Corren los
años '50 del siglo pasado. Julio Cortázar (1914-1984) se halla radicado en
París desde 1951 y trabaja como traductor de la UNESCO. Antes de dejar
Argentina ya había publicado en Buenos Aires el poemario "Presencia" (bajo
el seudónimo de Julio Denis), el poema dramático "Los reyes" y el segundo
de sus libros de cuentos: "Bestiario". Por entonces escribe incansablemente a la
vez que, por encargo de la Universidad de Puerto Rico, traduce al castellano los
cuentos de Edgar Allan Poe (1809-1849). "Yo estaba
completamente seguro de que todas las cosas que iba guardando, digamos desde
1947, eran buenas, algunas incluso muy buenas, como ciertas historias de
Bestiario. Sabía que nadie antes de mí había publicado cuentos como aquéllos en
español, al menos en mi país. Existían otras cosas, como los admirables relatos
de Borges, pero lo que yo hacía era diferente", comentaría muchos años
después.
Mientras
tanto, en Milán, Dino Buzzati (1906-1972) trabaja como cronista en el "Corriere
della Sera", diario en el que había ingresado en 1928 y en el que colaboraría durante
toda su vida. Había iniciado su actividad literaria en 1933 con la novela "Bàrnabo
delle montagne" (Bárnabo de las montañas), a la que seguirían "Il segreto
del Bosco Vecchio" (El secreto del Bosque Viejo), "Il deserto dei Tartari" (El
desierto de los tártaros) y "La famosa invasione degli orsi in Sicilia" (La
famosa invasión de Sicilia por los osos), y el libro de cuentos "I sette
messaggeri" (Los siete mensajeros). Todo ello al tiempo en que se convertía en redactor
y enviado especial a Jerusalén, Praga, Tokio, Addis Abeba y Nueva York -entre
otras ciudades- en el periódico mencionado. Poco apreciado en su tiempo, su
narrativa surrealista o metafísico-existencial se caracterizaba por su
tendencia a lo grotesco para pintar el absurdo e inexplicable destino humano haciendo
hincapié en el misterio y la angustia de lo cotidiano.
Antes de
publicar "Bestiario", Cortázar había colaborado en diversas revistas
culturales: "Los Anales de Buenos Aires", "Sur", "Realidad" y "Cabalgata" (de
Buenos Aires); "Oeste" (de Chivilcoy) y "Revista de Estudios Clásicos de la
Universidad de Cuyo" (de Mendoza) en la que apareció su ensayo sobre el poeta
inglés John Keats (1795-1821).
También había escrito dos novelas ("Divertimento", en 1949, y "El examen", en 1950) y
reunido una colección de cuentos escritos entre 1937 y 1945 ("La otra orilla"),
obras que no publicó en vida y que verían la luz sólo después de su fallecimiento.
Mientras que a Cortázar los ocho relatos de "Bestiario" le valieron un tenue
reconocimiento en el ambiente local, Buzzati pasaba del éxito obtenido con su
primera novela, la ya citada "Bárnabo de las montañas", a la indiferencia total
hacia la siguiente: "El secreto del Bosque Viejo". Recién cuando publicó "El
desierto de los tártaros" alcanzaría renombre y fama internacional. Muchos
años después, Jorge Luis Borges (1899-1986) la incluiría en su "Biblioteca
Personal" y también en buena medida le serviría de inspiración a J.M.
Coetzee (1940) para su novela "Waiting for the barbarians" (Esperando
a los bárbaros).
En 1954, Buzzati
publicó "Il crollo della Baliverna" (El derrumbe de la Baliverna),
una
colección de treinta y siete cuentos en los que relató paradojas sorprendentes,
irónicas, pocas veces felices, pero profundamente reveladoras de la condición
humana. En algunos de sus textos, prefigurando quizá a "La casa
tomada" de Cortázar, Buzzati hace que ciertas presencias invadan el
espacio de los otros. Puede tratarse de ratas -como en "I topi" (Los ratones)- o
de alguien que dice ser un amigo al que, por conmiseración, se invita a pasar
la noche en casa y termina apoderándose de la vida del protagonista -como en "Un
verme in casa" (Un gusano en casa)-. También incluyó uno titulado "Gli amici"
(Los amigos), un cuento dominado por lo fantástico, ambientado en la zona gris
entre la vida y la muerte.
Dos años
más tarde, en México, Cortázar publicaba el libro de cuentos "Final del
juego". Aquella primera edición incluía nueve cuentos: "Los venenos", "El
móvil", "La noche boca arriba", "Las Ménades", "La puerta condenada", "Torito", "La
banda", "Axolotl" y "Final del juego". Pero, ocho años después, aparecía en Buenos
Aires una segunda edición en la que Cortázar agregó otros nueve que fueron
escritos entre 1945 y 1962: "Continuidad de los parques", "No se culpe a nadie", "El
río", "El ídolo de las Cícladas", "Una flor amarilla", "Sobremesa", "Relato con un
fondo de agua", "Después del almuerzo" y… "Los amigos".
