Contadas
son las veces en que el hombre se dedicó a la ambiciosa y ardua tarea de
unificar todo el ámbito de su saber. Quizás la intención alentó a muchos, pero
el esfuerzo y la acción los realizaron muy pocos. El camino, como en tantas
otras cosas, lo abrieron los griegos: el genio sistemático de Aristóteles de Estagira
(384-322 a.C.) lo recorrió hasta el final. Sus ideas fueron consideradas
por siglos como asertos intelectuales que debían ser incorporados al mundo de
los conocimientos definitivamente adquiridos. Recién en la época moderna se
puso en tela de juicio la verdad de este patrimonio supuestamente insuperable y
fue el filósofo, matemático y físico francés René Descartes (1596-1650)
quien lo hizo a través de lo que él llamó "la duda metódica", un sistema que
tenía como objetivo la fundamentación radical del conocimiento y que consistía
en rechazar como inadecuadas todas aquellas creencias en las cuales podía
plantearse alguna duda. Descartes se propuso empezar por cosas de plena
evidencia -de donde vinculó toda su filosofía en su célebre "pienso, luego
existo"- y rechazó el razonamiento silogístico, base del escolasticismo,
considerando que no añadía ninguna verdad al conocimiento.
La
originalidad de su sistema no implica que no tenga algunos puntos de contacto
más o menos cercanos con pensadores anteriores. Remontándose a los
presocráticos Parménides de Elea (515-450 a.C.) y Zenón de Elea (490-430
a.C.) se pueden encontrar algunas coincidencias entre aparentes y curiosas.
Pero, aparte del enraizamiento de su teoría con las ideas del idealismo de
Platón de Egina (427-347 a.C.) y Agustín de Hipona (354-430), es más
significativa su inserción en la trayectoria de los escépticos, que arrancó con
el propio Sócrates de Atenas (470-399 a.C.) y se formuló propiamente con
Pirrón de Elis (360-270 a.C.) cuando plantearon la no fiabilidad de los
datos sensoriales, y la duda y la suspensión del juicio como única respuesta
posible. En ese sentido, puede decirse que Descartes fue el fundador
del racionalismo, el que se formó como resultado de entender de
manera unilateral el carácter lógico del conocimiento matemático. Su sistema influyó
considerablemente en la filosofía de los siglos XVI y XVII a partir del filósofo humanista y moralista francés Michel
Eyquem de Montaigne (1533-1592) y de Marín Mersenne (1588-1648),
filósofo y científico francés, amigo y corresponsal de Descartes y una de las
grades figuras de la revolución intelectual del siglo XVII. Y lo hizo tanto en el
idealismo como en el materialismo, corrientes filosóficas subsiguientes (en
cuanto a sus teorías sobre el conocimiento de la conciencia de uno mismo, de las ideas como el principio del
ser y del conocer, en
el primero; en cuanto a sus ideas sobre el desarrollo de la naturaleza, hostil
a la teología, en el segundo).
A
lo largo de la historia diversos filósofos han reflexionado sobre la relación
entre el conocer y el actuar. Tanto el filósofo alemán Georg W.F. Hegel (1770-1831)
en sus "Vorlesungen über die geschichte der Philosophie" (Lecciones sobre la historia
de la Filosofía) como luego otros grandes pensadores llamaron a Descartes
"padre de la filosofía moderna". "Vivir sin filosofar -diría Descartes-
equivale a tener los ojos cerrados sin alentar el deseo de abrirlos; no
obstante, el placer de observar todas las cosas que nuestra vista descubre, no
es comparable en modo alguno a la satisfacción que genera el conocimiento de lo
que la Filosofía descubre; más aún, este estudio es más necesario para reglar
nuestras costumbres y nuestra conducta en la vida de lo que lo es el uso de los
sentidos para guiar nuestros pasos". En efecto, fue el primero en liberar al
pensamiento de los límites de la escolástica tradicional, desarrollando la
filosofía que presidió la revolución científica del siglo XVII, la filosofía
mecanicista que definió la materia como pura extensión, redujo el cambio al
movimiento en el espacio y consumó la ruptura absoluta con Aristóteles y el
pensamiento escolástico medieval. Al plantear un dualismo radical de alma o
mente y cuerpo o materia en general, sintió la necesidad de proporcionar una
explicación de esta última sobre la base de principios puramente mecanicistas.
