte cero".

¿Existe una correspondencia, según usted, entre la guerra "muerte cero"y el amor "riesgo cero", de la misma manera que existe, para los sociólogos Richard Sennett y Zygmunt Bauman, una ana­logía entre el "no te contrato" que dice el agente del capitalismo financiero al trabajador precarizado y el "no me comprometo" (en francés, ambas ex­presiones utilizan el mismo verbo) del "enamorado" -indiferente en un mundo en el que los lazos se hacen y deshacen para beneficio de un libertinaje acoge­dor y consumista- a su amante?

Todo es un poco parte del mismo mundo. La guerra "muerte cero", el amor "riesgo cero", ciérrese a la casualidad, al encuentro. Yo lo que veo ahí es -con los medios de una pro­paganda generalizada- una primera amenaza al amor que llamaría "ame­naza aseguradora". Después de todo, es una práctica que no se diferencia gran cosa del matrimonio arreglado. No lo es tal vez en nombre del orden familiar por parte de padres despóti­cos, sino en nombre de la aseguración personal por medio de un arreglo de antemano que evite toda casualidad, todo encuentro y, finalmente, toda poesía existencial, en nombre de la categoría fundamental de la ausencia de riesgos. Luego, la segunda ame­naza que se cierne sobre el amor es la que le niega toda importancia. La contrapartida de esta amenaza ase­guradora consiste en afirmar que el amor es sólo una variante del hedo­nismo generalizado, una variante de las distintas formas del goce. Así, se evita toda prueba inmediata, toda experiencia auténtica y profunda de la alteridad, el entramado mismo del amor. Agreguemos además que, in­capaces de eliminar completamente y para siempre el riesgo, la propaganda de Meetic, como aquella de los ejércitos imperiales, asegura que ¡el ries­go lo tendrán los demás! Si usted se encuentra, sí, usted, bien preparado para el amor, según los cánones del hombre asegurado moderno, usted sabrá sacarse de encima a ese otro que no se ajusta a su comodidad. Si el otro sufre, es asunto suyo, ¿no es cierto? No es moderno. De la misma manera que la "muerte cero" vale sólo para los militares occidentales. Las bombas que lanzan matan cantidades de gente que comete el error de vivir justo debajo de ellas. Pero son afga­nos, palestinos... Tampoco ellos son modernos. El amor asegurador, como todo aquello cuya norma es la segu­ridad, implica la ausencia de riesgos para aquel que cuenta con una bue­na aseguración, un buen ejército, una buena policía, una buena psicología del goce personal, y todo el riesgo para aquel que se tiene enfrente. Se habrá dado cuenta de que por todos lados le explican que las cosas se ha­cen "para su comodidad y seguridad", desde los agujeros en las veredas has­ta los controles de la policía en los pasillos del subte. Ahí están los dos enemigos del amor, en el fondo: la se­guridad del contrato de aseguración y la comodidad del goce limitado.

¿Existiría entonces una suerte de alianza entre una concepción libertaria y una liberal del amor?

Creo, en efecto, que liberal y liber­tario convergen en la idea de que el amor es un riesgo inútil. Y que se puede tener, de un lado, una especie de preparado conyugal que se continuará en la dulzura de la consuma­ción y, del otro, acuerdos sexuales agradables y plenos de goce, gracias a una economía de la pasión. Desde este punto de vista, pienso realmente que el amor, en un mundo como el actual, se encuentra acorralado, asediado, y en este sentido, amenazado. Y creo que es una tarea filosófica, en­tre otras, defenderlo. Un hecho que supone, probablemente, como decía el poeta Rimbaud, también reinventarlo. No puede hacerse una defensa de él por la simple conservación del es­tado de cosas. El mundo se encuen­tra, en efecto, rebosante de novedades y el amor debe también ser incluido en esta innovación. Es necesario reinventar el riesgo y la aventura, en con­tra de la seguridad y la comodidad.

El origen de su propio interés por la reflexión filosófica acerca del amor, ¿no está contenido en el gesto inaugural de Platón, que hace del amor uno de los modos de acceso a la Idea?

Lo que Platón dice sobre el amor es bastante preciso: afirma que hay en el impulso amoroso un germen de uni­versalidad. La experiencia amorosa es un impulso hacia algo que él llama la Idea. Así, incluso cuando estoy mi­rando un cuerpo bello, lo quiera o no, estoy en el camino hacia la idea de lo Bello. Yo pienso -en términos por completo diferentes, naturalmen­te- en la misma dirección, es decir: que en el amor está la experiencia del pasaje posible de la pura singularidad de la casualidad a un elemento que tiene valor universal. Como punto de partida, algo que, en sí mismo, sólo es un encuentro -casi nada- aprendemos que podemos experimentar el mun­do a partir de la diferencia y ya no solamente de la identidad. E inclu­so podemos afrontar ciertas pruebas, aceptar sufrir por ello. Ahora bien, en el mundo actual, la convicción de que cada uno sigue únicamente su propio interés es muy común. El amor niega esto. Si no se lo concibe como el sim­ple intercambio de ventajas recípro­cas, o si no es calculado largamente por anticipado como una inversión rentable, el amor es verdaderamente confiar en la casualidad. Nos lleva a los parajes de una experiencia fundamental como es la diferencia y, en el fondo, a la idea de que el mundo puede experimentarse desde el pun­to de vista de la diferencia. En esto tiene validez universal, es una expe­riencia personal de la universalidad posible y es filosóficamente esen­cial, como Platón intuyó, en efecto, antes que nadie.