El sociólogo y ensayista
francés Jean Duvignaud (1921-2007) opinaba en "Le jeu du jeu" (El juego del juego)
que "el pensamiento de nuestro siglo rehúye lo lúdico: se empeña en establecer
una construcción coherente donde se integren todas las formas de la experiencia
reconstituidas y reducidas mediante sus propias categorías. Se ha emprendido un
inmenso esfuerzo para escamotear el azar, lo inopinado, lo inesperado, lo
discontinuo y el juego". Efectivamente, si se enfoca la literatura desde su
carga de ficción, no pueden pasarse por alto los factores lúdicos que de una
manera u otra se entrelazan en los planteamientos de ésta. Y tampoco, claro,
puede soslayarse el azar. Por eso no debería sorprender que ambas versiones de
"Los amigos" hayan sido escritas más o menos para la misma época, aunque la
historia pergeñada por Cortázar no tenga nada que ver con la ideada por
Buzzati.
"Siempre
he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hemos aprendido por
fin a no sorprendernos de nada", diría Cortázar en "Del sentimiento de lo
fantástico" un texto incluido en su libro "La vuelta al día en ochenta mundos" de
1967. Para él, la literatura debía verse precisamente desde el enfoque lúdico y
lo demostró en la mayor parte de su producción. Buzzati, en cambio, declaró
alguna vez que la fantasía debía estar "lo más cerca posible del periodismo". Es
por eso que aún cuando sus cuentos son a menudo indudablemente fantásticos, hay
un fuerte énfasis en los detalles de la vida local. Esto puede verse en cuentos
como "La frana" (El derrumbe), "Il cane che ha visto Dio" (El perro que ha visto a
Dios) o "La città personale" (La ciudad personal).
No obstante, en los textos de ambos escritores se advierten puntos de unión. Además
de descollar en el relato tradicional o breve, existe en ellos una mirada
atenta a los pequeños misterios cotidianos o la tendencia a volver pesadillesco
o inquietante el acto más banal, tal como ponerse un pulóver o ir al baño en un
hotel, episodios narrados con incomparable destreza por Cortázar en "No se culpe
a nadie" y por Buzzati en "Il corridoio del grande albergo" (El pasillo del gran
hotel) respectivamente, por poner tan sólo un par de ejemplos. O la asombrosa
capacidad de mostrar al lector la misteriosa realidad de un sueño y su
proyección sobre la experiencia vivida por el personaje, tal como ocurre en "La
noche boca arriba" de Cortázar o "Il sogno della scala" (El sueño de la escalera) de
Buzzati.
En el ya
citado "El sentimiento de lo fantástico", el autor de "Rayuela" afirmaba que "en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en
la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como
pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí donde una sensibilidad
preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente,
siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Ese
sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso y consiste sobre todo en
el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del
espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como
inamovible, seguro y tranquilizador se ve bruscamente sacudido, como conmovido,
por una especie de viento interior, que los desplaza y que los hace
cambiar".
"En los
cuentos de Cortázar, se sabe, el 'extrañamiento' es moneda corriente y acaso la
manifestación de otra esperanza: que las cosas podrían ser de manera distinta;
que las convenciones son provisorias, arbitrarias" dice el escritor y
periodista argentino Eduardo Berti (1964) en "Un estratega de la novela",
artículo publicado en el suplemento "ADN Cultura" del diario "La Nación" el 7 de
febrero de 2009. "Cuando se habla de 'extrañamiento' cortazariano -continúa- un
acto banal, algo que bien podría cumplirse de manera irreflexiva, es explicado
o ejecutado de forma tan minuciosa que acaba por desfamiliarizarse. Esto,
huelga decir, es 'Cortázar básico', pero conforma en simultáneo una de las
reglas doradas del llamado 'neofantástico'. En estos casos, como creía Bioy
Casares, lo fantástico se halla menos en los hechos que en el 'razonamiento',
más en el sujeto (en el hombre) que en lo 'fantasmal' o en las así llamadas 'fuerzas
ocultas'. Muy revelador resulta, ahora bien, cuando Cortázar obra al revés:
cuando en lugar de complicar o 'extrañar' un hecho habitual, familiariza un
hecho excepcional. Es el caso de un cuento como 'Los amigos'".