"El
pensamiento es un atributo que me pertenece, siendo el único que no puede
separarse de mí -escribió-. Pienso, luego existo; eso es cierto, pero, ¿cuánto
tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando. Así, pues, hablando con precisión,
no soy más que una cosa que piensa. Y, ¿qué es una cosa que piensa? Es una cosa
que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que
también imagina y que siente". Con esa convicción, desde muy joven alentó en
Descartes el ideal de una ciencia universal, un ideal que no abandonaría nunca.
Lo mostró en toda su obra, desde la juvenil "Musicae compendium" (Tratado de
música) hasta "Meditationes de prima philosophia" (Meditaciones metafísicas), pasando
por "Regulae ad directionem ingenii" (Reglas para la dirección del espíritu),
"Principia philosophiae" (Principios de la filosofía), "Les passions de
l'âme" (Las pasiones del alma), "Traité du monde et de la lumière" (Tratado
del mundo y de la luz) o el célebre "Discours de la méthode" (Discurso del
método). Y, desde luego, en su correspondencia, siempre ilustrativa acerca de
los problemas que le preocupaban.
Su
poderosa inteligencia y su sed de conocimiento lo llevaron a combinar la
introspección y la meditación solitaria durante sus períodos de aislamiento -sobre
todo en los largos años de su estancia holandesa- con la experiencia del mundo
exterior en sus numerosos viajes que lo llevaron a recorrer desde París y Copenhague hasta Roma y Venecia,
pasando por Utrecht, Praga, Neuburg, Leiden y otras muchas ciudades
europeas durante sus períodos de inquietud. En aras de inventar una
"ciencia admirable" destinada a unificar todos los conocimientos,
se propuso llevar a la filosofía por cauces más ricos y fecundos y aproximarla
a la labor de Niccolo Fontana Tartaglia (1499-1557), Girolamo
Cardano (1501-1576), Miguel Servet (1511-1553), Andreas Vesalio (1514-1564), François Viète (1540-1603), Tycho Brahe (1546-1601), John Neper (1550-1617),
Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler (1571-1630) o Willebrord Snellius
(1580-1626), científicos todos ellos que venían transformando la física, la astronomía,
la medicina, las matemáticas, y que hicieron con su obra que la revolución cartesiana
no fuese un hecho aislado.
En
la formación científica de Descartes mucho tuvo que ver su encuentro y amistad
con Isaac Beeckman (1588-1637), un científico holandés especialista en
matemáticas y física, muy informado y de sedimentados conocimientos, ocho años mayor
que el joven soldado francés de paso por Holanda, quien influyó notoriamente en
él para la búsqueda e invención de un método único que permitiese constituir una
ciencia universal. A Beeckman fueron dirigidas sus primeras obras y las cartas
de mayor interés científico, y por él se habría sentido inclinado Descartes a
ver en las matemáticas el paradigma de su método. Mientras Europa se desangraba
por la Guerra de los Treinta Años, el gran conflicto político-religioso de la
época, Descartes llevó una especie de vida militar durante los primeros meses
del conflicto, pero no participó en ningún acontecimiento bélico. Al parecer,
su papel fue el de un mero espectador más ocupado en su propia vida interior y
en sentar las primeras bases de su filosofía, reveladas según sus propias
palabras por "sueños maravillosos". El hallazgo se produjo en la
noche del 10 de noviembre de 1619. Así lo confiesa su autor en una página de
sus "Olympicae" (Olímpicas),
textos publicados en 1691. Más que el
método mismo, lo descubierto habría sido su alcance universal. Es decir, el
encadenamiento forzoso de todas las verdades dentro de la unidad del saber, lo
que posibilitaría el uso de un método de estilo matemático.
Las
premisas fundamentales de ese método, así como la concepción de la ciencia
universal perseguida, fueron claramente expuestas por Descartes en sus famosas
"Reglas para la dirección del espíritu". Escritas hacia 1628, durante su
estadía de dos años en París, quedaron sin terminar e inéditas hasta 1684,
fecha en que se publicaron en flamenco, y 1701 en que recién aparecieron en
latín, su idioma original. Las "Reglas..." constituyeron no sólo la primera gran
obra filosófica de Descartes sino también la expresión madura de sus
conocimientos científicos, sobre todo matemáticos. De ellas se puede extraer su
concepto de ciencia, cuya primera nota es la universalidad. Todas las ciencias
-dice en la "Regla primera"- no son más que el conjunto de la sabiduría humana, sabiduría
universal siempre una e idéntica cualesquiera fueran sus objetos.