También en diálogo con Platón, el psicoanalista Jacques Lacan -según usted uno de los más grandes teóricos del amor- sostuvo que "no existe relación sexual". ¿Qué significa esto?

Es una tesis muy interesante, deri­vada de una concepción escéptica y moralista, pero que desemboca en la deducción contraria. Jacques Lacan nos recuerda que en la sexualidad, en realidad, cada uno "está en la suya", si me permiten ponerlo de esta manera. Existe la mediación del cuerpo del otro, claro, pero a fin de cuentas, el goce siempre es su goce, el de ustedes. Lo sexual no junta, separa. Que usted esté desnudo/a, pegado/a al otro es una imagen, una representación ima­ginaria. Lo real es que el goce lo lleva lejos, muy lejos del otro. Lo real es narcisístico, el lazo es imaginario. Por lo tanto, no existe la relación sexual, concluye Lacan. Fórmula que generó revuelo ya que en esa época todo el mundo hablaba, justamente, de "re­laciones sexuales". Si no hay relación sexual en la sexualidad, el amor es aquello que suple la falta de relación sexual. Lacan no dice que el amor sea el disfraz de la relación sexual. Afirma que no hay relación sexual posible, que el amor es lo que está en el lugar de esta no-reladón. Es mucho más interesante. Esta idea lo lleva a soste­ner que, en el amor, el sujeto intenta abordar el "ser del otro". En el amor, el sujeto va más allá de sí mismo, más allá del narcisismo. En el sexo, usted está al fin y al cabo en relación con usted mismo, mediado por el otro. El otro le sirve para descubrir lo real del goce. En el amor, por el contrario, la mediación del otro vale por sí misma. Esto es el encuentro amoroso: usted busca tomar por asalto al otro, para hacerlo existir con usted, tal como es. Se trata aquí de una concepción mucho más profunda que aquella, mucho más banal, según la cual el amor sería sencillamente una pintura imaginaria sobre lo real del sexo. En efecto, Lacan mismo se instala en los equívocos filosóficos que tienen que ver con el amor. Decir que el amor "suple la falta de relación sexual" pue­de ser entendido de dos maneras di­ferentes. La primera, y más pedestre, es que el amor tapa imaginariamente el vacío de la sexualidad. Es verdad, después de todo, que la sexualidad, sea o no magnífica -y sin duda puede serlo- acaba en una suerte de vacío. Por esta razón obedece a la ley de la repetición: es necesario volver a em­pezar, una y otra vez. ¡Todos los días, cuando se es joven! Entonces el amor sería la idea de que algo queda en ese vacío, que los amantes están ligados por algo más que esa relación que no existe. Siendo muy joven, me chocó, casi me provocó rechazo, un pasaje de Simone de Beauvoir, de "El segundo sexo", en el que describe, luego del acto sexual, el sentimiento que gana al hombre: el cuerpo de la mujer es insulso y fofo; y el sentimiento simétrico de la mujer de que el del hombre, salvo el sexo erecto, carece por lo general de gracia, vale decir, es un poco ridículo. En el teatro, la farsa y el vodevil nos hacen reír gracias a un uso constante de estos pensamientos tristes. El deseo del hombre es el del falo cómico, el vientre abultado y la impotencia, y la vieja mujer desdentada, con los senos colgantes, es el futuro real de toda belleza. La ternura amorosa, cuando uno se duerme en brazos de otro, se­ría como el abrigo de Noé extendido sobre estas desagradables considera­ciones. Pero Lacan piensa también todo lo contrario, a saber, que el amor tiene un alcance que podemos llamar "ontológico". Mientras el deseo se dirige hacia el otro, de una manera siempre un poco fetichista, hacia las zonas elegidas, como los senos, las nalgas, el pene, el amor se dirige al ser mismo del otro, al otro tal como ha surgido -completamente armado con su ser- en mi vida rota y recompuesta.

Resumiendo, usted sostiene que acerca del amor existen concepciones filosóficas muy contradictorias.

Alcanzo a discernir tres principa­les. En principio, la concepción ro­mántica, que se centra en el éxtasis del encuentro. Hace un momento hablamos un poco sobre el sitio de citas Meetic, su concepción, que po­dríamos llamar comercial o jurídica, según la cual el amor sería, al fin y al cabo, un contrato. Entre dos indivi­duos libres que declaran amarse, pero fijándose especialmente en la igual­dad del vínculo, en el sistema de be­neficios recíprocos, etc. Hay también una concepción escéptica, que consi­dera el amor una ilusión. Lo que yo intento decir en mi propia filosofía, es que el amor no se reduce a ninguna de estas tentativas y que el amor es una construcción de verdad. ¿Verdad acerca de qué?, se preguntarán. Y bien, verdad acerca de un punto muy particular, a saber: ¿cómo es el mun­do cuando se lo experimenta desde el dos y no desde el uno? ¿Cómo es el mundo, examinado, puesto en prác­tica y vivido a partir de la diferencia y no de la identidad? En mi opinión, el amor es eso. El proyecto, que in­cluye -naturalmente- el deseo sexual y sus pruebas, el nacimiento de un niño, pero también mil cosas más, en realidad, cualquier cosa: la cuestión es vivir una prueba desde el punto de vista de la diferencia.