Toda la escritura es una porquería.
Las personas que escapan de la
ambigüedad para tratar de determinar algo de lo que ocurre en su pensamiento
son unas puercas. Todo el circo de la literatura es
puerco, especialmente en esta época. Todos los que esconden señales en
el espíritu, quiero decir en alguna parte de la cabeza, en lugares bien localizados
del cerebro, todos los que son dueños de sus expresiones, todos aquellos para
quienes las palabras tienen sentido, para quienes existen alturas en el alma y
corrientes en el pensamiento, aquellos que forman el espíritu de su época,
con sus tareas precisas y su chirrido de autómata, son todos unos puercos.
Aquellos para quienes ciertas
palabras tienen un sentido y un modo de ser, aquellos que son muy educados y
piensan que hay clases en los sentimientos y discuten sobre un grado cualquiera
de sus ridículas clasificaciones, los que creen todavía en el diccionario, aquellos
que agitan ideologías que se han instalado en la época sin estar convencidos de
nada, aquellos que hablan tan bien y están siempre al tanto de la moda,
aquellos que aún creen en la orientación del espíritu, aquellos que siguen
sendas marcadas, agitan nombres y hacen gritar a las páginas de los libros,
ésos son lo peores puercos.
¡Son arbitrarios, pusilánimes!
Pienso en los críticos barbudos.
Y ya se los dije: nada de obras, ningún idioma, ninguna palabra, nada de espíritu,
nada. Nada, solo un hermoso
pesa nervios. Una especie de estación
incomprensible y bien erguida en el centro de todo. Y no esperen que les nombre ese
todo, que les cuente en cuántas partes se divide o que peso tiene; que me irrite y me ponga a discutir sobre ese todo y que, discutiendo, me vuelva loco
y me ponga casi sin saberlo a ¡pensar!; que se aclare ese todo, que viva y se
disfrace de multitud de voces todas bien impregnadas de sentido, todas diversas
y capaces de aclarar bien todas las actitudes, todos los matices de un
pensamiento muy sensible y penetrante.
Ah... esos estados que jamás se
nombran, esas distinguidas situaciones del alma, ah... esos intervalos del
espíritu, ah... esos minúsculos frustrados que son el pan cotidiano de mis
horas, ah... ese pueblo rumoroso de noticias... Son siempre las mismas palabras
las que necesito y ciertamente no parezco moverme demasiado en mi pensamiento,
pero me muevo más que ustedes en realidad, ¡cabezas de burros!, ¡puercos oportunistas!,
¡maestros del falso verbo!, ¡cambalacheros de retratos!, ¡escritores por
encargo!, ¡chupamedias!, ¡entomólogos!, ¡llaga de mi lengua!
Ya se los dije: que yo no tenga más
mi lengua no es razón para obstinarse con la lengua. Vamos, dentro de diez años seré
comprendido por aquellos que harán lo que ustedes hacen hoy. Entonces se conocerán
mis volcanes, se verán mis témpanos, se habrá aprendido a desnaturalizar mis
venenos y se descubrirán los juegos de mi alma. Entonces mis cabellos estarán
fundidos en cal, se percibirá mi bestiario y mi mística se habrá convertido en
un sombrero. Entonces se verá humear el choque entre las piedras y ramos
arborescentes de ojos mentales se cristalizarán en glosarios. Entonces se
verán caer aerolitos de roca. Entonces se verán sogas. Entonces se comprenderá la
geometría sin espacios y se aprenderá también cómo y por qué he perdido el
espíritu.
Entonces se comprenderá por qué
mi espíritu no está aquí, y se verán agotarse las lenguas, y secarse los espíritus,
y endurecerse las voces. Se aplastarán todas las figuras humanas, se desinflarán
como aspiradas por ventosas, y esa membrana lubricante continuará flotando en el
aire, esa membrana lubricante y cáustica, esa membrana de dos espesores, de
múltiples grados, de grietas infinitas, esa membrana melancólica y vítrea,
pero tan sensible, tan capaz de multiplicarse, de desdoblarse, de modificarse
con sus vibraciones de fisura y droga, de irrigaciones penetrantes y
venenosas.
Entonces todo esto les parecerá
bien. Y ya no tendré necesidad de
hablar.