Lo
que entendía Descartes por esta sabiduría universal lo aclaró en un texto posterior:
la carta al abate Claude Picot (1614-1668), traductor de los "Principios...",
que sirvió de prefacio a la edición francesa de 1647 de esa obra. Allí habló también
de la sabiduría como el más perfecto conocimiento de todas las cosas que el
hombre pueda poseer, agregando -aristotélicamente- que era el proveniente de
las primeras causas, o sea de los
principios, y que estos principios debían reunir las condiciones -ahora si,
cartesianamente- de ser tan claros y evidentes que el espíritu humano no
pudiese dudar de su verdad y ser verdaderos principios universales, es decir, puntos
de partida de todos los conocimientos posibles. Esta búsqueda de las primeras causas
y verdaderos principios, claros y evidentes, fundamentos de todo conocimiento,
debía ser la tarea de los filósofos. La filosofía era esta sabiduría universal,
un árbol cuyas raíces la formaban la metafísica, el tronco la física y el
follaje las restantes ciencias agrupadas en tres ramas: la medicina, la mecánica
y la moral. Como se advierte, para Descartes la filosofía como ciencia
universal, desempeñaba el papel de ciencia primera, fundamentadora de todas las
restantes.
A
las características mencionadas añadió, en la misma "Regla primera", la conexión
sistemática. La filosofía, como ciencia universal, debía establecer la unidad o
encadenamiento de los diversos conocimientos. Todas las ciencias debían constituir
un sistema único, una conexión universal de verdades, en donde cada verdad
descubierta sirviese de principio para la deducción de las demás. Por eso
resultaba de suma importancia el hallazgo de una verdad fundamental que permitiera
el descubrimiento de todo el sistema científico, así como también la invención
de un método que posibilitase la deducción ordenada y rigurosa de todas las
verdades. Y una mayor gravitación adquirió la cuestión del método cuando se
advirtió -tal como luego sucedió efectivamente- que él por si solo podía
conducir al encuentro de esa primera verdad.
En
la "Regla segunda" completó el concepto con una nota más: la ciencia como conocimiento
cierto y evidente, y como entendimiento de aquellas cosas que pudiesen ser
perfectamente conocidas, de modo tal que tornase imposible toda duda. Esto es,
la necesidad íntimamente ligada -como siempre en Descartes- a la evidencia. Pero
en la misma "Regla" hay algo más: el paradigma matemático que se refiere más
que nada al método. Porque, de todas las ciencias ya constituidas, sólo la
aritmética y la geometría podían observar la condición de la certeza y la evidencia,
vale decir de la necesidad. Ambas serían para Descartes las más ciencias de
todas las ciencias y su certeza debía ser el ejemplo que tenía que seguir todo
otro tipo de conocimiento. La ciencia universal, en conclusión, tendría que
poseer aquellos caracteres que eran propios de las matemáticas.
Pero,
¿que eran las matemáticas para Descartes? En la "Regla cuarta" se hacía
precisamente esta pregunta, así como por qué la astronomía y la música, la
óptica y la mecánica y muchas otras ciencias eran consideradas como formando
parte de ella. La respuesta que encontró era que todas las ciencias que se
referían al orden y la medida eran matemáticas, cualesquiera fuesen sus
objetos. En consecuencia, debería haber
una ciencia general del orden y la medida, abstracción hecha de los objetos
particulares a que ellas se aplicasen. Esa ciencia era la matemática universal.
Y, lo más importante, en tanto todos los problemas humanos podían prácticamente
ser abordados por el lado del orden y la medida, esa matemática universal
podía constituir el método único e instrumento legal de una ciencia universal.
Este
fue el verdadero uso de las matemáticas que Descartes creyó haber hallado. Por
eso es que en la primera parte del "Discurso del método", refiriéndose a
su temprana afición por las matemáticas, diría que gustaba de ellas por su
certeza y evidencia, pero que aún no había advertido cuál era su verdadero uso.
Y en la ya citada carta a Picot, luego de destacar la importancia del método, propuso
una nueva lógica en reemplazo de la lógica escolástica, una lógica
fecunda, descubridora, inspirada en las
matemáticas y en su procedimiento básico fundado en el orden y en la medida. En
esa línea, en 1631 aplicó la formulación algebraica a problemas geométricos
(un concepto básico de la moderna geometría analítica) y formuló en óptica la
ley de la refracción. Esta fue la perspectiva cartesiana del ideal de ciencia
universal y del método que le convenía. Ella corresponde a su primera formación
y preocupación, que fueron, al parecer, ambas científicas. Esto se vería
reflejado en los tres pequeños opúsculos que publicó en 1637: "Dioptrique" (Dióptica),
"Météores" (Meteoros) y "Géométrie" (Geometría).