En "Los
amigos" de Buzzati hay ternura, humor y patetismo en la historia del
muerto que regresa a la vida buscando un sitio para pasar el tiempo que
necesitan en el más allá para poder hacerle un lugar. Es un cuento de fantasmas
innovador: la aparición no asusta, molesta; el fantasma lo es a medias ya que
no se libró del todo de "cierto residuo de consistencia" y pide
permiso para quedarse entre los vivos porque "del otro lado hay un poco de
confusión". Con la historia de la aparición del violinista Toni
Appacher (que murió veinte días antes), Buzzati da su propia interpretación
sobre el hecho de que los fantasmas prefieren vivir lejos de este mundo y se
burla sutilmente de la antigua tradición del miedo que inspiran. Appacher (su
fantasma) es un personaje de buenos modales que solicita hospitalidad en el hogar
de su viejo amigo, el lutier Amedeo Torti: "Debo quedarme aquí de nuevo
alrededor de un mes", le dice. Se disculpa por las molestias que causa precisando:
"Yo no como, no bebo... así que no necesito el retrete". Al leer esta
historia, el lector lo hace con el alma encogida por el misterio que contiene
el desarrollo de la anécdota y los detalles que la conforman, todos ellos en
orden de formación hacia el final, en una especie de suave pero implacable crescendo.
En "Los amigos" de Cortázar, éste
elude el retrato de una amistad perfecta y la historia es engañosamente más
simple: un hombre debe matar a otro que años atrás fue su amigo. "En un texto
convencional, este solo punto de partida hubiese planteado un conflicto: ¿cómo
asesinar a alguien, mucho menos a una persona que hemos querido bien? Lo
inquietante de 'Los amigos' -afirma el ya citado Eduardo Berti, ahora en un
artículo aparecido en el nº 51 de la revista 'Lamujerdemivida' en julio de 2008-
es que el personaje central no siente el mínimo remordimiento. Se ha vuelto un
asesino a sueldo y se ha deshumanizado hasta convertirse en una máquina de
matar, hasta perder su nombre (Beltrán) y pasar a ser, dentro de la'organización',
el Número Tres. Si algo sorprende al Número Tres son los detalles 'técnicos' de
la orden que ha dado el Número Uno: el lugar y el horario escogidos para el
crimen. Tan sólo eso". "Los amigos" no es un cuento fantástico ni busca serlo.
No obstante, en sus pocos párrafos no únicamente tropezamos con la óptica del "extrañamiento"
del que habla Berti, sino que en su desenlace Cortázar echa mano a un ardid que
es todo un sello en su obra cuentística: el "salto al otro lado".
El escritor de
origen ruso nacionalizado estadounidense Vladimir Nabokov (1899-1977), tan
aficionado a ponerle nombres ajedrecísticos a las tácticas narrativas, habría
hablado quizá de "enroque" (aquel movimiento en el juego de ajedrez que, de un salto, permite mover dos piezas a la vez). El frío asesino, escribe Cortázar
en "Los amigos", piensa de pronto (y son las palabras finales del cuento) "que
la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán, un amigo del
hipódromo en otros tiempos". Pero a esta altura el dato tiene un peso muy relativo.
Lo concreto es que esta historia de Cortázar se opone "a ese falso realismo que
consiste en creer que las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba
por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir,
dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes,
de principios, de relaciones de causa a efecto, de psicologías definidas, de geografías
bien cartografiadas", tal como él mismo escribió en su artículo "Algunos
aspectos del cuento" aparecido en el nº 60 de la revista "Casa de las Américas"
en julio de 1970.
Aquellos años '50, época en que ambos autores
coincidieron en el título del cuento en cuestión, no fueron fáciles para
ninguno de los dos. Los críticos y escritores italianos habían opuesto, tanto
en los últimos años del régimen fascista como en la posguerra, una obstinada resistencia
a la obra de Buzzati. En apariencia ajeno a la política y ausente del debate
cultural y literario tanto antes como después de la guerra, sin embargo su
literatura no era inocente ya que, de forma subterránea, ponía en entredicho
muchas de las ideas que sostenía el fascismo, consiguiendo a través de sus
fábulas corroer las certezas culturales del mismo. Mientras los literatos se
empeñaban en querer ver únicamente en la obra de Buzzati una prolongación de la
de Franz Kafka (1883-1924), solamente un producto tardío y burgués de la Europa
Central dominada culturalmente por Alemania, sus novelas y sus
cuentos seguían conquistando espacios cada vez más amplios en Europa y en
muchos otros países del mundo.
Mientras tanto Cortázar se había marchado de la
Argentina debido a su rechazo no sólo a la política sino también a la estética
y a la escenificación de la vida pública que imponía el peronismo, ese
movimiento que amalgamó antes que nadie en Latinoamérica el modelo bonapartista
y el modelo fascista. Aunque deslumbrado por el comportamiento de intelectuales
y artistas que llevaban sus espectáculos a los barrios para estimular la
participación, estudiaban acuciosamente la realidad social o desarrollaban en
los territorios populares tareas educativas y de comunicación, Cortázar optó
por viajar a Francia como una alternativa que, más que un juicio político, fue la
expresión íntima de su incomodidad. Aunque varios de sus textos de aquella
época son muchas veces considerados como prejuiciosos con respecto al
peronismo, es indudable que forman parte de la mejor literatura argentina de
todos los tiempos.